La iniciación del tratamiento 1913-003/1930.es
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    La iniciaciôn del tratamiento

    - 1913

    Si intentamos aprender en los libros el noble juego del
    ajedrez, no tardaremos en advertir, que sólo las aperturas
    y los finales pueden ser objeto de una exposición sistemá-
    tica exhaustiva, a la que se substrae, en cambio, totalmen-
    te, la infinita variedad de las jugadas siguientes a la aper-
    tura. Sólo el estudio de partidas celebradas entre maestros
    del ajedrez puede cegar esta laguna. Pues bien; las reglas
    que podemos sefialar para la práctica del tratamiento psi-
    coanalítico están sujetas a idéntica limitación.

    En el presente trabajo me propongo reunir algunas de _
    estas reglas para uso del analítico práctico, en la iniciación
    del tratamiento. Entre ellas, hay algunas que pueden pa-
    recer insignificantes y quizá lo sean. En su disculpa, he de
    alegar que se trata de reglas de juego, que han de extraer
    su significación de la totalidad del plan. Pero, además, las
    presento tan sólo como simples «consejos», sin exigir es-
    trictamente su observancia. La extraordinaria diversidad
    de las constelaciones psíquicas dadas, la plasticidad de to- |
    dos los procesos psíquicos y la riqueza de los factores que
    hemos de determinar, se oponen también a una mecaniza-
    ción de la técnica y permiten que un procedimiento gene-
    ralmente justificado, no produzca, en ocasiones, resultado
    positivo alguno, o inversamente, que un método defec-
    tuoso logre el fin deseado. De todos modos, estas circuns-
    tancias no impiden sefíalar al médico normas generales de
    conducta.

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    Ya en otro lugar (1) hemos consignado toda una serie
    de indicaciones ‘relativas a la selecciôn de los enfermos
    para el tratamiento analitico. No habré, pues, de repetirlas
    aqui y sólo haré constar que en el intervalo, han sido ple-
    namente aceptadas por otros psicoanalíticos. Pero sí aña-
    diré, que ulteriormente he tomado la costumbre de adver-
    tir a aquellos enfermos sobre los cuales poseo pocos da-
    tos, que, en principio, sólo provisionalmente y por una o
    dos semanas, puedo encargarme de ellos, y de este modo,
    cuando me veo obligado a interrumpir el análisis, por
    estar contraindicado, ahorro al enfermo la penosa impre-
    sión de una tentativa de curación fracasada, pues conside-
    ra lo hecho como un mero sondeo realizado para llegar a
    conocer el caso y decidir si le es o no aplicable la psico-
    análisis. Es éste el único medio de prueba de que dispone-
    mos y no conseguiríamos nada intentando sustituirlo por
    una serie de interrogatorios, que además nos llevarían el
    mismo tiempo o quizá más. Pero a la par que un ensayo
    previo, constituye la iniciación del análisis y ha de seguir,
    por lo tanto, sus mismas normas. Sólo podremos diferen-
    ciarlo algo del análisis propiamente dicho, dejando hablar
    preferentemente al enfermo y no suministrándole más ex-
    plicaciones que las estrictamente indispensables para la
    continuación de su relato.

    Esta iniciación del tratamiento con un período de prue-
    ba, de algunas semanas, tiene además una motivación
    diagnóstica. Muchas veces, al encontrarnos ante una neu-
    rosis con síntomas histéricos u obsesivos, no muy acen-
    tuada y relativamente reciente, esto es, ante una de aque-
    llas formas de neurosis que consideramos más apropiadas
    para el tratamiento analítico, tenemos que preguntarnos,
    sin embargo, si no se tratará de un caso inicial de una de-

    (1) Véase el ensayo titulado «Sobre psicoterapia» en este mis-
    mo volumen.

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    PROF.5.PPEUD

    mencia precoz (esquizofrenia, según Bleuler o parafrenia,
    según mi propuesta), que al cabo de más o menos tiempo,
    mostrará francamente todo el cuadro sintomático de esta
    afección. A mi juicio, la decisión no es en estos casos,
    nada fácil. Sé que hay psiquiatras que rara vez vacilan en
    este diagnóstico diferencial, pero también estoy convenci-
    do de que se equivocan tan a menudo como los demás.
    Pero los errores de este género son mucho más fatales
    para el psicoanalítico que para el psiquiatra clínico, pues en
    ninguno de los dos casos posibles emprende éste nada
    decisivo; se expone solamente al peligro de cometer un
    error teórico y su diagnóstico no tiene más que un interés
    académico. En cambio, si el psicoanalítico yerra en su diag-
    nóstico, incurrirá en una falta de carácter práctico, impon-
    drá al enfermo un esfuerzo inútil y desacreditará su tera-
    pia. Si el enfermo no padece una histeria ni una neurosis
    obsesiva, sino una parafrenia, no podrá mantener el mé-
    dico su promesa de curación, y por lo tanto, deberá poner
    de su parte todo lo posible para evitar un error de diag-
    nóstico. En un tratamiento de ensayo, prolongado algunas
    semanas, puede ya tener ocasión de observar manifesta-
    ciones sospechosas que le determinen a no llevar más
    adelante la tentativa. Desgraciadamente, no puede tampo-
    co afirmarse que un tal ensayo nos facilite siempre un
    diagnóstico seguro; es tan sólo una precaución más (1).
    Las conferencias prolongadas con el enfermo antes de

    (1) Sobre el tema de esta inseguridad diagnóstica, sobre las
    probabilidades de éxito del análisis en las formas leves de parafre-
    nia y sobre el fundamento de la analogia de las dos afecciones de
    referencia, podríamos decir mucho más de lo que nos consienten los
    límites del presente ensayo. Siguiendo el ejemplo de Jung, nos in-
    clinaríamos quizá a oponer la histeria y la neurosis obsesiva, como
    «neurosis de transferencia», alas afecciones parafré-
    nicas, como «neurosis de introversión», si al hacerlo
    así no despojásemos al concepto de «introversión» (de la libido), de
    su único sentido justificado.

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    dar principio al tratamiento analitico, la sumisiön anterior
    de aquél a otro método terapéutico y la existencia de una
    relacion de amistad entre el médico y el enfermo, deter-
    minan ciertas consecuencias desfavorables a las que debe-
    mos estar preparados. Motivan, en efecto, que el enfermo
    se presente ante el médico en una actitud de transferencia
    ya definida, que el médico habrå de ir descubriendo poco
    a poco en lugar de encontrar ocasiôn de observar el creci-
    miento y la constitución de la transferencia desde su prin-
    cipio. El paciente nos lleva, así, durante un cierto tiempo,
    una ventaja que sólo a disgusto le concedemos en la cura.

    Debe desconfiarse siempre de aquellos enfermos que
    nos piden un plazo antes de comenzar la cura. La expe-
    riencia nos ha demostrado que es inútil esperar su retorno
    al expirar la tregua acordada, incluso en aquellos casos en
    los que la motivación del aplazamiento, o sea la racionali-
    zación de su propósito de eludir el tratamiento, parecería
    plenamente justificada para un profano.

    El hecho de que entre el médico y el paciente que va
    a ser sometido al análisis, o entre sus familias respectivas,
    existan relaciones de amistad o conocimiento, suscita tam-
    bién especiales dificultades. El psicoanalítico del que se
    solicita que se encargue del tratamiento de la mujer o el
    hijo de un amigo, puede prepararse a perder aquella amis-
    tad, cualquiera que sea el resultado del análisis. No obs-
    tante, deberá sacrificarse, si no encuentra un sustituto en
    el que pueda confiar.

    Tanto los profanos como aquellos médicos que todavía
    confunden la psicoanálisis con un tratamiento de sugestión,
    suelen atribuir gran importancia a las esperanzas que el
    paciente funde en el nuevo tratamiento. Juzgan que tal o
    cual enfermo no habrá de dar mucho trabajo, por entrañar
    una gran confianza en la psicoanálisis y estar convencido
    de su verdad y su eficacia. En cambio, tal otro suscitará
    graves dificultades, pues se trata de un escéptico que

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    PPOF.F.PPE«D

    niega todo crédito a nuestros métodos y sélo se conven-
    cera cuando experimente en si propio su eficacia. Pero en
    realidad, la actitud del paciente significa muy poco; su con-
    fianza o desconfianza provisional no supone apenas nada,
    comparada con las resistencias internas que mantienen la
    neurosis. La confianza del paciente hace muy agradable
    nuestro primer contacto con él, y le damos, por ella, las
    más rendidas gracias, pero al mismo tiempo, le adverti-
    mos también, que tan favorable disposición se estrellarå
    seguramente contra las primeras dificultades emergentes
    en el tratamiento. Al escéptico, le decimos que el análisis
    no precisa de la confianza del analizado y que, por lo
    tanto, puede mostrarse todo lo desconfiado que le plazca,
    sin que por nuestra parte hayamos de atribuir su actitud a
    un defecto de su capacidad de juicio, pues nos consta que
    no está en situación de poderse formar un juicio seguro
    sobre estas cuestiones; su desconfianza no es sino un sín-
    toma como los demás suyos y no habrá de perturbar, en
    modo alguno, la marcha del tratamiento, siempre que, por
    su parte, se preste él a observar concienzudamente las
    normas del análisis.

    Para las personas conocedoras de la esencia de las
    neurosis no constituirá sorpresa ninguna saber que tam-
    bién los individuos plenamente capacitados para someter
    a otros al análisis, se conducen como cualquier mortal y
    pueden producir resistencias intensísimas en cuanto pasan
    a ser, a su vez, objeto del análisis. Estos casos nos pro-
    curan de nuevo una sensación de la tercera dimensión psí-
    quica y no encontramos nada sorprendente hallar arraiga-
    da la neurosis en estratos psíquicos a los que no ha des-
    cendido la ilustración psicoanalítica.

    Otra de las cuestiones importantes que surgen al iniciar
    un análisis, es la de concertar con el paciente las condicio-
    nes de tiempo y de dinero.

    Por lo que se refiere al tiempo, sigo estrictamente y

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    sin excepciôn alguna, el principio de adscribir a cada pa-
    ciente una hora determinada. Esta hora le pertenece por
    completo, es de su exclusiva propiedad y responde econ6-
    micamente de ella, aunque no la utilice. Semejante condi-
    ciôn, generalmente admitida en nuestra buena sociedad
    cuando se trata de un profesor de música о de idiomas,
    parecerå acaso muy dura en cuanto al médico y hasta in-
    correcta desde el punto de vista profesional. Se alegarån
    quizå las muchas casualidades que pueden impedir al pa-
    ciente acudir a una misma hora todos los dias a casa del
    médico y se pedirå que tengamos en cuenta las numerosas
    enfermedades intercurrentes que pueden inmovilizar al su-
    jeto en el curso de un tratamiento analitico algo prolonga-
    do. Pero a todo ello habré de replicar que no hay la menor
    posibilidad de obrar de otro modo. En cuanto intentåse-
    mos seguir una conducta mas benigna, las faltas de asis-
    tencia «puramente casuales» se multiplicarían de tal modo,
    que perderiamos sin fruto alguno la mayor parte de nues-
    tro tiempo. Por el contrario, manteniendo estrictamente el
    severo criterio indicado, desaparecen por completo los
    obståculos «casuales» que pudieran impedir al enfermo
    acudir algån dia a la consulta y se hacen muy raras las
    enfermedades intercurrentes, resultando así, que sólo muy
    pocas veces llegamos a gozar de un asueto retribuido que
    pudiera avergonzarnos. En cambio, podemos continuar se-
    guidamente nuestro trabajo y eludimos la contrariedad de
    ver interrumpido el análisis en el momento en que prome-
    tía llegar a ser más interesante y provechoso. Unos cuan-
    tos años de practicar la psicoanálisis siguiendo estricta-
    mente este principio de exigir a cada enfermo la retribu-
    ción correspondiente a la hora que se le ha señalado, la
    utilice o no, nos convencen decisivamente de la importan-
    cia de la psicogenia en la vida cotidiana de los hombres,
    de la frecuencia de las «enfermedades escolares» y de la
    inexistencia del azar. En los casos de enfermedad orgáni-

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    PPOP. ⑨ i Fa D ‏מא‎ ද 部 き 助

    ca indubitable, que el interés psiquico no puede, natural-
    mente, excluir, interrumpo el tratamiento y adjudico a otro
    paciente la hora que asi me queda libre, a reserva de con-
    tinuar el tratamiento del primero cuando cesa su enferme-
    dad orgánica y puedo, por mi parte, señalarle otra hora.

    Por lo general, trabajo diariamente con mis enfermos,
    excepción hecha de los domingos y las fiestas muy seña-
    ladas, viéndolos, por lo tanto, seis veces por semana. En
    los casos leves, o cuando se trata de la continuación de
    un tratamiento ya muy avanzado, pueden bastar tres horas
    semanales. Fuera de este caso, la disminución de las se-
    siones de tratamiento resulta tan poco ventajosa para el
    médico como para el enfermo, debiendo rechazarse, desde
    luego, al principio del análisis. Una labor más espaciada
    nos impediría seguir paso a paso la vida actual del pacien-
    te, y la cura correría el peligro de perder su contacto con
    la realidad y desviarse por caminos laterales. De cuando
    en cuando, tropezamos también con algún paciente al que
    hemos de dedicar más de una hora diaria, pues necesita ya
    casi este tiempo para desentumecerse y comenzar a mos-
    trarse comunicativo.

    Al principio del tratamiento suelen también dirigir los
    enfermos al médico una pregunta poco grata: ¿Cuánto ha-
    brá de durar el tratamiento? ¿Qué tiempo necesita usted
    para curarme de mi enfermedad? Cuando previamente le
    hemos propuesto comenzar con un período de ensayo, po-
    demos eludir una respuesta directa a estas interrogacio-
    nes, prometiendo al sujeto, que una vez cumplido tal pe-
    ríodo, nos ha de ser más fácil indicarle la duración aproxi-
    mada de la cura. Contestamos, pues, al enfermo, como
    Esopo al caminante que le preguntaba cuánto tardaría en
    llegar al final de su viaje, esto es, invitándole a echar a
    andar, y le explicamos tal respuesta, alegando que antes
    de poder determinar el tiempo que habrá de emplear en
    llegar a la meta, necesitamos conocer su paso. Con esto

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    TEENFCA. DE LA PSICOANALTSIS

    salvamos las primeras dificultades, pero la comparación
    utilizada no es exacta, pues el neurótico puede cambiar
    frecuentemente de paso y no avanzar sino muy lentamen-
    te a veces. En realidad, resulta imposible fijar de antema-
    no la duración del tratamiento.

    La ignorancia de los enfermos y la insinceridad de los
    médicos se confabulan para exigir de la psicoanálisis los
    más desmedidos rendimientos en un mínimum de tiempo.
    Véase, si no, el siguiente extracto de una carta que me ha
    dirigido, hace pocos días, una señora rusa. Tiene cincuen-
    ta y tres años; viene enferma hace veintitrés, y desde hace
    diez, se halla incapacitada para toda labor algo continuada.
    Los «tratamientos seguidos en diversos sanatorios» no
    han conseguido devolverla a la «vida activa». Espera ob-
    tener la curación por medio de la psicoanálisis, sobre la
    cual la han llamado la atención sus lecturas. Pero su en-
    fermedad ha costado ya tanto dinero a su familia, que no
    podría prolongar su estancia en Viena más allá de dos me-
    ses. Además, tendrá que hacer sus comunicaciones por
    escrito, pues está segura de que el solo hecho de rozar sus
    complejos provocará en ella una explosión o la <hará en-
    mudecer por algún tiempo». En general, no puede espe-
    rarse de nadie que levante con dos dedos una pesada
    mesa como podría levantar un ligero escabel, ni que cons-
    truya una casa de siete pisos en el mismo tiempo que una
    choza, pero cuando se trata de las neurosis, hasta las per-
    sonas más inteligentes olvidan la proporcionalidad nece-
    saria entre el tiempo, el trabajo y el resultado. Todo ello
    no es sino una consecuencia perfectamente comprensible
    de la profunda ignorancia general en cuanto a la etiología
    de las neurosis. Como no se sabe de dónde han venido, se
    supone que un buen día desaparecerán como vinieron.

    Los médicos apoyan este feliz optimismo e incluso los
    más eminentes estiman a veces muy por bajo la gravedad
    de las enfermedades neuróticas. Un colega que me honra

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    PROF.«5.FPEUD

    con su amistad y que después de laborar muchos afios
    bajo distintas premisas cientificas, ha aceptado las de la
    psicoanálisis, me escribía en una ocasión: Lo que necesi-
    tamos es un tratamiento cómodo, breve y ambulatorio de
    las neurosis obsesivas. Como no podía satisfacerle, me
    disculpé, todo avergonzado, con la observación de que
    también los internistas se alegrarían mucho de poder ha-
    llar, para el cáncer o la tuberculosis, una terapia que re
    uniera tales ventajas.

    Contestando ya directamente a la interrogación, decla-
    raremos que la psicoanálisis precisa siempre períodos pro-
    longados, desde un semestre hasta un año cuando menos,
    y desde luego mucho más prolongados de lo que por lo
    general espera el enfermo. Estamos, pues, obligados a ha-
    cérselo saber así, antes de que se decida definitivamente
    a someterse al tratamiento. Por mi parte, me parece lo más
    digno y también lo más conveniente advertir desde un
    principio al enfermo las dificultades de la terapia analítica
    y los sacrificios que exige, evitando, así, que el día de ma-
    ñana pueda reprocharnos haberle inducido a aceptar un
    tratamiento cuya amplitud e importancia ignoraba. Aque-
    llos enfermos que ante estas noticias renuncian al trata-
    miento, habrían de demostrarse seguramente, más tarde,
    poco adecuados para el mismo, y de este modo, realiza-
    mos ya, desde un principio, una selección muy convenien-
    te. Con el progreso de la ilustración psicoanalítica de los
    enfermos, va aumentando el número de los que resisten
    esta prueba.

    Por otra parte, rehusamos comprometer a los pacien-
    tes a seguir el tratamiento durante un período determina-
    do y les permitimos abandonarlo cuando quieren, aunque
    sin ocultarles que la interrupción de la cura iniciada exclu-
    ye todo posible resultado positivo y puede provocar un
    estado insatisfactorio, como una operación no llevada a
    término. En los primeros años de mi actividad psicoanalí-

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    tica, me era dificilisimo mover a los enfermos a proseguir
    el tratamiento. En cambio, hoy, me es mucho mas dificil
    obligarles a darlo por terminado.

    La abreviación de la cura analítica continúa siendo una
    aspiración perfectamente justificada, a cuyo cumplimiento
    se tiende, según veremos, por diversos caminos. Desgra-
    ciadamente, se opone a ella un factor muy importante, la
    lentitud con que se cumplen las modificaciones anímicas
    algo profundas. Cuando situamos a los enfermos ante la
    dificultad que supone el largo tiempo necesario para el
    análisis, suelen encontrar y proponernos una determinada
    solución. Dividen sus padecimientos en dos grupos, prin-
    cipal y secundario, incluyendo en el primero aquellos que
    les parecen más intolerables, y nos dicen: Si logra usted
    librarme de tal o cual síntoma (por ejemplo, del dolor de
    cabeza o de una angustia determinada) ya veré yo de
    arreglármelas con los demás. Pero al pensar así, estiman
    muy por alto el poder electivo del análisis. El médico ana-
    lítico puede, desde luego, alcanzar resultados positivos
    muy importantes, pero lo que no puede es determinar pre-
    cisamente cuáles. Inicia un proceso, la solución de las re-
    presiones existentes, y puede vigilarlo, propulsarlo, des-
    embarazar de obstáculos su trayectoria, o también, en el
    peor caso, perturbarlo. Pero en general, el proceso sigue,
    una vez iniciado, su camino propio, sin dejarse marcar una
    dirección, ni mucho menos la sucesión de los puntos que
    ha de ir atacando. De este modo, con el poder del analíti-
    co sobre los fenómenos patológicos sucede aproximada-
    mente lo mismo que con la potencia viril. El hombre más
    potente puede, desde luego, engendrar un ser completo,
    pero.no hacer surgir solamente en el organismo femenino,
    una cabeza, un brazo o una pierna, ni siquiera determinar
    el sexo de la criatura. No hace tampoco más que iniciar un
    proceso extraordinariamente complicado y determinado
    por sucesos antiquísimos, proceso que termina con el

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    PROF.«5.FPEUD

    parto. También la neurosis de un individuo posee los ca-
    racteres de un organismo, y sus fenémenos parciales no
    son independientes entre si, sino que se condicionan y se
    apoyan unos a otros. No se padece nunca más que una
    sola neurosis y no varias que hayan venido a coincidir ca-
    sualmente en el mismo individuo. Un enfermo al que,
    siguiendo sus deseos, hubiéramos libertado de un sintoma
    intolerable, podria experimentar a poco la dolorosa sorpre-
    sa de ver intensificarse, a su vez, hasta lo intolerable, otro
    sintoma distinto, benigno hasta entonces. Todo aquel que
    quiera hacer lo таз independiente posible de sus condi-
    ciones sugestivas (esto es, de sus condiciones de transfe-
    rencia) el éxito terapéutico, obrarå cuerdamente renun-
    ciando también a los indicios de influencia electiva de que
    el médico dispone. Para el psicoanalitico, los pacientes
    más gratos habrán de ser aquellos que acuden a él en
    busca de la más completa salud posible y ponen a su dis- |
    posicién todo el tiempo que le sea preciso para conseguir
    su restablecimiento. Naturalmente, sólo pocos casos nos
    ofrecen condiciones tan favorables.

    Otra de las cuestiones que deben ser resueltas al ini-
    ciar un tratamiento es la referente al dinero, esto es, al
    montante de los honorarios del médico. El analítico no
    niega que el dinero deba ser considerado en primera línea
    como medio para la conservación individual y la adquisi-
    ción de poderío, pero afirma, además, que en su valora-
    ción participan poderosos factores sexuales. En apoyo de
    esta afirmación, puede alegar que el hombre civilizado ac-
    tual observa en las cuestiones de dinero la misma conducta
    -que en las cuestiones sexuales, procediendo con la misma
    doblez, el mismo falso pudor y la misma hipocresía. Por
    su parte, el analítico no está dispuesto a incurrir en igua-
    les vicios, sino a tratar ante el paciente las cuestiones de
    dinero con la misma sinceridad natural que quiere incul-
    carle en cuanto a los hechos de la vida sexual, y de este

    ම ==

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    TECNICA DE LA PS COANALISIS

    modo, le demostrarå ya desde un principio, haber renun-
    ciado él mismo a un falso pudor, comunicåndole espontå-
    neamente en cuånto estima su tiempo y su trabajo. Una
    elemental prudencia le aconsejarå luego no dejar que se
    acumulen grandes sumas, sino pasar su minuta a interva-
    los regulares (por ejemplo, mensualmente). (Por otro
    lado, es bien sabido que la baratura de un tratamiento no
    contribuye en modo alguno a hacerlo mås estimable a los
    enfermos). Esta conducta no es, desde luego, la habitual
    entre los neurélogos o los internistas de nuestra sociedad
    europea. Pero el psicoanalitico puede equipararse al ciru-
    jano, que también es sincero y exigente en estas cuestio-
    nes, porque posee, realmente, medios eficaces de cura-
    ciôn. A mi juicio, es indudablemente más digno y más
    moral, declarar con toda franqueza nuestras necesidades y
    nuestras aspiraciones, que fingir un filantrépico desinte-
    rés, incompatible con nuestra situación económica, como
    aún es habitual entre los médicos, e indignarnos en secreto
    de la desconsideración y la tacañería de los enfermos o in-
    cluso criticarla en público. El analítico podrá apoyar ade-
    más sus pretensiones de orden económico en el hecho de
    que, trabajando intensamente, jamás puede llegar a ganar
    tanto como otros especialistas.

    Por estas mismas razones, podrá negarse también a
    todo tratamiento gratuito, sin hacer excepción alguna en
    favor de parientes o colegas. Esta última determinación
    parece infringir los preceptos del compañerismo médico,
    pero ha de tenerse en cuenta que un tratamiento gratuito
    significa mucho más para el psicoanalítico que para cual-
    quier otro médico, pues supone substraerle por muchos -
    meses una parte muy considerable de su tiempo retribuído
    (una séptima u octava parte). Un segundo tratamiento
    gratuito simultáneo le robaría ya una cuarta o una tercera
    parte de sus posibilidades de ganancia, lo cual podría ya
    equipararse a los efectos de un grave accidente traumático.

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  • S.

    PPOF.8.FPE»D

    Habremos de preguntarnos, ademäs, si la ventaja que
    procura al enfermo el tratamiento gratuito, puede compen-
    sar en cierto modo, el sacrificio del médico. Personalmen-
    te, me creo autorizado a formular un juicio sobre esta
    cuestiôn, pues durante diez afios he dedicado una hora
    diaria, y en algunas épocas, dos, a tratamientos gratuitos,
    guiado por la idea de eludir todas las fuentes de resisten-
    cias posibles y facilitarme asi la tarea de penetrar en la
    esencia de las neurosis. Pero esta conducta no me propor-
    cionó, en ningún caso, las ventajas buscadas. El tratamien-
    to gratuito intensifica enormemente algunas de las resis-
    tencias del neurótico, por ejemplo, en las mujeres jóvenes,
    la tentación integrada en la relación de transferencia, y en
    los hombres jóvenes, la rebeldía contra el deber de grati-
    tud, rebeldía procedente del complejo del padre y que
    constituye uno de los más graves obstáculos a la influen-
    cia terapéutica. La ausencia de la compensación que supo-
    ne el pago de honorarios al médico, se hace sentir penosa-
    mente al enfermo; la relación entre ambos, pierde todo
    carácter real y el paciente queda privado de uno de los
    motivos principales para tender a la terminación de la cura.

    Se puede no compartir la repugnancia ascética al dine-
    ro y deplorar, sin embargo, que la terapia analítica resulte
    casi inasequible a los pobres, y tanto por motivos exter-
    nos como internos. Pero es cosa que no tiene gran reme-
    dio. Por otro lado, quizás acierte la afirmación corriente
    de que los hombres a quienes las duras necesidades de la
    vida imponen un rudo y constante trabajo, sucumben me-
    nos fácilmente a la neurosis. Ahora bien, la experiencia
    demuestra, en cambio, que cuando uno de tales individuos
    contrae una neurosis, no se deja ya sino fácilmente arran-
    car a ella, pues le presta grandes servicios en su lucha
    por la autoafirmación y le procura una ventaja patológica
    secundaria demasiado importante. La neurosis le ayuda a
    lograr de los demás la compasión que antes no logró de

    = —

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    ellos su miseria material y le permite eximirse a sí mismo
    de la necesidad de combatir su pobreza por medio del tra-
    bajo, Al atacar con medios puramente psicoteråpicos la
    neurosis de un sujeto necesitado, advertimos en seguida
    que lo que él demanda en este caso es una terapia actual
    de muy distinto género, una terapia como la que nuestra
    leyenda nacional atribuye al emperador José II. Natural-
    mente, también entre estas personas encontramos a veces
    individuos muy estimables a quienes la desgracia ha ven-
    cido sin culpa alguna por parte de ellos y en los cuales no
    tropieza el tratamiento gratuito con los obståculos antes
    indicados, obteniendo, por el contrario, resultados per-
    fectos.

    Para la clase media, el gasto que supone el tratamiento
    psicoanalitico, s6lo aparentemente puede resultar excesi-
    vo. Aparte de que un gasto relativamente moderado nun-
    ca puede significar nada frente a la salud y ala capacidad
    funcional, si comparamos las continuas expensas exigidas
    por el tratamiento no analitico de los neurôticos en sana-
    torios y consultas, con el incremento de capacidad funcio-
    nal y adquisitiva que los mismos experimentan al cabo de
    una cura psicoanalitica llevada a feliz término, podremos
    decir que el enfermo ha hecho todavia un buen negocio.
    Lo mås costoso en esta vida es la enfermedad… y la ton-
    teria.

    Antes de cerrar estas observaciones relativas a la ini-
    ciaciôn de la cura analitica, diré atin algunas palabras so-
    bre un cierto ceremonial que observamos en las sesiones
    del tratamiento. A este respecto, mantengo mi consejo de
    hacer echarse al paciente en un divån, colocåndose el mé-
    dico detrås de él y fuera del alcance de su vista. Esta dis-
    posiciôn tiene un sentido histôrico; es un resto del trata-
    miento hipnótico, partiendo del cual se desarrolló la psico-
    análisis. Pero merece conservarse, por varias razones. En
    primer lugar, por un motivo personal, que seguramente

    ー es ~~ 1

  • S.

    pisse duke. き å po RL ARHAN

    compartirå conmigo mucha gente. No resisto pasarme
    ocho o más horas al dia teniendo constantemente clavada
    en mí la mirada de alguien. Pero, además, como en tanto
    que escucho al sujeto, me abandono también, por mi par-
    te, al curso de mis ideas inconscientes, no quiero que mi
    gesto procure al paciente materia de interpretaciones o
    influya sobre sus manifestaciones. Por lo general, el suje-
    to no se acomoda gustoso a esta disposiciôn y se rebela
    contra ella, sobre todo cuando el instinto visual (voyeurs)
    desempefia un papel importante en su neurosis. Por mi
    parte, mantengo inflexiblemente la situación descrita, con
    la que me propongo y consigo evitar la inmixtión de la
    transferencia en las ocurrencias del enfermo, aislar la trans-
    ferencia y hacerla surgir a su tiempo, como resistencia,
    claramente delimitada. Sé que muchos analíticos obran en
    este punto, de otro modo, pero no puedo decir si es por-
    que realmente encuentran con ello alguna ventaja o sólo
    por el deseo de no hacer lo que otros.

    Una vez reguladas en esta forma las condiciones de la
    cura, habremos de preguntarnos en qué punto y con qué
    materiales se ha de comenzar el tratamiento.

    En general, no importa cuál sea la materia con la que
    iniciemos el análisis: la historia del paciente, sus recuer-
    dos infantiles o el historial de su enfermedad. Lo único de
    que debemos cuidarnos es de empezar dejando hablar al
    enfermo sobre sí mismo, sin entrar a determinar su elec-
    ción del punto de partida. Así, pues, nos limitaremos a
    decirle: Antes de que yo pueda indicarle nada, tengo que
    saber mucho sobre usted. Le ruego, por lo tanto, que me
    cuente lo que usted sepa de sí mismo.

    De esta conducta pasiva inicial sólo hacemos una ex-
    cepción en cuanto a la regla psicoanalítica fundamental a
    la que el paciente ha de atenerse y que le comunicamos
    desde un principio: Una advertencia aún, antes de empe-
    zar: Su relato ha de diferenciarse de una conversación co-

    — 168 一

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    =

    rriente en una cierta condición. Normalmente procura us-
    ted, como es natural, no perder el hilo de su relato y
    rechazar todas las ocurrencias e ideas secundarias que pu-
    dieran hacerle incurrir en divagaciones impertinentes. En
    cambio, ahora tiene usted que proceder de otro modo.
    Advertirá usted, que, durante su relato, acudirán a su pen-
    samiento diversas ideas, que usted se inclinará a rechazar
    con ciertas objeciones críticas. Sentirá usted la tentación
    de decirse: Esto o lo otro no tiene nada que ver con lo que
    estoy contando, o carece de toda importancia, o es un
    desatino, y por lo tanto, no tengo para qué decirlo. Pues
    bien, debe usted guardarse de ceder a tales críticas y de-
    cirlo a pesar de sentirse inclinado a silenciarlo, o precisa-
    mente por ello. Más adelante conocerá usted, y reconoce-
    rá, la razón de esta regla, que es, en realidad, la única que
    habrá usted de observar. Diga, usted, pues, todo lo que
    acuda a su pensamiento. Condúzcase como un viajero
    que va junto a la ventanilla del vagón y describe a sus
    compañeros cómo el paisaje va cambiando ante sus ojos.
    Por último, no olvide usted nunca que ha prometido ser
    absolutamente sincero y no calle nunca algo porque le re-
    sulte desagradable comunicarlo (1).

    (1) Sobre la observancia de esta regla fundamental, habría mu-
    cho que decir. A veces, encontramos personas que se conducen
    como si ellas mismas la hubiesen dictado. Otras pecan contra ella
    desde un principio. Su comunicación al sujeto, antes de iniciar el aná-
    lisis, es tan indispensable como útil. Más tarde, bajo el dominio de
    las resistencias, deja de ser observada, y para todo sujeto llega al-
    guna vez el momento de infringirla. Por nuestro autoanálisis sabe-
    mos cuán irresistiblemente surge la tentación de ceder a los pretex-
    tos críticos que nos inducen a rechazar las ocurrencias. De la escasa
    eficacia del pacto que convenimos con el paciente al exponerle la
    regla fundamental del análisis tenemos ocasión de convencernos en
    cuanto se trata por primera vez de la comunicación de algo referen-
    te a una tercera persona. El paciente sabe que debe decirlo todo,
    pero aprovecha los preceptos de la discreción para crearse un obs-

    — =

  • S.

    PEORES + % ps R. VR SD

    Aquellos pacientes que creen conocer el punto de par-
    tida de su enfermedad, comienzan, por lo general, su re-
    lato, con la exposicién de los hechos en los que ven el
    motivo de sus dolencias; otros, que se dan cuenta de
    la relación de su neurosis con sus experiencias infantiles,
    suelen empezar con una descripción de su vida, desde sus
    primeros recuerdos. En ningún caso debe, sin embargo,
    esperarse un relato sistemático, ni tampoco hacer nada por
    conseguirlo. Cada uno de los detalles de la historia habrá
    luego de ser relatado nuevamente y sólo en estas repeti-
    ciones surgirán ya los elementos que permiten al paciente
    establecer relaciones importantes, cuya existencia ignora
    sin embargo.

    Hay pacientes que a partir de las primeras sesiones,

    táculo. «¿Debo realmente decirlo todo? Creía que la regla sólo se
    refería a mis cosas propias y no a las que tuvieran relación con
    otras personas.» Naturalmente, no hay medio de llevar a cabo un
    tratamiento analítico excluyendo de la comunicación las relaciones
    del paciente con otras personas y sus pensamientos sobre ellas.
    Pour faire une omelette il faut casser des oeufs.
    Un hombre correcto olvida fåcilmente las intimidades de los demås,
    cuando las mismas no entrañan algo de interés personal para él.
    Tampoco podemos renunciar a la comunicacién de nombres propios,
    pues de hacerlo asi, el relato del enfermo adolecerd de una vague-
    dad que lo harå inaprehensible para la memoria del médico, y ade-
    més, los nombres retenidos obstruyen el acceso a toda una serie de
    relaciones interesantes. Lo més que puede hacerse es permitir al su-
    jeto que reserve los nombres hasta encontrarse más familiarizade
    con el médico y con el procedimiento. Es harto singular cómo se
    hace insoluble la labor entera en cuanto consentimos la reserva en
    un único punto. Señálese un lugar con derecho de asilo en una ciu-
    dad y veremos lo que tarda en reunirse en él toda la gente maleante
    por ella dispersa. En una ocasiôn, tuve en tratamiento a un alto fun-
    cionario, obligado por su juramento a no comunicar determinadas
    cosas, consideradas como secretos de Estado, y esta limitación bastó
    para hacer fracasar el análisis. El tratamiento psicoanalítico tiene
    que sobreponerse a toda clase de consideraciones, pues la neurosis
    y sus resistencias no respetan tampoco ninguna.

    = 464 —

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    preparan previamente, con el mayor cuidado, lo que du-
    rante eilas han de decir, bajo pretexto de garantizar asi un
    mejor aprovechamiento del tiempo. Pero en esta conducta
    se oculta una resistencia, disfrazada de celoso interés por
    el andlisis. Aconsejaremos, pues, a los enfermos, que
    prescindan de semejante preparacion, cuyo 5610 fin es im-
    pedir la emergencia de ocurrencias indeseadas (1). Aunque
    el enfermo crea sinceramente en la bondad de su prop6si-
    to, la resistencia impondrä su intervención en la prepara-
    ciôn intencional y lograrå que el material más valioso
    eluda la comunicaciôn. No tardaremos luego en observar,
    que el paciente encuentra aûn otros métodos para sustraer
    al tratamiento el material pedido. Por éjemplo, hablarä
    todos los dias, con algiin amigo intimo, sobre la marcha
    de la cura, y dara salida, en esta conversaciôn, a todas las
    ideas que luego habrian de asaltarle en presencia del mé-
    dico. La cura adolece entonces de una grieta por la que se
    escapa precisamente lo mejor. No habremos, pues, de di-
    latarnos mucho en aconsejar al paciente que considere su
    cura analítica como un asunto reservado entre él y el mé-
    dico, sin que deba poner al corriente de los detalles de la
    misma a ninguna otra persona, por familiar y curiosa que
    sea. En estadios ulteriores del tratamiento, el paciente
    deja de experimentar, por lo general, semejantes tenta-
    ciones.

    A aquellos enfermos que quieren mantener secreto el
    tratamiento, porque también han mantenido secreta su
    neurosis, no les opongo dificultad alguna, aunque tal con-
    dición impida que algunos de los más acabados éxitos te-
    rapéuticos lleguen a actuar convincentemente sobre la opi-
    nión general. Naturalmente, la decisión del enfermo en

    (1) Sólo permitiremos una excepción cuando se trate de preci-
    - sar datos relativos a antecedentes familiares, cambios de residencia,
    operaciones, etc.

    P ま ` を コ

  • S.

    PPOP.8.FPE«D

    cuanto al secreto del tratamiento, hace ya surgir a la luz
    un caråcter de su historia intima.

    Aconsejando al enfermo en los comienzos de la cura,
    que procure no confiar sino a limitadisimas personas 0 a
    ninguna, si es posible, la marcha y los detalles del trata-
    miento, lo protegemos también, en cierto modo, de las
    muchas influencias hostiles que intentaran apartarle del
    anålisis. Mås tarde, tales influencias resultan ya inofensi-
    vas y hasta ûtiles para hacer emerger resistencias que ten-
    dian a permanecer ocultas.

    Cuando elæntermo requiere temporalmente, durante el
    tratamiento analítico, la aplicación de otra terapia, interna
    o especial, es más conveniente confiarla a un colega no
    analítico que tomarla también a nuestro cargo. La práctica
    de tratamientos combinados en los casos de neurosis con
    intensas concomitancias orgánicas, resulta casi siempre
    irrealizable. Los pacientes pierden su interés por el análi-
    sis en cuanto se les muestra más de un camino para llegar
    a la curación. Lo mejor es aplazar el tratamiento orgá-
    nico hasta terminar el psíquico, pues si se practica antes,
    es casi seguro que no se obtendrá con él resultado alguno.

    Volvamos ahora a la iniciación del tratamiento. Algu-
    nas veces, encontraremos pacientes que comenzarán la
    cura objetando que no se les ocurre nada que contar,
    aunque tienen intacto ante sí todo el vasto dominio de la
    historia de su vida y de su enfermedad. Pero ni entonces,
    ni nunca luego, debemos ceder a su demanda de que les
    marquemos el tema sobre el que han de hablar. Hemos de
    tener siempre presente qué es lo que en estos casos se
    nos opone. Se trata de una intensa resistencia que ha
    avanzado hasta la primera línea, y lo mejor será aceptar
    en el acto el desafío y atacarla animosamente. Nuestra
    afirmación, enérgicamente repetida, de que al principio de
    la cura no puede existir semejante falta de toda ocurren-
    cia, tratándose, realmente, de una resistencia contra el

    ー 166 一

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    andlisis, obliga al paciente a iniciar sus confesiones con
    algo que ya sospechåbamos o revela una parte de sus
    complejos. Habremos de considerar muy mal signo el que
    haya de confesarnos que ya al oirnos comunicarle la regla
    fundamental psicoanalitica se propusc reservar, a pesar de
    todo, determinadas cosas. Menos malo será que 8610 ten-
    ga que confesarnos su desconfianza ante el anålisis o las
    cosas que contra el mismo ha oido. Si niega estas posibi-
    lidades al exponérselas nosotros, le arrancaremos, en cam-
    bio, la confesión de haber silenciado en el análisis deter-
    minados pensamientos. Hubo de pensar en la cura misma,
    en el aspecto de la habitación, en los objetos que en ella
    había o en la situación de su propia persona, tendida allí
    sobre un diván, pero en vez de comunicar estos pensa-
    mientos, declaró que no se le ocurría nada. No es difícil
    interpretar esta clase de asociaciones; todo lo que se en-
    laza a la situación del tratamiento corresponde a una trans-
    ferencia sobre la persona del médico, transferencia muy
    adecuada para constituirse en una resistencia. En estos
    casos nos vemos obligados a comenzar con el descubri-
    miento de esta transferencia, y partiendo de ella, encon-
    tramos pronto el camino de acceso al material patógeno
    del enfermo. Aquellas mujeres, que según toda la historia
    de su vida se hallan preparadas a una agresión sexual y
    aquellos hombres que encierran intensos complejos homo-
    sexuales reprimidos, son los que generalmente inician el
    análisis alegando una tal falta de ocurrencias.

    Como la primera resistencia, también los primeros sín-
    tomas y actos casuales de los pacientes presentan singu-
    lar interés y delatan uno de los complejos que dominan
    su neurosis. Un joven filósofo muy inteligente y de ex-
    traordinaria sensibilidad estética, se aseguró cuidadosa-
    mente la hebilla del pantalón antes de echarse en el diván
    al dar comienzo a la primera sesión del tratamiento, y co-
    rroboró luego la significación de este acto casual revelan-

    ler —

  • S.

    PPOF-.8.PÆEUD

    do haber entrafiado, en su pasado, refinadas tendencias
    copröfilas, como su ulterior esteticismo hacia esperar. En
    igual situaciôn, una muchacha se apresurô a estirarse afa-
    nosa la falda, tapandose los tobillos, que habian quedado
    visibles, y con ello revelô ya lo mås importante que luego
    había de descubrir el análisis: el orgullo narcisista que su
    belleza la inspiraba y sus tendencias exhibicionistas.

    Muchos pacientes se rebelan contra la indicación de
    acomodarse en el diván, de espaldas a nosotros y solicitan
    nuestro permiso para adoptar otra posición durante el tra-
    tamiento, en su mayor parte porque les desagrada no ver
    al médico. Desde luego, no accedemos jamás a ello, pero
    en cambio no podemos evitar que antes de comenzar cofi-
    cialmente» la sesión o después de declararla terminada y
    cuando ya se han levantado del diván, nos dirijan algunas
    frases, arreglándoselas así para dividir el tratamiento en
    dos partes: una «oficial». durante la cual se muestran, por
    lo general, muy cohibidos, y otra «íntima» en la que apa-
    recen más desenvueltos y comunican toda clase de cosas
    que, para ellos, no corresponden ya al tratamiento. El mé-
    dico no se acomoda por mucho tiempo a esta división, re-
    tiene también todo lo que el paciente le cuenta antes o
    después de la sesión, y utilizåndolo analíticamente en la
    primera ocasión propicia, da al traste con la separación
    que el sujeto intentaba establecer y que se basaba también
    en una resistencia de transferencia.

    En tanto que las comunicaciones y
    las ocurrencias del paciente se suceden
    sin interrupción, no debemos tocar para
    nada el tema de la transferencia, dejan-
    do esta labor, la más espinosa de todas las que se nos
    plantean en el análisis, para el momento en que la trans-
    ferencia se haya convertido ya en resistencia.

    Se nos preguntará ahora, cuándo hemos de iniciar
    nuestras explicaciones al analizado, revelándole el oculto

    = F っ

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    sentido de sus asociacienes e iniciándole en las hipótesis |
    y los métodos técnicos del análisis. —

    Nuestra respuesta será la siguiente: Nunca antes de
    haberse establecido en el paciente una transferencia apro-
    vechable, un «rapport» en toda regla con nosotros. El pri-
    mer fin del tratamiento es siempre ligar al paciente a la
    cura y a la persona del médico. Para ello no hay más que
    dejarle tiempo. Si le demostramos un serio interés, apar-
    tamos cuidadosamente las primeras resistencias y evitamos

    _ ciertas torpezas posibles, el paciente establece en seguida
    espontáneamente un tal enlace y agrega al médico a una
    de las imágenes de aquellas personas de las que estaba
    habituado a ser bienquisto. En cambio, si adoptamos des-
    de un principio una actitud que no sea ésta de cariñoso
    interés y simpatía y nos mostramos rígidamente morali-
    zantes o aparecemos ante los ojos del paciente como re-
    presentantes o mandatarios de otras personas, de su cón-
    yuge o sus padres, por ejemplo, destruiremos toda posibi-
    lidad de semejante resultado positivo.

    Estas indicaciones entrañan, naturalmente, la condena-
    ción de todo procedimiento que tienda a comunicar al pa-
    ciente la traducción de sus síntomas en el acto de conse-
    guir su interpretación o considere como un triunfo especial
    enfrontarle violentamente con tales «soluciones» en las
    primeras sesiones del tratamiento. Para un analítico expe-
    rimentado, no será difícil deducir ya los deseos retenidos
    del enfermo, de la primera relación de sus dolencias y del
    historial de su enfermedad, pero se necesitará estar cega-
    do por una indisculpable irreflexión y una ridícula vanidad,
    para revelar a una persona a la que acabamos de conocer
    e ignorante aún de todas las hipótesis analíticas, que se
    halla dominada por una adherencia incestuosa a su madre,
    que abriga deseos de muerte contra su mujer, a la que su-
    pone amar, o que lleva en sí la intención de engañar a sus
    superiores, etc. He oído decir que existen analíticos que

    ー 00⑨ ー

  • S.

    By A LO SEO GI き X PORR SB U SD
    se vanaglorian de semejantes diagn⑥sticos instantåneos y
    tratamientos råpidos, y debo precaver a todos contra tales
    ejemplos. Siguiéndolos, s⑥lo conseguirå el. médico des-
    acreditarse y desacreditar nuestra causa, pues provocarå
    en los pacientes resistencias intensisimas, independiente-
    mente de que sus deducciones sean o no acertadas. O me-
    jor dicho, las resistencias provocadas serån tanto más in-
    tensas cuanto mayor haya sido el acierto deductivo. Por
    otra parte, el efecto terapéutico serå, por lo general, nulo,
    y $610 se conseguirå alejar a los enfermos de todo trata-
    miento analitico. Todavia en estadios mas avanzados del
    tratamiento hemos de procurar no comunicar al paciente la
    soluciôn de un sintoma o la traduccién de un deseo hasta
    que comprendamos que está ya muy próximo a encontrar-
    la por sí mismo. En épocas pasadas, he tenido frecuente
    ocasión de comprobar que la comunicación prematura de
    una solución ponía un término también prematuro a la
    cura, tanto a consecuencia de las resistencias que de pron-
    to despertaba como por el alivio concomitante a la solu-
    ción.

    Se nos objetará aquí, que nuestra labor no es prolon-
    gar el tratamiento sino llevarlo a término lo más rápida-
    mente posible. El enfermo sufre a consecuencia de un
    desconocimiento y una incomprensión de sus procesos in-
    conscientes y nuestro deber sería desvanecer cuanto an-
    tes su ignorancia, comunicándole en el acto nuestros des-
    cubrimientos.

    Para responder a esta objeción nos es preciso aclarar
    previamente algunas cuestiones referentes a la significa-
    ción del conocimiento y al mecanismo de la curación en la
    psicoanálisis.

    En los primeros tiempos de la técnica analítica y guia-
    dos por una actitud mental intelectualista, hubimos de con-
    siderar muy importante que el enfermo llegara al conoci-
    miento de lo que antes olvidó por represión, y apenas es-

    ー 17 一

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    tableciamos una diferencia de valor entre su ilustracién a
    este respecto y la nuestra propia. Asi, teniamos por singu-
    lar fortuna conseguir noticias sobre el trauma infantil por
    conducto distinto del paciente, esto es, por sus padres,
    sus guardadores o por la misma persona causante del trau-
    ma, cosa que se nos hizo posible alguna vez, y nos apre-
    suråbamos a comunicar al paciente la noticia y las pruebas
    de su exactitud, con la seguridad de llevar asi a un rapido
    desenlace la neurosis y el tratamiento. La ausencia de un
    tal resultado positivo nos defraudaba intensamente. ¿Cómo
    era posible que el enfermo, conociendo ya su experiencia
    traumática, se condujese, no obstante, como si continuase
    sin saber nada de ella? El descubrimiento y la descripción
    del trauma reprimido no lograban siquiera provocar la
    emergencia de su recuerdo.

    En un caso determinado, la madre de una muchacha
    histérica hubo de revelarme el suceso homoxesual al que
    correspondía máxima influencia sobre la fijación de los
    ataques de la sujeto. La madre misma había sorprendido
    la escena, pero la muchacha la había olvidado por com-
    pleto, no obstante haberse desarrollado en los años inme-
    diatos ya a la pubertad. Este caso me procuró una impor-
    tante experiencia. Cada vez que repetía el relato de la
    madre, a la muchacha, sufría ésta un ataque histérico, y
    después del mismo, demostraba haber olvidado de nuevo
    el suceso. No cabía duda de que la enferma manifestaba
    la más intensa resistencia al conocimiento que tratåbamos
    de imponerla. Por último, simuló una amencia y una pér-
    dida total de la memoria, para protegerse contra mis reve-
    laciones. De este modo, tuvimos que resolvernos a dejar
    de conceder al conocimiento del paciente la extrema im-
    portancia que veníamos atribuyéndole y a desplazar el
    acento sobre las resistencias que habían determinado, en
    su día, la ignorancia y se hallaban aún dispuestas a defen-
    derla, resistencias contra las cuales resultaba impotente el

    ー 171 —

  • S.

    PPOP. Ss . Po B EME af

    conocimiento consciente, aun en aquellos casos en los que
    no era expulsado de nuevo.

    La singular conducta de los enfermos, que saben con-
    ciliar un conocimiento consciente con un desconocimiento
    del mismo elemento, permanece inexplicable para la psi-
    cología llamada normal. Para la psicoanálisis, que recono-
    ce la existencia de un psiquismo inconsciente, no supone
    dificultad ninguna. Pero, por otra parte, el fenómeno des-
    crito constituye uno de los mejores apoyos de una teoría
    que nos aproxima a los procesos anímicos tópicamente di-
    ferenciados. Los enfermos conocen los sucesos reprimi-
    dos en su pensamiento, pero éste carece de un enlace con
    el lugar en el cual se halla contenido de algún modo el re-
    cuerdo reprimido. Para que pueda iniciarse alguna modifi-
    cación es necesario que el proceso mental consciente haya
    penetrado hasta aquel lugar y haya vencido las resisten-
    cias de la represión. Es como si un gobierno decreta la
    aplicación de un criterio de benignidad al enjuiciamiento de
    ciertos delitos. En tanto que el Ministerio de Justicia no
    haya comunicado a los tribunales la resolución del Gobier-
    no y mientras que los jueces y magistrados no se resuel-
    van a acatarla, las sentencias no acusarán modificación al-
    guna. Haremos constar, sin embargo, como rectificación,
    que la revelación consciente de lo reprimido, al enfermo,
    no permanece totalmente sin efecto. Si no conseguimos
    con ella el fin deseado de poner un término a los sinto-
    mas, trae consigo, en cambio, otras consecuencias. En un
    principio, provocará resistencias, pero una vez vencidas
    éstas, estimulará un proceso mental en cuyo curso surgirá
    por fin la acción esperada sobre el recuerdo inconsciente.

    Es tiempo ya de revisar el juego de fuerzas que pone-
    mos en actividad por medio del tratamiento. El primer
    motor de la terapia está en las dolencias del enfermo y en
    el deseo de curación por ellas engendrado. De la magnitud
    de esta fuerza instintiva hemos de sustraer algo que sólo

    AM

  • S.

    TECLVICÄDELÄPSICOANÄLIFJS

    en el curso del anälisis descubrimos, ante todo, la ventaja
    secundaria de la enfermedad, pero la energfa instintiva
    misma ha de ser conservada hasta el final del tratamiento.
    Todo alivio provoca una disminución de la misma. Mas
    por sí sola es incapaz de suprimir la enfermedad. Para ello
    le faltan dos cosas: No conoce los caminos que han de se-
    guirse para llegar a dicho fin, ni genera tampoco las mag-
    nitudes de energía necesarias para luchar contra las resis-
    tencias. Ambos defectos son compensados por el trata-
    miento analítico, el cual procura las magnitudes de afecto
    necesarias para el vencimiento de las resistencias, movili-
    zando las energías preparadas para la transferencia, y
    muestra al enfermo los caminos por los que debe dirigir
    tales energías. La transferencia logra suprimir muchas
    veces, por sí misma, los síntomas patológicos, pero sólo
    provisionalmente, esto es, mientras ella misma existe.
    Pero esto constituiría un tratamiento sugestivo, nunca una
    psicoanálisis. El tratamiento merece tan sólo este último
    nombre cuando la transferencia ha empleado su intensidad
    para vencer las resistencias. Sólo entonces queda hecha
    imposible la enfermedad, aun cuando la transferencia sea
    suprimida, como debe serlo.

    En el curso del tratamiento, despierta aún otro factor
    cooperador: el interés intelectual y la comprensión del en-
    fermo. Pero este factor presenta escasa importancia com-
    parado con las demás fuerzas en lucha, y su valor aparece
    constantemente amenazado por la obnubilación del juicio
    emanada de las resistencias. Así, pues, las nuevas fuentes
    de energía que el analítico procura al enfermo, nacen de
    la transferencia y de la orientación de sus procesos psi-
    quicos. Mas para iniciar esta última deberá esperar la apa-
    rición de la transferencia y desarrollarla paralelamente al
    vencimiento de las sucesivas resistencias para ella engen-
    dradas.

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