Comunicación de un caso de paranoia contrario a la teoría psicoanalítica 1915-006/1929.es
  • S.

    Comunicaciôn de un caso de paranoia con-
    trario a la teoria psicoanalitica

    1915.

    Hace algunos años, un conocido abogado solicitó mi
    dictamen sobre un caso que le ofrecía algunas dudas.
    Una señorita había acudido a él en demanda de protección
    contra las persecuciones de que era objeto por parte de
    un hombre, con el que había mantenido relaciones amoro-
    sas. Afirmaba que dicho individuo había abusado de su
    confianza en él, para hacer tomar, por un espectador
    oculto, fotografías de sus tiernas citas de amor, pudiendo
    ahora enseñar tales fotografías y desconceptuarla y obli-
    garla a dejar su colocación. El abogado poseía experiencia
    suficiente para vislumbrar el carácter morboso de una tal
    acusación, pero opinaba que en la vida ocurren muchas
    cosas que juzgamos increibles y estimaba que el dictamen
    de un psiquiatra podía ayudarle a desentrañar la verdad.
    Después de ponerme en antecedentes del caso, quedó en
    volver a visitarme, acompañado de la demandante.

    Antes de continuar mi relato, quiero hacer constar que
    he alterado en él, hasta hacerlo irreconocible, el medio en
    el que se desarrolló el suceso cuya investigación nos pro-
    ponemos, pero limitando estrictamente a ello la obligada
    deformación del caso. Me parece, en efecto, una mala cos-
    tumbre deformar, aunque sea por los mejores motivos,
    los rasgos de un historial patológico, pues no es posible

    — 175 —

  • S.

    PROF..5.P»E»D

    saber, de antemano, cuél de los aspectos del caso sera el
    que atraiga preferentemente la atenciôn del lector de juicio
    independiente, y se corre el peligro de inducir a este ülti-
    mo en graves errores.

    La paciente, a la que conoci poco después, era una
    mujer, de treinta años, dotada de una belleza y un atracti-
    vo nada vulgares. Parecia mucho mas joven de lo que re-
    conocía ser y se mostraba delicadamente femenina. Con
    respecto al médico adoptaba una actitud defensiva, sin to-
    marse el menor trabajo por disimular su desconfianza.
    Obligada por la asistencia de su abogado a nuestra entre-
    vista, me relató la siguiente historia, que me planteó un
    problema del que más adelante habré de ocuparme. Ni su
    expresión ni sus manifestaciones emotivas denotaban la
    violencia que hubiera sido de esperar en ella, al verse for-
    zada a exponer sus asuntos íntimos a personas extrañas.
    Se hallaba exclusivamente dominada por la preocupación
    que habían despertado en su ánimo aquellos sucesos.

    Desde años atrás, estaba empleada en una importante
    empresa en la que desempeñaba un cargo de cierta res-
    ponsabilidad, a satisfacción completa de sus jefes. No se
    había sentido nunca atraída por amoríos ni noviazgos y
    vivía tranquilamente con su anciana madre, cuyo único
    sostén era. Carecia de hermanos y el padre había muerto
    hacía muchos años. En la última época, se había acercado
    a ella otro empleado de la misma casa, hombre muy culto
    y atractivo, al que no pudo negar sus simpatías. Circuns-
    tancias de orden exterior hacían imposible un matrimonio,
    pero el hombre rechazaba la idea de renunciar por tal im-
    posibilidad, ala unión sexual, alegando que sería insen-
    sato sacrificar a una mera convención social algo por am-
    bos deseado, a lo cual tenían perfecto derecho y que sólo
    podía hacer más elévada y dichosa su vida. Ante su pro-
    mesa de evitarla todo peligro, accedió, por fin, nuestra
    sujeto, a visitar a su enamorado en su pisito de soltero.

    — 176 —

  • S.

    E«.5470.5.1565-1924

    Después de mutuos besos y abrazos, se hallaba ella en
    actitud abandonada, que permitia admirar parte de sus be-
    Пегаз, cuando un ruidito seco vino a sobresaltarla. Dicho
    ruido parecía haber partido del lugar ocupado por la mesa
    de despacho, colocada oblicuamente ante la ventana. El
    espacio libre entre ésta y la mesa se hallaba velado en
    parte, por una pesada cortina. La sujeto contaba haber
    preguntado en el acto, a su amigo, la significación de aquel
    ruido, que el interrogado atribuyó a un reloj colocado en-
    cima de la mesa. Por mi parte, me permitiré enlazar más
    adelante, a esta parte, del relato, una determinada obser-
    vación.

    Al salir la sujeto de casa de su amigo, encontró en la
    escalera, a dos individuos, que murmuraron algo a su
    paso. Uno de estos desconocidos llevaba un paquete de la
    forma de una cajita. Este encuentro la impresionó, y ya en
    el camino hacia su casa, elaboró la combinación de que
    aquella cajita podía muy bien haber sido un aparato foto-
    gráfico, el individuo, un fotógrafo que durante su estancia
    en la habitación de su amigo había permanecido oculto de-
    trás de la cortina, y el ruidito por ella advertido, el del ob-
    turador de la máquina, al ser sacada la fotografía una vez
    que su enamorado hubo establecido la situación compro-
    metedora que quería fijar en la placa. A partir de aquí, no
    hubo ya medio de desvanecer sus sospechas contra su
    amigo, al que persiguió de palabra y por escrito, con la de-
    manda de una explicación que tranquilizara sus temores,
    oponiendo ella, por su parte, la más absoluta incredulidad
    a sus afirmaciones sobre la sinceridad de sus sentimientos
    y la falta de fundamento de aquellas sospechas. Por últi-
    mo, acudió al abogado, le relató su aventura y le entregó
    las cartas que con tal motivo había recibido del querellado.
    Posteriormente, pude leer alguna de estas cartas, que me
    hicieron la mejor impresión; su contenido principal era el
    sentimiento de que un acuerdo amoroso tan bello hubiese

    ー 177 ~~ kd

  • S.

    ル ‏המר‎ ⑤ び ① ア ⑨ OBE

    quedado destruido por aquella «desdichada idea enfer-
    miza». 4

    No creo necesario justificar mi opinion favorable al
    acusado. Pero el caso presentaba, para mi, un interés dis-
    tinto del puramente diagnôstico. En los estudios psicoana-
    liticos, se habia afirmado que el paranoico luchaba contra
    una intensificacion de sus tendencias homosexuales, lo
    cual indicaba, en el fondo, una elecciôn narcisista de obje-
    to, afirmándose, además, que el perseguidor era, en ülti-
    mo término, la persona amada o antiguamente amada. De
    la reunión de ambos asertos resulta que el perseguidor
    habrá de pertenecer al mismo sexo que el perseguido.
    Cierto es que no habíamos atribuido una validez general y
    sin excepciones a este principio de la homosexualidad
    como condición de la paranoia, pero lo que nos había rete-
    nido, había sido tan sólo la consideración de no haber
    contado, todavía, con un número suficiente de observacio-
    nes. Por lo demás, tal principio pertenecía a aquellos que,
    a causa de ciertas relaciones, sólo adquieren plena signifi-
    cación cuando pueden aspirar a una validez general. En
    la literatura psiquiátrica no faltan, ciertamente, casos en
    los cuales el enfermo se creía perseguido por personas
    del otro sexo, pero la lectura de tales casos no producía,
    desde luego, la misma impresión que el verse directamen-
    te ante uno de ellos. Todo aquello que mis amigos y yo
    habíamos podido observar y analizar, había confirmado,
    sin dificultades, la relación de la paranoia con la homose-
    xualidad. En cambio, el caso que nos ocupa, contradecía
    abiertamente tal hipótesis. La joven parecía rechazar el
    amor hacia un hombre, convirtiéndole en su perseguidor,
    sin que existiera el menor indicio de una influencia femeni-
    na, ni de una defensa contra un lazo homosexual.

    Ante este estado de cosas, lo más sencillo era renun-
    ciar a derivar generalmente, de la homosexualidad, la
    manía persecutoria, y abandonar todas las deducciones

    — 178 —

  • S.

    E«s4)o.5.7906-1924

    enlazadas a este principio. O de lo contrario, agregarse a
    la opiniôn del abogado y reconocer como él, en el caso,
    un suceso real, exactamente interpretado por la sujeto, y
    no una combinaciôn paronoica. Por mi parte, vislumbré
    una tercera salida, que en un principio, aplaz la decisión.
    Recordé cuántas veces se juzga erróneamente a los еп“
    fermos psíquicos por no haberse ocupado de ellos con el
    detenimiento necesario y no haber reunido así, sobre su
    caso, datos suficientes. Por lo tanto, declaré que me era
    imposible emitir aún un juicio y rogué a la sujeto que me
    visitase otra vez, para relatarme, de nuevo, el suceso,
    más ampliamente y con todos sus detalles accesorios,
    desatendidos, quizá, en su primera exposición. Por me-
    diación del abogado, conseguí la conformidad de la suje-
    to, poco inclinada a repetir su visita. El mismo abogado
    facilitó mi labor, manifestando que consideraba innecesa-
    ria su asistencia a la nueva entrevista.

    El segundo relato de la paciente no contradijo el pri-
    mero, pero lo completó de tal modo, que todas las dudas
    y todas las dificultades quedaron desvanecidas. Ante todo,
    resultó que no había ido a casa de su amigo una sola vez,
    sino dos. En su segunda visita, fué cuando advirtió el
    ruido que provocó sus sospechas. La primera había omiti-
    do mencionarla antes, porque no le parecía ya nada im-
    portante. En ella no había ocurrido, efectivamente, nada
    singular, pero sí al otro día. La sección en que la sujeto
    prestaba sus servicios se hallaba a cargo de una señora
    de edad, a la que describió diciendo que tenía el pelo
    blanco, como su madre. La paciente se hallaba acostum-
    brada a ser tratada muy cariñosamente por esta anciana
    directora y se tenía por favorita suya. Al día siguiente de
    su primera visita al joven empleado, entró éste en la sec-
    ción, para comunicar a la directora algún asunto del ser-
    vicio, y mientras hablaba con ella en voz baja, surgió de
    pronto, en nuestra sujeto, la convicción de que la estaba

    — 179 ー

  • S.

    В මිං O Ро | OAO YU

    relatando su aventura de la vispera 6 incluso la de que
    mantenia con aquella sefiora, desde mucho tiempo atrås,
    unas relaciones amorosas, de las que ella no se habia
    dado cuenta hasta aquel día. Así, pues, su maternal direc-
    tora lo sabía ya todo. Durante el resto del día, la actitud
    y las palabras de la anciana confirmaron sus sospechas, y
    en cuanto le fué posible, acudió a su amigo para pedirle
    explicaciones por aquella delación. Su enamorado recha-
    z6, naturalmente, con toda energía, tales acusaciones, que
    calificó de insensatas, y esta vez consiguió desvanecer las
    ideas delirantes, hasta el punto de que algunas semanas
    después, consintió ella en visitarle de nuevo en su casa.
    El resto nos es ya conocido, por el primer relato de la
    paciente.

    Los nuevos datos aportados desvanecen, en primer
    lugar, toda duda sobre la naturaleza patológica de la sos-
    pecha. Reconocemos sin dificultad que la anciana directo-
    ra, de blancos cabellos, es una substitución de la madre;
    que el hombre amado es situado, a pesar de su juventud,
    en el lugar del padre; y que el poderío del complejo ma-
    terno es el que obliga a la sujeto a suponer la existencia
    de un amorio entre dos protagonistas tan desiguales, no
    obstante la inverosimilitud de una tal sospecha. Pero con
    ello desaparece también la aparente contradicción de las
    teorías psicoanalíticas, según las cuales el desarrollo de
    un delirio persecutorio presupone la existencia de una in-
    tensa ligazón homosexual. El perseguidor primitivo, la ins-
    tancia a cuyo influjo quiere escapar la sujeto, no es tampo-
    co en este caso, el hombre, sino la mujer. La directora co-
    noce las relaciones amorosas de la joven, las condena,
    y la da a conocer este juicio adverso, por medio de miste-
    110508 signos. La ligazón al propio sexo se opone a los
    esfuerzos de adoptar, como objeto amoroso, un individuo
    del sexo contrario. El amor a la madre toma la represen-
    tación de todas aquellas tendencias que en calidad de

    — 180 —

  • S.

    E»s«)o.5.igAF-iget

    «conciencia moral», quieren detener a la joven en sus pri-
    meros pasos por el camino, mültiplemente peligroso, hacia
    la satisfacción sexual normal, y consigue, en efecto, des-
    truir su relación con el hombre.

    Al estorbar o detener la actividad sexual de la hija,
    cumple la madre una función normal diseñada ya en las
    relaciones infantiles, fundada en enérgicas motivaciones
    inconscientes y sancionada por la sociedad. A la hija com-
    pete desligarse de esta influencia y decidirse, sobre la base
    de una amplia motivación racional, por una medida per-
    sonal de permisiôn o privación del goce sexual. Si en esta
    tentativa de libertarse, sucumbe a la enfermedad neuróti-
    ca, es que integraba un complejo materno excesivamente
    intenso, por lo regular, y seguramente indominado, cuyo
    conflicto con la nueva corriente libidinosa se resolvería,
    según la disposición favorable, en una u otra forma de
    neurosis. En todos los casos, los fenómenos de la reacción
    neurótica serán determinados, no por la relación presente
    con la madre actual, sino por las relaciones infantiles con
    la imagen materna primitiva.

    De nuestra paciente, sabemos que había perdido a su
    padre hacía muchos años y podemos suponer que no ha-
    bría permanecido alejada de los hombres, hasta los treinta
    años, si no hubiese encontrado un firme apoyo en una
    intensa adhesión sentimental a su madre. Pero este apoyo
    se convierte para ella en una pesada cadena en cuanto su
    libido comienza a tender hacia el hombre, a consecuencia
    de una apremiante solicitaciôn. La sujeto intenta entonces
    libertarse de su ligazón homosexual. Su disposición—de
    la que no necesitamos tratar aquí—permite que ello suce-
    da en la forma de la producción de un delirio paranoico.
    La madre se convierte, así, en espía y perseguidora hostil.
    Como tal, podría aún ser vencida, si el complejo materno
    no conservase poder suficiente para lograr el propósito en
    €l integrado de alejar del hombre a la sujeto. Al final de

    — 181 —

  • S.

    PARIO PGA AA au

    este conflicto resulta, pues, que la enferma se ha alejado
    de su madre y no se ha aproximado al hombre. Ambos
    conspiran ahora contra ella. En este punto, el enérgico
    esfuerzo del hombre consigue atraerla a si, decisivamen-
    te. La sujeto vence la oposiciôn de la madre y accede a
    conceder al amado una nueva cita. La madre no interviene
    ya en los acontecimientos sucesivos. Habremos, pues,
    de retener el hecho de que en esta fase el hombre no se
    convierte en perseguidor directamente, sino a través
    de la madre y a causa de sus relaciones con la madre, a
    la cual correspondió, en el primer delirio, el papel prin-
    cipal.

    Podría creerse que la resistencia había sido definitiva-
    mente dominada y que la joven, ligada hasta entonces a
    la madre, había conseguido ya amar a un hombre. Pero a
    la segunda cita sucede un nuevo delirio, que utiliza hábil-
    mente algunos accidentes casuales, para destruir aquel
    amor y llevar, así, adelante, la intención del complejo ma-
    terno. De todos modos, continuamos extrañando que la
    sujeto se defienda contra el amor a un hombre, por medio
    de un delirio paranoico. Pero antes de entrar a esclarecer
    esta cuestión, dedicaremos unos instantes a aquellos ac-
    cidentes fortuitos en los que se apoya el segundo delirio,
    orientado exclusivamente contra el hombre.

    Medio desnuda sobre el diván y tendida al lado del
    amado, oye de repente la sujeto un ruido semejante a un
    chasquido, una percusión o un latido, cuya causa no cono-
    ce, imaginándola luego, al encontrar, en la escalera de la
    casa, a dos hombres, uno de los cuales lleva algo como
    una cajita cuidadosamente empaquetada. Adquiere enton-
    ces la convicción de que su amigo la ha hecho espiar y fo-
    tografiar durante su amoroso abandono. Naturalmente, es-
    tamos muy lejos de pensar que si aquel desdichado ruido
    no se hubiera producido, tampoco hubiera surgido el deli-
    rio paranoico. Por lo contrario, reconocemos en este acci-

    — 182 —

  • S.

    ENFÄYOI.79fl6-JSF(

    dente casual, algo necesario, que habia de imponerse tan
    obsesivamente como la sospecha de un amorio entre el
    hombre amado y la anciana directora elevada a la catego-
    ría de subrogado materno. La sorpresa del comercio se-
    xual entre el padre y la madre es un elemento que sólo
    muy raras veces falta en el acervo de las fantasías incons-
    cientes revelables, por medio del análisis, en todos los
    neuróticos y probablemente en todas las criaturas huma»
    nas. A estos productos de la fantasía referentes a la sor-
    presa del comercio sexual de los padres, a la seducción,
    la castración, etc., les damos el nombre de proto-
    fantasías y dedicaremos, en otro lugar, a su origen y
    a su relación con la vida individual, un detenido estudio,
    El ruido casual desempeña, pues, tan sólo el papel de un
    agente provocador, que activa la fantasía típica de la sor-
    presa del coito entre los padres, integrada en el complejo
    parental, Es incluso dudoso que podamos calificarlo de
    «casual». Según hubo de advertirme O. Rank, constituye
    más bien un requisito necesario de la fantasía de la sor-
    presa del coito de los padres y repite el ruido en que se
    delata la actividad sexual de los mismos o aquel con el
    que teme descubrirse el infantil espía. Reconocemos ya,
    ahora, el terreno que pisamos, El amado continúa siendo
    un subrogado del padre y el lugar de la madre ha sido
    ocupado por la propia sujeto. Siendo así, el papel de espía
    ha de ser adjudicado a una persona extraña. Se nos hace
    visible la forma en que nuestra heroína se ha libertado de
    su dependencia homosexual de su madre, Lo ha consegui-
    do por medio de una pequeña regresión. En lugar de to-
    mar a la madre como objeto amoroso, se ha identificado
    con ella, ocupando su lugar. La posibilidad de esta regre-
    sión descubre el origen narcisista de su elección homose-
    xual de objeto, y con ello, su disposición a la paranoia.
    Podría trazarse un proceso mental conducente al mismo
    resultado que la siguiente identificación: Si mi madre hace

    ー 185 —

  • S.

    p ipio ア カ 52 REE A

    esto, también yo lo puedo hacer; tengo el mismo derecho
    que ella.

    En el examen de los accidentes casuales del caso po-
    demos avanzar aún algo más, aunque sin exigir que el
    lector nos acompañe, pues la falta de una más profunda
    investigación analítica nos impide abandonar aquí el terre-
    no de las probabilidades. La enferma había afirmado en
    nuestra primera entrevista, que en el acto de advertir el
    ruido, había inquirido sus causas, y que su amigo lo había
    atribuído a un pequeño reloj colocado encima de la mesa.
    Por mi parte, me tomo la libertad de considerar esta parte
    del relato de la paciente como un error mnémico. Me pa-
    rece mucho más probable que no manifestara reacción al-
    guna a la percepción del ruido, el cual sólo adquirió, para
    ella, un sentido, después de su encuentro con los dos
    desconocidos en la escalera. La tentativa de explicación
    referente al reloj debió ser arriesgada más tarde, por el
    amigo, que quizá no había advertido el tal ruidito, al ser
    atormentado por las sospechas de la joven. «No sé lo que
    puedes haber oído; quizá el reloj de la mesa, que hace a
    veces un ruido como el que me indicas». Esta estimación
    ulterior de las impresiones y este desplazamiento de los
    recuerdos, son precisamente muy frecuentes en la para-
    noia y característicos de ella. Pero como no he hablado
    nunca con el protagonista de esta historia, ni pude tam-
    poco proseguir el análisis de la joven, me es imposible
    probar mi hipótesis.

    Todavía podía aventurarme a avanzar más en el anåli-
    sis de la «casualidad» supuestamente real. Para mi, no
    existió, en absoluto, ruido alguno. La situación en que la
    sujeto se encontraba, justificaba una sensación de latido o
    percusión en el clítoris, y esta sensación fué proyectada
    Juego, por ella, al exterior, como percepción procedente
    de un objeto. En el sueño se da una posibilidad análoga.
    Una de mis pacientes histéricas relataba un breve sueño

    — 184 —

  • S.

    E MENA VO GO IRO OK A SNI

    al que no consegufa asociar nada. El suefio consistia
    tan sólo en que oía llamar a la puerta del cuarto, des-
    pertåndola tal llamada. No habia llamado nadie, pero en
    las noches anteriores, la paciente había sido desperta-
    da por repetidas poluciones y la interesaba despertar al
    iniciarse los primeros signos de excitación genital. La Па-
    mada oída en el sueño, correspondía, pues, a la sensación
    de latido del clítoris. Este mismo proceso de proyección
    es el que substituimos, en nuestra paranoica, a la percep-
    ción de un ruido casual. Naturalmente, no puedo garanti-
    zar que la enferma, para quien yo no era sino un extraño,
    cuya intervención le era impuesta por su abogado, fuera
    completamente sincera en su relato de lo acaecido en sus
    dos citas amorosas, pero la unicidad de la contracción del
    clítoris coincide con su afirmación de que no llegó a entre-
    garse por completo a su enamorado. En la repulsa final
    del hombre intervino así, seguramente, a más de la «con-
    ciencia moral», la insatisfacción.

    Volvamos ahora al hecho singular de que la sujeto se
    defienda contra el amor a un hombre por medio de la
    producción de un delirio paranoico. La clave de esta sin-
    gularidad nos es ofrecida por la misma trayectoria evolu-
    tiva del delirio. Este se dirigía originariamente, como era
    de esperar, contra una mujer, pero después, se efec-
    tuó, sobre el terreno mismo de la para-
    noia, el avance desde la mujer al hom-
    bre como objeto. Este progreso no es corriente
    en la paranoia, en la cual hallamos, generalmente, que el
    perseguido permanece fijado a la misma persona, y por
    lo tanto, al mismo sexo, a que se refería su elección amo-
    rosa anterior a la transformación paranoica. Pero no es
    imposible en la enfermedad neurótica. El caso objeto del
    presente trabajo ha de constituir, pues, el prototipo de
    otros muchos. Fuera de la paranoia, existen numerosos
    procesos análogos, que no han sido aún reunidos bajo

    Ls

  • S.

    PIA 0 Рос KS KORPE O

    este punto de vista, y entre ellos, algunos generalmente
    conocidos. El neurasténico, por ejemplo, queda imposibi-
    litado, por su adhesión inconsciente a objetos eróticos in-
    cestuosos, para elegir, como objeto de su amor, a una
    mujer ajena a los mismos, viendo así limitada su actividad
    sexual, a los productos de su fantasía. Pero en tales pro-
    ductos, realiza el progreso vedado, pudiendo substituir en
    ellos, la madre o la hermana, por objetos ajenos al círculo
    incestuoso, y como tales objetos no tropiezan ya con la
    oposición de la censura, su elección se hace consciente en
    las fantasías.

    Al lado de los fenómenos del progreso intentado desde
    el nuevo terreno conquistado, generalmente por regre-
    sión, vienen a situarse los esfuerzos emprendidos en al-
    gunas neurosis, por reconquistar una posición de la libido,
    ocupada en tiempos y perdida luego. Estas dos series de
    fenómenos no pueden apenas separarse conceptualmente.
    Nos inclinamos demasiado a suponer que el conflicto exis-
    tente en el fondo de la neurosis queda terminado con la
    producción de síntomas. En realidad, continúa aún des-
    pués de ella, surgiendo, en ambos campos, nuevos ele-
    mentos instintivos que prosiguen el combate. El mismo
    síntoma llega a constituirse en objeto de la lucha. Tenden-
    cias que quieren afirmarlo se miden con otras que se es-
    fuerzan por suprimirlo y por restablecer la situación an-
    terior. Muchas veces se buscan medios y caminos para
    desvalorizar el síntoma, intentando conquistar en otros sec-
    tores lo perdido y prohibido por el síntoma. Estas circuns-
    tancias arrojan cierta luz sobre la teoría de C. G. Jung,
    según la cual, la condición fundamental de la neurosis es
    una singular inercia psíquica que se resiste a la transfor-
    mación y al progreso. Esta inercia es realmente harto sin-
    gular. No es de carácter general, sino especialísimo, y no
    impera por sí sola en su radio de acción, sino que lucha,
    en él, con tendencias al progreso y al restablecimiento,

    — 186 —

  • S.

    ENsäyos.-Ho5-ISS(

    que no reposan tampoco después de la produccién de sin-
    tomas de la neurosis. Al investigar el punto de partida de
    tal inercia especial, se revela ésta como manifestacion de
    conexiones muy tempranamente constituídas y dificil-
    mente solubles, de algunos instintos, con las impresiones
    del sujeto y con los objetos en ellas dados, conexiones
    que detuvieron la evolucién de tales instintos. O dicho de
    otro modo, esta «inercia psiquica» especializada no es
    sino una distinta denominacién, apenas mejor, de aquello

    que en psicoanålisis conocemos con el nombre de «fija-
    ción».

    md