Los recuerdos encubrido 1899-001/1928.es
  • S.

    Los recuerdos encubridores

    En mis tratamientos psicoanaliticos (de histerias, neu-
    rosis Obsesivas, etc.), he tenido repetidas ocasiones de
    ocuparme de los recuerdos fragmentarios de los primeros
    afios infantiles, conservados en la memoria individual.
    Tales recuerdos poseen, como ya en otro lugar hemos in- .
    dicado, una gran importancia patögena. Pero aparte de
    esto, el tema de los recuerdos: infantiles ofrece siempre
    inter&s psicolögico, por hacerse en ellos visible una dife-
    rencia fundamental entre la conducta psiquica del nifio y la
    del adulto. Es indudable, que los sucesos de nuestros pri-
    meros afios infantiles dejan en nuestra alma, huellas inde-
    lebles; pero cuando preguntamos a nuestra memoria,
    cuäles son las impresiones cuyos efectos han de perdurar
    en nosotros hasta el t£rmino de nuestra vida, permanece
    muda o nos ofrece tan sölo un ntimero relativamente pe-
    quefio de recuerdos aislados,.de valor muy:dudoso con
    frecuencia, ya veces, problemätico. La reproduceiön mn&-
    mica de la vida en una concatenaciön. coherente de recuer-
    dos no comienza sino a partir de los seis o los siete afios,
    y en algunos casos, hasta despu&s de los diez. Mas de
    aqui en adelante, se establece tambien una relaciön cons-
    tante entre la importancia psiquica de un suceso y su ad-
    herencia a la memoria. Conservamos en ella, todo lo que
    parece importante, por sus efectos inmediatos o cercanos.
    Olvidamos, en cambio, lo que suponemos nimio. Sinos es
    posible recordar a trav&s de mucho tiempo, un determina-

    45 — .

  • S.

    PROF. 5. FRE UD

    do suceso, vemos en esta adherencia a nuestra memoria,
    una prueba de que dicho suceso nos causö, en su &poca,
    profunda impresiön. EI haber olvidado algo importante
    nos asombra aln mäs que recordar algo aparentemente
    "nimio.

    Esta relaciön existente para’el hombre normal entre la
    importancia psiquica y la adherencia a la memoria, des-
    aparece en ciertos estados änimicos patolögicos. Asi, el
    hist&rico presenta una singular amnesia, total o parcial, en
    lo que respecta a aquellos sucesos que han provocado su
    enfermedad, los cuales, por esta misma causaciön € inde-
    pendientemente de su propio contenido, han adquirido, sin
    embargo, para €l, mäxima importancia. En la analogia de
    esta amnesia patolögica con la amnesia normal que recae
    sobre nuestros afios infantiles, quisieramos ver un signifi-
    cativo indicio de las intimas relaciones existentes entre el
    contenido psiquico de la neurosis y nuestra vida infantil.

    Estamos tan acostumbrados a este olvido de nuestras
    impresiones infantiles, que no solemos advertir el proble-
    ma que deträs de &] se esconde y nos inclinamos a atribuir-
    lo al’estado rudimentario de la actividad psiquica del nifio.
    En realidad, un nifio normalmente desarrollado, nos mues-
    tra ya, a los tres o los cuatro afios, una respetable canti-
    dad de rendimientos psiquicos, muy complicados, tanto en
    sus comparaciones y deducciones, como en la expresiön
    de sus sentimientos, no existiendo razön visible alguna,
    para que estos actos.psiquicos, plenamente equivalentes a
    los posteriores, hayan de sucumbir a la amnesia.

    :, El’iestudio de los problemas-psicolögicos enlazados a
    los primieros recuerdos nfantiles exige, como premisa in-
    dispensable, la reuniön de. material suficiente, determinän-
    dose, ‘por medio de una amplia informaciön, qu& recuerdos
    de.esta-edad puede comunicar un nümero considerable de
    adultos normales. V. yC. Henri iniciaron esta labor en 1895,
    Bnnekendomn intertogatorio por ellos formulado. Los in-

    0 -

  • S.

    E N Ss A y o Ss

    teresantfsimos resultados de esta informaciön, a la que
    respondieron ciento veintitr&s personas, fueron publicados
    luego (1897), por sus iniciadores, en «<L’Annee psycholo-
    gique» (T. III.—Enquöte sur les premiers souvenirs de
    Penfance). Por nuestra parte, no proponiendonos tratar
    aqui este tema en su totalidad, nos limitaremos a hacer re-
    saltar aquellos puntos a los que hemos de enlazar nuestro,
    estudio de los recuerdos calificados, por nosotros, de «en-
    cubridores». B

    La &poca en la que se sitiia el contenido de los recuer-
    dos infantiles mäs tempranos es, por lo general, la que se
    extiende entre los dos y los cuatro afios (asi sucede en
    ochenta y ocho casos de los reunidos por C. y V. Henri).
    Hay, sin embargo, individuos cuya memoria alcanza mäs
    aträs, incluso hasta poco tiempo despues de cumplir su
    primer afio, y otros, en cambio, que no poseen recuerdo
    alguno anterior a los seis, los siete o los ocho afios. No se
    sabe aün, de qu& dependen tales diferencias. Unicamente
    se observa—dicen los Henri—, que una persona’cuyo re-
    cuerdo mäs temprano corresponde a una edad minima, por
    ejemplo, al primer afio de su vida, dispone tambien de
    otros diversos recuerdos inconexos de los afios siguientes,
    y que la reproducciön de su vida en una cadena mn&mica
    continua se inicia en ella:antes que en otras personas cu-
    yo primer recuerdo pertenece a &pocas posteriores. Asi,
    pues, lo que se adelanta o retrasa en los distintos indivi-
    duos, no es tan sölo el momento del primer recuerdo, sino
    toda la funciön mnemica. .

    La cuestiön de cuäl suele ser el contenido dees-
    tos primeros recuerdos infantiles presenta especialisimo
    inter&s. La psicologia de los adultos nos haria esperar, que
    del material de sucesos vividos, serlan seleccionadas aque-
    las impresiones que provocaron un intenso afecto o cuya
    importancia quedö impuesta a poco, por sus consecuen-
    cias. Algunas de las observaciones de los Henri parecen

    15 —

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    confirmar esta hipötesis, pues presentan, como contenidos
    mäs frecuentes de los recuerdos infantiles, bien ocasiones
    de miedo, vergüenza o dolor fisico, bien acontecimientos
    importantes, enfermedades, muertes, incendios, el naci-
    : miento de un hermano, etc. Nos inclinariamos, asi, a su-
    poner, que las normas de la selecciön mn&mica son identi-
    cas en el alma del nifio y en la del adulto. Por su parte,
    los recuerdos infantiles conservados habrän de indicarnos
    las impresiones que cautivaron el inter&s del nifio, a dife-
    rencia del de un adulto, y de este modo, nos explicare-
    mos, por ejemplo, que una persona recuerde la rotura de
    unas mufiecas con las que jugaba a los dos afios y haya ol-
    vidado, en cambio, totalmente, graves y tristes sucesos de
    los que pudo darse cuenta en aquella misma &poca.
    Habrä, pues, de extrafiarnos, por contradecir la hipö-
    tesis antes formulada, oir que los recuerdos infantiles mäs
    tempranos, de algunas personas, tienen, por contenido,
    impresiones cofidianas e indiferentes, que no pudieron
    provocar afecto ninguno en el nifio, no obstante lo cual,
    quedaron impresas en su memoria, con todo detalle, no ha-
    biendo sido retenidos, en cambio, otros sucesos importan-
    tes de la misma &poca, ni siquiera aquellos que, segün tes-
    timonio de los padres, causaron gran impresiön al nifio.
    Cuentan, asi, los Henri, de un profesor de filologia, cuyo
    primer recuerdo, situado entre los tres y los cuatro afios,
    le presentaba la imagen de una mesa dispuesta para la co-
    mida, y en ella, un plato con hielo. Por aquel mismo tiem-
    po, ocurriö la muerte de su abuela, que segün manifiestan
    los padres del sujeto; conmoviö mucho al nifio. Pero el
    .profesor de filologfa no sabe ya nada de esta desgracia, y
    sölo recuerda, de aquella Epoca, un plato con hielo, puesto
    . encima.de una mesa.
    Otro individuo refiere, como primer recuerdo infantil,
    ‚haber tronchado una ramita de un ärbol durante un
    'ree. poder indicar todavia el lugar en que esto su-
    6 —

  • S.

    E N Ss A Y © Ss

    cediö. Iba con varias personas y una de ellas le ayudö a
    cortar la ramita.

    Los Henri suponen muy raros tales casos. Por mi par-
    te, he tenido ocasiön de hallarlos con bastante frecuencia,
    si bien, por lo general, en enfermos neuröticos. Uno de los
    informadores de los Henri arriesga una explicaciön, que
    nos parece acertadisima, de estas imägenes mn&micas in-
    comprensibles por su nimiedad. Supone, que en estos ca-
    sos, la escena de refereneia no se ha conservado sino in-
    completamente en el recuerdo, pareciendo asf indiferente,
    pero que en loselementos olvidados, se Hallaria, quizä,
    contenido todo aquello que la hizo digna de ser recordada.
    Mi experiencia estä de completo acuerdo con esta explica-
    ciön. Unicamente nos pareceria mäs exacto decir que los
    elementos no aparentes en el recuerdo, han sido «omiti-
    dos», en lugar de «olvidados». En el tratamiento psico-
    analitico, me ha sido posible descubrir muchas veces los
    fragmentos restantes del suceso infantil, demosträndose,
    asi, que la impresiön de la cual subsistia tan sölo un torso
    en la memoria, confirmaba, una vez completada, la hip6-
    tesis de la conservaciön mnemica de lo importante. De to-
    dos modos, no nos explicamos aün la singular selecciön
    llevada a cabo por la memoria entre los elementos de un.
    suceso, pues hemos de preguntarnos todavia, por qu& es
    rechazado, precisamente, lo-importante, .y conservado, en
    cambio, lo indiferente. Para alcanzar tal explicaciön, he-
    mos de penetrar mäs profundamente en el mecanismo de
    estos procesos. Se f1os impone, entonces, la idea, de que
    en la constituciön de los recuerdos de este orden, partici-
    pan dos fuerzas psiquicas, una de las cuales se basa en la
    importancia del sucesv, para querer recordarlo, mientras
    que la otra—una resistencia—se opone a tal propösito.
    Estas dos fuerzas opuestas no se destruyen, ni llega tam-
    poco a suceder, que uno de los motivos venza al otro
    —con o sin perdidas por su parte—, sino que se origina

    4 —

  • S.

    “)

    PBPROF,.,S. FRE UD

    un efecto de transacciön, anälogamente a la producciön de .
    una resultante en el paralelögramo de las fuerzas. La tran-
    sacciön consiste aqui, en que la imagen mn&mica no es
    suministrada por el suceso de referencia—en este punto
    vence la resistencia—, pero si, en cambio, por un elemento
    psiquico intimamente enlazado a &l por asociaciön, circuns-
    tancia en la que se muestra de nuevo el poderio del primer
    principio que tiende a fijar las impresiones importantes por
    medio de la produceiön de imäg&nes mnemicas reproduci-
    bles. Asi, pues, el conflicto se resuelve constituy&ndose,
    en lugar de la imagen mnemica originalmente justificada,
    una distinta, producto de un desplazamiento aso-
    ciativo. Pero como los elementos importantes de la impre-
    siön primitiva son precisamente los que han despertado la
    resistencia, no pueden entrar a formar parte del recuerdo
    substitutivo, el cual presentarä, asi, un aspecto nimio, re-
    sultändonos incomprensible, porque quisieramos atribuir
    su conservaciön en la memoria, a su propio contenido, de-
    biendo atribuirla realmente a la relaciön de dicho conteni-
    do con: otro distinto, rechazado,

    Entre los muchos casos posibles de substituciön de un
    contenido psiquico por otro, comprobables en diversas
    constelaciones psicolögicas, este que se desarrolla en los
    recuerdos infantiles, y consiste en la substituciön de los
    elementos importantes de un suceso, por los mäs insignifi-
    cantes del mismo, es uno de los mäs sencillos. Constituye
    un desplazamiento por contigüidad asociativa, o atendien-
    do a la totalidad del proceso, en una represiön seguida de
    una substituciön por algo ‚contiguo (local y temporalmen-
    te): Ya en:otro lugar, tuvimos ‘ocasiön de exponer un caso
    muy:'anälogo de substituciön, descubierto en el anälisis de
    una.paranoia (1). Tratäbase, entonces, de una paciente,

    (1) ‚Vease en &l tomo XI de estas obras completas, el ensayo ti-
    ‚ URaSD Piangk pbssrvaciones ‚sobre las neuropsicosis de defensa».
    U

  • S.

    E N Ss A v o Ss

    que ofa en sus alucinaciones, voces que le recitaban pasa-
    jes enteros de la «Heiteretheir de O. Ludwig, elegidos
    precisamente entre los mäs indiferentes y menos suscepti-
    bles de una relaciön con sus propias circunstancias. EI
    anälisis demoströ haber sido otros distintos pasajes de la
    misma obra los que habian despertado en la paciente sen-
    timientos muy penosos. El afecio penoso motivaba la re-
    pulsa de tales pasajes, mas por otro lado, no era posible
    reprimir los motivos que imponian la continuaciön de es-
    tos pensamientos, y de este modo, surgiö la transacciön
    consistente en emerger en la memoria, con intensidad y cla-
    ridad patolögicas, los pasajes indiferentes. El proceso
    aqui descubierto—conflicto, represiön y subs-
    tituciön transaccional-retorna en todos los
    sintomas psiconeuröticos, dändonos la clave de la forma-
    ciön de los mismos. No carece, pues, de importancia su
    descubrimiento tambien en la vida psfquica de los indivi-
    duos normales. El hecho de recaer, para el hombre nor-
    mal, precisamente sobre los recuerdos infantiles, constitu-
    ye una prueba mäs de la intima relaciön entre la vida
    animica del nifio y el material psiquico de la neurosis, re-
    laciön tan repetidamente acentuada por nosotros.

    Los importantisimos procesos de la-defensa normal y
    patolögica y los desplazamientos a los cuales conducen,
    no han sido todavia estudiados, que yo sepa, por los-psi-
    cölogos, no habiendose determinado aün los estratos de
    la actividad psiquica en los que se dearrollan, ni las con-
    diciones bajo las cuales se desenvuelven. La causa de
    esta omisiön es, quizä, que nuestra vida psiquica, en cuan-
    to es objeto de nuestra percepciön interna conscien-
    te, no deja transparentar indicio alguno de estos pro-
    cesos, sea en agliellos casos que calificamos de «erro-
    res mentales>, sea en ciertas operaciones tendientes a un
    efecto cömico. La afirmaciön de que una intensidad psiqui-
    ca puede desplazarse desde una representaciön, la cual

    9 —

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    queda despojada de ella, a otra distinta, que toma enton-
    ces a su cargo el papel psicölögico que venia desempe-
    fiando la primera, nos resulta tan extrafia como ciertos
    rasgos del mito griego, por ejemplo, cuando los dioses
    conceden a un hombre el don de la belleza, transfigurän-
    dole y como revistiendole con una nueva envoltura cor-
    poral.

    ‚Mis investigaciones sobre los recuerdos infantiles indi-
    ferentes me han ensehado tambien, que su genesis puede
    seguir aün otros caminos y que su aparente inocencia suele
    encubrir sentidos insospechados. No quiero limitarme en
    este punto a una mera afirmaciön, sino exponer amplia-
    mente el mäs instructivo de los ejemplos por mf reunidos,
    que inspirarä ademäs una mayor confianza por correspon-
    der a un sujeto nada o muy poco neurötico.

    Trätase de un hombre de treinta y ocho afios y de for-
    maciön universitaria que, a pesar de ejercer una profesiön
    completamente ajena a nuestra disciplina, se interesa por
    las cuestiones psicolögicas desde que conseguimos curar-
    le de una: pequefia fobia, con ayuda de la psicoanälisis.
    Habiendo leido la investigaciön de C. y V. Henri, me co-
    munic6 la siguiente exposiciön de sus recuerdos infan-
    tiles, que ya habian desempefiado un cierto papel en el
    anälisis:

    : «Conservo numerosos recuerdos infantiles muy tem-
    pranos, cuyas fechas puedo indicar con gran seguri-
    dad, pues al;cumplir los tres afios abandonamos el lugar
    de mi. nacimiento para establecernos en una ciudad. Los
    recuerdos.a gtte me refiero se desarrollan todos en mi lu-
    gar.niatal, y.corresponden, por lo tanto, al segundo y ter-
    ‚cer.afo:de mi vida. Son, en su mayoria, escenas muy bre-
    pero claramente retenidas con todos los detalles.de
    ‚percepeiön sensorial, contrastando, asi, con los recuer-
    ‚dos de Epocas posteriores, carentes, en mt, de. todo ele-
    mento visdal.:A-partir de mis tres aos, se hacen mis re-

    . _ 219 —

  • S.

    EN s A Y o s

    cuerdos mäs raros e imprecisos, mostrando lagünas que
    comprenden, a veces, mäs de un afio. S6lo desde los seis
    o los siete afios comienzan a adquirir continuidad. Los re-
    cuerdos correspondientes a la €poca anterior a nuestro
    cambio de residencia, pueden dividirse en tres grupos. In-
    cluyo en el primero aquellas escenas que mis padres me
    han referido posteriormente y de cuya imagen mn&mica
    no puedo decir si existia ya.en mi desde un principio 0 se
    constituy6 luego de tales relatos. Observar&, de todos
    modos, que existen tambien otros sucesos, cuyo relato me
    ha sido hecho repetidas veces por mis padres y alos cua-
    les no corresponde, sin embargo, en mi, imagen mn&mica
    ninguna. El segundo grupo tiene, a mi juicio, mäs valor.
    Las escenas que lo constituyen no me han sido—que yo
    sepa—relatadas, y para muchas de ellas no cabe una tal
    posibilidad, puesto. que no he vuelto a ver a las perso-
    nas que en ellas actuaron. Del tercer grupo me ocupar&
    mäs tarde. Por lo qtie respecta al contenido de estas es-
    cenas y, consiguientemente, al motivo de su conservaciön
    en la memoria, no carezco de una cierta orientaciön. No
    puedo, de todos modos, afirmar que los recuerdos conser-
    vados correspondan a los acontecimientos mäs importan-
    tes de aquella &poca o a los que.hoy juzgaria tales; Del
    nacimiento de una hermana mia, dos afios y medio menor
    que yo, no-tengo la menor idea; nitestra partida de mi ciu-
    dad natal, mi primer conocimiento del ferrocarril y el lar-
    go viaje en coche hasta la estaciön, no han dejado huella
    alguna en mi memoria. En cambio, retuve dos detalles
    nimios del viaje en ferrocarril, de los cuales ya tuvimos
    ocasiön de hablar en el anälisis de mi fobia. Una herida en
    la cara, que provocö una abundante hemorragia.e hizo
    precisos varios puntos de sutura, hubiera debido causar+
    me mäxima impresiön. Todavia hoy pitede advertirse_en
    mi rostro la cicatriz correspondiente, pero no consefvö re-
    cuerdo alguno que se-refiera directa 0 indirectämente a

    "-m-

  • S.

    PROF: 85. FRE UD

    este suceso. Quizä acaeciese antes de cumplir yo los dos
    aflos.>
    «Las imägenes y escenas de estos des grupos no me
    causan extrafieza. Son, ciertamente, recuerdos desplaza-
    dos, en la mayoria de los cuales, ha quedado excluido lo
    esencial. Pero 'en algunos, tales elementos importantes,
    se hallan, por lo menos, indicados, y otros me resultan
    fäciles de completar con el auxilio de ciertos indicios, lo-
    grando asi enlazar los distintos fragmentos mne&micos y
    mosträndoseme claramente el interes infantil que reco-
    mendö a la memoria tales escenas. Muy otra cosa sucede
    con el contenido del tercer grupo. Trätase aqui de un ma-
    terial—una escena de alguna extensiön y varias pequefias
    imägenes—del que no s& qü& pensar. La escena me pare-
    ce indiferente e incomprensible su fijaciön. Permitame
    usted que se la describa: Veo una pradera cuadrangular,
    algo pendiente, verde y muy densa. Entre la hierba, re-
    saltan muchas flores amarillas, de la:especie Ilamada vul-
    garmente diente de leön. En lo alto de la pradera, una
    casa campestre, a la puerta de la tual conversan apacible-
    mente dos mujeres: una campesina, con su pafuelo a la
    cabeza, y una nifiera. En la pradera, juegan tres nifios: yo
    mismo (representando dos o tres afios), un primo mio, un
    afio mayor que yo, y su hermana, casi de mi misma edad.
    Cogemos las flores amarillas y tenemos ya un ramito cada
    uno. EI:mäs bonito es el de la nifia, pero mi primo y yo
    nos arrojamos sobre ella y se lo arrebatamos. La chiquilla
    . icorrer, llorando, pradera arriba, y al llegar a la ca-
    sita, la,campesina le da, para consolarla, un gran pedazo

    . „de patı de centenö.Al advertirlo mi primo y yo, tiramos

    ‚las‘flores'y correrhos hacia la casa, pidiendo tambien pan.
    La: campesina nos lo da, cortando las rebanadas con un
    large:cuchillo. EI resabor de este" pan en mi recuerdo, es

    ‚delicioso; y con ello termina la escena.»>
    lo: que 'eneste sucesofustifica el esfuerzo de
    ee"

  • S.

    E N s a Y o s

    .
    retenciön que me ha obligado arealizar? No acierto a expli-
    cärmelo, siendome imposible precisar a qu& circunstancia
    debe su intensa acentuaciön psiquica, a nuestro mal com-
    portamiento con la nifia, ahaberme gustado mucho el color
    amarillo del diente de leön, que hoy no encuentro nada
    bello, 0 a que despues de corretear por la pradera, me
    supo el pan mejor que de costumbre, hasta el punto de
    llegar a constituir una impresiön indeleble. No encuentro
    tampoco relaciön alguna de escena, con el interes in-
    fantil, fäciimente visible, que enlaza entre si, las demäs
    escenas infantiles. Tengo, en general, la impresiön de que
    hay en ella algo falso. EI amarillo de las-flores resalta de-
    masiado del conjunto, y el buen sabor del pan me parece
    tambien exagerado, como en una alucinaciön. Al pensar en
    estos detalles, recuerdo unos cuadros de una exposiciön
    humoristica, en los cuales aparecian plästicamente. söbre-
    puestos ciertos elementos, y como es natural, siempre los
    mäs inconvenientes, por ejemplo, el trasero de las figuras
    femeninas. @Puede usted mostrarme un camino que con-
    duzca a la explicaciön o interpretaciön de este superfiluo
    recuerdo infantil?»

    Me pareciö juicioso preguntar a mi comunicante, desde
    cuändo le ocupaba tal recuerdo, esto es, si retornaba pe-
    riödicamente a su memoria, desde la infancia, o si habfa
    emergido en ella posteriormente, provocado. por algün
    motivo que recorda$e. Esta pregunta constituy6 toda mi
    aportaciön a la soluciön del problema planteado, pues| lo
    demäs lo hallö por si mismo el interesado, que no era nin--
    gün principiante en este orden de trabajos.

    He aqui sıf respuesta: «No.habia pensado aün ı en lo
    que me dice. Pero despu6s de su pregunta, se me impone

    la certeza de que este‘recuerdo infantil no me ocup6, para. ».

    nada, en mi nifiez. Me figuro tambien,la ocasiön’que pro-
    vocö su despertar, con el.de otros muchos recuerdos de
    mis primeros afos. Cumplidos ya los diez y sief®, volvi

    [ — i 1

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    durante unas vacaciones, por vez primera, a mi lugar na-
    tal, alojändome en casa de una familia con la cual mante-
    niamos relaciones de amistad desde .aquellos primeros
    tiempos. S& muy bien qu& plenitud de emociones me in-
    vadieron en esta temporada. Mas, para contestar a su
    pregunta, debo relatarle toda una parte de mi vida. En la
    €poca de mi nacimiento, gozaban mis padres de una regu-
    lar posiciön econömica. Pego al cumplir yo los tres afios,
    el ramo industrial al due mi padre se dedicaba, experi-
    mentö una tremenda crisis, que diö al traste con nuestra
    fortuna familiar, obligändonos a trasladarnos a la ciudad.
    Vinieron luego largos aios dificiles, en los que nada hubo
    digno de ser retenido. En la ciudad, no me sentia yo agus-
    to. La afioranza de los hermosos bosques de mi lugar, a
    los cuales me escapaba en cuanto aprendi a andar, segün
    testimonia uno de mis recuerdos de entonces, no me ha
    abandonado nunca. Como ya dije antes, la primera vez
    que volvi a.ellos, fu& a los diez y siete afios, invitado a
    pasar mis vacaciones en casa de una familia amiga, que
    despu6s de nuestra partida habfa hecho fortuna. Tuve,
    pues, ocasiön de comparar el bienestar que en ella reina-
    ba, con la estrechez de nuestra vida en la ciudad. Pero
    ademäs, he de confesarle otra circunstancia que me pro-
    dujo vivas emociones. Mis huespedes tenian una hija de
    quince afios, de la que me enamor& en el acto. Fue este
    mi primer amor, bastante intenso, p&ro mantenido en el
    mäs absolüto, secreto. La muchacha marchö, a los pocos
    diep, a un osiehlecimiente de ensefianza, cuyas vacacio-
    iinaban. antes que las mias, y esta separaciön,
    despuäs.de tan breve conocimiento, contribuyö a avivar
    mi pasiön. Durante-largos paseos solitarios por los bellos
    „« bosques ‚de mi infancia, vueltos ahora a encontrar, me
    lacia ef: imaginar dichosas fantasfas, que rectificaban
    ‚los'negocios de mi padre no hubieran decli-
    seguido viviende en aquel lugar, yo me

    914 -*

  • S.

    E N Ss A y o Ss

    habria criado tan sano y robusto como los hermanos de la
    muchacha, habria continuado las actividades industriales
    de mi padre y hubiera podido, por fin, casarme con mi
    adorada. Naturalmente, no dudaba ni un instante, que en
    las circunstancias creadas por mi faniasfa, la hubiera
    amado tambien, con el mismo apasionamiento. Lo singu-
    lar es que al verla ahora alguna vez, pues ha contrafdo
    matrimonio aquf, me es absolgtamente indiferente, y sin
    embargo, recuerdo muy bien, que durante mucho tiempo
    despuss, no podia ver nada de un color amarillo parecido
    al del traje que llevaba en nuestra primera entrevista, sin
    emocionarme profundamente.»

    Esta ültima observaciön me parece anäloga a la que
    antes hizo usted sobre el diente de leön, afirmando que ya
    no le gustaba esta flor. No sospecha usted la existencia
    de una relaciön entre el color amarillo del vestido de la
    muchacha y la exagerada intensidad conque resalta este
    color en las flores de su recuerdo infantil?

    «Quizä; pero no es un mismo color. EI vestido de la
    muchacha era de un amarillo mäs obscuro. Sin embargo,
    puedo suministrarle una representaciön intermedia, que
    acaso sea ütil. He visto despu&s, en los Alpes, que algu-
    nas flores, de colores claros en los valles, toman, en. las
    alturas, matices mäs obscuros. Si no me engafio mucho,
    se encuentra con gran frecuencia en Ja montafia, una flor
    muy parecida al dierite de leön, pero de un color mäs obs-
    curo, que corresponde exactamente al del traje de mi ama-
    da de entonces. Pero, d&jeme continuar: Debo relätarle
    an otro suceso, pröximo al anterior, que despertö tam-
    bien mis recuerdos infantiles. Tres afos despu&s de mi
    primer retorno a los lugares de mi infancia, fui a pasar lag
    vacaciones a casa de mi tio, en la que encontröide nuevo
    a mis primeros camaradas infantiles, 'esto es,'a aquellos
    primos mios que aparecen en la escena cuyo recuerdo ‘nos
    ocupa. Esta faniilia habia abandonado, äl mismo"tiempo

    915 —

    Rs

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    que nosotros, nuestra primera residencia, y habfa logrado
    rehacer su fortuna en una lejana ciudad.»

    eY se volviö usted a enamorar, esta vez de su prima,
    forjando nuevas fantasias?

    «No. Habia ingresado ya en la Universidad, y me ha-
    llaba entregado por completo a mis estudios, sin que me
    quedara tiempo para pensar en mi prima. Asi, pues, que
    yo sepa, mi imaginaciön permaneciö quieta. Pero creo que
    mi padre y mi tio habian formado el proyecto de hacerme
    substituir mis estudios abstractos por otros mäs präcticos,
    establecerme despues en la ciudad donde mi tio residia y
    casarme con mi prima, proyecto al que renunciaron, quizä,
    al verme tan absorbido por mis propios planes. Sin em-
    bargo, y© debi adivinar algo de &l, y cuando al terminar
    mi carrera universitaria pas& por un periodo diffcil, tenien-
    do que luchar mucho tiempo para conseguir un puesto que
    me permitiera hacer frente a las necesidades de la vida,
    debf de pensar muchas veces que mi padre hubiera que-
    rido compensarme, con aquel proyecto matrimonial, del
    trastorno originado en mi vida por sus p&rdidas econd-
    micas.»

    Si con esta &poca de lucha.por el pan cotidiano coin-
    cidiö su primer contacto con las cimas alpinas, tendremos
    ya un punto de apoyo para situar en ella la reviviscencia
    del recuerdo infantil que nos ocupa.

    . «Exacto. Las excursiones por la montafia fueron en-
    tonces el üinico placer que podia permitirme, Pero no com-
    “ prendo,bien la relaciön que usted persigue.»
    - - Vausted a verlo. El elemento mäs intenso de su es-
    cena infantil es elbuen sabor del pan. «No observa usted
    que esta representaciön, de la que emana una sensaciön
    . casi alucinante, corresponde a la idea fantaseada por
    „usted.de que-si hubiera permanecido en su lugar natal se
    ‚hubiesecasado «con aquella muchacha y hubiera Ilevado
    ‚aid serena? Esta: idea -queda simbölicamente repre-
    — 176 —

    LS

  • S.

    E NS "A v o Ss

    sentada por el buen sabor del pan, no amargado por la
    dura lucha para consegui;lo. El color amarillo de las flores
    es tambien una alusiön a la misma muchacha. Pero ade-
    mäs, tenemos en la escenä infantil elementos que no pue-
    den referirse sino a la segunda fantasia, o sea al matrimo-
    nio con su prima. Arrojar las flores, para cambiarlas por
    un pedazo de pan, me parece una clara alusiön al pro-
    yecto paterno de hacerle renunciar a sus estudios abstrac-
    tos para substituirlos por una’actividad mäs präctica, que
    ie permitiera ganarse el pan.

    «Resulta, asi, que las dos series de fantasfas de cömo
    hubiera podido lograr una vida menos trabajosa, se ha-
    brian fundido en un solo producto, suministrando una el
    color «amarillo» y el pan «de mi lugar>, y la otra, el acto
    de arrojar las flores, y los personajes.»

    Asi es; las dos fantasias han sido proyectadas una
    sobre otra, formändose con ellas un recuerdo infantil. Las
    flores alpinas constituyen un indicio de la &poca en que
    fu& fabricado este recuerdo. Puedo asegurarle que la in-
    venciön inconsciente de tales productos no es nada rara.

    «Pero entonces no se trata de un recuerdo infantil,
    sino de una fantasia retrotraida a la infancia. Sin embargo,
    tengo la sensaciön de que la escena recordada es per-
    fectamente autentica. @Cömo compaginar ambas cosas?>

    Para los datos de nuestra memoria no existe garantia
    alguna. No obstante, quiero aceptar la autenticidad de la
    escena. Resultarä entonces, que entre infinitas escenas
    anälogas o distintas de su vida, la ha elegido usted por
    prestarse su contenido—indiferente en si—a la represen-
    taciön de las dos fantasias importantes. A tales recuer-
    dos, que adquieren un valor por representar en la'memo-
    ria impresiones y pensamientos de &pocas posteriores,
    cuyo contenido se halla enlazado al suyo por relaciones
    simbölicas, les damos el nombre de recuerdos en-
    cubridores. Su extrafieza ante el frecuente retorno

    - 917 —

  • S.

    %

    PROF. S.'FREUD

    de esta escena a su memoria, se desvanecerä ya al com-
    probar que estä destinada a ilustrar los azares mäs impor-
    tantes de su vida y la influencia de los dos impulsos ins-
    tintivos mäs poderosos, el hambre y el amor.

    «El hambre queda, en efecto, bien representada, pero
    dy el amor?»

    A mi juicio, por el color amarillo de las flores. De to-
    dos modos he de confesarle que la-simbolizaciön del amor
    en esta escena infantil, resulta mucho mäs vaga que en
    los demäs casos por mi observados.

    «Nada de eso. Caigo ahora en que precisamente la
    parte principal de la escena no es sino tal simbolizaciön.
    Piense usted, que el acto de quitar las flores a una mu-
    chacha es, en definitiva, desflorarla. jQu& contraste entre
    el atrevimiento de esta fantasia y mi timidez en la prime-
    ra ocasiön amorosa y mi indiferencia en la segunda!»

    Puedo asegurarle, que tales osadas fantasfas constitu-
    yen un complemento regular de la timidez juvenil.

    .\«Pero erıtonces, lo que ha venido a transformarse en
    un recuerdo: infantil, no ha sido una fantasia consciente,
    sino una fantasia inconsciente.»

    Pensamientos inconscientes, que continian los cons-
    cientes. Piensa usted: Si me hubiera casado con &sta
    o con aquella—y de estos pensamientos surge el impulso
    a representarse este casamiento.

    «Ahora ya puedo continuar por mi mismo. Para el jo-
    ven irreflexivo, lo mäs atractivo de todo el tema es la no-
    che de bodas. jQu& sabe &l de lo que viene deträs! Pero
    esta representaciön no se arriesga a emerger a plena luz,
    La modestia dominante en el änimo del sujeto y el respe-
    to..hacia la muchacha, la mantienen reprimida. De este

    modo, permanece inconsciente...» »
    . Y.eneuentra una derivaciön tomando el aspecto de un

    ; ‚recuerdo infantil: Tiene usted razön al afirmar, que preci-

    ‚caräcter groseramente sensual de la fantasfa,
    — 178 —

  • S.

    EN st A ‚0,68

    es lo que la impide llegar a constituirse en una fantasia
    consciente, obligändola a satisfacerse con ser acogida,
    bajo la forma de una florida alusiön, en una escena
    infantil.
    «gPero por que precisamente en una escena infantil?»
    Quizä para parecer mäs inocente. dPuede usted acaso
    imaginar algo mäs contrario que los juegos infantiles, a

    tales y tan maliciosos propösitos de agresiön sexual? .

    Ademäs, el refugio de pensamientos y deseos reprimidos,
    en recuerdos infantiles, se apoya tambien en razones mäs
    generales, pudiendo observarse regularmente en las per-
    sonas histericas. Parece ser, asi mismo, que el recuerdo
    de cosas muy preteritas es propulsado por un motivo de
    placer. «Forsan et haec olim meminisse juvabit».

    «Siendo asi, pierdo toda confianza en la autenticidad
    de la escena, y me explico, ahora, su genesis, en la si-
    guiente forma: En las dos ocasiones citadas, y apoyada
    por motivos muy comprensibles, surgiö en mi la idea de
    que si me hubiera casado con una u otra muchacha, serfa
    mi vida mucho mäs agradable. La tendencia sensual en mf
    existente, habria repetido la idea condicional en represen-
    taciones apropiadas, para ofrecerle satisfacciön. Esta se-
    gunda conformaciön de la misma idea habria permanecido
    inconsciente, dada su incompatibilidad con la disposiciön
    sexual dominante, pero su mismo.caräcter inconsciente la
    capacit6 para seguir perdurando en la vida psiquica, en
    tiempos en que su forma consciente habia quedado ya
    desvanecida por las modificaciones de la realidad. Esta
    idea inconsciente tenderia, obedeciendo como usted afir-
    ma, a una ley regular, a transformarse en una escena in-
    fantil, a la que su inocencia permitia devenir consciente.
    A este fin, habria tenido que sufrir una transformaciön, o
    mejor dicho, dos transformaciones: Una que despoja a la
    idea condicional de todo su caräcter arriesgado, expresän-
    dola metaföricamente, y otra que da a la idea-condieiona-

    29 —

    “>

    Pr

  • S.

    #

    “ . “ > ..

    PROF. 5S.*rFR E UD

    da, una’forma susceptible de exposiciön visual, utilizando
    para ello, como representaciön intermedia, la del «pan».
    Veo ahora, que al forjar una tal fantasia, realice algo se-
    mejante a una satisfacciön de los dos deseos reprimidos—
    la desfloraciön y el bienestar material, Pero despu&s de
    darme, asi, cuenta completa de Jos motivos que me indu-
    jeron a imaginar esta fantasia, he de suponer que se trata
    de algo que jamäs sucediö, habi&ndose introducido su-
    brepticiamente entre mis recuerdos infantiles.»

    Ahora soy yo quien tiene que constituirse en defensor
    de la autenticidad de la escena. Va usted demasiado lejos.
    Me ha ofdo decir, que todas estas fantasias tienen una
    tendencia a constituirse en recuerdos infantiles. Pero he
    de afiadir, que no lo consiguen sino cuando ya existe una
    huella mnemica, cuyo contenido presenta, con el de la
    fantasfa, puntos diversos de contacto. Ahora bien, una
    vez hallado uno de estos puntos—en nuestro caso el de
    la desfloraciön y el acto de arrancar las flores a la mucha-
    cha—el contenido restante de la fantasia es modificado
    por .todo genero de representaciones intermedias (piense
    usted en el pan), hasta que surgen nuevos puntos de con-
    tacto con el contenido de la escena infantil. Es, desde lue-
    g0, posible, que en este proceso, sufra tambien algunas
    transformaciones la misma escena infantil, quedando, asi,
    falseados los recuerdos. En su caso, la escena infantil pa-
    rece haber sido tan sölo cincelada; piense usted en el ex-
    cesivo resalte del amarillo y en el exagerado buen sabor
    del par. Pero la materia prima era perfectamente utiliza-
    ble. De no ser asi, no hubiera podido este recuerdo hacer-
    se consciente, con preferencia a tantos otros. No hubieı
    usted recordado tal escena como un suceso infantil o hu-
    biera recordado, quizä, otra, pues ya sabe usted, que para
    nuestro ingenio es muy fäcil establecer relaciones entre

    „las cosas mäs: dispares, Pero ademäs de la sensaciön de

    d—muy de tener en cuenta—que le produce a
    20 —

  • S.

    E N s' A Y os s
    usted su’recuerdo, hay aün otra cosa que testimonia a fa-
    vor de la realidad de la escena. Contiene &sta, en efecto,
    rasgos que no encuentran explicaciön en los hechos por
    usted relatados, ni armonizan con el sentido de las fanta-
    sfas. Asf, cuando su primo le ayuda a arrebatar la flores a
    la nifia. «Podria usted hallar un sentido a un tal auxilio en

    la desfloraciön? gO al grupo formado por la campesinay _

    la nifiera ante la casa?

    «No locreo.»

    Vemos, pues, que la fantasia no cubre por completo la
    escena infantil, limitändose a apoyarse en algunos de sus
    puntos. Esta circunstancia habla en favor de la autentici-
    dad del recuerdo infantil.

    <iCree usted muy frecuente la posibilidad de inter- '

    pretar asi, con exactitud, recuerdos infantiles aparente-
    mente inocentes?»

    Segün mi experiencia, frecuentisima. dQuiere usted que
    intentemos en chanza, ver si los dos ejemplos comunica-
    dos por los Henri permiten ser interpretados como recuer-
    dos encubridores de sucesos e impresiones posteriores?
    Me refiero al recuerdo de un plato con hielo, colocado
    encima de la mesa dispuesta para comer, y al de haber-
    tronchado durante un paseo, con ayuda de otra persona,
    una rama de un ärbol.

    Mi interlocutor reflexionö un momento: «Con respecto
    al primero, rio se me ocurre nada. Probablemente ha te-

    nido efecto en €, un desplazamiento, pero me es imposi-

    ble adivinar los elementos intermedios. En cuanto al se-
    gundo, arriesgaria una interpretaciön si el sujeto fuera un

    ‚alemän y no un frances.»

    Ahora soy yo quien no entiende. &Qu& puede eso
    cambiar?
    ucho, puesto que la expresiön verbal facilita pro-
    bablemente el enlace entre el recuerdo encubridor y el en-
    cubierto. En alemän, la expresiön «arrancarse una» (sich

    _ 11 —

    r

  • S.

    5 \ r ’ *
    PROF. 5. "FRE UD

    "einen ausreissen) constituye una alusiön vulgar; muy co-
    nocida, al onanismo. La escena retrotraeria a la primera
    infancia, el recuerdo de una ulterior iniciaciön en el ona-
    nismo, toda vez que en el acto de arrancar la rama es
    ayudado el sujeto por alguien. Pero lo que no armoniza
    con esta interpretaciön, es la presencia, en la escena re-
    cordada, de varias otras personas.»

    Mientras que la iniciaciön en ef;onanismo tenia que
    haberse desarrollado en secreto no es eso? Preeisamente
    esta antitesis favorece su interpretaciön. Es utilizado, de
    nuevo, para dar a la escena un aspecto inocente. @Sabe
    usted lo que significa en nuestros suefios, ver en derredor
    nuestro «mucha gente desconocida>, como sucede con
    gran frecuencia, en aquellos en los que nos vemos desnu-
    dos, sintiendonos terriblemente embarazados bajo las mi-
    radas de los circunstantes? Pues la idea que encierra esta
    visiön es la.de «secreto>, plästicamente expresada por su
    antitesis. De todos:modos, nuestra interpretaciön de estos

    % casos de los Hehri, carece de toda base, pues ni siquiera
    sabemos si un-franc&s reconoceria en la frase casser UNE
    BRANCHE. D’UN ARBRE, 0 en ofra semejante, una alusiön al
    onanismo.

    wir

    . Con el anterior anälisis, fielmente reproducido, cree-
    . » mos haber aclarado sufiecientemente nuestro concepto del
    * recuerdo encubridor, como'un recuerdo que no
    ; ‚debe sı valor mnemico al propio contenido, sino alarela- „
    ciön del mismo con otro contenido-reprimido. Segün el
    orden'a que tal relaciön pertenezca, podemos distinguir
    diversas clases de recuerdos encubridores. De dos de es-
    tas cläses hemos encontrado ejemplos entre aquellos,pro-
    ;psfquicos que consideramos como nuestros mäs
    ‚secierdos infantiles, siempre que se incluya
    12 —

  • S.

    E N Ss a Yy 0. s

    tambien, bajo el concepto de recuerdo encubridor, aque-
    llas escenas infantiles incompletas, que deben precisamen-
    te a este caräcter su apariencia inocente. Ha de suponer-
    se, que los restos mn&micos de &pocas ulteriores de la
    vida, suministraran tambien material, para la formaciön de
    recuerdos encubridores. No perdiendo de vista los carac-
    teres principales de estos recuerdos—gran adherencia ala
    memoria, no obsi un contenido indiferente—resulta
    fäcil encontrar en nuestra memoria, numerosös ejemplos
    de este genero. Una parte de estos recuerdos encubrido-
    res, de contenido ulteriormente vivido, debe su importan-
    cia a una relaciön con sucesos reprimidos de la primera
    juventud, inversamente a como sucedia en el caso antes
    analizado, en el cual, un recuerdo infantil queda justifica-
    do por algo ulteriormente vivido. Segün que sea una u
    otra la relaciön temporal entre lo encubridor y lo encubier-
    to, podemos hablar de recuerdos encubridores regre-
    sivos o progresivos. Conforme a otra relaciön,
    distinguimos recuerdos encubridores positivos y negati-
    vos, cuyo contenido se halla en una relaciön antitetica con
    el contenido reprimido. El tema merecerfa ser tratado con
    mayor amplitud. Por lo pronto, me conformar& con hacer
    observar cuän complicados procesos—totalmente anälo-
    gos, por lo demäs, a la producciön de sintomas histeri-
    cos—intervienen en la formaciön de nuestro tesoro
    mnemico. . \
    Nuestros mäs tempranos recuerdos infantiles seräm
    siempre objeto de un especial inter&s, porque el problema
    planteado por el hecho de que las impresiones mäs decisi-
    vas para el porvenir del sujeto, puedan no dejar tras de si
    una huella mne&mica, induce a reflexionar sobre la genesis
    de los recuerdos conscientes. Al principio nos inclinare-
    mos seguramente a excluir de los restos mn&micos infanti-
    les, como elementos heterogeneos, los recuerdos encubri-
    dores y a suponer, simplemente, que las demäs imägenes
    285 —

  • S.

    PROF. 5. FRE UD

    surgen simultäneamente al suceso vivido, como conse-
    cuencia inmediata del mismo, retornando periödicamente,
    a partir de este momento, conforme a las conocidas leyes
    de la reproducciön. Pero una observaciön mäs sutil nos
    descubre rasgos que no armonizan con esta hipötesis.
    Ast, ante todo, los siguientes: En la mayoria de las esce-
    nas infantiles importantes, el sujeto se ve, a si mismo, en
    edad infantil, y sabe que aquel nifio que ve es €] mismo,
    pero lo ve como lo verfa un observador ajeno a la escena.

    ‚ Los Henri no omiten hacer notar que muchos de sus in-

    formantes insisten en esta peculiaridad de las escenas in-
    fantiles. Ahora bien; es indudable que esta imagen mne&-
    mica no puede ser una fiel reproducciön de la impresiön
    recibida en aquella &poca. EI sujeto se hallaba entonces
    en el centro de la situaciön y no atendia a su propia per-
    sona, sino al mundo exterior.

    Siempre que en un recuerdo aparece, asi, la propia
    persona, como un objeto ‚entre otros objetos, puede consi-
    derarse esta oposiciön del sujeto actor y el sujeto evoca-
    dor, como una prueba de que la impresiön primitiva ha
    experimentado una elaboraciön secundaria. Parece como
    si una huella mn&mica de la infancia hubiera sido retradu-
    cida luego, en una &poca posterior (en la correspondiente
    al despertar del recuerdo), al lenguaje plästico y visual.
    En cambio, no surge jamäs en nuestra conciencia nada se-
    mejante a una reproducciön de la impresiön original.
    = Hay todavia un segundo hecho, que prueba an con
    mayor fuerza la exactitud de esta segunda concepciön de
    las escenas infantiles. Entre los diversos recuerdos infan-
    tiles de’sucesos importantes, que surgen todos con igual
    ‚claridad y precisiön, hay un cierto nümero de escenas,'que
    al:ser contrastadas—por ejemplo con los tecuerdos de

    u otras personas—se demuestran falsas. No es que hayan

    totälmenteinventadas; son falsas en cuanto transfie-

    \ ren la situaciön a un lugar en el queno se ha desarrollado

  • S.

    En ss ı vr oo 5

    (como stcede en uno de los caso$reunidos por los Henri),
    funden varias personas' en una sola o las substituyen entre
    si, o resultan ser una amalgama de dos sucesos distintos.
    La simple infidelidad de la memoria no desempefia preci-
    samente aqui, dada la gran intensidad sensorial de las imä-
    genes y la amplia capacidad funcional de la memoria juve-
    nil, ningün papel considerable. Una minuciosa investiga-
    ciön nos muestra “mäs bien, que tales falgedades del
    recuerdo tienen un caräcter tendencioso, halländose des-
    tinadas a la represiön-y substituciön de impresiones repül-
    sivas o desagradables. Asi, pues, tambien estos recuerdos
    falseados tienen que haber nacido en una &poca en la que
    ya podian influir en la vida animica tales conflictos e im-
    pulsos a la represiön, o sea en üna &poca muy posterior a
    aquella que recuerdan en su contenido. Pero tambien aquf
    es el recuerdo falseado, el primero del que tenemos noti-
    cia. EI material de huellas mn&micas del que fu& forjado,
    nos es desconocido en su forma primitiva.

    Este descubrimiento acorta a nuestros ojos la distancia
    que suponiamos entre los recuerdos encubridores y los
    demäs recuerdos de la infancia. Llegamos a sospechar que
    todos nuestros recuerdos infantiles conscientes nos mues-
    tran los primeros afos de nuestra existencia, no como
    fueron, sino como nos parecierön al evocarlos, luego, en
    €pocas posteriores. Tales recuerdos no han emergi-
    do, como se dice habitualmente, en estas &pocas, sino
    que hansido formados enellas, interviniendo en esta’
    formaciön y en la selecciön de los recuerdos toda una se-

    rie de motivos muy ajenos a un propösito de fidelidad’his-
    törica, \

    a