S.
I.
Sobre una degradación general de la
vida erótica.1
Si preguntamos a un psicoanalítico cuál es la enferme-
dad para cuyo remedio se acude a él más frecuentemente,
nos indicarå—previa excepción de las múltiples formas de
la angustia—la impotencia psiquica. Esta singular pertur-
baciôn ataca a individuos de naturaleza intensamente libi-
dinosa y se manifiesta en que los ⑥rganos ejecutivos de la
sexualidad rehusan su colaboraciôn al acto sexual, no obs-
tante aparecer, antes y después, perfectamente intactos y
a pesar de existir en el sujeto una intensa inclinación psi-
quica a realizar dicho acto. El primer dato para la com-
prensión de su estado lo obtiene el paciente al observar
que el fallo no se produce sino con una persona determi-
nada y nunca con otras. Descubre, así, que la inhibición
de su potencia viril depende de alguna cualidad del objeto
sexual, y a veces, indica haber advertido en su interior,
un obstáculo, una especie de voluntad contraria, que se
oponía, con éxito, a su intención consciente. Pero no le es
posible adivinar en qué consiste tal obstáculo interno ni
qué cualidad del objeto sexual es la que lo provoca. En
esta perplejidad, acaba por atribuir el primer fallo a una
impresión «casual» y concluye, erróneamente, que su re-
petición se debe a la acción inhibitoria del recuerdo de di-
cho primer fallo, constituído en representación angustiosa.— ge
S.
ENJÄYOF.7906-1924
Sobre este tema de la impotencia psiquica existen ya
varios estudios psicoanaliticos de diversos autores (1).
Todo analitico puede confirmar, por propia experiencia
médica, las explicaciones en ellos ofrecidas. Se trata real-
mente de la accién inhibitoria de ciertos complejos psiqui-
cos, que se substraen al conocimiento del individuo, ma-
terial patôgeno cuyo contenido mas frecuente es la fija-
ciôn incestuosa, no dominada, a la madre o la hermana.
Fuera de estos complejos, habrå de concederse atenciôn a
la influencia de las impresiones penosas accidentales ex-
perimentadas por el sujeto en conexiôn con su actividad
sexual infantil y a todos aquellos factores susceptibles de
disminuir la libido que ha de ser orientada hacia el objeto
sexual femenino (2).Al someter un caso de franca impotencia psiquica a un
penetrante estudio psicoanalitico, obtenemos, sobre los
procesos psicosexuales que en él se desarrollan, los si-
guientes datos: El fundamento de la enfermedad es de
nuevo, como muy probablemente en todas las perturba-
ciones neuróticas, una inhibición del proceso evolutivo
que conduce a la libido hasta su estructura definitiva y
normal. En el caso que nos ocupa, no han llegado a fun-
dirse las dos corrientes cuya confluencia asegura una con-
ducta erótica plenamente normal: la corriente «cariñosa» y
la corriente «sensual».De estas dos corrientes, es la cariñosa la más antigua.
Procede de los más tempranos años infantiles, se ha cons-
tituido tomando como base los intereses del instinto de
conservación y se orienta hacia los familiares y los guar-(1) M. Steiner: Die funktionelle Impotenz des Mannes und ihre
Behandlung, 1907.—W. Stekel: Nervóse Angstzustánde und ihre Be-
handlung, Viena, 1908 (2.º edición, 1922)—Ferenczi: Analytische
Deutung und Behandlung der psychosexuellen Impotenz beim Man-
ne. (Psychiat. heurol. Wochenschrift, 1908).(2) W. Stekel, I. c. pag. 191.
su
S.
P RE. නී 4 (5 8 o PO NE D
dadores del nifio. Integra, desde un principio, ciertas
aportaciones de los instintos sexuales, determinados com-
ponentes eróticos, más o menos visibles durante la infan-
cia misma y comprobables siempre, por medio de la psi-
coanálisis, en los individuos ulteriormente neuróticos.
Corresponde a la elección de objeto prima-
ria infantil. Vemos, por ella, que los instintos se-
xuales encuentran sus primeros objetos guiándose por las
valoraciones de los instintos del Yo, del mismo modo que
las primeras satisfacciones sexuales son experimentadas
por el individuo en el ejercicio de las funciones somáticas
necesarias para la conservación de la vida. El «cariño» de
los padres y guardadores, que raras veces oculta por
completo su carácter erótico («el niño, juguete erótico»),
contribuye a acrecentar en el niño, las aportaciones eróti-
cas a las cargas psíquicas de los instintos del Yo, intensi-
ficándolas en una medida susceptible de influir el curso
ulterior de la evolución, sobre todo cuando concurren
otras determinadas circunstancias.Estas fijaciones cariñosas del niño perduran a través
de toda la infancia y continúan incorporándose considera-
bles magnitudes de erotismo, el cual queda desviado, así,
de sus fines sexuales. Con la pubertad, sobreviene luego
la poderosa corriente «sensual», que no ignora ya sus
fines. Al parecer, no deja nunca de recorrer los caminos
anteriores, acumulando sobre los objetos de la elección
primaria infantil, magnitudes de libido mucho más amplias.
Pero al tropezar aquí con el obstáculo que supone la ba-
rrera moral contra el incesto, erigida en el intervalo, ten-
derá a transferirse lo antes posible, de dichos objetos
primarios, a otros ajenos al círculo familiar del sujeto, con
los cuales sea posible una vida sexual real. Estos nuevos
objetos son elegidos, sin embargo, conforme al prototipo
(la imagen) de los infantiles, pero, con el tiempo, atraen a
sí, todo el cariño ligado a los primitivos. El hombre aban-ද ණී e
S.
ENSÄYOS.7906-192«C
donará a su padre y a su madre—según el precepto bibli-
co—para seguir a su esposa, fundiéndose entonces el
cariño y la sensualidad. El máximo grado de enamora-
miento sensual traerá consigo la máxima valoración psí-
quica. (La supervaloración normal del objeto sexual por
parte del hombre.)Dos distintos factores pueden provocar el fracaso de
esta evolución progresiva de la libido. En primer lugar, el
grado de interdicción real que se oponga ala
nueva elección de objeto, apartando de ella al individuo.
No tendrá, en efecto, sentido alguno decidirse a una elec-
ción de objeto, cuando no es posible elegir o no cabe ele-
gir nada satisfactorio. En segundo, el grado de atrac-
ción ejercido por los objetos infantiles que de abandonar
se trata, grado directamente proporcional a la carga eróti-
ca de que fueron investidos en la infancia. Cuando estos
factores muestran energía suficiente, entra en acción el
mecanismo general de la producción de las neurosis. La
libido se aparta de la realidad, es acogida por la fantasía
(introversión), intensifica las imágenes de los primeros
objetos sexuales y se fija a ellos. Pero el obstáculo opues-
to al incesto obliga a la libido orientada hacia tales objetos
a permanecer en lo inconsciente. El onanismo en el que
se exterioriza la actividad de la corriente sensual, incons-
ciente ahora, contribuye a intensificar las indicadas fija-
ciones. El hecho de que el progreso evolutivo de la libido,
fracasado en la realidad, quede instaurado en la fantasía,
mediante la substitución de los objetos sexuales primiti-
vos, por otros ajenos al sujeto, en las situaciones imagi-
nativas conducentes a la satisfacción onanista, no modifi-
ca en nada el estado de cosas. La substitución permite el
acceso de tales fantasías a la conciencia, pero no trae
consigo progreso alguno en los destinos de la libido.Puede suceder, así, que toda la sensualidad de un
joven quede ligada, en lo inconsciente, a objetos inces-a
S.
PP05.6.PPE»D
tuosos o, dicho en otros términos, fijada a fantasias inces-
tuosas inconscientes. El resultado es, entonces, una im-
potencia absoluta, que en ocasiones, puede quedar refor-
zada por una debilitaciôn real, simultåneamente adquirida,
de los órganos genitales.La impotencia psíquica propiamente dicha, exige pre-
misas menos marcadas. La corriente sensual no ha de
verse obligada a ocultarse en su totalidad detrás de la ca-
riñosa, sino que ha de conservar energía y libertad sufi-
cientes para conquistar en parte el acceso a la realidad.
Pero la actividad sexual de tales personas presenta claros
signos de no hallarse sustentada por toda su plena ener-
gía instintiva psíquica, mostrándose caprichosa, fácil de
perturbar, incorrecta, muchas veces, en la ejecución, y
poco placentera. Pero, sobre todo, se ve obligada a elu-
dir toda aproximación a la corriente cariñosa, lo que supo-
ne una considerable limitación de la elección de objeto.
La corriente sensual permanecida activa buscará tan sólo
objetos que no despierten el recuerdo de los incestuo-
sos prohibidos, y la impresión producida al sujeto por
aquellas mujeres cuyas cualidades podrían inspirarle una
valoración psíquica elevada, no se resuelve en él en ex-
citación sensual, sino en cariño eróticamente ineficaz. La
vida erótica de estos individuos permanece disociada en
dos direcciones, personificadas, por el arte, en el amor di-
vino y el amor terreno (о animal). Si aman a una mujer,
no la desean, y si la desean no pueden amarla. Buscan
objetos a los que no necesitan amar, para mantener apar-
tada su sensualidad de los objetos amados, y conforme a
las leyes de la «sensibilidad del complejo» y del «retorno
de lo reprimido», son víctimas del fallo singular de la im-
potencia psíquica en cuanto el objeto elegido para eludir
el incesto les recuerda en algún rasgo, a veces insignifi-
cante, el objeto que de eludir se trata.Contra esta perturbación, los individuos que padecen
>< නය
S.
ENJÄYOF.1906·7924
la disociaciôn erôtica descrita, se acogen principalmente a
la degradaciön psiquica del objeto sexual, reser-
vando para el objeto incestuoso y sus subrogados la su-
pervaloracićn que normalmente corresponde al objeto
sexual. Dada una tal degradación del objeto, su
sensualidad puede ya exteriorizarse libremente, desarro-
llar un importante rendimiento y alcanzar intenso placer.
A este resultado contribuye aún otra circunstancia. Aque-
llas personas en quienes las corrientes cariñosa y sensual
no han confluido debidamente, viven, por lo general, una
vida sexual poco refinada. Perduran en ellas, fines sexua-
les perversos, cuyo incumplimiento es percibido como una
sensible disminución de placer, pero que sólo parece po-
sible alcanzar con un objeto sexual rebajado e inesti-
mado.Descubrimos ya los motivos de las fantasías descritas
en el apartado anterior, en las cuales el adolescente reba-
ja a su madre al nivel de la prostituta. Tales fantasías
tienden a construir, por lo menos en la imaginación, un
puente sobre el abismo que separa las dos corrientes eró-
ticas y, degradando a la madre, ganarla para objeto de la
sensualidad.2
Hemos desarrollado, hasta aquí, una investigación
médico-psicológica de la impotencia psíquica, ajena en
apariencia al título del presente estudio. Pronto se verá,
sin embargo, que tal introducción nos era necesaria para
llegar a nuestro verdadero tema.Hemos reducido la impotencia psíquica a la no con-
fluencia de las corrientes cariñosa y sensual en la vida
erótica y hemos atribuído esta perturbación de la evolu-
ción normal de la libido, al influjo de intensas fijaciones
infantiles y al obstáculo opuesto luego, en la realidad, a la= a
S.
PROF.F.PPE»D
corriente sensual, por la barrera erigida contra el incesto
en el periodo intermedio. Contra esta teoria, cabe una
importante objeción: Nos da demasiado; nos explica por
qué ciertas personas padecen impotencia psíquica, pero
nos lleva a extrañar que alguien pueda escapar a tal do-
lencia. En efecto, puesto que los factores señalados—la
intensa fijación infantil, la barrera erigida contra el incesto
y la prohibición opuesta al instinto sexual en los años in-
mediatos a la pubertad—son comunes a todos los hom-
bres pertenecientes a un cierto nivel cultural, sería de es-
perar que la impotencia psíquica fuese una enfermedad
general de nuestra sociedad civilizada y no se limitase a
casos individuales.Podríamos inclinarnos a eludir una tal conclusión aco-
giéndonos al factor cuantitativo de la causación de la en-
fermedad, o sea a aquella mayor o menor magnitud de las
aportaciones de los distintos factores etiológicos, de la
cual depende que se constituya o no un estado patológico
manifiesto. Mas, aunque nada nos parece oponerse a esta
conducta, no habremos de seguirla para rechazar la con-
clusión indicada. Por el contrario, queremos sentar la
afirmación de que la impotencia psíquica se halla mucho
más difundida de lo que se supone, apareciendo caracte-
rizada, por una cierta medida de esta perturbación, la vida
erótica del hombre civilizado.Si damos al concepto de la impotencia psíquica un
sentido más amplio, no limitándolo a la imposibilidad de
llevar a cabo el acto sexual, no obstante la perfecta nor-
malidad de los órganos genitales y la intención consciente
de complacerse en él, habremos de incluir también, entre
los individuos aquejados de tal enfermedad, a aquellos su-
jetos a los que designamos con el nombre de psicoanesté-
sicos, los cuales pueden realizar el coito sin dificultad al-
guna, pero no hallan en él especial placer, hecho bas-
tante más frecuente de lo que pudiera creerse. La inves-— 85 —
S.
ENSÄYOZ.1906—1924
tigaciôn psicoanalitica de estos casos tropieza con los
mismos factores etiolôgicos descubiertos en la impotencia
psiquica estrictamente considerada, pero no nos procura,
en un principio, explicaciôn alguna de las diferencias sin-
tomåticas. Una analogia fåcilmente justificable, enlaza
estos casos de anestesia masculina a los de frigidez feme-
nina, infinitamente frecuentes, siendo el mejor camino
para describir y explicar la conducta erôtica de tales mu-
jeres, su comparaciôn con la impotencia psiquica del hom-
bre, mucho mås ruidosa (1).Prescindiendo de una tal extension del concepto de la
impotencia psiquica y atendiendo tan s6lo a las grada-
ciones de su sintomatologfa, no podemos eludir la impre-
siôn de que la conducta erôtica del hombre civilizado, pre-
senta generalmente, hoy en dia, el sello de la impotencia
psíquica. Sólo en una limitada minoría aparecen debida-
mente confundidas las corrientes cariñosa y sensual. El
hombre siente coartada casi siempre su actividad sexual
por el respeto a la mujer y sólo desarrolla su plena po-
tencia con objetos sexuales degradados, circunstancia a la
que coadyuva el hecho de integrar en sus fines sexuales,
componentes perversos, que no se atreve a satisfacer en
la mujer estimada. Sólo experimenta, pues, un pleno goce
sexual, cuando puede entregarse sin escrúpulo a la satis-
facción, cosa que no se permitirá, por ejemplo, con la
mujer propia. De aquí, su necesidad de un objeto sexual
rebajado, de una mujer éticamente inferior, en la que no
pueda suponer repugnancias estéticas y que ni conozca
las demás circunstancias de su vida, ni pueda juzgarle. A
una tal mujer dedicará, entonces, sus energías sexuales;
aunque su cariño pertenezca a otra de tipo más elevado,
Esta necesidad de un objeto sexual degradado, al cual se(1) Ha de reconocerse, de todos modos, que la frigidez femenina
es un tema complejo, accesible también desde otros puntos.Re
S.
PR aU v P MESI»
enlace, fisiológicamente, la posibilidad de una completa
satisfacción, explica la frecuencia con que los individuos
pertenecientes a las más altas clases sociales, buscan sus
amantes, y a veces sus esposas, en clases inferiores.No creo aventurado hacer también responsables de
esta conducta erótica tan frecuente entre los hombres de
nuestras sociedades civilizadas, a los dos factores etioló-
gicos de la impotencia psíquica propiamente dicha: la in-
tensa fijación incestuosa infantil y la prohibición real
opuesta al instinto sexual en la adolescencia. Aunque pa-
rezca desagradable y, además, paradójico, ha de afirmar-
se, que para poder ser verdaderamente libre, y con ello,
verdaderamente feliz en la vida erótica, es preciso haber
vencido el respeto a la mujer y el horror a la idea del in-
cesto con la madre o la hermana. Aquellos que ante esta
exigencia, procedan a una seria introspección, descubri-
rán que, en el fondo, consideran el acto sexual como algo
degradante, cuya acción impurificadora no se limita sólo
al cuerpo. El origen de esta valoración, que sólo a dis-
gusto reconocerán, habrán de buscarlo en aquella época
de su juventud en la que su corriente sensual, intensamen-
te desarrollada ya, encontraba prohibida toda satisfacción,
tanto en los objetos incestuosos como en los extrafios.También las mujeres aparecen sometidas en nuestro
mundo civilizado, a consecuencias análogas, emanadas de
su educación, y además, a las resultantes de la conducta
del hombre. Para ellas es, naturalmente, tan desfavora-
ble que el hombre no desarrolle a su lado toda su poten-
cia, como que la supervaloración inicial del enamora-
miento quede substituida por el desprecio, después de la
posesión. Lo que no parece existir en la mujer, es la ne-
cesidad de rebajar el objeto sexual, circunstancia enlaza-
da, seguramente, al hecho de no darse tampoco en ella
nada semejante a la supervaloración masculina. Pero su
largo apartamiento de la sexualidad y el confinamiento de0.
S.
c»s.4yos.igos-tgpd
la sensualidad en la fantasia, tienen para ella otra impor-
tante consecuencia. En muchos casos, no le es ya posible
disociar las ideas de actividad sensual y prohibiciôn, re-
sultando, asi, psiquicamente impotente, o sea frigida,
cuando por fin le es permitida tal actividad. De aqui la
tendencia de muchas mujeres a mantener secretas, duran-
te algún tiempo, relaciones perfectamente licitas, y para
otras, la posibilidad de sentir normalmente en cuanto la
prohibición vuelve a quedar establecida, por ejemplo, en
unas relaciones ilícitas. Infieles al marido, pueden consa-
grar al amante una fidelidad de segundo orden.A mi juicio, este requisito de la prohibición, que apa-
rece en la vida erótica femenina, puede equipararse a la
necesidad de un objeto sexual degradado en el hombre.
Ambos factores son consecuencia del largo intervalo exi-
gido por la educación, con fines culturales, entre la madu-
ración y la actividad sexual, y tienden igualmente a des-
vanecer la impotencia psíquica resultante de la no con-
fluencia de las corrientes cariñosa y sensual. El hecho de
que las mismas causas produzcan en el hombre y en la
mujer efectos tan distintos, depende, quizá, de otra diver-
gencia comprobable en su conducta sexual. La mujer no
suele infringir la prohibición opuesta a la actividad sexual
durante el período de espera, quedando así establecido en
ella el íntimo enlace entre las ideas de prohibición y se-
xualidad. En cambio, el hombre infringe generalmente tal
precepto, a condición de rebajar el valor del objeto, y
acoge en consecuencia, esta condición, en su vida sexual
ulterior.Ante la intensa corriente de opinión que propugna ac-
tualmente la necesidad de una reforma de la vida sexual,
no será quizá inútil recordar, que la investigación psico-
analítica no sigue tendencia alguna. Su único fin es des-
cubrir los factores que se ocultan detrás de los fenómenos
manifiestos. Verá con agrado, que las reformas que se in-ー ⑨⑧ 一
S.
PPOP.C.FFEUD
tenten utilicen sus descubrimientos, para substituir lo per-
judicial por lo provechoso. Pero no puede asegurar que
tales reformas no hayan de imponer a otras instituciones
sacrificios distintos y quizå mds graves.3
El hecho de que el enfrenamiento cultural de la vida
erôtica traiga consigo una degradaciôn general de los ob-
jetos sexuales, nos mueve a transferir nuestra atenciôn,
desde tales objetos, a los instintos mismos. El dafio de la
prohibiciôn inicial del goce sexual se manifiesta en que su
ulterior permisión en el matrimonio, no proporciona ya
plena satisfacciôn. Pero tampoco una libertad sexual ilimi-
tada desde un principio, procura mejores resultados. No
es dificil comprobar que la necesidad erötica pierde consi-
derable valor psíquico en cuanto se le hace facil y cómoda
la satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado,
es necesario oponerla un obstáculo, y siempre que las re-
sistencias naturales opuestas a la satisfacción han resulta-
do insuficientes, han creado los hombres otras convencio-
nales, para que el amor constituyera verdaderamente un
goce. Esto puede decirse tanto de los individuos como de
los pueblos. En épocas en las que la satisfacción erótica
no tropezaba con dificultades, por ejemplo, durante la de-
cadencia de la civilización antigua, el amor perdió todo su
valor, la vida quedó vacía y se hicieron necesarias enér-
gicas reacciones, para restablecer los valores afectivos in-
dispensables. En este sentido, puede afirmarse que la co-
rriente ascética del cristianismo creó, para el amor, valo-
raciones psíquicas que la antigiiedad pagana no había
podido ofrendarle jamás. Esta valoración alcanzó su máxi-
mo nivel en los monjes ascéticos, cuya vida no era sino
una continua lucha contra la tentación libidinosa.En un principio, nos inclinamos, desde luego, a atri-
> Yürek
S.
s«sÄY05-lFOs-XISC
buir las dificultades aqui emergentes, a cualidades genera-
les de nuestros instintos orgånicos. Es también exacto, en
general, que la importancia psiquica de un instinto crece
con su prohibiciôn. Si sometemos, por ejemplo, al tormen-
to del hambre, a un cierto nûmero de individuos, muy
diferentes, entre si, veremos que las diferencias individua-
les irån borråndose con el incremento de la imperiosa
necesidad, siendo substituidas por las manifestaciones uni-
formes del instinto insatisfecho. Ahora bien épuede igual-
mente afirmarse que la satisfacciôn de un instinto dismi-
nuya siempre tan considerablemente su valor psiquico?
Pensemos, por ejemplo, en la relaciôn entre el bebedor y
el vino. El vino procura siempre al bebedor la misma satis-
facción tóxica, tantas veces comparada por los poetas a la
satisfacción erótica y comparable realmente a ella aún
desde el punto de vista científico. Nunca se ha dicho que
el bebedor se vea precisado a cambiar constantemente de
bebida, porque cada una de ellas pierda, una vez gustada,
su atractivo. Por el contrario, el hábito estrecha.cada vez
más apretadamente el lazo que une al bebedor con la
clase de vino preferida. Tampoco sabemos que el bebedor
sienta la necesidad de emigrar a un país en que el vino
sea más caro o esté prohibido su consumo, para reanimar
con tales incitantes el valor de su gastada satisfacción.
Nada de esto sucede. Las confesiones de nuestros gran-
des alcohólicos, de Boecklin, por ejemplo, sobre su rela-
ción con el vino (1), delatan una perfecta armonía que
podría servir de modelo a muchos matrimonios. ¿Por qué
ha de ser, entonces, tan distinta la relación entre el aman-
te y su objeto sexual?A mi juicio, y por extraño que parezca, habremos de
sospechar que en la naturaleza misma del instinto sexual,
existe algo desfavorable a la emergencia de una plena sa-(1) Floerke: Zwei Jahre mit Boecklin, 1902.
AM NMS.
PROF.I.P,?EUD
tisfacciön. En la evoluciön de este instinto, larga y com-
plicada, destacan dos factores a los que pudiera hacerse
responsables de tal dificultad. En primer lugar, a conse-
cuencia del desdoblamiento de la elecciôn de objeto y de
la creación intermedia de la barrera contra el incesto, el
objeto definitivo del instinto sexual no es nunca el primi-
tivo, sino tan sólo un subrogado suyo. Pero la psicoanáli-
sis nos ha demostrado, que cuando el objeto primitivo de
un impulso optativo sucumbe a la represión, es reempla-
zado, en muchos casos, por una serie interminable de ob-
jetos substitutivos, ninguno de los cuales satisface por
completo. Esto nos explicaría la inconstancia en la elec-
ción de objeto, el chambre de estímulos», tan frecuente
en la vida erótica de los adultos.En segundo lugar, sabemos que el instinto sexual se
descompone, al principio, en una amplia serie de elemen-
tos—o, mejor dicho, nace de ella—y que algunos de estos
componentes no pueden ser luego acogidos en su estruc-
tura ulterior, debiendo ser reprimidos o destinados a fines
diferentes. Trátase, sobre todo, de los componentes ins-
tintivos coprófilos, incompatibles con nuestra cultura es-
tética desde el punto y hora, probablemente, en que la ac-
titud vertical alejó del suelo nuestros órganos olfatorios, y
además, de gran parte de los impulsos sádicos adscritos a
la vida erótica. Pero todos estos procesos evolutivos no
van más allá de los estratos superiores de la complicada
estructura. Los procesos fundamentales, que dan origen
a la excitación erótica, permanecen invariados. Lo excre-
mental se halla ligado íntima e inseparablemente a lo se-
xual, y la situación de los genitales—inter urinas et fae-
ces—continúa siendo el factor determinante invariable.
Modificando una conocida frase de Napoleón el Grande,
pudiera decirse que «la anatomía es el destino». Los ge-
nitales mismos no han seguido tampoco la evolución ge-
neral de las formas humanas hacia la belleza. Conservana
S.
ァ
B NISTA VO SL 9.0 නෑ ער MS €
su animalidad primitiva, y en el fondo, tampoco el amor
ha perdido nunca tal caråcter. Los instintos eröticos son
dificilmente educables y las tentativas de este orden dan
tan pronto resultados exiguos como excesivos. No parece
posible que la cultura llegue a conseguir aqui sus propósi-
tos sin provocar una sensible pérdida de placer, pues la
pervivencia de los impulsos no utilizados se manifiesta en
una disminuciôn de la satisfaccion buscada en la actividad
sexual.Deberemos, pues, familiarizarnos con la idea de que
no es posible armonizar las exigencias del instinto sexual
con las de la cultura, ni tampoco excluir de estas ültimas
el renunciamiento y el dolor, y muy en último término, el
peligro de la extinciôn de la especie humana, victima de
su desarrollo cultural. De todos modos, este tenebroso
pronéstico no se funda, sino en la sola sospecha de que la
insatisfacciôn caracteristica de nuestras sociedades civili-
zadas es la consecuencia necesaria de ciertas particulari-
dades impresas al instinto sexual por las exigencias de la
cultura. Ahora bien; esta misma incapacidad de propor-
cionar una plena satisfacciôn, que el instinto sexual ad-
quiere en cuanto es sometido a las primeras normas de la
civilizaciôn es, por otro lado, fuente de måximos rendi-
mientos culturales, conseguidos mediante una sublimaciôn
progresiva de sus componentes instintivos. Pues ¿qué mo-
tivo tendrían los hombres para dar empleo distinto a sus
energías instintivas sexuales, si tales energías, cualquiera
que fuese su distribución, proporcionasen una plena satis-
facción placiente? No podrían ya libertarse de tal placer y
no realizarían progreso alguno. Parece, así, que la inex-
tinguible diferencia entre las exigencias de los dos instin-
tos—el sexual y el egoísta—los capacita para rendimien-
tos cada vez más altos, si bien bajo un constante peligro,
cuya forma actual es la neurosis, a la cual sucumben los
más débiles.— 97 — 7
S.
PROF. 5 Nm එවි... IT В
La ciencia no se propone atemorizar, ni consolar tam-
poco. Mas, por mi parte, estoy pronto a conceder, que las
conclusiones apuntadas, tan extremas, deberian reposar
sobre bases mås amplias y que quizå otras orientaciones
evolutivas de la humanidad lograran corregir los resulta-
dos de las que aqui hemos expuesto aisladamente.OR
freud-1929-obras-13
84
–98