Una experiencia religiosa 1928-001/1930.en
  • S.

    Una experiencia religiosa

    En el otofio de 1927, un periodista germano-america-
    no (G. S. Viereck), al que hubiera recibido con mucho
    gusto si alguna vez se le hubiera ocurrido venir a verme,
    publicô una entrevista conmigo en la que se hablaba de
    mi falta de creencias religiosas y de mi indiferencia ante la
    posibilidad de una vida de ultratumba. Esta supuesta en-
    trevista fué muy leída y me procuró, entre otras, la si-
    guiente carta de un médico americano.

    <... Lo que más me ha impresionado ha sido su respues-
    ta a la pregunta de si creía en una subsistencia de la perso-
    nalidad después de la muerte. Según el informador, habría
    contestado usted secamente: Eso me tiene sin cuidado.

    Le escribo hoy para comunicarle un suceso vivido por
    mí el año mismo en que terminaba mis estudios universi-
    tarios. Una tarde que me encontraba en el quirófano, en-
    traron el cadáver de una anciana y lo colocaron sobre una
    de las mesas de disección. Hondamente impresionado por
    la expresión de serena dulzura de aquel rostro muerto,
    pensé en el acto: No; no hay Dios; si hubiera un Dios, no
    habría permitido que una mujer tan bondadosamente ama-
    ble viniera a la sala de disección.

    Al regresar luego a casa, abrigaba la firme decisión de
    no volvera entrar en una iglesia. Las doctrinas del cris-
    tianismo me habían inspirado ya antes graves dudas.

    Pero cuando me hallaba reflexionando sobre todo esto,
    surgió en mi alma una voz que me aconsejó meditar mi
    resolución. Mi razón respondió a esta voz: Si alguna vez

    — 985 —

  • S.

    PROF. S. FREUD

    adquiero la certeza de que los dogmas cristianos son ver-
    daderos y de que la Biblia es la palabra de Dios, los acep-
    taré sumisamente.

    En los dias siguientes, Dios hizo sentir claramente a
    mi alma que la Biblia es la palabra de Dios, que todo 10
    que se nos ensefia sobre Jesucristo es verdad y que Jesüs
    es nuestra ånica esperanza. Desde entonces, Dios se me
    ha revelado con otros muchos signos inequivocos.

    Como «hermano médico» (brother physician) le ruego
    que medite sobre cuestión tan esencial y le aseguro que
    silo hace sinceramente, Dios revelará a su alma la verdad,
    como a mí y a otras muchas personas...»

    A esta carta contesté, cortésmente, que me felicitaba
    de que una tal experiencia le hubiese permitido conservar
    su fe. Dios no había hecho tanto por mi. No me había
    hecho oir jamás una tal voz, y si no se daba ya mucha
    prisa—teniendo en cuenta mi avanzada edad—no sería
    culpa mía si continuaba siendo hasta el fin, lo que ahora
    era, an infidel jew.

    El amable colega americano aseguraba en su carta que
    el judaísmo no constituía un obstáculo para llegar a la ver-
    dadera fe y aducía, para demostrarlo, diversos ejemplos.
    Por último, me comunicaba que se rezaba por mí, implo-
    rando a Dios que me otorgase la fe verdadera.

    Tales plegarias no han surtido hasta ahora el menor
    efecto. Pero la experiencia religiosa de mi amable corres-
    ponsal me ha hecho pensar, pareciéndome interesante in-
    tentar su explicación por motivos afectivos, ya que, ade-
    más de su singularidad, presenta fundamentos lógicos
    harto débiles. Dios permite cosas más fuertes que la de
    que una mujer de rostro simpático acabe en una sala de
    disección. Tales cosas han sucedido siempre y sucedían
    todos los días en la época en que el médico americano
    terminaba sus estudios. Por otro lado, su carrera hace su-
    poner que no podía ignorar éstas y otras miserias. Y en-

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  • S.

    を N 5 4 Y o s

    tonces, spor qué su rebelión contra Dios hubo de estallar
    precisamente al experimentar aquella impresión ante el
    cadåver de la anciana?

    La explicación es harto fácil para toda persona acos-
    tumbrada a considerar analiticamente los sucesos interio-
    res y los actos de los hombres; tan fácil, que se mezcló es-
    pontáneamente en mi memoria con el hecho mismo al que
    se refería. Al citar en una discusión la carta del piadoso
    colega, expuse que según escribía en ella, el rostro de la
    anciana le había recordado el de su propia madre. En rea-
    lidad, la carta no contenía nada semejante y yo mismo me
    di en seguida cuenta de ello, pero precisamente este error
    de memoria constituye la explicación que se nos impone
    al leer las palabras con las que el sujeto describe a la an-
    ciana (sweet faced dear old woman). El afecto despertado
    por el recuerdo de la madre es el responsable de la debili-
    dad de juicio demostrada en aquella ocasión por el médico.
    Dejándonos llevar por el vicio psicoanalítico de aducir
    como material probatorio cosas que desde el punto de
    vista general parecen verdaderas nimiedades, susceptibles
    de otra distinta explicación menos profunda, nos fijaremos
    también en las palabras «hermano médico» empleadas a
    mi intención en la carta.

    Podemos, pues, representarnos el proceso en la si-
    guiente forma: La visión del cuerpo desnudo (o que ha de
    ser desnudado) de una mujer que le recuerda a su madre,
    despierta en el joven la nostalgia de la madre, procedente
    del complejo de Edipo y completada en el acto por la rebe-
    lión contra el padre. La imagen del padre y la de Dios no
    se hallan aún muy separadas en él, y el deseo de la muerte
    del padre puede hacerse consciente como duda de la exis-
    tencia de Dios y quererse legitimar ante la razón como
    indignación por el maltrato inflingido al objeto materno. El
    niño considera típicamente el comercio sexual entre el pa-
    dre y la madre como una violencia ejercida sobre la ma-

    Das

  • S.

    R IQ POR: ma Mau NP,

    dre. La nueva tendencia, desplazada al terreno religioso,
    no es más que una repetición de la situación del complejo
    de Edipo y sigue en consecuencia, al poco tiempo, igual
    destino, sucumbiendo a una poderosa corriente contraria.
    Durante el conflicto no es mantenido el nivel del despla-
    zamiento, no se aduce argumento ninguno para la justifi-
    cación de la idea de Dios ni se dice tampoco con qué sig-
    nos inequívocos hubo de demostrar Dios su existencia al
    sujeto, desvaneciendo sus dudas. El conflicto parece ha-
    berse desarrollado en la forma de una psicosis alucinato-
    ria: voces internas que se hacen perceptibles para des-
    aconsejar la rebelión contra Dios. El combate interior tiene
    de nuevo en el terreno religioso, su desenlace, predeter-
    minado por el destino del complejo de Edipo: Una comple-
    ta sumisión a la voluntad de Dios-padre. El joven se ha
    hecho creyente y acepta todo lo que desde niño se le ha
    enseñado acerca de Dios y de Jesucristo. Ha vivido una
    experiencia religiosa y se ha convertido.

    Todo esto es tan sencillo y transparente que no pode-
    mos rechazar la interrogación de si la comprensión de este
    caso nos habrá descubierto algo sobre la psicología de la
    conversión religiosa. Remitiremos al lector a una excelen-
    te obra de Sante de Sanctis (La conversione religiosa, Bo-
    logna 1924) en la que se utilizan todos los descubrimien-
    tos de la psicoanálisis. Su lectura confirma la sospecha de
    que no todos los casos de conversión religiosa se mues-
    tran tan transparentes como el que antecede, pero también
    que muestro caso no contradice en ningún punto las opi-
    niones que la investigación moderna ha formado sobre
    esta cuestión. Lo que distingue a nuestra observación es
    su enlace con una ocasión especial que hace brotar una
    vez más la incredulidad antes de quedar definitivamente
    dominada para el individuo.