S.
Teorías sexuales infantiles
1908.
Los materiales del presente estudio proceden de di-
versas fuentes. En primer lugar, de la observación inme-
diata de las manifestaciones y actividades infantiles; en
segundo, de los recuerdos infantiles conscientes, comuni-
cados por individuos neuróticos adultos, durante el trata-
miento psicoanalítico, y por último, de la traducción, a lo
consciente, de los recuerdos inconscientes de tales indivi-
duos neuróticos y de las deducciones y conclusiones re-
sultantes de sus análisis.El hecho de que la primera de tales fuentes no haya
proporcionado ya, por sí sola, todo el material interesante,
depende de la conducta generalmente observada por los
adultos con respecto a la vida sexual infantil. Pretendien-
do que el niño no desarrolla actividad sexual alguna, se
omite realizar una labor de observación en este sentido,
y por otro lado, se coarta apresuradamente todas aquellas
manifestaciones infantiles que pudieran ser signos de una
tal actividad y como tales, merecedoras de atención y es-
tudio. Asi, pues, las ocasiones de utilizar esta fuente, la
más pura y generosa de todas, son limitadísimas. Con
respecto al material procedente de las manifestaciones es-
pontáneas de individuos adultos sobre sus recuerdos in-
fantiles conscientes, podrá objetarse, a lo más, la posibi-
lidad de una alteración de tales recuerdos al ser evocados
en el análisis, pero aparte de esto, habrá de tenerse en
cuenta, al valorarlo, que los sujetos correspondientes hanRAE
S.
PFOP.I.FEE«U
enfermado, ulteriormente, de neurosis. Por último, el ma-
terial extraído de la tercera de las fuentes citadas, será
objeto de todos aquellos ataques que se acostumbra a di-
rigir contra las garantías de la investigación psicoanalítica
y la seguridad de las conclusiones de ella deducidas. Por
nuestra parte, sólo aduciremos aquí, que el conocimiento
y la práctica de la técnica psicoanalítica, procura en plazo
brevisimo una amplia confianza con sus resultados. Con
referencia a los que integran este trabajo, puedo ga-
rantizar haber procedido, en su deducción, con máximo
cuidado.Otra cuestión harto difícil de decidir, es la de hasta
qué punto debe presuponerse en todo sujeto infantil, sin
excepción alguna, lo que aquí nos proponemos exponer
sobre los niños en general. El influjo de la educación y la
distinta intensidad del instinto sexual han de dar, segura-
mente, origen a grandes oscilaciones individuales en la
conducta sexual infantil, determinando, especialmente, la
emergencia más o menos temprana del interés sexual.
Por esta causa, no he articulado mi exposición conforme
a épocas infantiles sucesivas, prefiriendo presentar reuni-
do todo aquello que la vida infantil nos ofrece en épocas
más o menos tempranas, según el sujeto. Desde luego,
tengo la convicción de que ningún niño—o por lo menos,
ningún niño de inteligencia completa o superior—llega a
la pubertad sin que los problemas sexuales hayan ocu-
pado ya su pensamiento en los años anteriores a la misma.No me parece grandemente atendible la alegación de
que los neuróticos constituyen una clase especial de indi-
viduos, caracterizados por una disposición degenerativa,
de cuya vida infantil no es licito deducir conclusiones
sobre la infancia en general. Los neuróticos son hombres
como los demás, sin que sea posible diferenciarlos con
precisión de los normales, ni distinguirles, en su infancia,
de los que luego se conservan sanos. Uno de los más va-KE
S.
εبرsяrοsدrوಲcsمرrووイ
liosos resultados de nuestras investigaciones psicoanaliti-
cas ha sido el de comprobar que las neurosis no poseen
un contenido psiquico peculiar y exclusivamente suyo,
pudiéndose afirmar así, según expresión de С. G. Jung,
que los neuróticos enferman a consecuencia de aquellos
mismos complejos con los cuales luchan los sanos. La di-
ferencia está en que los sanos saben dominar tales com-
plejos sin sufrir graves daños, prácticamente comproba-
bles, mientras que el nervioso no consigue dominarlos
sino al precio de costosos productos substitutivos, cuya
emergencia equivale prácticamente al fracaso de la labor
desarrollada para alcanzar tal dominio. Las diferencias
entre nerviosos y normales son mucho menores en la in-
fancia, por lo cual no podemos considerar como un error
de método el aprovechamiento de los recuerdos infantiles
de los neuróticos, para deducir de ellos, por analogía,
conclusiones sobre la infancia normal. Además, como los
individuos ulteriormente neuróticos suelen traer consigo al
mundo, en su constitución, un instinto sexual muy inten»
$0, que tiende a madurar y manifestarse prematuramente,
sus recuerdos de niñez nos permitirán aprehender gran
parte de la actividad sexual infantil, con una claridad y
una precisión mucho mayores de las que nos es posible
obtener aplicando directamente a otros niños, nuestras
facultades de observación, nada penetrantes de por sí. De
todos modos, el valor verdadero de este material proce-
dente de las manifestaciones de individuos neuróticos
adultos, no podrá ser fijado hasta que se recojan también
los recuerdos infantiles de los adultos normales, labor que
ya hubo de iniciar Havelock Ellis.A causa de las desfavorables circunstancias que presi-
den este género de investigaciones, nuestro presente tra-
bajo se refiere casi exclusivamente al desarrollo sexual en
los individuos masculinos. Pero el valor de una colección
como la que aquí intentamos presentar, puede no ser me-gt
S.
PARTS POE )של א ₪.
ramente descriptivo. El conocimiento de las teorias sexua-
les infantiles, tal y como el pensamiento infantil las con-
forma, puede ser interesante en más de un sentido, y así,
resulta serlo también, sorprendentemente, para la inter-
pretación de los mitos y fábulas de la antigiiedad. Mas
para lo que se demuestra indispensable es para la concep-
ción de las neurosis mismas, en las cuales conservan aún
todo su valor tales teorías infantiles y ejercen una influen-
cia determinante sobre la estructura de los síntomas.+...
Si nos fuera posible renunciar a nuestra envoltura cor-
poral, y una vez convertidos, asi, en seres sólo pensa-
miento, procedentes, por ejemplo, de otro planeta, obser-
var con mirada nueva y exenta de todo prejuicio, las
cosas terrenas, lo que más extrañaríamos seria, quizá, la
existencia de dos sexos, que siendo tan semejantes,
evidencian, no obstante, su diversidad, con signos mani-
fiestos. Mas no parece que los niños tomen también este
hecho fundamental como punto de partida de sus investi-
gaciones sobre los problemas sexuales. Conociendo des-
de el principio de su vida un padre y una madre, aceptan
su existencia como una realidad que no precisa de inves-
tigación alguna. Idéntica conducta sigue el niño con res-
pecto a una hermanita de la que no le separen sino uno o
dos años. La curiosidad sexual de los niños no despierta
espontáneamente a consecuencia de una necesidad con-
génita de causalidad, sino bajo el aguijón de los instintos
egoístas en ellos dominantes, cuando, al cumplir, por
ejemplo, los dos años, se ven sorprendidos por la apari-
ción de un nuevo niño. Aquellos niños que permanecen
únicos en su casa, se transfieren también a tal situación
por sus observaciones en otras familias. La disminución
—experimentada o temida ~~ අල los mimos familiares, y laeee
S.
E«s«y0s.lsoC-tgst
previsión de que en adelante deberán compartirlo todo
con el recién llegado, despiertan la sensibilidad del sujeto
y aguzan su pensamiento. El niño mayor manifiesta una
franca hostilidad a su competidor, exteriorizándola en jui-
cios nada amables sobre el mismo, en el deseo de que 6
lo vuelva a llevar la cigiieña», y a veces, incluso en pe-
queños atentados contra la criatura que yace inerme en su
cuna. Una mayor diferencia de edad debilita, por lo gene-
ral, la expresión de esta hostilidad primaria. Así mismo,
en el niño que permanece único, puede llegar a dominar,
más adelante, el deseo de tener un hermanito que le se-
cunde en sus juegos, como ha observado en otras casas.Bajo el estímulo de estos sentimientos y preocupacio-
nes comienza el niño a reflexionar sobre el primero y
magno problema de la vida y se pregunta de dónde
vienen los niños, o mejor dicho, en un principio,
tan sólo de dónde ha venido aquel niño que ha puesto fin
a su privilegiada situación. En muchos de los enigmas que
nos plantean los mitos y leyendas, creemos percibir el eco
de esta primera interrogación, que por su parte es, como
toda investigación, un producto de la lucha del hombre
con la vida, como si el pensamiento se viese planteada
la labor de prevenir la repetición de un suceso tan temi-
do. Supongamos, sin embargo, que el pensamiento del
niño se libera pronto de la excitación en él provocada por
el suceso indeseado y continúa laborando como instinto
espontáneo de investigación. Si el niño no ha sido ya muy
intimidado, tomará, antes o después, el camino más pró-
ximo y acudirá en demanda de respuesta, a sus padres y
guardadores, que representan, para él, la fuente de todo
conocimiento. Pero este camino falla en absoluto. Las per-
sonas interrogadas eluden la respuesta, reprochan al niño
su curiosidad o salen del paso recurriendo a una fábula
cualquiera—en los países germanos a la de la ci
muy importante desde el punto de vista mitológico y se-RE
S.
p AGY ENEA NETO 。
gún la cual es este ave la que trae a los niños, cogiéndo-
les del agua—. Tengo mis razones para suponer que el
número de los niños que no se satisfacen con esta expli-
cación y la acogen con intensa incredulidad es mucho ma-
yor de lo que los padres suponen. Sé de un niño de tres
años, que pocos momentos después de obtener tal expli-
cación, fué echado de menos en su casa y hallado ala
orilla de un estanque próximo, adonde había acudido para
ver alos niños que la cigüeña iba a buscar en él. Otro,
dió tímida expresión a su incredulidad, asegurando, en el
acto, que quien trafa a los niños no era la cigileña, sino...
la garza real. Las múltiples observaciones que he realiza-
do o me han sido comunicadas, me han llevado a creer
que los niños rehusan toda fe a la teoría de la cigileña y
que, a partir de este primer engaño, alimentan en sí una
gran desconfianza hacia los «mayores» y mantienen ya se-
creta la prosecución de sus investigaciones. Pero en tales
sucesos, viven ya la primera ocasión de un «conflicto psí-
quico», puesto que ciertas opiniones suyas, por las que
sienten una predilección de carácter instintivo, pero que
no «parecen bien» a los mayores, chocan con las mante-
nidas por la autoridad de los mismos y que a ellos no les
parecen aceptables. Este conflicto psíquico puede dar rá-
pido origen a una «disociación psíquica». La opinión <ofi-
cial», cuya aceptación dará al niño nota de «juicioso», al
mismo tiempo que coartará su actividad reflexiva, llegará
a dominar en su psiquismo consciente; la otra, en cuyo
favor ha aportado, entretanto, la labor investigadora, nue-
vas pruebas, que, sin embargo, habrán de ser rechazadas,
será sojuzgada y pervivirå en estado inconsciente, que-
dando así constituido el complejo nodular de la neurosis.Con el análisis de un niño de cinco años, llevado a
cabo por su propio padre, que luego me autorizó a publi-
carlo, he aportado, no hace mucho, la prueba irrefutable
de un descubrimiento hacia el cual me habían orientado ya,me
S.
BUsAyos.igos-tggs
mucho antes, mis psicoanélisis de adultos. 56 ahora, fija-
mente, que las transformaciones provocadas en el aspecto
de la madre por el embarazo, no escapan a los ojos del
niño, el cual no tarda luego en establecer la relaciôn exac-
ta entre el aumento de volumen de la madre y la aparicién
del nuevo infante. En el caso antes citado, el niño tenia
tres años y medio cuando naciô su hermanita y cuatro
años y nueve meses cuando dejô ver, con transparentes
alusiones, su exacto conocimiento de lo sucedido. Pero
este temprano conocimiento es siempre mantenido secre-
to, y sucumbe més tarde a la represiôn y al olvido, con
todos los demås resultados de la investigaciôn sexual in-
fantil.Asi, pues, la fåbula de la cigüeña no pertenece al nû-
mero de las teorfas sexuales infantiles. Por el contrario,
la observaciôn de los animales, que no disimulan su vida
sexual y a los que tan afin se siente el nifio, es lo que mås
coadyuva a robustecer su incredulidad. Con el descubri-
miento de que la criatura se forma dentro del cuerpo de la
madre, descubrimiento que el niño realiza aún por si mis-
mo y sin auxilio ninguno ajeno, se encontraría ya el infan-
til investigador en camino de resolver el problema en que
primeramente pone a prueba sus energías intelectuales.
Pero llegado a este punto, ve impedido el progreso ulte-
rior de su labor investigadora por el desconocimiento de
un dato insustituíble y por teorías erróneas que le son ins-
piradas por el estado de su propia sexualidad.Estas falsas teorías sexuales, que ahora examinare-
mos, muestran un singularísimo carácter común. Aunque
todas yerran de un modo grotesco, cada una de ellas con-
tiene alguna parte de verdad, asemejándose en esto a
aquellas teorías que calificamos de «geniales», edificadas
por los adultos como tentativas de resolver los problemas
universales que desafían el pensamiento humano. La parte
de verdad integrada en estas teorías sexuales infantiles, se⑤ ක
S.
ク REGNE YO RR LETO DB
explica por su derivacién de los componentes del instinto
sexual activos ya en el niño, pues tales hipôtesis no son
el fruto de un capricho psiquico, ni de impresiones casua-
Jes, sino de una necesidad de la constituciôn psicosexual,
siendo ésta la razón de que podamos hablar de teorías
sexuales infantiles típicas y hallemos en todos aquellos
niños en cuya vida sexual nos es posible penetrar, las
mismas opiniones erróneas.La primera de tales teorías se enlaza al desconoci-
miento de las diferencias sexuales, indicado ya antes
como característica infantil, y consiste en atribuir a
toda persona, incluso a las de sexo fe-
menino, órganos genitales masculinos,
como los que el niño conoce por su propio cuerpo. Preci-
samente en aquella constitución sexual que reconocemos
como «normal», es, ya en la infancia, el pene, la zona
erógena directiva y el principal objeto sexual autoerótico,
y el valor que el sujeto le concede se refleja lógicamente
en una tal imposibilidad de representarse a una personali-
dad análoga al Yo, sin un elemento tan esencial. Cuando
el niño ve desnuda a una hermanita suya o a otra niña,
sus manifestaciones demuestran que su prejuicio ha llega-
do a ser lo bastante enérgico para falsear la percepción de
lo real. Así, no comprueba la falta del miembro, sino que
dice regularmente, como con intención consola-
dora y conciliante: «El... es aún pequeñito, pero ya le
crecerá cuando vaya siendo mayor». La imagen de la mu-
jer provista de un miembro viril retorna aún en los sueños
de los adultos. El durmiente, presa de intensa excitación
sexual, se dispone a realizar el coito con una mujer, pero
al desnudarla, descubre, en lugar de los genitales femeni-
nos, un cumplido miembro viril, y esta visión pone fin al
sueño y a la excitación sexual. Las numerosas figuras
hermafroditas que la antigiledad clásica nos ha legado,
reproducen fielmente esta representación infantil, gene-a,
S.
BN SİRF MA 3, NB: 9» 65997
ralmente extendida un día, siendo de observar, que tal
imagen no hiere la sensibilidad de la mayoría de los hom-
bres normales, mientras que los casos reales de herma-
froditismo genital despiertan, casi siempre, máxima repug-
nancia.Cuando esta representaciôn de la mujer provista de un
miembro viril llega a quedar «fijada» en el niño, resistien-
do a todas las influencias de la vida ulterior y creando la
incapacidad de renunciar al pene en el objeto sexual, el
sujeto—cuya vida sexual puede permanecer normal en
todo otro aspecto—se hace, necesariamente, homosexual,
y busca sus objetos sexuales entre hombres que por al-
gunos caracteres somáticos o anímicos recuerden a la mu-
jer. La mujer real, tal y como luego la descubre, no puede
constituir nunca para él, un objeto sexual, pues carece, a
sus ojos, del atractivo sexual esencial, e incluso puede Пе-
gar a inspirarle horror, por su relación con otra impresión
de su vida infantil. El niño en el que domina principal-
mente la excitación del pene, contrae, por lo general, el
hábito de procurarse placer por medio de estímulos ma-
nuales, y al ser sorprendido alguna vez por sus padres o
guardadores, en tales manejos, es atemorizado con la ame-
naza de cortarle el miembro. El efecto de esta «amenaza
de castración» es, como corresponde a la alta valoración
del órgano amenazado, extraordinariamente profundo y
duradero. Las leyendas y los mitos testimonian de la ex-
citación y el espanto que en la sensibilidad infantil se en-
lazan a este complejo de la castración, el cual sólo muy a
disgusto es recordado luego por la conciencia. La visión
ulterior de los genitales femeninos, cuya forma interpreta
como el resultado de una mutilación, recuerda al sujeto la
amenaza anterior, despertando así aquéllos, en el homo-
Sexual, espanto en lugar de placer. Esta reacción no es ya
susceptible de modificación alguna cuando el homosexual
llega al conocimiento científico de que la hipótesis infantilDie
S.
P«Ec,.s,,sc»s
que atribuye a la mujer la posesién de un pene no es, en
realidad, tan errénea. La anatomfa ha reconocido en el
clitoris femenino, el órgano homólogo al pene, y la fisio-
logía de los procesos sexuales ha añadido que este pene
incipiente y no susceptible de mayor desarrollo, se con-
duce en la infancia de la mujer como un verdadero pene y
constituye la sede de estímulos que incitan a la sujeto a
maniobras de carácter onanista, prestando su excitabilidad
un marcado carácter masculino a la actividad sexual de la
niña y haciéndose necesario, en los años de la pubertad,
un avance de la represión destinado a desvanecer esta
sexualidad masculina y dar nacimiento a la mujer. La per-
sistencia de la excitabilidad clitoridiana disminuye la fun-
ción sexual de la mujer, haciéndola anestésica para el
coito. Inversamente, la represión antes indicada puede
también resultar excesiva y quedar entonces parcialmente
anulados sus efectos por la emergencia de productos subs-
titutivos histéricos. Todos estos hechos no contradicen,
ciertamente, la teoría sexual infantil de que la mujer
posee, como el hombre, un pene.No es difícil observar que la niña comparte la elevada
valoración que su hermano concede a los genitales mascu-
linos. Muestra por esta parte del cuerpo de los niños un
vivo interés en el que no tarda en transparentarse la en-
vidia. Se siente desaventajada, intenta orinar en la misma
postura que los niños y afirma que hubiese preferido ser
un chico. No creemos necesario puntualizar qué falta habría
de compensar la realización de tal deseo.Si el niño pudiera aprovechar para sus deducciones la
indicación que supone la excitación experimentada en sus
órganos genitales, se aproximaria considerablemente a la
solución de su problema. El que el niño se forme dentro
del cuerpo de la madre no es, desde luego, una explica-
ción suficiente. ¿Cómo penetra en él? ¿Quién provoca su
desarrollo? Es muy probable que el padre tenga algo quea
S.
EUSAYOS.Ipcs-lssd
ver en ello, puesto que declara que el niño es «suyo» (1).
Por otro lado, la excitación que el niño siente en sus ór-
ganos genitales siempre que maneja en su pensamiento
estas cuestiones, le hace sospechar que el pene ha de te-
ner alguna intervención en tales enigmáticos procesos. A
esta excitación se enlazan, además, impulsos que el niño
no acierta a explicarse, obscuros impulsos a un acto vio-
lento, a una penetración, a romper algo o abrir un agujero
en alguna parte. Pero cuando el niño parece hallarse así
en el mejor camino para postular la existencia de la va-
gina y descubrir, en la penetración del pene paterno en el
cuerpo de la madre, el acto por medio del cual nace la
criatura en el seno materno, queda bruscamente interrum-
pida la investigación al tropezar con la teoría de que la
madre posee también, como el padre, un pene. La exis-
tencia de la cavidad que acoge el pene permanece, pues,
ignorada por el niño, y el fracaso de sus meditaciones le
hace cesar en ellas y olvidarlas más tarde. Pero tales ca-
vilaciones y dudas se constituyen en prototipo de todo
proceso mental ulterior encaminado a la solución de pro-
blemas y el primer fracaso ejerce ya, para siempre, una in-
fluencia paralizante.El desconocimiento de la vagina afirma también al niño
en la segunda de sus teorías sexuales. Si el niño se forma
dentro del cuerpo de la madre, desprendiéndose luego de
€l, tal separación no puede tener efecto sino por un solo
camino, esto es, por el conducto intestinal. El niño es
expulsado como un excremento, en una
deposición. Cuando, en años infantiles ulteriores,
vuelve esta cuestión al pensamiento del niño o llega a ser
objeto de una conversación con alguno de sus compañe-
ros, surge, como nueva explicación, la de que los niños(1) Véase el «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» que
se publicará en el tono XV de esta edición castellana.Sa
S.
と RO ד ריא AE א wma
nacen a través del ombligo o de una abertura practicada
en el vientre de la madre, para extraerlos, como a la Ca-
perucita Roja de la barriga del lobo. Estas teorias son ex-
puestas en alta voz y recordadas luego conscientemente,
pues no contienen ya nada repulsivo. En cambio, los mis-
mos nifios han olvidado por completo, que en años ante-
riores, crefan en otra distinta teoria del nacimiento, a la
que se opone ahora la represién de los componentes se-
xuales anales, sobrevenida en el intervalo. En aquellos
primeros tiempos, la defecaciôn era algo de lo que se po-
dia hablar sin asco en la «nursery». El nifio no se hallaba
aún tan lejos de sus tendencias constitucionales coprófilas
y no era para él nada degradante haber venido al mundo
como una masa fecal, no condenada aún por la repugnan-
cia. La teoría de la cloaca, exacta en tantos animales, era
la más natural y la única que el niño podía encontrar ve-
rosimil.Pensando consecuentemente, niega el nińo a la mujer
el doloroso privilegio de parir hijos. Si los nifios son pari-
dos por el ano, también el hombre puede parirlos. Asi,
pues, el nifio puede fantasear que da a luz un hijo, sin que
por ello hayamos de imputarle tendencias femeninas.
Tales fantasias no son sino un resto de actividad de su
erotismo anal.Cuando la teoria de la cloaca perdura en la conciencia
del nifio en ulteriores afios infantiles, cosa que sucede al-
gunas veces, trae tambićn consigo una solución del pro-
blema de la génesis de los nińos, aunque ya no de caråc-
ter primitivo. Sucede entonces como en los cuentos. Se
tiene un nifio por haber comido una determinada cosa.
Las enfermas mentales suelen luego reanimar esta teoria
infantil. Asi, una maniaca, al recibir la visita del médico,
le conducirå ante un montón de excrementos que ha de-
positado en un rincón de su celda, y se lo mostrara, dicien-
do: «Mire usted el niño que he tenido hoy».saras
S.
E«s-170.5.1905-192«
La tercera de las teorias sexuales infantiles tipicas sur-
ge cuando los niños llegan a ser testigos casuales del
comercio sexual de sus padres, aunque, naturalmente, no
hayan conseguido más que una percepción muy incomple-
ta del mismo. Pero cualquiera que haya sido el objeto de
su percepción —la situación recíproca de los dos protago-
nistas, los ruidos o ciertos detalles accesorios —s u in-
terpretación del coito es siempre de
carácter sádico, viendo en él algo que la parte
más fuerte impone violentamente a la más débil y compa-
rándolo, sobre todo los observadores masculinos, a una
lucha cuerpo a cuerpo, como las que ellos sostienen con
sus camaradas de juego y que no dejan de integrar una
cierta mezcla de excitación sexual. No he podido compro-
bar que los nifios descubran en tales escenas por ellos
sorprendidas el dato que les faltaba para la solución de su
problema. En muchos casos, parecía que si tal relación
permanecía oculta a los ojos de los niños, era precisamen-
te por haber interpretado el acto erótico como un acto de
violencia. Pero esta interpretación parece, a su vez, un
retorno de aquel obscuro impulso a una acción cruel, que
se enlazaba a la excitación del pene en las primeras medi-
taciones del infantil sujeto sobre el problema del origen
de los nifios. No puede negarse tampoco la posibilidad de
que aquel temprano impulso sádico, que casi habría dejado
adivinar el coito, surgiera, por su parte, bajo el influjo
de obscurísimas reminiscencias del comercio sexual de
los padres, reminiscencias cuyo material habría reunido
el ,סהות sin utilizarlo adn, durante los primeros afios de
su vida, en los que compartió la alcoba de sus progeni-
tores (1).(1) En una obra autobiográfica — «Monsieur Nicolás» — publica-
da en 1794, confirma Restif de la Brétonne esta errónea interpreta-
ción sádica del coito, al relatar una impresión de sus cuatro años.—6— 5
S.
DPOF.s.-AE»D
La teoria sädica del coito, que al no ser relaciona-
da con otras impresiones, induce al sujeto en error en
lugar de aportarle una confirmaciön de sus hipötesis, es,
a su vez, expresion de uno de los componentes sexua-
les congénitos, más o menos intenso еп cada niño, y
en consecuencia, resulta parcialmente exacta, adivinan-
do en parte la esencia del acto sexual y la «lucha de
los sexos» que a él precede. No es tampoco raro que
el nifio encuentre confirmada esta teoria suya por obser-
vaciones casuales que aprehende en parte exactay en
parte errôneamente, o incluso de un modo antitético.
En muchos matrimonios, se resiste realmente la mujer
al abrazo conyugal, que no le proporciona placer alguno
y trae, en cambio, consigo, el peligro de un núevo em-
barazo. La madre ofrece así al niño, que supone dor-
mido (o que finge estarlo), una impresión que no puede
ser interpretada sino como una defensa contra un acto
de violencia. Otras veces, es toda la vida conyugal la
que ofrece al niño el espectáculo de una continua disputa
expresada en palabras y gestos hostiles, no pudiendo
así extrañar al infantil observador, que tal disputa pro-
siga por la noche y tenga el mismo desenlace violento
que sus diferencias con sus hermanos o compañeros de
juegos.Las huellas de sangre en las sábanas o en la ropa in-
terior de la madre confirman también las hipótesis sádicas
del niño, que ve en ellas una prueba de que el padre ha
repetido, durante la noche, sus violencias, cuando la in-
terpretación real sería más bien la de una pausa en el
comercio sexual. El «horror a la sangre», de ciertos ner-
viosos, sólo resulta explicable relacionándolo con estas
impresiones infantiles. El error infantil integra aquí, de
nuevo, alguna parte de verdad, puesto que la efusión de
sangre constituye, en determinadas circunstancias, una
prueba de la iniciación sexual.este
S.
rبرsдسοsءヌوοσمةrوول
En una relacién menos estrecha con el insoluble pro-
blema del origen de los nifios, se pregunta también el
sujeto infantil en qué consiste el «estar casado» y da a
esta interrogación, respuestas distintas, según las coinci-
dencias de sus observaciones ocasionales de las relacio-
nes de sus padres, con sus propios instintos parciales,
aun revestidos de placer. Tales respuestas no parecen in-
tegrar más que un sólo elemento común: el de prometerse,
en el matrimonio, una consecución de placer y una supera-
ción del pudor. La teoría más frecuentemente hallada por
mi, ha sido la de que los casados <orinan uno de-
lante de otro», o que «el marido orina
en el orinal de la mujer», variante que pare-
ce querer indicar simbólicamente un más exacto conoci-
miento. Otras veces, se transfiere el sentido del matrimo-
nio al hecho de enseñarse mutuamente el
trasero (sin avergonzarse). En un caso en el que la
educación había conseguido retrasar más de lo corriente
el conocimiento de lo sexual, la sujeto, una muchacha de
catorce años en la que ya se había iniciado la menstrua-
ción, concibió, bajo la sugerencia de sus lecturas, la idea
de que el matrimonio consistía en que los cónyuges
«mezclaban su sangre», y como su hermana
menor no menstruaba aún, intentó una agresión sexual
contra una amiga que la comunicó hallarse menstruando
a la sazón, queriendo obligarla a una tal «mezcla de san-
gre».Las opiniones infantiles sobre la esencia del matrimo-
nio suelen perdurar en la memoria consciente del sujeto y
entrafian gran importancia para la sintomåtica de las even-
tuales neurosis ulteriores. En un principio, se crean ex-
presiön en aquellos juegos infantiles en los cuales realizan
los nifios, unos con otros, aquellos actos que suponen
constituir el matrimonio, y posteriormente, el deseo de
estar casado puede elegir la expresién infantil y emergerSo
S.
p M AMD EE ENTREN
en una fobia inexplicable a primera vista, o en el síntoma
correspondiente (1).Tales serían las principales teorías sexuales típicas del
niño, estructuradas por él, espontáneamente, en temprana
edad infantil, bajo la sola influencia de los componentes
instintivos sexuales. Sé muy bien que no he conseguido
aún reunir todo el material existente ni relacionar sin solu-
ción de continuidad alguna, estos productos mentales, con
el resto de la vida infantil. Por lo menos, añadiré todavía
algunas observaciones que toda persona conocedora de la
cuestión habrá de echar de menos. Así, la importante teo-
ría de que los niños son engendrados en un beso, teoría
que delata claramente el predominio de la zona erógena
bucal. Que yo sepa, es esta teoría exclusivamente femeni-
na y la hallamos a veces con carácter patógeno en mu-
chachas cuya investigación sexual infantil ha sido riguro-
samente coartada por sus padres o guardadores. Una de
mis pacientes llegó por sí sola, merced a una observación
casual, a la teoria de la «couvade», que, como es sabido,
constituye en algunos pueblos, una costumbre general,
encaminada, muy probablemente, a desvanecer las dudas
sobre la paternidad, nunca libre de ellas. Habiendo adver-
tido que un tío suyo, individuo un tanto original, perma-
necía varios días sin salir de casa después de tener su
mujer un niño, y recibía a las visitas en bata, dedujo que
ambos cónyuges participaban en el parto y tenían que
guardar cama.Hacia los diez o los once años suelen llegara los
niños las primeras revelaciones sexuales. Un niño, criado
en un ambiente social más libre o que ha tenido mejores
ocasiones de observar hechos sexuales, comunica a los
demás sus descubrimientos, porque le hacen aparecer(1) Los juegos infantiles más importantes en este aspecto son
los de «la visita del médico» y «papá у тата».Sa
S.
E«s-Lyos,lgoS-ygtd
«més hombre» ante sus camaradas. Lo que asi descubren
los niños es casi siempre la verdad, esto es, la existencia
de la vagina y su destino, mas aparte de esto, las revela-
ciones que así se hacen unos niños a otros, suelen conte-
ner también errores y resíduos de las anteriores teorías
sexuales infantiles. Casi nunca son completas ni suficien-
tes para la solución del problema primitivo. El desconoci-
miento de la substancia seminal impide ahora, como antes
el de la vagina, la solución definitiva, pues 6! niño no
puede adivinar que el miembro viril destila una substancia
distinta de la orina. A estas revelaciones de los años pró-
ximos a la pubertad se enlaza un nuevo impulso de la in-
vestigación sexual infantil. Pero las teorías que ahora
construyen los niños, carecen ya de aquel sello típico y
primitivo que caracteriza a las tempranas teorías sexuales
infantiles primarias, edificadas durante una época en la
que los componentes sexuales podían emerger en ellas
sin obstáculo ni modificación algunos. No me ha parecido
que los esfuerzos mentales ulteriores merezcan ser reco-
gidos, no pudiendo tampoco serles atribuída una impor-
tancia patógena. Su diversidad depende, naturalmente, en
primer término, de la naturaleza de las explicaciones co-
municadas al niño, y su importancia está en que vuelven a
despertar las huellas, ya inconscientes, de aquel primer
período de interés sexual, no siendo raro ver enlazarse a
ellos una actividad sexual onanista y un principio de ex-
trañamiento sentimental de los padres. De aquí el juicio
condenatorio de los educadores, que pretenden que tales
revelaciones sexuales en estos años, «pervierten» a los
niños.Unos cuantos ejemplos nos mostrarán qué elementos
integran estas ulteriores cavilaciones sexuales de los ni-
ños. Una niña confiesa haber oído decir a sus condiscipu-
las que el marido da a la mujer un huevo que ella empolla
dentro de su cuerpo. Un niño, a quien también ha sido co-SE
S.
PROF.Z.PPEUD
municada esta teoría, identifica el chuevo» con los tes-
ticulos, y se rompe los cascos pensando cômo puede re-
novarse, en cada caso, el contenido del escroto. Las re-
velaciones infantiles son casi siempre insuficientes para
prevenir dudas esenciales sobre los procesos de la vida
sexual. Asi, hay niñas que suponen que el acto sexual es
realizado una sola vez y dura largo tiempo, hasta veinti-
cuatro horas, procediendo luego, de esta única vez, suce-
sivamente, todos los hijos. Podría sospecharse que esta
teoría había sido sugerida a tales niñas por un previo co-
nocimiento de la reproducción de ciertos insectos. Pero
esta hipótesis no se confirma jamás. Otras niñas no ad-
vierten la duración del embarazo y suponen que el niño
nace inmediatamente después de la primera noche conyu-
gal. Marcel Prevost ha utilizado este error de las adoles-
centes en una divertida narración, que forma parte de sus
«Cartas de mujeres». El tema de esta ulterior investiga-
ción sexual de los niños o de los adolescentes que han
permanecido en una fase infantil, es difícil de agotar y no
carece, en general, de interés, mas por ahora, habré de li-
mitarme a indicar, que en tal investigación, llegan también
los niños a conclusiones erróneas, destinadas a contrade-
cir otros conocimientos anteriores, más exactos, pero re-
primidos ya e inconscientes.También tiene su importancia la forma en que los
niños reaccionan a las explicaciones que les son dadas. En
algunos de ellos, ha alcanzado ya la represión sexual tan
alto grado, que se niegan a dar oídos a toda explicación y
logran permanecer ignorantes hasta una época avanzada,
o por lo menos, aparentemente ignorantes, pues en los
análisis de individuos neuróticos, surgen a la luz los cono-
cimientos sexuales que el sujeto posey ó en su temprana
infancia y sucumbieron luego a la represión, quedando
relegados a lo inconsciente. Sé también de dos niños, en-
tre los diez y los trece años, que después de escuchar se-AD
S.
2لترى嘉y०ర్ء夏و0ర్مة复و2d
renamente una explicaciön sexual, respondieron a su ini-
ciador: Es posible que tu padre y otras personas hagan
eso, pero de nuestro padre estamos seguros que no lo
haria jamås. Mas por distinta que pueda ser esta conducta
ulterior de los niños ante la satisfacciôn de su curiosidad
sexual, hemos de aceptar, para sus primeros afios infanti-
les, un proceder totalmente uniforme y creer que, por en-
tonces, se afanaban por averiguar lo que los padres ha-
cian entre si, para tener niños.mapa
freud-1929-obras-13
53
–71