S.
Esquema de la psicoanälisis
ILa psicoanålisis naciô, por decirlo asf, con el si-
glo xx. La obra con la cual apareci6 ante el mundo
como algo nuevo, mi «Interpretacién de los suefios»,
vió la luz en 1900. Pero, naturalmente, no brotó de
la roca ni cayó del cielo, sino que se enlaza a algo an-
terior, continuándolo, y surge de estímulos que some-
te a elaboración. Así, pues, su historia ha de comen-
zar por la descripción de las influencias que presidie-
ron su génesis y no debe pasar por alto tiempos y es-
tados anteriores a su creación.La psicoanálisis nació en un terreno estrictamente
delimitado. Originalmente, sólo conocía un fin: el de
comprender algo de la naturaleza de las enfermeda-
des nerviosas llamadas «funcionales», para vencer la
impotencia médica de hasta entonces en cuanto a su
tratamiento. Los neurólogos de aquella época habían
sido formados en la sobrestimación de los hechos
químico-físicos y patológico-anatómicos y, a lo últi-
mo, se hallaban bajo la influencia de los descubri-
mientos de Hitzig y Fritsch, Ferrier, Goltz y otros,
que parecían demostrar una íntima vinculación, quizá
exclusiva, de ciertas funciones, a determinadas partes
del cerebro. Con el factor psíquico no sabían que
hacerse; no podían aprehenderlo, lo abandonaban a— 287 —
S.
NRK RO S et $c FE ONSE UE
los filósofos, a los místicos y a los curanderos; y, en
consecuencia, no se abría acceso ninguno a los se-
cretos de la neurosis, sobre todo a los de la enigmá-
tica «histeria», la cual constituía el prototipo de la es-
pecie toda. Todavía cuando, en 1885, practicaba yo
en la Salpétriére, pude ver que en cuanto a las pará-
lisis histéricas, se consideraba suficiente la fórmula de
que dependían de ligeros trastornos funcionales de las
mismas partes del cerebro, cuya grave lesión provo-
caba la parálisis orgánica correspondiente.Bajo la falta de comprensión padecía, naturalmen-
te, también la terapia de estos estados patológicos.
Consistía en medidas de carácter general, en la pres-
cripción de medicamentos y en tentativas—inadecua-
das en su mayoría—de influenciación psíquica, tales
como intimidaciones, burlas y reprimendas. Como
terapia específica de los estados nerviosos se aconse-
jaba la electricidad, pero el médico que se decidía
a aplicarla, siguiendo los minuciosos preceptos de
W. Erb, hallaba pronto ocasión de asombro ante el
lugar que también en la ciencia pretensamente exacta
ocupaba la fantasía. El viraje decisivo se inició cuan-
do, entre el afio ochenta y el noventa, demandaron
de nuevo un acceso en la ciencia médica los fenóme-
nos del hipnotismo, merced, esta vez, a los trabajos
de Liébault, Bernheim, Herdenhain y Forel, y con
mayor éxito que nunca hasta entonces. Lo importante
fué el reconocimiento de la autenticidad de tales fe-
nómenos. Una vez dado este paso, se imponía extraer
del hipnotismo dos ensefianzas fundamentales e inol-
vidables. En primer lugar, se llegó a la convicción de
que ciertas singulares alteraciones somáticas no eran‚ sino el resultado de ciertas influencias psíquicas, acti-
vadas en el caso correspondiente. Y en segundo, ia— 988 —
A
WE se
NS mm bae
S.
E ダ = 4 ト 0 5
conducta de los pacientes, después de la hipnosis,
producia la clara impresiön de la existencia de proce-
sos anímicos que sólo «inconscientes» podían ser. Lo
«inconsciente» era ya, tiempo atrás, como concepto
teórico, objeto de discusión entre los filósofos, pero en
los fenómenos del hipnotismo se hizo, por vez prime-
ra, corpóreo, tangible y objeto de experimentación.
A ello se añadió que los fenómenos hipnóticos mostra-
ban una innegable analogía con las manifestaciones
de algunas neurosis.Nunca se ponderará bastante la importancia del
hipnotismo para la historia de la génesis de la psi-
coanálisis. Tanto en sentido teórico como terapéuti-
co, la psicoanálisis administra una herencia que el
hipnotismo la transmitió.La hipnosis demostró ser también un valioso medio
auxiliar para el estudio de las neurosis y, sobre todo,
nuevamente, de la histeria. Causaron gran impresión
los experimentos de Charcot, el cual había supuesto
que ciertas parálisis surgidas después de un trauma
(accidente) eran de naturaleza histérica y, fundándo-
se en tal hipótesis, logró provocar artificialmente
parálisis de idéntico carácter por medio de la suges-
tión de un trauma durante la hipnosis, Desde enton-
ces se mantuvo la esperanza de que en la génesis de
los síntomas histéricos podían participar, generai-
mente, influencias traumáticas. Charcot mismo no
persiguió más allá la comprensión psicológica de la
neurosis histérica, pero su discípulo P. Janet reanudó
tales estudios y pudo mostrar, con ayuda del hipno-
tismo, que las manifestaciones patológicas de la histe-
ria dependían estrictamente de ciertas ideas incons-
cientes (ideas fijas). Janet caracterizó la histeria por
una supuesta incapacidad constitucional de manteneras
S.
P80F. F. FREUD
en cohesién los procesos psiquicos, de la cual resul-
taba una disociación de la vida anímica.Pero la psicoanálisis no se enlazó en modo alguno
a estas investigaciones de Janet. Tuvo su punto de
partida en la experiencia de un médico vienés, el
doctor José Breuer, que, libre de toda influencia
ajena, logró, alrededor de 1881, estudiar y restablecer,
con ayuda del hipnotismo, a una muchacha enfer-
ma de histeria. Los resultados obtenidos por Breuer
no fueron dados a la publicidad sino quince años
más tarde, después de haber admitido como colabora-
dor al que esto escribe. El caso por él tratado ha con-
servado hasta el día su significación única para nues-
tra comprensión de las neurosis, siendo, así, inevita-
ble su exposición detallada. Es necesario aprehen-
der claramente en qué hubo de consistir la singulari-
dad del mismo. La sujeto había enfermado a conse-
cuencia de los desvelos impuestos por la asistencia a
su padre, al que amaba tiernamente, durante una
larga y penosa dolencia. Breuer pudo demostrar que
todos los síntomas de la muchacha se referían a dicha
asistencia y hallaban en ella su explicación. Se había
logrado, pues, por vez primera, hacer plenamente
transparente un caso de tan enigmática neurosis, y
todos los fenómenos patológicos habían demostrado
poseer un sentido. Era, además, un carácter general
de los síntomas, el de haber nacido en situaciones que
integraban un impulso a una acción, la cual no había
sido, sin embargo, llevada a cabo, sino omitida por
motivos de otro orden. En lugar de estas acciones
omitidas, habían surgido los síntomas. Tales circuns-
tancias indicaban como etiología de los síntomas his-
téricos la efectividad y el dinamismo de las fuerzasー ②④0 一
S.
E N 5 4 w 0 5
psiquicas, y estos dos puntos de vista siguen hasta
hoy en pie. +Breuer equiparó los motivos de la génesis de los
síntomas a los traumas de Charcot. Ahora bien; se
daba el caso singular de que tales motivos traumáti-
cos y todos los impulsos anímicos a ellos enlazados
quedaban perdidos para la memoria del paciente,
como si jamás hubieran sucedido, mientras que sus
efectos, o sea los síntomas, perduraban inmodifica-
bles, como si para ellos no existiese el desgaste por el
tiempo. Quedaba así descubierta una prueba más de
la existencia de procesos anímicos inconscientes, pero
por ello mismo singularmente poderosos, tales como
los primeramente observados en las sugestiones post-
hipnóticas. La terapia empleada por Breuer consistía
en llevar al paciente, por medio del hipnotismo, a re-
cordar los traumas olvidados y reaccionar a ellos con
intensas manifestaciones de afecto. Conseguido así,
desaparecía el síntoma nacido en lugar de una tal ma-
nifestaciôn afectiva. Así, pues, el mismo procedimien-
to servía simultáneamente para la investigación y la
supresión de la enfermedad, y también esta unión
inhabitual ha sido mantenida luego por la psicoaná-
lisis.Una vez que el autor de estas líneas hubo confir-
mado, en los primeros años de la última década del
siglo xix, la exactitud de los resultados de Breuer,
ambos, Breuer y él, decidieron dar a la estampa una
publicación que integrase sus experiencias y la ten-
tativa de una teoría en ellas fundadas. (Estudios so-
bre la histeria, 1895) (1). Esta teoría afirmaba que él
síntoma histérico nacía cuando el afecto de un proce-(1) Cf. el volumen X de esta edición castellana.
ore 16
S.
P R DYB 9. 。 ESR E U D
so animico intensamente afectivo era desviado de la
elaboraciön consciente normal y encaminado asi por
una ruta indebida. En el caso de la histeria, dicho
afecto se resolvia en inervaciones somåticas inhabi-tuales (conversión), pero podía ser dirigido en otro
sentido y descargado por medio de la reviviscencia
del suceso correspondiente durante la hipnosis (deri-
vación por reacción). A este procedimiento le dimos
el nombre de catarsis (limpieza, liberación del
afecto represado).El método catártico es el antecedente inmediato de
la psicoanálisis y a pesar de todas las ampliaciones
de la experiencia y de todas las modificaciones de la
teoría, continúa hallándose contenido en ella como
nódulo central. Pero no era más que un nuevo cami-
no para la influenciación médica de ciertas enferme-
dades nerviosas, y nada hacía sospechar que pudiera
llegar a ser objeto del interés general y de violenta
oposición.II
Poco después de la publicación de los «Estudios
sobre la histeria», termin6 mi colaboracién con
Breuer. Breuer, cuya orientación profesional era pro-
piamente la Medicina general, dejó el tratamiento de
enfermos nerviosos, dedicåndome yo entonces a per-
feccionar el instrumento que mi colega me abando-
naba. Las innovaciones técnicas por mí introducidas
y mis descubrimientos hicieron, del procedimiento
catártico, la psicoanálisis. El paso más decisivo fué la
renuncia al hipnotismo, como medio auxiliar. Dos— 242 —
ග් <
Lad Há
S.
E N 5 4 ダ о 5
fueron los motivos que a ella me llevaron. En primer
lugar, porque no obstante haber asistido durante un
curso completo a la clinica de Bernheim, en Nancy,
eran muchos los pacientes a los que no conseguia
hipnotizar. Y en segundo, porque los resultados tera-
péuticos de la catarsis, basada en el hipnotismo, no
acababan de satisfacerme. Tales resultados eran, des-
de luego, patentes y aparecian al poco tiempo de ini-
ciar el tratamiento, pero demostraron también ser
poco duraderos y demasiado dependientes de la rela-
ción personal del médico con el paciente. La supre-
sién de la hipnosis signific6 una ruptura con la evo-
lucién del procedimiento hasta entonces y un nuevo
comienzo.Ahora bien: el hipnotismo habia servido para lle-
var a la memoria consciente del sujeto los datos por
él olvidados. Tenía, pues, que ser substituído por otra
técnica. En esta necesidad comencé a poner en prác-
tica el método de la asociación libre con-
sistente en comprometer al sujeto a prescindir de
toda reflexión consciente y abandonarse, en un esta-
do de serena concentración, al curso de sus ocurren-
cias espontáneas (involuntarias). Tales ocurrencias
las debía comunicar al médico aun cuando en su
fuero interno surgieran objeciones de peso contra tal
comunicación; por ejemplo, las de tratarse de algo
desagradable, disparatado, nimio o impertinente. La
elección de la asociación libre como medio auxiliar
para la investigación de lo consciente olvidado, pare-
ce tan extraña, que no estará de más justificarla ex-
presamente. En tal elección hubo de guiarme la es-
peranza de que la llamada asociación libre no tuvie-
ra, en realidad, nada de libre, por cuanto una vez so-
juzgados todos los propósitos mentales, habría deー 243 一
S.
ぢ R 0 Pra Ba F R E U カ |
surgir una determinación de las ocurrencias por el
material inconsciente. Tal esperanza ha sido justifica-
da por los hechos. Persiguiendo, asi, la asociacién
libre dentro de la observancia de la «regla analitica
fundamental» antes expuesta, se obtenfa un rico ma-
terial de ocurrencias que podia ponernos sobre la
pista de lo olvidado por el enfermo. Dicho material
no aportaba los elementos olvidados mismos, pero
si tan claras y abundantes alusiones a ellos, que el
médico podfa ya adivinarlos (reconstruirlos) con el
auxilio de ciertos complementos y determinadas in-
terpretaciones. Asi, pues, la libre asociacién y el arte
interpretativo lograban el mismo resultado que antes
el hipnotismo.Aparentemente, nuestra labor quedaba asi extraor-
dinariamente dificultada y complicada ; pero, en cam-
bio, logråbamos una ventaja inestimable: la de un
atisbo en un dinamismo que el estado de hipnosis
encubria antes al observador. Descubríamos, en efec-
to, que la labor de patentizar los elementos patóge-
nos olvidados, tenía que pugnar contra una resisten-
cia constante y muy intensa. Ya las objeciones crí-
ticas con las que el paciente había querido excluir de
la comunicación las ocurrencias en él emergentes y
contra las cuales objeciones se dirigía la regla psi-
coanalítica fundamental, eran manifestaciones de tal
resistencia. Del estudio de los fenómenos de la resis-
tencia, resultó uno de los pilares maestros de la teoría
psicoanalítica de las neurosis: la teoría de la re-
presión. No era difícil suponer que las miemas
fuerzas que ahora se oponían a que el material pató-
geno se hiciera consciente habían exteriorizado en su
día, con pleno éxito, igual tendencia. De este modo,
quedaba ya cegada una laguna en la etiología de los— 244 一
S.
E N 5 4 Y o S
síntomas neuróticos. Las impresiones y los impulsos
anímicos, de los que ahora eran sustitución los sínto-
mas, no habían sido olvidados sin fundamento algu-
no o, segån la tesis de Janet, a consecuencia de una
incapacidad constitucional para la síntesis, sino que
habían sufrido, por la influencia de otras fuerzas aní-
micas, una represión, cuyo resultado y cuya señal
eran precisamente su apartamiento de la conciencia
y su exclusión de la memoria. Sólo a consecuencia de
esta represión se habían hecho patógenos, esto es, se
habían creado, por caminos inhabituales, una expre-
sión como síntomas.Como motivo de la represión, y con ello como
causa de toda enfermedad neurótica, habíamos de
considerar el conflicto entre dos grupos de tendencias
anímicas. Y entonces, la experiencia nos enseñô algo
tan nuevo como sorprendente sobre la naturaleza de
las fuerzas en pugna. La represión partía, regular-
mente, de la personalidad consciente (el yo) del en-
iermo y dependía de motivos éticos y estéticos; a la
represión sucumbían impulsos de egoismo y cruel-
dad, que, en general, podemos considerar malos,
pero, sobre todo, impulsos optativos sexuales, mu-
chas veces de naturaleza repulsiva e ilícita. Así, pues,
los síntomas patológicos eran un sustitutivo de satis-
facciones prohibidas, y la enfermedad parecía co-
rresponder a una doma incompleta de lo inmoral que
el hombre integra.El progreso de nuestros conocimientos nos reveló
cada vez más claramente, qué magno papel desem-
pefian en la vida anímica los impulsos optativos se-
xuales y nos procuró ocasión de estudiar penetrante-
mente la naturaleza y la evolución del instinto sexual.ー cA⑧
S.
SEE у 0 Foi SA FORE り ©
(Tres aportaciones a una teoria sexual. 1905) (1).
Pero llegamos también a otro distinto resultado, pu- |
ramente empírico, al descubrir que las vivencias y los
- conflictos de los primeros años infantiles desempeñan
un papel insospechadamente importante en la evo-
lución del individuo y dejan tras de sí disposiciones
imborrables, para la edad adulta. De este modo, lle-
gamos a descubrir algo que hasta entonces había sido
totalmente inadvertido por la ciencia, la s e x u a -
lidad infantil, la cual se manifiesta, desde
la más tierna edad, tanto en reacciones somáticas
como en actitudes anímicas. Para armonizar esta
sexualidad infantil con la llamada normal del adulto
y con la vida sexual anormal de los perversos, hubo
necesidad de hacer experimentar al concepto mismo
de lo sexual una ampliación que pudo ser justificada
por la historia de la evolución del instinto sexual.A partir de la sustitución del hipnotismo por la téc-
nica de la asociación libre, el procedimiento catártico
de Breuer quedó transformado en la psicoanálisis, la
cual fuí yo sólo en practicar y desarrollar durante
más de un decenio. La psicoanálisis fué adueñándose
paulatinamente, en este intervalo, de una teoría que
parecía procurar información suficiente sobre la géne-
sis, el sentido y la intención de los síntomas neuróti-
cos y un fundamento racional para el esfuerzo médi-
co encaminado a la supresión de la enfermedad.
Reuniré de nuevo los factores que constituyen el
contenido de tal teoría. Tales factores son: la acen-
tuación de la vida instintiva (afectividad), del dina-
mismo anímico y de la plenitud de sentido y determi-
nación incluso de los fenómenos psíquicos aparente-(1) Cf. el tomo II de esta edición castellana.
: — 246 —EN
יי
^ uto ioi ics
+
DİYE NESSA TEN
S.
E N 5 4 Y o 5
mente mas obscuros y arbitrarios, la. doctrina del
conflicto psíquico y de la naturaleza patógena de la
represión, la concepción de los síntomas patológicos
como satisfacciones sustitutivas y el descubrimiento
de la significación etiológica de la vida sexual y muy
especialmente de los brotes infantiles de la misma.
En sentido filosófico, esta teoría tuvo que adoptar el
punto de vista de que lo psíquico no coincide con lo
consciente, y que los procesos psíquicos son, en sí,
inconscientes y sólo por la función de ciertos órganos
(instancias, sistemas) son hechos conscientes. Como
complemento de esta enumeración, añadiré que entre
las actitudes afectivas de la infancia resaltaba la com-
plicada relación afectiva del sujeto infantil con sus
padres, el llamado complejo de Edipo,
en el cual se descubría, cada vez más patentemente,
el nódulo de todo caso de neurosis, y que en la con-
ducta del analizado con respecto al médico se singu-
larizaban ciertos fenómenos de transferen-
cia afectiva que adquirieron tanta importan-
cia para la teoría como para la técnica.La teoría psicoanalítica de las neurosis contenía ya
en esta estructura muchos elementos opuestos a opi-
niones e inclinaciones dominantes y que hubieron de
despertar, en los sectores lejanos al nuestro, extra-
ñeza, disgusto e incredulidad. Tales fueron nuestra
actitud ante el problema de lo inconsciente, el reco-
nocimiento de la sexualidad infantil y la acentuación
del factor sexual en la vida anímica en general; pero
aún habían de añadirse a ellos otros más.ー ③④⑦ 一
S.
III
‘Para medio comprender cómo, en una muchacha
_ histérica, un deseo sexual prohibido podía transfor-
marse en un síntoma doloroso, habíamos tenido que
construir penetrantes y complicadas hipótesis sobre
la estructura y la función del aparato anímico. Lo
cual constituía una franca contradicción entre el es-fuerzo y el resultado. Si las circunstancias afirmadas
por la psicoanálisis existían realmente, habían de serde naturaleza fundamental y tenían que poderse ma- _
nifestar también en fenómenos distintos de los histé-
Ticos. Pero si así sucedía en efecto, la psicoanálisis ce-
saba ya de interesar exclusivamente a los neurólo-
gos y podía aspirar a la atención de todos aquellos
para quienes supusiera algo la investigación psicoló-
gica. Sus resultados no atañían ya tan sólo al sectorde la vida anímica patológica, sino también al de la
función normal, para cuya comprensión habían de
ser imprescindibles.La prueba de su utilidad para la explicación de 'a
actividad psíquica no patológica la consiguió muy
pronto la psicoanálisis con su aplicación a dos ór-
denes de fenómenos: a los frecuentísimos y cotidia-
nos actos fallidos, tales como los olvidos y
las equivocaciones orales y escritas, etc., y a los
sueños de los hombres sanos y psíquicamente
normales. Los pequeños actos fallidos, como el olvido
temporal de nombres propios archiconocidos por el
sujeto, las equivocaciones orales y escritas y otros
análogos, no habían sido objeto hasta entonces de
explicación ninguna o eran simplemente atribuídos— 948 —
S.
E N 5 4 Y o 5
a estados de fatiga o desviación de la atención. En
nuestra «Psicopatología de la vida cotidiana» )1001-
1904) (1) demostramos nosotros, con múltiples ejem-
plos, que tales sucesos tenían un sentido y nacian a
consecuencia de la perturbación de una intención
consciente por otra, retenida y a veces directamente
inconsciente. Casi siempre basta una rápida reflexión
o un breve análisis para descubrir la influencia per-
turbadora. Dada la frecuencia de estos actos fallidos,
tales como las equivocaciones orales, cualquiera pue-
de extraer de sí propio la convicción de la existencia
de procesos anímicos que, no siendo conscientes, son
sin embargo eficaces y se procuran una exterioriza-
ción por lo menos como inhibiciones y modificacio-
nes de otros actos intencionales.Más allá nos condujo aún el análisis de los sueños,
cuyos resultados publicamos en nuestra «Interpreta-
ción de los sueños», aparecida en 1900 (2). De este
análisis resultaba que el sueño compartía la estructu-
ra de los síntomas neuróticos. Puede aparecer, como
éstos, extraño y falto de sentido; pero si lo investiga-
mos con auxilio de una cierta técnica, muy semejante
a la de la asociación libre usada en psicoanálisis, lle-gamos, desdesu contenido manifiesto,
a un sentido secreto del sueño, o sea a lasideas
latentes del mismo. Este sentido latente es siem-
pre un impulso optativo, que es representado como
cumplido en el presente. Pero, salvo en los niños pe-
queños o bajo la presión de necesidades somáticas
imperativas, este deseo secreto no puede ser jamás
expresado en forma reconocible. Tiene que someter-(x) Cf. el tomo I de esta edición castellana.
(2) Cf. los tomos VI y VII de esta edición castellana.ー ⑧④⑧ 一
S.
P R 0 FA S t F R E U D
se antes a una deformación que es obra de
fuerzas restrictivas y censoras dadas en el yo del su-
jeto. De este modo nace el suefio manifiesto, tal como
es recordado al despertar, deformado, hasta resultar
irreconocible, por las conversiones a la censura oní-
rica, pero que el análisis puede desenmascarar y re-
velar como expresión de una satisfacción o del cum-
plimiento de un deseo, como una transacción entre
dos grupos de tendencias anímicas en pugna, idén-
ticamente a como descubrimos que sucedía en el sín-
toma histérico. La fórmula según la cual el sueño es
una satisfacción (disfrazada) de un deseo (reprimi-
do) es la que mejor y más fundamentalmente define
la esencia del suefío. El estudio de aquel proceso que
transforma el deseo onírico latente en el contenido
manifiesto del suefio (la elaboración onírica) nos ha
procurado lo mejor que sobre la vida anímica incons-
ciente sabemos.Ahora bien : el sueño no es un síntoma patológico,
sino una función de la vida psíquica normal. Los
deseos cuyo cumplimiento presenta son los mismos
que en la neurosis sucumben a la represión. El suefio
debe la posibilidad de su génesis simplemente a la cir-
cunstancia favorable de que durante el estado de re-
poso, que paraliza la motilidad del hombre, la repre-
sión se debilita, convirtiéndose en la censura onírica.
Pero cuando la formación del suefio traspasa ciertas
fronteras, el sujeto le pone fin y despierta sobresal-
tado. Se demuestra, pues, que en la vida psíquica
normal existen las mismas fuerzas, y las mismas re-
laciones entre ellas, que en la patológica. A partir de
la interpretación de los suefios, reunió la psicoanáli-
sis una doble significación: no era ya sólo una nueva
terapia de las neurosis, sino también una nueva psi-— 250 —
S.
E N 5 4 x o s
cologia; aspiraba a ser tenida en cuenta, no sélo por
los neurdlogos, sino por todos los hombres consagra-
dos a las ciencias del espiritu.Pero la acogida que encontré en el mundo cienti-
fico no fuć nada amistosa. Durante cerca de diez |
afios, nadie se ocup⑥ de mis trabajos. Hacia 1907, un
grupo de psiquiatras suizos (Bleuler y Jung, de Zu-
rich), orient⑥ la atencién hacia la psicoanålisis y, en
el acto, estallö, en Alemania sobre todo, una tempes-
tad de indignaciôn que, por cierto, no seleccion⑥ en
modo alguno sus medios y argumentos. La psicoanä-
lisis comparti6 asi el destino de tantas otras noveda-
des que luego, al cabo de cierto tiempo, han encon-
trado aceptación general. De todos modos, corres-
pondfa a su esencia despertar contradicciôn intensi-
sima. Heria los prejuicios de la humanidad civilizada
en varios puntos, particularmente sensibles, sometía
en cierto modo a todos los hombres a la reacción
analítica, descubriendo lo que un convenio general
había reprimido y rechazado a lo inconsciente, y
obligaba así a nuestros contemporáneos á conducirse
como enfermos, los cuales manifiestan especialmente,
en el curso del tratamiento analítico, todas sus resis-
tencias. Pero también es fuerza reconocer que no era
fácil adquirir la convicción de la exactitud de las doc-
trinas analíticas ni ser iniciado en el ejercicio del
análisis,Sin embargo, la hostilidad general no pudo impedir
que, en el curso de los diez años siguientes, la psi-
coanálisis se extendiera sin tregua en dos sentidos:
sobre el mapa, siendo cada vez más las naciones en
las que emergía el interés por la psicoanálisis, y en el
terreno de las ciencias del espíritu, hallando aplica-
ción a nuevas disciplinas. En 1909, G. Stanley Hall,RET -
S.
P R 0 Fi に ⑳ РЕК E U D
director de la Clark University de Worcester (Massa-
chussets, Estados Unidos), nos invitö, a Jung y a
mi, a dar en dicho Centro una serie de conferencias
sobre psicoanálisis, las cuales fueron amablemente
acogidas. Desde entonces, la psicoanålisis se ha hecho
popular en Norteamérica, aunque precisamente en tal
pafs se encubra con su nombre algün abuso. Ya
en 1011 pudo comprobar Havelock Ellis que la psi-
coanålisis era practicada, no sélo en Austria y Suiza,
sino también en los Estados Unidos, Inglaterra, In-
dia, Canadá y Australia.En este período de lucha y primera floración, na-
cieron también los órganos literarios consagrados
exclusivamente a la psicoanálisis. Tales fueron el
«Jahrbuch fir psychoanalytische und psychopatho-
logische Forschungen», editado por Bleuler y por mi
y dirigido por Jung (1909-1914), que ces6 de publi-
carse al estallar la guerra, la «Zentralblatt fiir Psy-
choanalyse» (1911), redactada por Adler y Stekel,
que se convirti⑥ luego en la «Internationale Zeits-
chrift für Psychoanalyse» (1913) y cuya publicacién
continúa regularmente, y la revista «Imago» funda-
da en 1912 por Rank y Sachs y dedicada a la aplica-
ción de la psicoanálisis a las ciencias del espíritu. El -
interés de los médicos anglo-americanos, se manifes-
tó en 1913 con la fundación, por White y Jellife, de
la «Psychoanalytic Review», subsistente aún. Más
tarde, en 1920, nació el «International Journal of
Psycho-Analysis», redactado por E. Jones y dedica-
do especialmente a Inglaterra. La editorial «Interna-
tionaler Psychoanalytischer Verlag» y su rama ingle-
sa (la I. PsA. Press) lanzan una serie continua de pu-
blicaciones. Naturalmente, la literatura psicoanalí-
tica no ha de buscarse exclusivamente en estas pu-~~ 252 一
S.
E N 5 ズ デ 0 ⑤
blicaciones peri⑥dicas, sostenidas en su mayorfa por
sociedades psicoanaliticas, sino también en una mul-
titud de lugares dispersos y tanto en producciones
cientificas como literarias. Entre las revistas de len-
gua románica que dedican especial atención a la |
psicoanålisis, debemos mencionar la «Revista de Psi-
quiatría», dirigida por 11. Delgado, de Lima (Perú).La diferencia esencial entre esta década de la psi-
coanálisis y la anterior consistió en no ser ya yo su
unico representante. En torno mío iba formándose
un círculo de discípulos y adeptos, cada vez más nu-
trido, cuya labor se dedicó primero a la difusión de
las teorías psicoanalíticas y las continuó, completó y
profundizó luego. Varios de estos adeptos se separa-
ron, después, de nosotros, como era inevitable, en el
transcurso de los años, tomando caminos propios o
pasándose a una oposición que parecía amenazar ia
continuidad de la evolución de la psicoanálisis. En-
tre IQII y 1913 fueron C. G. Jung, en Zurich, y
Adler, en Viena, los que, con sus tentativas de inter-
pretación particular de los hechos analíticos y sus ten-
dencias a la desviación de los puntos de vista del aná-
lisis, provocaron una cierta conmoción, pero no tardó
en demostrarse que tales secesiones no habían causa-
do daños duraderos. Su éxito pasajero se explicaba
fácilmente por la disposición de la masa a dejarse
libertar del peso de las exigencias psicoanaliticas,
cualquiera que fuese el camino que para ello se la
ofreciera. La mayoría de mis colaboradores se man-
tuvo firme y prosiguió la labor siguiendo las líneas
directivas marcadas. En la siguiente exposición, muy
abreviada, de los resultados de la psicoanálisis en los
diversos sectores de su aplicación, encontraremos re-
petidamente sus nombres.ー 958 -—
S.
IV
La ruidosa repulsa que la psicoanälisis sufriô por
parte del mundo médico, no ha sido bastante para
impedir a sus adeptos desarrollarla ante todo, confor-
me a su propésito inicial, en una patologia
especial y una especial tera pia de las neu-
rosis, labor aún no totalmente acabada hoy.
Los innegables éxitos terapéuticos, que rebasaban
considerablemente lo hasta entonces logrado, estimu-
laban a nuevos esfuerzos, y las dificultades que sur-
gían al penetrar más profundamente en la materia
motivaron hondas modificaciones de la técnica ana-
lítica e importantes modificaciones de las hipótesis
de la teoría.En el curso de esta evolución, la técnica de la
psicoanálisis se ha hecho tan determinada y tan ardua
como la de cualquier otra especialidad médica. Por
desconocimiento de este hecho se peca gravemente,
en Inglaterra y Norteamérica sobre todo, por cuanto
personas que han adquirido por medio de la lectura
un mero conocimiento literario de la psicoanálisis, se
creen ya capacitadas para emprender tratamientos
analíticos sin someterse antes a una iniciación prác-
tica suficiente. Los resultados de una tal conducta
son nefastos, tanto para la ciencia como para los pa-
cientes, y han contribuído mucho al descrédito de la
psicoanálisis. La fundación de la primera policlínica
psicoanalítica (por el doctor M. Eitingon, de Ber-
lin, en 1920), ha constituído así un paso de alta im-
portancia práctica. Esta institución se esfuerza, por
un lado, en hacer accesible la terapia analítica a sec-— 254 —
alae ה
S.
E N 5 4 Y a. 5
tores més amplios y, por otro, se encarga de iniciar a
los médicos en la pråctica del anålisis mediante un
curso preparatorio que integra la condicién de que el
candidato se someta por sf mismo a una psicoanålisis.Entre los conceptos auxiliares que hacen posible al
médico el dominio del material analitico, hemos de
mencionar, en primer término, el de la «libido». Libi-
do significa en psicoanålisis primeramente la ener-
gía (concebida como cuantitativamente variable y
mensurable) de los instintos sexuales orientados hacia
el objeto (en el sentido ampliado por la teoria anali-
tica). Del estudio subsiguiente resultó la necesidad
de yuxtaponer a esta «libido del objeto»
una «libido narcisista olibido del
y 0 » y los efectos recíprocos de estas dos fuerzas han
permitido explicar multitud de procesos de la vida
psíquica, tanto normales como patológicos. No tardó
en establecer la diferenciación general entre las lla-
madas «neurosis de transferencia»
y las afecciones narcisistas, siendo las primeras (his-
teria y neurosis obsesiva) los objetos propiamente
dichos de la terapia psicoanalítica, mientras que las
otras, las neurosis narcisistas, aunque permiten la in-
vestigación con ayuda del análisis, oponen dificulta-
des fundamentales a una influenciación terapéutica.
Es cierto que la teoría psicoanalítica de la libido no
está aún acabada ni aclarada aún su relación con una
teoría general de los instintos—la psicoanálisis es una
ciencia muy joven, incompleta, en vías de rápida
evolución—, pero sí podemos acentuar ya desde lue-
go, cuán erróneo es el reproche de pansexualismo que
tan frecuentemente le es opuesto. Tal reproche pre-
tende que la teoría psicoanalítica no conoce energías
instintivas psíquicas distintas de las sexuales, y utili-— 255 —
S.
ア R り c Sa ERE U D
za asi, en su beneficio, prejuicios comunes, emplean-
do el término «sexual» no en su sentido analitico, sino- en un sentido vulgar.
La concepciôn psicoanalitica tuvo que contar entre
las afecciones narcisistas también aquellas dolencias
que la psiquiatría llama apsicosis funcionales». No
cabía duda de que las neurosis y las psicosis no esta-
ban separadas por límites precisos, como tampoco la
salud y la neurosis, y era inmediato aplicar a la ex-
plicación de los tan enigmáticos fenómenos psicóticos
los conocimientos adquiridos en el estudio de las
neurosis, igualmente impenetrables hasta entonces.
Ya en mi período de aislamiento había yo consegui-
do hacer comprensible, por medio de la investigación
psicoanalítica, un caso de paranoia, y demostrar en
dicha inequívoca psicosis los mismos contenidos
(complejos) que en las neurosis simples y un dina-
mismo análogo. E. Bleuler ha perseguido en un gran
número de psicosis los indicios de aquello que califica
de «mecanismos freudianos», y C. G. Jung conquis-
tó, de una vez, gran consideración como analítico,
cuando, en Igor, explicó los enigmáticos síntomas
emergentes en los desenlaces de la dementia
precox por la historia individual de tales enfer-
mos. El amplio estudio de la esquizofrenia, que Bleu-
ler llevó a cabo (1911) ha mostrado, de un modo pro-
bablemente definitivo, la exactitud de los puntos de
vista psicoanalíticos para la concepción de estas psi-
cosis.De este modo, ha sido y sigue siendo la psiquiatria
el primer sector de aplicación de la psicoanálisis. Los
mismos investigadores que más han laborado para
profundizar el conocimiento analítico de las neuro-
sis—K. Abraham, de Berlín y S. Ferenczi, de Buda-ー —
S.
E N 5 4 Y o 5
pest, para no citar sino los más. sobresalientes—han
sido también los que més han contribuido a la acla-
raciôn analitica de las psicosis. La convicciôn de la
unidad y homogeneidad de todas las perturbaciones
que se nos muestran como fenémenos neuréticos y
psicôticos va imponiéndose cada vez mâs, a pesar de
la resistencia de los psiquiatras. Se empieza a com-
prender—en América, mejor quizå que en ningûn
otro lado—que sólo el estudio psicoanalítico de las
neurosis puede procurar la preparación necesaria
para una comprensión de la psicosis, y que la psicoa-
rålisis está llamada a hacer posible en el porvenir
una psiquiatría científica que no necesitará ya con-
tentarse con la descripción de singulares cuadros de
estados y trayectorias incomprensibles y con la per-
secución de la influencia de traumas meramente ana-
tómicos y tóxicos sobre el aparato anímico, inaccesi-
ble a nuestro conocimiento.\
Pero, con sélo su significacién para la psiquiatria,
la psicoanálisis no hubiera atraído jamás la atención
del mundo intelectual, ni conquistado un puesto en
the History of our times. Esta acción
partió de la relación de la psicoanálisis con la vida
animica normal, no con la patológica. Originalmente,
la investigación analítica se proponía tan sólo funda-
mentar la génesis de algunos estados psiquicos pato-
lógicos; pero, en esta labor, llegó a descubrir relacio-
nes de importancia fundamental y a crear una nueva
psicología, teniendo, por lo tanto, que decirse que la— 257 — 17
S.
NRK EO > を FYR BO. UE
validez de tales descubrimientos no podia limitarse al
terreno de la patologia. Sabemos ya cuåndo fué con-
seguida la demostraciôn definitiva de la exactitud de
esta conclusiôn. Fué cuando la técnica analitica logr6
la interpretaciôn de los sueños, los cuales pertenecen
a la vida psiquica de los normales y constituyen, sin
embargo, productos propiamente patológicos, que
pueden nacer regularmente bajo las condiciones de la
salud.Si se mantenían los atisbos psicológicos conquista-
dos por medio del estudio de los sueños, no quedaba
ya más que un paso para proclamar a la psicoanáli-
sis como doctrina de los procesos psíquicos más pro-
fundos, no accesibles directamente a la conciencia,
como «psicología abisal», y poderla aplicar a casi
todas las conciencias del espíritu. Tal paso consistió
en la transición desde la actividad psíquica del indi-
viduo a las funciones psíquicas de comunidades hu-
manas y pueblos, esto es, desde la psicología indivi-
dual a la psicología colectiva, y había muchas sor-
prendentes analogías que aconsejaban darlo. Así, se
había averiguado que en los estratos profundos de ‘а
actividad mental inconsciente, los elementos antitéti-
cos no se diferencian unos de otros sino que son ex-
presados por un mismo elemento. El filológo K. Abel,
había séntado ya en 1884 la afirmación de que los
idiomas más antiguos que conocemos trataban del
mismo modo las antítesis. El antiguo egipcio, por
ejemplo, no tenía al principio más que una palabra
para «fuerte» y «débil», y sólo más tarde diferenció
los dos términos antitéticos por medio de ligeras mo-
dificaciones. Todavía en los idiomas modernos es po-
sible hallar claros resíduos de tal sentido contradicto-
rio. Así, la palabra alemana «Boden» significa tanto— 958 一
S.
Е N 5 4 Y o 5
la parte más alta como la más baja de la casa; y en
latin, «altus» es tanto alto como profundo. Vemos,
pues, que la equiparacién de lo antitético en el suefio
es un rasgo arcåico general del pensamiento humano.Consideremos otro ejemplo perteneciente a un dis-
tinto sector: es imposible sustraerse a la impresión de
coincidencia que descubrimos entre los actos obsesi-
vos de algunos enfermos y las prácticas de los creyen-
tes del mundo entero. Algunos casos de neurosis obse-
siva parecen manifestaciones de una religión privada
y caricatural, de manera que podemos comparar las
religiones oficiales con una neurosis obsesiva mitigada
por su generalidad. Esta comparación, altamente in-
dignante, desde luego, para todos los creyentes, ha
sido muy fructífera desde el punto de vista psicológi-
co. Pues en cuanto a la neurosis obsesiva, la psicoa-
nálisis ha descubierto pronto qué fuerzas pugnan en-
tre sí hasta que sus conflictos llegan a crearse una ex-
presión singular en el ceremonial de los actos obse-
sivos. Nada semejante había sido sospechado del ce-
remonial religioso, hasta que, con la referencia del
sentimiento religioso a la relación con el padre, como
su más profunda raíz, se consiguió señalar también
en este sector análoga situación dinámica. Este ejem-
plo puede también advertir al lector, que la aplica-
ción de la psicoanálisis a sectores no médicos no pue-
de tampoco por menos de herir prejuicios muy esti-
mados, rozar susceptibilidades de muy hondo arraigo
y despertar así hostilidades que tienen una base esen-
cialmente afectiva.Si podemos aceptar como generalmente dadas las
relaciones más generales de la vida anímica incons-
ciente (los conflictos de los impulsos instintivos, las
represiones y las satisfacciones sustitutivas) y si hay— 259 —
S.
2 R = EU S ぇ PIR E U xD
una psicologia abisal que conduzca al conocimiento
de tales relaciones, es de esperar que la aplicacićn de
la psicoanálisis a los más diversos sectores de la acti-
vidad intelectual humana consiga por doquiera resul-
tados importantisimos e inalcanzables hasta ahora.
En un estudio muy rico en contenido, Otto Rank y
H. Sachs, se han esforzado en determinar en qué me-
dida ha cumplido tales esperanzas la labor de los psi-
coanaliticos hasta 1915. La falta de espacio me impi-
de intentar aqui un complemento de dicha enumera-
ciôn. Sélo puedo hacer resaltar el resultado mas im-
portante y exponer, con ocasiôn del mismo, algunos
detalles.Si prescindimos de los impulsos internos poco cono-
cidos, podemos decir que el motor capital de la evolu-
ciôn cultural del hombre ha sido la necesidad real ex-
terior, que le negaba la satisfacciôn cémoda de sus
necesidades naturales y le abandonaba a magnos pe-
hgros. Esta negaciön exterior le oblig6 a la lucha con
la realidad, lucha cuyo desenlace fué en parte una
adaptaci6n y en parte un dominio de la misma, pero
también la colaboracién y la convivencia con sus se-
mejantes, a lo cual se enlaz6 ya una renuncia a varios
impulsos instintivos que no podían ser satisfechos so-
cialmente. Con los progresos siguientes de la cultura,
crecieron también las exigencias de la represión. La
civilización se basa, en general, en la renuncia de los
①nstintos, y cada individuo tiene que repetir personal-
mente, en su camino desde la infancia a la madurez,
esta evolución de la Humanidad hasta la resignación
razonable. La psicoanálisis ha mostrado que son, pre-
dominantemente, si no exclusivamente, impulsos ins-
tintivos sexuales, los que sucumben a esta represión
cultural. Parte de ellos integra la valiosa cualidadー ⑨⑥0 —
S.
E N 5 4 ぎ り =
de poder ser desviados de sus fines más préximos y
ofrecer asi su energia, como tendencias «sublimadas»,
a la evolución cultural. Pero otra parte pervive en lo
inconsciente en calidad de impulsos optativos insatis-
fechos y tiende a lograr una satisfacción cualquiera,
aunque sea deformada.Hemos visto que un trozo de la actividad mental
humana está dedicada al dominio del mundo exterior
real. A esto añade la psicoanálisis que otra parte, sin-
gularmente estimada, de la creación psiquica se halla
consagrada al cumplimiento de deseos, a la satisfac-
ción sustitutiva de aquellos deseos reprimidos que
desde los años infantiles viven insatisfechos en el
alma de cada cual. A estas creaciones, cuya conexión
con un inconsciente inaprehensible fué siempre sos-
pechada, pertenecen los mitos, la poesía y el arte, y
la labor de los psicoanalíticos ha arrojado realmente
viva luz sobre los dominios de la mitología, la litera-
tura y la psicología del artista.Tal ha sido principalmente la obra meritoria de
Otto Rank. Se ha mostrado que los mitos y las fá-
bulas son, como los sueños, susceptibles de interpre-
tación, se han seguido los intrincados caminos que
conducen desde el impulso del deseo inconsciente has-
ta la realización en la obra de arte, se ha aprendido
2 comprender la acción afectiva de la obra de arte
sobre el sujeto receptor, se ha explicado la afinidad
interior del artista con el neurótico, y sus diferencias,
v se ha indicado la relación entre su disposición, sus
vivencias casuales y su obra. La valoración de las
dotes artísticas de la obra de arte y la explicación
de las dotes artísticas, son problemas ajenos a la psi-
coanálisis. Más parece que la psicoanálisis está en si-— 961 —
S.
KESE Üy Sr FIM E us В
tuaciôn de decir la palabra decisiva en todos los pro-
blemas relativos a la vida imaginativa del hombre.Pero ademås, la psicoanålisis nos ha descubierto,
para nuestro asombro, cuan ingente papel desempe-
fia en la vida animica del hombre, el llamado comple-
jo de Edipo, esto es, la relaciôn afectiva del nifio con
sus padres. Tal asombro se mitiga cuando averigua-
mos que el complejo de Edipo es la correlaciôn psi-
quica de dos hechos biológicos fundamentales, de la
prolongada dependencia infantil de los hombres y de
la forma singular en que su vida sexual alcanza, en-
tre los tres y los cinco años, una primera culminación,
pasando luego por un período de latencia y renován-
dose al iniciarse la pubertad. Ulteriormente, se nos
reveló que un tercer trozo, altamente serio, de la ac-
tividad mental humana, aquél que ha creado las mag-
nas instituciones de la religión, el derecho, la ética y
todas las formas estatales, apunta en el fondo a facili-
tar al individuo el vencimiento de su complejo de
Edipo y a derivar su libido, desde sus vinculaciones
infantiles, a las vinculaciones sociales definitivamente
deseables. Las aplicaciones de la psicoanálisis a la
ciencia de las religiones y a la sociología (Freud,
Th. Reik y O. Pfister), que han conducido a este re-
sultado, son aún muy jóvenes e insuficientemente es-
timadas, pero es indudable que estudios ulteriores ra-
tificarán la exactitud de sus conclusiones.Como apéndice, he de citar aún que la pedagogía
no podrá omitir el aprovechamiento de las indicacio-
nes que la suministra la investigación analítica de la
vida infantil. Y que entre los terapeutas ha habido
quienes han declarado que la psicoanálisis ofrece nue-
vas posibilidades para el tratamiento de graves do-
lencias orgánicas, ya que en muchas de estas afeccio-ー ②⑥⑧ 一
S.
E N 5 4 ぎ о 5
nes colabora también un factor psiquico sobre el cual
es posible lograr influjo (Groddeck, Jellife).Podemos, pues, abrigar la esperanza de que la psi-
coanálisis, cuya evolución y rendimientos hasta el
momento actual acabamos de exponer en breves sín-
tesis, entrará, como un importante fermento, en la
evolución cultural de los próximos decenios y ayuda-
rå a profundizar nuestra comprensión del mundo y
a rechazar muchas cosas reconocidamente nocivas.
Pero no debe olvidarse que por sí sola no puede pro-
curar una imagen completa del mundo. Si se acepta
la diferenciación por mí propuesta poco ha, que di-
vide el aparato anímico en un y о vuelto hacia el
exterior y dotado de conciencia y un ello incons-
ciente, dominado por sus necesidades instintivas, ‘a
psicoanálisis deberá ser considerada como una psico-
logía del ello (y de su acción sobre el yo). Puede,
pues, procurar, en todo sector científico, aportaciones
complementarias de las de la psicología del yo. Si
estas aportaciones contienen con frecuencia precisa-
mente lo más importante de un estado de hechos, ello
corresponde tan sólo a la importancia que para nues-
tra vida integra lo inconsciente psíquico, que tanto
tiempo ha permanecido ignorado.— 268 —
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