Los caminos de la terapia psicoanalítica 1919-001/1930.es
  • S.

    Los caminos de la terapia psicoanalitica

    Conferencia pronunciada en el
    quinto Congreso psicoanalitico.Bu-
    dapest, 1918.

    Nunca hemos pretendido haber alcanzado la cima de
    nuestro saber ni de nuestro poder, y ahora, como antes,
    estamos dispuestos a reconocer las imperfecciones de nues-
    tro conocimiento, afiadir a &| nuevos elementos e introdu-
    cir en nuestros metodos todas aquellas modificaciones que
    puedan significar un progreso.

    Viendonos reunidos de nuevo, despues de largos afios
    de separaciön, durante los cuales hemos luchado animosa-
    mente por nuestra disciplina, he de inclinarme a revisar el
    estado de nuestra terapia, y a examinar en qu& nuevas di-
    recciones podria continuar su desarrollo.

    Hemos formulado nuestra labor medica determinando
    que consiste en revelar al enfermo neurötico sus tenden-
    cias reprimidas, inconscientes, y descubrir con este fin las
    resistencias que en El se oponen a semejante ampliaciön
    de su conocimiento de si mismo. EI descubrimiento de
    estas resistencias no equivale siempre a su vencimiento,
    pero una vez descubiertas, confiamos en alcanzar este ülti-
    mo resultado, utilizando la transferencia del enfermo sobre
    la persona del medico para infundirle nuestra conviceiön
    de la falta de adecuaciön de las represiones desarrolladas
    en la infancia y de la imposibilidad de vivir conforme a las
    normas del principio del placer. Ya en otro lugar hube de

    — 200 —

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    exponer los caracteres dinämicos de este nuevo conflicto
    que sustituimos, en el enfermo, al anterior, patolögico, y
    por ahora, no tengo nada que agregar a dicha exposi-
    ciön.

    A la labor por medio de la cual hacemos llegar lo re-
    primido a la conciencia del enfermo la hemos dado el nom-
    bre de psicoanälisis. dPor qu& «anälisis>, termino que sig-
    nifica descomposiciön y disociaciön, y hace pensar en una
    semejanza con la labor que el quimico realiza en su labo-
    ratorio con los cuerpos que la naturaleza le ofrece? Porque
    en realidad existe una tal analogia en cuanto a un punto
    importantisimo. Los sintomas y las manifestaciones pato-
    lögicas del enfermo son, como todas sus actividades ani-
    micas, de naturaleza compuesta. Los elementos de esta
    composiciön son, en ültimo termino, motivos o impulsos
    instintivos. Pero el enfermo no sabe nada, o sölo muy

    .poco, de estos motivos elementales. Somos nosotros los
    que le descubrimos la composiciön de estos complicadisi-
    mos productos psiquicos, referimos los sintomas a las ten-
    dencias instintivas que los motivan y le revelamos, en sus
    sintomas, la existencia de tales motivos instintivos, que
    hasta entonces desconocia, como el quimico que aisla el
    cuerpo simple, el elemento quimico, de la sal en la cual
    se habia mezclado con otros elementos, haci&ndose irre-_
    conocible. Igualmente, mostramos al enfermo, en sus ma-
    nifestaciones animicas no consideradas patolögicas, que
    tampoco era perfecta su conciencia de la motivaciön de
    las mismas, en la cual han intervenido motivos instintivos
    que no ha llegado a conocer.

    Tambien hemos arrojado mucha luz sobre el instinto
    sexual, descomponiendolo en sus elementos, y cuando in-
    terpretamos un suefio, prescindimos de considerarlo como
    un todo y enlazamos la asociaciön a cada uno de sus fac-
    tores. .

    De esta justificada comparaciön de la actividad medica

    _ 201 —

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    psicoanalitica con una labor quimica podria surgir una nue-
    va orientaciön de nuestra terapia. Hemos analizado al en-
    fermo, esto es, hemos descompuesto su actividad animica
    en sus componentes elementales y hemos mostrado en &l,
    aislados, estos elementos instintivos. Lo inmediato serä
    pedirnos que le ayudemos tambi@n a conseguir una sinte-
    sis nueva y mejor de los mismos. Todos sabeis que, en
    efecto, nos ha sido ya dirigida tal demanda. Se nos ha
    dicho que al anälisis de la vida animica enferma debe se-
    guir la sintesis de la misma, e incluso ha surgido la pre-
    ocupaciön de que quizä podia llevarse a cabo demasiado
    anälisis y demasiado poca sintesis y se ha mostrado una
    tendencia a desplazar el peso capital de la acciön psico-
    terape£utica sobre esta sintesis.

    Por mi parte, no puedo creer que se nos plantee en
    esta psicosintesis una nueva labor. Si quisiera permitirme
    ser sincero y un tanto descortes, diria que no se trata mäs
    que de una palabra vacfa. Pero me limitar& a observar que
    constituye nicamente una inütil extensiön de una compa-
    raciön 0, si quereis, un abuso injustificado de una deno-
    minaciön. Un nombre no es mäs que una etiqueta que po-
    nemos a una cosa para diferenciarla de otras anälogas, no
    un programa ni una definiciön; y una comparaciön no pre-
    cisa tocar mäs que en un punto lo comparado y puede
    alejarse mucho de ello en todo lo demäs. Lo psiquico es
    algo tan singularmente ünico, que ninguna comparaciön
    puede definir su naturaleza. La labor psicoanalitica ofrece
    analogfas con el anälisis quimico, pero tambien con la in-
    tervenciön del cirujano, el auxilio del ortop&dico y la in-
    fluencia del pedagogo. La comparaciön con el anälisis
    quimico queda limitada por el hecho de que en la vida psi-
    quica hemos de operar con impulsos dominados por una
    tendencia a la unificaciön y a la sintesis, Cuando conse-
    guimos descomponer un sintoma, separar un impulso ins-
    tintivo de la totalidad en que se hallaba inclufdo, no per-

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    manece aislado, sino que se inchuye, en seguida, en otra
    nueva totalidad (1).

    Asi, en realidad, el enfermo neurötico nos aporta una
    vida animica desgarrada, disociada por las resistencias,
    pero mientras la analizamos y suprimimos las resistencias,
    esta vida animica va soldändose, y la gran unidad en la
    que vemos el Yo del sujeto, va incorporändose todas las
    tendencias instintivas que hasta entonces permanecian di-
    sociadas de ella y ligadas a otros elementos. La psicosin-
    tesis se realiza, pues, en el enfermo, de un modo automä-
    tico e inevitable, sin necesidad de nuestra intervenciön.
    Con la descomposiciön de los sintomas y la supresiön de
    las resistenclas hemos creado las condiciones de esta sin-
    tesis. No es cierto que en el enfermo haya algo descom-
    puesto en sus elementos que espere pacientemente a que
    nosotros lo unifiquemos.

    Asi, pues, el desarrollo de nuestra terapia emprenderä
    quizä otros caminos, ante todo aquellos a los que Ferenczi
    ha dado el nombre de <«psicoanälisis activa» en su recien-
    te trabajo sobre las <dificultades tcnicas del anälisis de
    una histeria> (Internat. Zschr. f. Psychoanalyse, V., 1919).

    Veamos, räpidamente, en qu& puede consistir esta con-
    ducta «activa» del analitico. Hasta ahora, nuestra labor te-
    rap&utica se circunscribia a hacer consciente lo reprimido
    y descubrir las resistencias, tarea ya suficientemente «ac-
    tiva». «Pero debemos acaso abandonar por completo al
    enfermo la empresa de vencer las resistencias que le he-
    mos revelado? «No podemos prestarle en ella mäs ayuda
    que la emanada de la transferencia? dNo serä mäs natura}
    continuar nuestro apoyo colocändolo en la situaciön psi-
    quica mäs favorable a la soluciön deseada del conflicto?
    _—

    (1 Durante el anälisis qufmico sucede, sin embargo, algo total-
    mente anälogo. Simultäneamente a las disociaciones que el quimico
    impone, van desarrolländose sintesis ajenas a su voluntad, provoca-
    das por las afinidades de los cuerpos.

  • S.

    PROF. SS. FRE .UD

    Su afecciön depende tambi&n de mültiples circunstancias
    exteriores. dHabremos de reparar en modificar esta cons-
    telaciön, interviniendo en ella de un modo adecuado? A mi
    juicio, semejante «actividad» del medico analitico, estä mäs
    que suficientemente justificada.

    Como vereis, se abre aqui a la t&cnica analitica, un
    nuevo campo, cuya explotaciön exigirä una penetrante la-
    bor, conforme a reglas especialisimas. No he de intentar
    iniciaros hoy en esta t&cnica, todavia en formaciön, y me
    limitar& a hacer resaltar un principio que constituirä segu-
    ramente la norma fundamental de nuestra acciön en este
    nuevo campo. Helo aqui: La cura analitica ha
    de desarrollarse, dentro de lo posible,
    en la abstinencia.

    No podemos entrar a determinar aqui los limites de se-
    mejante posibilidad, a cuya fijaciön habremos de dedicar
    un estudio detallado. Pero si quiero hacer constar, que el
    concepto de abstinencia no supone la ausencia de toda sa-
    tisfacciön—cosa, naturalmente, imposible—ni ha de inter-
    pretarse tampoco en su sentido vulgar de abstenciön del
    comercio sexual, sino que entrafia un significado distinto,
    mucho mäs estrechamente enlazado a la dinämica de la
    adquisiciön de la enfermedad y de su curaciön.

    Recordareis, que lo que hizo enfermar al sujeto fu& una
    privaciön y que sus sintomas constituyen, para &l,
    una satisfacciön sustitutiva. Durante la cura podeis obser-
    var que todo alivio de su estado patolögico retarda la mar-
    cha del restablecimiento y disminuye la fuerza instintiva
    que impulsa hacia la curaciön. Ahora bien; no nos es po-
    sible, en modo alguno, renunciar a esta fuerza instintiva,
    y toda disminuciön de la misma significa un peligro para
    nuestros propösitos terap&uticos. dCuäl serä entonces la
    consecuencia obligada? Que, por muy cruel que parezca,
    hemos de cuidar de que la dolencia del enfermo no alcan-
    ce un termino prematuro. Al quedar mitigada por la des-

    204 —

  • S.

    TECNICA DE LA P’SICOANALISIS

    composiciön y la desvalorizaciön de los sintomas, tenemos,
    pues, que instituir otra nueva, sensible privaciön, pues si
    no, corremos peligro de no alcanzar, ya nunca, mäs que
    alivios insignificantes y pasajeros.

    Este peligro nos amenaza, que yo sepa, por dos lados.
    En primer lugar, el enfermo se esfuerza afanosamente en
    crearse nuevas satisfacciones sustitutivas exentas ya de
    caräcter patolögico, en lugar de sus sintomas. Aprovecha
    la extraordinaria facultad de desplazamiento de la libido
    parcialmente libertada, para cargar de libido las mäs diver-
    sas actividades, preferencias y costumbres y elevarlas a la
    categoria de satisfacciones sustitutivas. Encuentra cons-
    tantemente nuevas derivaciones de este gönero que aca-
    paran la energia necesaria para la propulsiön de la cura y,
    sabe mantenerlas secretas durante algün tiempo. Se nos
    plantea, asi, la labor de ir descubriendo todas estas des-
    viaciones y exigir al paciente que renuncie a ellas, por muy
    inocente que parezca la actividad conducente a la satisfac-
    ciön. Pero el enfermo a medias curado puede tambien em-
    prender caminos mäs peligrosos, por ejemplo, ligarse irre-
    flexiva y precipitadamente a una mujer. Observaremos, de
    pasada, que las sustituciones mäs corrientes de la neuro-
    sis son, en estos casos, una boda irreflexiva y desgraciada
    o una enfermedad orgänica, situaciones que satisfacen es-
    pecialmente la conciencia de culpabilidad (necesidad de
    castigo) que :mantiene a muchos enfermos tan tenazmente
    adheridos a su neurosis. EI sujeto se castiga a si mismo
    con una elecciön matrimonial poco afortunada o acepta
    como un castigo del destino una larga enfermedad orgä-
    nica y renuncia entonces, muy frecuentemente, a una con-
    tinuaciön de la neurosis.

    La actividad del me&dico ha de manifestarse en todas
    estas situaciones como una energica oposiciön a las satis-
    facciones sustitutivas prematuras.

    El segundo de los peligros que amenazan la energia

    — 205 —

  • S.

    x
    PROF. SS. FREUD

    propulsora del anälisis resulta mäs fäcil de Precaver. Con-
    siste en que el enfermo buscarä preferentemente la satis-
    facciön sustitutiva en la cura misma, en la relaciön de
    transferencia con el medico, e incluso tenderä a encontrar
    por este camino una compensaciön total de las privaciones
    que en otros terrenos le han sido impuestas. Desde luego,
    habremos de hacerle alguna concesiön a este respecto y
    mäs o menos amplia segün la naturaleza del caso yla
    idiosincrasia del enfermo. Pero no es conveniente extre-
    mar la tolerancia. EI analitico que se deja arrastrar por su
    filantropfa y otorga al enfermo una tolerancia excesiva, co-
    mete la misma falta econömica de que se hacen culpables
    nuestros sanatorios no analiticos. Estos tienden exclusiva-
    mente a hacer que la cura resulte lo mäs grata posible,
    para que el enfermo busque de nuevo en ellos un refugio
    cada vez que la vida le presente alguna de sus dificulta-
    des. Pero con ello renuncian a fortificarle ante la vida ya
    aumentar su capacidad para resolver sus problemas perso-
    nales. En la cura analitica debe evitarse todo esto. Gran
    parte de los deseos del enfermo en cuanto a su relaciön
    con el medico habrän de quedar incumplidos, debiendo
    serle negada precisamente la satisfacciön de aquellos que
    nos parezcan mäs intensos y que €] mismo manifieste con
    mayor apremio.

    El principio de mantener la abstinencia durante la cura
    no agota el contenido de la actividad del medico. Otra de
    las orientaciones de esta actividad ha sido ya objeto de
    discusiön entre la escuela suiza y nosotros. Por nuestra
    parte, rehusamos decididamente aduefiarnos del paciente
    que se pone en nuestras manos, y estructurar su destino,
    imponerle nuestros ideales y formarle, con orgullo crea-
    dor, a nuestra imagen y semejanza. Mi opiniön continia
    siendo hoy contraria a semejante conducta, que ademäs
    de transgredir los Iimites de la actuaciön medica, carece de
    toda utilidad para la obtenciön de nuestro fin terap&utico.

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    Personalmente, he podido auxiliar con toda eficacia a su-
    jetos con los que no me unfa comunidad alguna de raza,
    educaciön, posiciön social o principios, sin perturbar para
    nada su idiosincrasia. De todos modos, al desarrollarse la
    discusiön antes citada, experiment& la impresiön de que @
    analitico que llevaba la voz de nuestro grupo—creo que
    era E. Jones—procedia con demasiada intransigencia. No
    podemos evitar encargarnos tambien de pacientes comple-
    tamente inermes ante la vida, en cuyo tratamiento habre-
    mos de agregar al influjo analitico una influencia educado-
    ra, y tambien con los demäs surgirän alguna vez ocasio-
    nes en las que nos veremos obligados a actuar como
    consejeros y educadores. Pero, en estos casos, habremos
    de actuar siempre con mäxima prudencia, tendiendo a
    desarrollar y robustecer la personalidad del paciente, en lu-
    gar de imponerle las directivas de la nuestra propia.

    Nuestro venerado amigo J. Putnam, a quien hemos de
    estar reconocidos por su defensa de la psicoanälisis en el
    ambiente norteamericano, tan hostil a ella, habrä de per-
    donarnos que tampoco aceptemos su demanda de colocar
    la psicoanälisis al servicio de una determinada concepciön
    filosöfica del universo e imponer &sta a los pacientes, para
    su mayor ennoblecimiento espiritual. Tambien esto cons-
    tituirfa una violencia, aunque encubierta por la mäs noble
    intenciön.

    EI descubrimiento de que las distintas formas patolögi-
    cas que tratamos no pueden ser curadas todas con la mis-
    ma t&cnica nos ha impuesto otra especie totalmente dis-
    tinta de actividad. Seria prematuro tratar ya aqui detalla-
    damente de esta cuestiön, pero si puedo haceros ver, en
    dos ejemplos, en qu& medida surge aqui una nueva moda-
    lidad activa de nuestros metodos. Nuestra t&cnica se ha
    desarrollado en el tratamiento de la histeria y permanece
    alın orientada hacia esta afecciön. Pero las fobias nos obli-
    gan ya a salirnos de nuestra conducta habitual. No conse-

    07 —

  • S.

    PROF. SS. FR E UD

    guiremos jamäs dominar una fobia si esperamos a que el
    anälisis llegue a mover al enfermo a abandonarla, pues no
    aportarä entonces, nunca, al anälisis, el material indispen-
    sable para conseguir una explicaciön convincente de la
    misma. Por lo tanto, habremos de seguir otro camino. To-
    memos, como ejemplo, la agorafobia, en sus dos grados,
    leve y grave. El enfermo de agorafobia leve siente miedo
    de ir solo por la calle, pero no ha renunciado a hacerlo. EI
    enfermo grave se protege ya contra la angustia renuncian-
    do en absoluto a salir solo. Con estos ültimos no alcanza-
    remos jamäs resultado positivo alguno si antes no conse-
    guimos resolverlos, por medio del influjo analitico, a con-
    ducirse como los primeros, esto es, a salir solos a la calle,
    aungque durante tales tentativas hayan de luchar penosa-
    mente con la angustia. Asi, pues, hemos de tender, antes,
    amitigar la fobia, y una vez conseguido esto mediante
    nuestra intervenciön activa, el enfermo se hace ya con
    aquellas ocurrencias y recuerdos que permiten la soluciön
    de la fobia.

    La actitud expectante pasiva parece aün menos indica-
    da en los casos graves de actos obsesivos, los cuales
    tienden, en general, a un proceso curativo «asintötico», a
    una duraciön indefinida del tratamiento, surgiendo en
    ellos, para el anälisis, el peligro de extraer a luz infinidad
    de cosas sin provocar modificaciön alguna del estado pa-
    tolögico. A mi juicio, la ünica t&cnica acertada en estos
    casos, consiste en esperar a que la cura misma se convier-
    ta en una obsesiön y dominar entonces violentamente con
    ella la obsesiön patolögica. De todos modos, no debe&is ol-
    vidar que con estos dos ejemplos he querido solamente
    presentaros una muestra de las nuevas direcciones en que
    parece comenzar a orientarse nuestra terapia.

    Para terminar, quisiera examinar con vosotros una si-
    tuaciön que pertenece al futuro y que acaso os parezca
    fantästica. Pero, a mi juicio, merece que vayamos acos-

    — 208 —

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    tumbrando a ella nuestro pensamiento. Sabeis muy bien
    que nuestra acciön terapeutica es harto restringida. Somos
    pocos, y cada uno de nosotros nO puede tratar mäs que un
    nümero muy limitado de enfermos al afo, por grande que
    sea su capacidad de trabajo. Frente a la magnitud de la
    miseria neurötica que padece el mundo y que quizä pudie-
    ra no padecer, nuestro rendimiento terap&utico €S cuanti-
    tativamente insignificante. Ademäs, nuestras condiciones
    de existencia limitan nuestra acciön a las clases pudientes
    de la sociedad, las cuales suelen elegir por si mismas SUS
    medicos, siendo apartadas dela psicoanälisis, en esta elec-
    ciön, por toda una serie de prejuicios. De este modo, nada
    nos es posible hacer an por las clases populares, que tan
    duramente suiren bajo las neurosis.

    Supongamos ahora, que una organizaciön cualquiera
    nos permita aumentar de tal modo nuestro nümero, que
    seamos ya bastantes para tratar grandes masas de enfer-
    mos. Por otro lado, es tambien de prever que alguna vez
    habrä de despertar 1a conciencia de la sociedad y advertir
    a &sta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del
    psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis
    amenazan tan gravemente la salud del pueblo como la tu-
    berculosis, no pudiendo ser tampoco abandonada su tera-
    pia ala iniciativa individual. Se crearän entonces institu-
    ciones medicas en las que habrä analiticos encargados
    de conservar capaces de resistencia y rendimiento a los
    hombres que abandonados a si mismos Se entregarian a
    la bebida, a las mujeres pröximas a derrumbarse bajo el
    peso de las privaciones y @ los niios cuyo ünico porvenir
    es la delincuencia o la neurosis. EI tratamiento seria, na-
    turalmente, gratis. Pasarä, quizä, mucho tiempo hasta
    que el Estado se d& cuenta de la urgencia de esta obliga-
    ciön suya. Las circunstancias actuales retrasarän acaso
    todavia mäs este momento y es muy probable que la be-
    neficencia privada sea la que inicie la fundaciön de tales

    29 — 1

  • S.

    PpRorF. Ss. FREUD

    instituciones. Pero indudablemente han de ser un hecho
    algün dia.

    Se nos plantearä, entonces, la labor de adaptar nues-
    tra tecnica a las nuevas condiciones. No dudo que el acier-
    to de nuestras hipötesis psicolögicas impresionarä tambien
    los espiritus populares, pero, de todos modos, habremos
    de buscar la expresiön mäs sencilla y comprensible de
    nuestras teorias. Seguramente, comprobaremos que los
    pobres estän aün menos dispuestos que los ricos a renun-
    ciar a su neurosis, pues la dura vida que les espera no les
    ofrece atractivo alguno yla enfermedad les confiere un de-
    recho mäs a la asistencia social. Es probable que sölo con-
    sigamos obtener algün resultado cuando podamos unir a
    la ayuda psiquica una ayuda material, a estilo del empe-
    rador Jose. Asi mismo, en la aplicaciön popular de nues-
    iros m&todos, habremos de mezclar quizä al oro puro del
    anälisis el cobre de la sugestiön directa, y tambien el influ-
    jo hipnötico pudiera volver a encontrar aqui un lugar, como
    en el tratamiento de las neurosis de guerra. Pero cuales-
    quiera que sean la estructura y composiciön de esta psico-
    terapia para el pueblo, sus elementos mäs importantes y
    eficaces continuarän siendo, desde luego, los tomados de
    la psicoanälisis propiamente dicha, rigurosa y libre de toda
    tendencia.

    _ 10 —