Teorias sexuales infantiles 1908-004/1929.es
  • S.

    Teorías sexuales infantiles

    1908.

    Los materiales del presente estudio proceden de di-
    versas fuentes. En primer lugar, de la observación inme-
    diata de las manifestaciones y actividades infantiles; en
    segundo, de los recuerdos infantiles conscientes, comuni-
    cados por individuos neuróticos adultos, durante el trata-
    miento psicoanalítico, y por último, de la traducción, a lo
    consciente, de los recuerdos inconscientes de tales indivi-
    duos neuróticos y de las deducciones y conclusiones re-
    sultantes de sus análisis.

    El hecho de que la primera de tales fuentes no haya
    proporcionado ya, por sí sola, todo el material interesante,
    depende de la conducta generalmente observada por los
    adultos con respecto a la vida sexual infantil. Pretendien-
    do que el niño no desarrolla actividad sexual alguna, se
    omite realizar una labor de observación en este sentido,
    y por otro lado, se coarta apresuradamente todas aquellas
    manifestaciones infantiles que pudieran ser signos de una
    tal actividad y como tales, merecedoras de atención y es-
    tudio. Asi, pues, las ocasiones de utilizar esta fuente, la
    más pura y generosa de todas, son limitadísimas. Con
    respecto al material procedente de las manifestaciones es-
    pontáneas de individuos adultos sobre sus recuerdos in-
    fantiles conscientes, podrá objetarse, a lo más, la posibi-
    lidad de una alteración de tales recuerdos al ser evocados
    en el análisis, pero aparte de esto, habrá de tenerse en
    cuenta, al valorarlo, que los sujetos correspondientes han

    RAE

  • S.

    PFOP.I.FEE«U

    enfermado, ulteriormente, de neurosis. Por último, el ma-
    terial extraído de la tercera de las fuentes citadas, será
    objeto de todos aquellos ataques que se acostumbra a di-
    rigir contra las garantías de la investigación psicoanalítica
    y la seguridad de las conclusiones de ella deducidas. Por
    nuestra parte, sólo aduciremos aquí, que el conocimiento
    y la práctica de la técnica psicoanalítica, procura en plazo
    brevisimo una amplia confianza con sus resultados. Con
    referencia a los que integran este trabajo, puedo ga-
    rantizar haber procedido, en su deducción, con máximo
    cuidado.

    Otra cuestión harto difícil de decidir, es la de hasta
    qué punto debe presuponerse en todo sujeto infantil, sin
    excepción alguna, lo que aquí nos proponemos exponer
    sobre los niños en general. El influjo de la educación y la
    distinta intensidad del instinto sexual han de dar, segura-
    mente, origen a grandes oscilaciones individuales en la
    conducta sexual infantil, determinando, especialmente, la
    emergencia más o menos temprana del interés sexual.
    Por esta causa, no he articulado mi exposición conforme
    a épocas infantiles sucesivas, prefiriendo presentar reuni-
    do todo aquello que la vida infantil nos ofrece en épocas
    más o menos tempranas, según el sujeto. Desde luego,
    tengo la convicción de que ningún niño—o por lo menos,
    ningún niño de inteligencia completa o superior—llega a
    la pubertad sin que los problemas sexuales hayan ocu-
    pado ya su pensamiento en los años anteriores a la misma.

    No me parece grandemente atendible la alegación de
    que los neuróticos constituyen una clase especial de indi-
    viduos, caracterizados por una disposición degenerativa,
    de cuya vida infantil no es licito deducir conclusiones
    sobre la infancia en general. Los neuróticos son hombres
    como los demás, sin que sea posible diferenciarlos con
    precisión de los normales, ni distinguirles, en su infancia,
    de los que luego se conservan sanos. Uno de los más va-

    KE

  • S.

    εبرsяrοsدrوಲcsمرrووイ

    liosos resultados de nuestras investigaciones psicoanaliti-
    cas ha sido el de comprobar que las neurosis no poseen
    un contenido psiquico peculiar y exclusivamente suyo,
    pudiéndose afirmar así, según expresión de С. G. Jung,
    que los neuróticos enferman a consecuencia de aquellos
    mismos complejos con los cuales luchan los sanos. La di-
    ferencia está en que los sanos saben dominar tales com-
    plejos sin sufrir graves daños, prácticamente comproba-
    bles, mientras que el nervioso no consigue dominarlos
    sino al precio de costosos productos substitutivos, cuya
    emergencia equivale prácticamente al fracaso de la labor
    desarrollada para alcanzar tal dominio. Las diferencias
    entre nerviosos y normales son mucho menores en la in-
    fancia, por lo cual no podemos considerar como un error
    de método el aprovechamiento de los recuerdos infantiles
    de los neuróticos, para deducir de ellos, por analogía,
    conclusiones sobre la infancia normal. Además, como los
    individuos ulteriormente neuróticos suelen traer consigo al
    mundo, en su constitución, un instinto sexual muy inten»
    $0, que tiende a madurar y manifestarse prematuramente,
    sus recuerdos de niñez nos permitirán aprehender gran
    parte de la actividad sexual infantil, con una claridad y
    una precisión mucho mayores de las que nos es posible
    obtener aplicando directamente a otros niños, nuestras
    facultades de observación, nada penetrantes de por sí. De
    todos modos, el valor verdadero de este material proce-
    dente de las manifestaciones de individuos neuróticos
    adultos, no podrá ser fijado hasta que se recojan también
    los recuerdos infantiles de los adultos normales, labor que
    ya hubo de iniciar Havelock Ellis.

    A causa de las desfavorables circunstancias que presi-
    den este género de investigaciones, nuestro presente tra-
    bajo se refiere casi exclusivamente al desarrollo sexual en
    los individuos masculinos. Pero el valor de una colección
    como la que aquí intentamos presentar, puede no ser me-

    gt

  • S.

    PARTS POE ‏)של א‎ ₪.

    ramente descriptivo. El conocimiento de las teorias sexua-
    les infantiles, tal y como el pensamiento infantil las con-
    forma, puede ser interesante en más de un sentido, y así,
    resulta serlo también, sorprendentemente, para la inter-
    pretación de los mitos y fábulas de la antigiiedad. Mas
    para lo que se demuestra indispensable es para la concep-
    ción de las neurosis mismas, en las cuales conservan aún
    todo su valor tales teorías infantiles y ejercen una influen-
    cia determinante sobre la estructura de los síntomas.

    +...

    Si nos fuera posible renunciar a nuestra envoltura cor-
    poral, y una vez convertidos, asi, en seres sólo pensa-
    miento, procedentes, por ejemplo, de otro planeta, obser-
    var con mirada nueva y exenta de todo prejuicio, las
    cosas terrenas, lo que más extrañaríamos seria, quizá, la
    existencia de dos sexos, que siendo tan semejantes,
    evidencian, no obstante, su diversidad, con signos mani-
    fiestos. Mas no parece que los niños tomen también este
    hecho fundamental como punto de partida de sus investi-
    gaciones sobre los problemas sexuales. Conociendo des-
    de el principio de su vida un padre y una madre, aceptan
    su existencia como una realidad que no precisa de inves-
    tigación alguna. Idéntica conducta sigue el niño con res-
    pecto a una hermanita de la que no le separen sino uno o
    dos años. La curiosidad sexual de los niños no despierta
    espontáneamente a consecuencia de una necesidad con-
    génita de causalidad, sino bajo el aguijón de los instintos
    egoístas en ellos dominantes, cuando, al cumplir, por
    ejemplo, los dos años, se ven sorprendidos por la apari-
    ción de un nuevo niño. Aquellos niños que permanecen
    únicos en su casa, se transfieren también a tal situación
    por sus observaciones en otras familias. La disminución
    —experimentada o temida ~~ අල los mimos familiares, y la

    eee

  • S.

    E«s«y0s.lsoC-tgst

    previsión de que en adelante deberán compartirlo todo
    con el recién llegado, despiertan la sensibilidad del sujeto
    y aguzan su pensamiento. El niño mayor manifiesta una
    franca hostilidad a su competidor, exteriorizándola en jui-
    cios nada amables sobre el mismo, en el deseo de que 6
    lo vuelva a llevar la cigiieña», y a veces, incluso en pe-
    queños atentados contra la criatura que yace inerme en su
    cuna. Una mayor diferencia de edad debilita, por lo gene-
    ral, la expresión de esta hostilidad primaria. Así mismo,
    en el niño que permanece único, puede llegar a dominar,
    más adelante, el deseo de tener un hermanito que le se-
    cunde en sus juegos, como ha observado en otras casas.

    Bajo el estímulo de estos sentimientos y preocupacio-
    nes comienza el niño a reflexionar sobre el primero y
    magno problema de la vida y se pregunta de dónde
    vienen los niños, o mejor dicho, en un principio,
    tan sólo de dónde ha venido aquel niño que ha puesto fin
    a su privilegiada situación. En muchos de los enigmas que
    nos plantean los mitos y leyendas, creemos percibir el eco
    de esta primera interrogación, que por su parte es, como
    toda investigación, un producto de la lucha del hombre
    con la vida, como si el pensamiento se viese planteada
    la labor de prevenir la repetición de un suceso tan temi-
    do. Supongamos, sin embargo, que el pensamiento del
    niño se libera pronto de la excitación en él provocada por
    el suceso indeseado y continúa laborando como instinto
    espontáneo de investigación. Si el niño no ha sido ya muy
    intimidado, tomará, antes o después, el camino más pró-
    ximo y acudirá en demanda de respuesta, a sus padres y
    guardadores, que representan, para él, la fuente de todo
    conocimiento. Pero este camino falla en absoluto. Las per-
    sonas interrogadas eluden la respuesta, reprochan al niño
    su curiosidad o salen del paso recurriendo a una fábula
    cualquiera—en los países germanos a la de la ci
    muy importante desde el punto de vista mitológico y se-

    RE

  • S.

    p AGY ENEA NETO 。

    gún la cual es este ave la que trae a los niños, cogiéndo-
    les del agua—. Tengo mis razones para suponer que el
    número de los niños que no se satisfacen con esta expli-
    cación y la acogen con intensa incredulidad es mucho ma-
    yor de lo que los padres suponen. Sé de un niño de tres
    años, que pocos momentos después de obtener tal expli-
    cación, fué echado de menos en su casa y hallado ala
    orilla de un estanque próximo, adonde había acudido para
    ver alos niños que la cigüeña iba a buscar en él. Otro,
    dió tímida expresión a su incredulidad, asegurando, en el
    acto, que quien trafa a los niños no era la cigileña, sino...
    la garza real. Las múltiples observaciones que he realiza-
    do o me han sido comunicadas, me han llevado a creer
    que los niños rehusan toda fe a la teoría de la cigileña y
    que, a partir de este primer engaño, alimentan en sí una
    gran desconfianza hacia los «mayores» y mantienen ya se-
    creta la prosecución de sus investigaciones. Pero en tales
    sucesos, viven ya la primera ocasión de un «conflicto psí-
    quico», puesto que ciertas opiniones suyas, por las que
    sienten una predilección de carácter instintivo, pero que
    no «parecen bien» a los mayores, chocan con las mante-
    nidas por la autoridad de los mismos y que a ellos no les
    parecen aceptables. Este conflicto psíquico puede dar rá-
    pido origen a una «disociación psíquica». La opinión <ofi-
    cial», cuya aceptación dará al niño nota de «juicioso», al
    mismo tiempo que coartará su actividad reflexiva, llegará
    a dominar en su psiquismo consciente; la otra, en cuyo
    favor ha aportado, entretanto, la labor investigadora, nue-
    vas pruebas, que, sin embargo, habrán de ser rechazadas,
    será sojuzgada y pervivirå en estado inconsciente, que-
    dando así constituido el complejo nodular de la neurosis.

    Con el análisis de un niño de cinco años, llevado a
    cabo por su propio padre, que luego me autorizó a publi-
    carlo, he aportado, no hace mucho, la prueba irrefutable
    de un descubrimiento hacia el cual me habían orientado ya,

    me

  • S.

    BUsAyos.igos-tggs

    mucho antes, mis psicoanélisis de adultos. 56 ahora, fija-
    mente, que las transformaciones provocadas en el aspecto
    de la madre por el embarazo, no escapan a los ojos del
    niño, el cual no tarda luego en establecer la relaciôn exac-
    ta entre el aumento de volumen de la madre y la aparicién
    del nuevo infante. En el caso antes citado, el niño tenia
    tres años y medio cuando naciô su hermanita y cuatro
    años y nueve meses cuando dejô ver, con transparentes
    alusiones, su exacto conocimiento de lo sucedido. Pero
    este temprano conocimiento es siempre mantenido secre-
    to, y sucumbe més tarde a la represiôn y al olvido, con
    todos los demås resultados de la investigaciôn sexual in-
    fantil.

    Asi, pues, la fåbula de la cigüeña no pertenece al nû-
    mero de las teorfas sexuales infantiles. Por el contrario,
    la observaciôn de los animales, que no disimulan su vida
    sexual y a los que tan afin se siente el nifio, es lo que mås
    coadyuva a robustecer su incredulidad. Con el descubri-
    miento de que la criatura se forma dentro del cuerpo de la
    madre, descubrimiento que el niño realiza aún por si mis-
    mo y sin auxilio ninguno ajeno, se encontraría ya el infan-
    til investigador en camino de resolver el problema en que
    primeramente pone a prueba sus energías intelectuales.
    Pero llegado a este punto, ve impedido el progreso ulte-
    rior de su labor investigadora por el desconocimiento de
    un dato insustituíble y por teorías erróneas que le son ins-
    piradas por el estado de su propia sexualidad.

    Estas falsas teorías sexuales, que ahora examinare-
    mos, muestran un singularísimo carácter común. Aunque
    todas yerran de un modo grotesco, cada una de ellas con-
    tiene alguna parte de verdad, asemejándose en esto a
    aquellas teorías que calificamos de «geniales», edificadas
    por los adultos como tentativas de resolver los problemas
    universales que desafían el pensamiento humano. La parte
    de verdad integrada en estas teorías sexuales infantiles, se

    ⑤ ක

  • S.

    ク REGNE YO RR LETO DB

    explica por su derivacién de los componentes del instinto
    sexual activos ya en el niño, pues tales hipôtesis no son
    el fruto de un capricho psiquico, ni de impresiones casua-
    Jes, sino de una necesidad de la constituciôn psicosexual,
    siendo ésta la razón de que podamos hablar de teorías
    sexuales infantiles típicas y hallemos en todos aquellos
    niños en cuya vida sexual nos es posible penetrar, las
    mismas opiniones erróneas.

    La primera de tales teorías se enlaza al desconoci-
    miento de las diferencias sexuales, indicado ya antes
    como característica infantil, y consiste en atribuir a
    toda persona, incluso a las de sexo fe-
    menino, órganos genitales masculinos,
    como los que el niño conoce por su propio cuerpo. Preci-
    samente en aquella constitución sexual que reconocemos
    como «normal», es, ya en la infancia, el pene, la zona
    erógena directiva y el principal objeto sexual autoerótico,
    y el valor que el sujeto le concede se refleja lógicamente
    en una tal imposibilidad de representarse a una personali-
    dad análoga al Yo, sin un elemento tan esencial. Cuando
    el niño ve desnuda a una hermanita suya o a otra niña,
    sus manifestaciones demuestran que su prejuicio ha llega-
    do a ser lo bastante enérgico para falsear la percepción de
    lo real. Así, no comprueba la falta del miembro, sino que
    dice regularmente, como con intención consola-
    dora y conciliante: «El... es aún pequeñito, pero ya le
    crecerá cuando vaya siendo mayor». La imagen de la mu-
    jer provista de un miembro viril retorna aún en los sueños
    de los adultos. El durmiente, presa de intensa excitación
    sexual, se dispone a realizar el coito con una mujer, pero
    al desnudarla, descubre, en lugar de los genitales femeni-
    nos, un cumplido miembro viril, y esta visión pone fin al
    sueño y a la excitación sexual. Las numerosas figuras
    hermafroditas que la antigiledad clásica nos ha legado,
    reproducen fielmente esta representación infantil, gene-

    a,

  • S.

    BN SİRF MA 3, NB: 9» 65997

    ralmente extendida un día, siendo de observar, que tal
    imagen no hiere la sensibilidad de la mayoría de los hom-
    bres normales, mientras que los casos reales de herma-
    froditismo genital despiertan, casi siempre, máxima repug-
    nancia.

    Cuando esta representaciôn de la mujer provista de un
    miembro viril llega a quedar «fijada» en el niño, resistien-
    do a todas las influencias de la vida ulterior y creando la
    incapacidad de renunciar al pene en el objeto sexual, el
    sujeto—cuya vida sexual puede permanecer normal en
    todo otro aspecto—se hace, necesariamente, homosexual,
    y busca sus objetos sexuales entre hombres que por al-
    gunos caracteres somáticos o anímicos recuerden a la mu-
    jer. La mujer real, tal y como luego la descubre, no puede
    constituir nunca para él, un objeto sexual, pues carece, a
    sus ojos, del atractivo sexual esencial, e incluso puede Пе-
    gar a inspirarle horror, por su relación con otra impresión
    de su vida infantil. El niño en el que domina principal-
    mente la excitación del pene, contrae, por lo general, el
    hábito de procurarse placer por medio de estímulos ma-
    nuales, y al ser sorprendido alguna vez por sus padres o
    guardadores, en tales manejos, es atemorizado con la ame-
    naza de cortarle el miembro. El efecto de esta «amenaza
    de castración» es, como corresponde a la alta valoración
    del órgano amenazado, extraordinariamente profundo y
    duradero. Las leyendas y los mitos testimonian de la ex-
    citación y el espanto que en la sensibilidad infantil se en-
    lazan a este complejo de la castración, el cual sólo muy a
    disgusto es recordado luego por la conciencia. La visión
    ulterior de los genitales femeninos, cuya forma interpreta
    como el resultado de una mutilación, recuerda al sujeto la
    amenaza anterior, despertando así aquéllos, en el homo-
    Sexual, espanto en lugar de placer. Esta reacción no es ya
    susceptible de modificación alguna cuando el homosexual
    llega al conocimiento científico de que la hipótesis infantil

    Die

  • S.

    P«Ec,.s,,sc»s

    que atribuye a la mujer la posesién de un pene no es, en
    realidad, tan errénea. La anatomfa ha reconocido en el
    clitoris femenino, el órgano homólogo al pene, y la fisio-
    logía de los procesos sexuales ha añadido que este pene
    incipiente y no susceptible de mayor desarrollo, se con-
    duce en la infancia de la mujer como un verdadero pene y
    constituye la sede de estímulos que incitan a la sujeto a
    maniobras de carácter onanista, prestando su excitabilidad
    un marcado carácter masculino a la actividad sexual de la
    niña y haciéndose necesario, en los años de la pubertad,
    un avance de la represión destinado a desvanecer esta
    sexualidad masculina y dar nacimiento a la mujer. La per-
    sistencia de la excitabilidad clitoridiana disminuye la fun-
    ción sexual de la mujer, haciéndola anestésica para el
    coito. Inversamente, la represión antes indicada puede
    también resultar excesiva y quedar entonces parcialmente
    anulados sus efectos por la emergencia de productos subs-
    titutivos histéricos. Todos estos hechos no contradicen,
    ciertamente, la teoría sexual infantil de que la mujer
    posee, como el hombre, un pene.

    No es difícil observar que la niña comparte la elevada
    valoración que su hermano concede a los genitales mascu-
    linos. Muestra por esta parte del cuerpo de los niños un
    vivo interés en el que no tarda en transparentarse la en-
    vidia. Se siente desaventajada, intenta orinar en la misma
    postura que los niños y afirma que hubiese preferido ser
    un chico. No creemos necesario puntualizar qué falta habría
    de compensar la realización de tal deseo.

    Si el niño pudiera aprovechar para sus deducciones la
    indicación que supone la excitación experimentada en sus
    órganos genitales, se aproximaria considerablemente a la
    solución de su problema. El que el niño se forme dentro
    del cuerpo de la madre no es, desde luego, una explica-
    ción suficiente. ¿Cómo penetra en él? ¿Quién provoca su
    desarrollo? Es muy probable que el padre tenga algo que

    a

  • S.

    EUSAYOS.Ipcs-lssd

    ver en ello, puesto que declara que el niño es «suyo» (1).
    Por otro lado, la excitación que el niño siente en sus ór-
    ganos genitales siempre que maneja en su pensamiento
    estas cuestiones, le hace sospechar que el pene ha de te-
    ner alguna intervención en tales enigmáticos procesos. A
    esta excitación se enlazan, además, impulsos que el niño
    no acierta a explicarse, obscuros impulsos a un acto vio-
    lento, a una penetración, a romper algo o abrir un agujero
    en alguna parte. Pero cuando el niño parece hallarse así
    en el mejor camino para postular la existencia de la va-
    gina y descubrir, en la penetración del pene paterno en el
    cuerpo de la madre, el acto por medio del cual nace la
    criatura en el seno materno, queda bruscamente interrum-
    pida la investigación al tropezar con la teoría de que la
    madre posee también, como el padre, un pene. La exis-
    tencia de la cavidad que acoge el pene permanece, pues,
    ignorada por el niño, y el fracaso de sus meditaciones le
    hace cesar en ellas y olvidarlas más tarde. Pero tales ca-
    vilaciones y dudas se constituyen en prototipo de todo
    proceso mental ulterior encaminado a la solución de pro-
    blemas y el primer fracaso ejerce ya, para siempre, una in-
    fluencia paralizante.

    El desconocimiento de la vagina afirma también al niño
    en la segunda de sus teorías sexuales. Si el niño se forma
    dentro del cuerpo de la madre, desprendiéndose luego de
    €l, tal separación no puede tener efecto sino por un solo
    camino, esto es, por el conducto intestinal. El niño es
    expulsado como un excremento, en una
    deposición. Cuando, en años infantiles ulteriores,
    vuelve esta cuestión al pensamiento del niño o llega a ser
    objeto de una conversación con alguno de sus compañe-
    ros, surge, como nueva explicación, la de que los niños

    (1) Véase el «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» que
    se publicará en el tono XV de esta edición castellana.

    Sa

  • S.

    と RO ‏ד ריא‎ AE ‏א‎ wma

    nacen a través del ombligo o de una abertura practicada
    en el vientre de la madre, para extraerlos, como a la Ca-
    perucita Roja de la barriga del lobo. Estas teorias son ex-
    puestas en alta voz y recordadas luego conscientemente,
    pues no contienen ya nada repulsivo. En cambio, los mis-
    mos nifios han olvidado por completo, que en años ante-
    riores, crefan en otra distinta teoria del nacimiento, a la
    que se opone ahora la represién de los componentes se-
    xuales anales, sobrevenida en el intervalo. En aquellos
    primeros tiempos, la defecaciôn era algo de lo que se po-
    dia hablar sin asco en la «nursery». El nifio no se hallaba
    aún tan lejos de sus tendencias constitucionales coprófilas
    y no era para él nada degradante haber venido al mundo
    como una masa fecal, no condenada aún por la repugnan-
    cia. La teoría de la cloaca, exacta en tantos animales, era
    la más natural y la única que el niño podía encontrar ve-
    rosimil.

    Pensando consecuentemente, niega el nińo a la mujer
    el doloroso privilegio de parir hijos. Si los nifios son pari-
    dos por el ano, también el hombre puede parirlos. Asi,
    pues, el nifio puede fantasear que da a luz un hijo, sin que
    por ello hayamos de imputarle tendencias femeninas.
    Tales fantasias no son sino un resto de actividad de su
    erotismo anal.

    Cuando la teoria de la cloaca perdura en la conciencia
    del nifio en ulteriores afios infantiles, cosa que sucede al-
    gunas veces, trae tambićn consigo una solución del pro-
    blema de la génesis de los nińos, aunque ya no de caråc-
    ter primitivo. Sucede entonces como en los cuentos. Se
    tiene un nifio por haber comido una determinada cosa.
    Las enfermas mentales suelen luego reanimar esta teoria
    infantil. Asi, una maniaca, al recibir la visita del médico,
    le conducirå ante un montón de excrementos que ha de-
    positado en un rincón de su celda, y se lo mostrara, dicien-
    do: «Mire usted el niño que he tenido hoy».

    saras

  • S.

    E«s-170.5.1905-192«

    La tercera de las teorias sexuales infantiles tipicas sur-
    ge cuando los niños llegan a ser testigos casuales del
    comercio sexual de sus padres, aunque, naturalmente, no
    hayan conseguido más que una percepción muy incomple-
    ta del mismo. Pero cualquiera que haya sido el objeto de
    su percepción —la situación recíproca de los dos protago-
    nistas, los ruidos o ciertos detalles accesorios —s u in-
    terpretación del coito es siempre de
    carácter sádico, viendo en él algo que la parte
    más fuerte impone violentamente a la más débil y compa-
    rándolo, sobre todo los observadores masculinos, a una
    lucha cuerpo a cuerpo, como las que ellos sostienen con
    sus camaradas de juego y que no dejan de integrar una
    cierta mezcla de excitación sexual. No he podido compro-
    bar que los nifios descubran en tales escenas por ellos
    sorprendidas el dato que les faltaba para la solución de su
    problema. En muchos casos, parecía que si tal relación
    permanecía oculta a los ojos de los niños, era precisamen-
    te por haber interpretado el acto erótico como un acto de
    violencia. Pero esta interpretación parece, a su vez, un
    retorno de aquel obscuro impulso a una acción cruel, que
    se enlazaba a la excitación del pene en las primeras medi-
    taciones del infantil sujeto sobre el problema del origen
    de los nifios. No puede negarse tampoco la posibilidad de
    que aquel temprano impulso sádico, que casi habría dejado
    adivinar el coito, surgiera, por su parte, bajo el influjo
    de obscurísimas reminiscencias del comercio sexual de
    los padres, reminiscencias cuyo material habría reunido
    el ‏,סהות‎ sin utilizarlo adn, durante los primeros afios de
    su vida, en los que compartió la alcoba de sus progeni-
    tores (1).

    (1) En una obra autobiográfica — «Monsieur Nicolás» — publica-
    da en 1794, confirma Restif de la Brétonne esta errónea interpreta-
    ción sádica del coito, al relatar una impresión de sus cuatro años.

    —6— 5

  • S.

    DPOF.s.-AE»D

    La teoria sädica del coito, que al no ser relaciona-
    da con otras impresiones, induce al sujeto en error en
    lugar de aportarle una confirmaciön de sus hipötesis, es,
    a su vez, expresion de uno de los componentes sexua-
    les congénitos, más o menos intenso еп cada niño, y
    en consecuencia, resulta parcialmente exacta, adivinan-
    do en parte la esencia del acto sexual y la «lucha de
    los sexos» que a él precede. No es tampoco raro que
    el nifio encuentre confirmada esta teoria suya por obser-
    vaciones casuales que aprehende en parte exactay en
    parte errôneamente, o incluso de un modo antitético.
    En muchos matrimonios, se resiste realmente la mujer
    al abrazo conyugal, que no le proporciona placer alguno
    y trae, en cambio, consigo, el peligro de un núevo em-
    barazo. La madre ofrece así al niño, que supone dor-
    mido (o que finge estarlo), una impresión que no puede
    ser interpretada sino como una defensa contra un acto
    de violencia. Otras veces, es toda la vida conyugal la
    que ofrece al niño el espectáculo de una continua disputa
    expresada en palabras y gestos hostiles, no pudiendo
    así extrañar al infantil observador, que tal disputa pro-
    siga por la noche y tenga el mismo desenlace violento
    que sus diferencias con sus hermanos o compañeros de
    juegos.

    Las huellas de sangre en las sábanas o en la ropa in-
    terior de la madre confirman también las hipótesis sádicas
    del niño, que ve en ellas una prueba de que el padre ha
    repetido, durante la noche, sus violencias, cuando la in-
    terpretación real sería más bien la de una pausa en el
    comercio sexual. El «horror a la sangre», de ciertos ner-
    viosos, sólo resulta explicable relacionándolo con estas
    impresiones infantiles. El error infantil integra aquí, de
    nuevo, alguna parte de verdad, puesto que la efusión de
    sangre constituye, en determinadas circunstancias, una
    prueba de la iniciación sexual.

    este

  • S.

    rبرsдسοsءヌوοσمةrوول

    En una relacién menos estrecha con el insoluble pro-
    blema del origen de los nifios, se pregunta también el
    sujeto infantil en qué consiste el «estar casado» y da a
    esta interrogación, respuestas distintas, según las coinci-
    dencias de sus observaciones ocasionales de las relacio-
    nes de sus padres, con sus propios instintos parciales,
    aun revestidos de placer. Tales respuestas no parecen in-
    tegrar más que un sólo elemento común: el de prometerse,
    en el matrimonio, una consecución de placer y una supera-
    ción del pudor. La teoría más frecuentemente hallada por
    mi, ha sido la de que los casados <orinan uno de-
    lante de otro», o que «el marido orina
    en el orinal de la mujer», variante que pare-
    ce querer indicar simbólicamente un más exacto conoci-
    miento. Otras veces, se transfiere el sentido del matrimo-
    nio al hecho de enseñarse mutuamente el
    trasero (sin avergonzarse). En un caso en el que la
    educación había conseguido retrasar más de lo corriente
    el conocimiento de lo sexual, la sujeto, una muchacha de
    catorce años en la que ya se había iniciado la menstrua-
    ción, concibió, bajo la sugerencia de sus lecturas, la idea
    de que el matrimonio consistía en que los cónyuges
    «mezclaban su sangre», y como su hermana
    menor no menstruaba aún, intentó una agresión sexual
    contra una amiga que la comunicó hallarse menstruando
    a la sazón, queriendo obligarla a una tal «mezcla de san-
    gre».

    Las opiniones infantiles sobre la esencia del matrimo-
    nio suelen perdurar en la memoria consciente del sujeto y
    entrafian gran importancia para la sintomåtica de las even-
    tuales neurosis ulteriores. En un principio, se crean ex-
    presiön en aquellos juegos infantiles en los cuales realizan
    los nifios, unos con otros, aquellos actos que suponen
    constituir el matrimonio, y posteriormente, el deseo de
    estar casado puede elegir la expresién infantil y emerger

    So

  • S.

    p M AMD EE ENTREN

    en una fobia inexplicable a primera vista, o en el síntoma
    correspondiente (1).

    Tales serían las principales teorías sexuales típicas del
    niño, estructuradas por él, espontáneamente, en temprana
    edad infantil, bajo la sola influencia de los componentes
    instintivos sexuales. Sé muy bien que no he conseguido
    aún reunir todo el material existente ni relacionar sin solu-
    ción de continuidad alguna, estos productos mentales, con
    el resto de la vida infantil. Por lo menos, añadiré todavía
    algunas observaciones que toda persona conocedora de la
    cuestión habrá de echar de menos. Así, la importante teo-
    ría de que los niños son engendrados en un beso, teoría
    que delata claramente el predominio de la zona erógena
    bucal. Que yo sepa, es esta teoría exclusivamente femeni-
    na y la hallamos a veces con carácter patógeno en mu-
    chachas cuya investigación sexual infantil ha sido riguro-
    samente coartada por sus padres o guardadores. Una de
    mis pacientes llegó por sí sola, merced a una observación
    casual, a la teoria de la «couvade», que, como es sabido,
    constituye en algunos pueblos, una costumbre general,
    encaminada, muy probablemente, a desvanecer las dudas
    sobre la paternidad, nunca libre de ellas. Habiendo adver-
    tido que un tío suyo, individuo un tanto original, perma-
    necía varios días sin salir de casa después de tener su
    mujer un niño, y recibía a las visitas en bata, dedujo que
    ambos cónyuges participaban en el parto y tenían que
    guardar cama.

    Hacia los diez o los once años suelen llegara los
    niños las primeras revelaciones sexuales. Un niño, criado
    en un ambiente social más libre o que ha tenido mejores
    ocasiones de observar hechos sexuales, comunica a los
    demás sus descubrimientos, porque le hacen aparecer

    (1) Los juegos infantiles más importantes en este aspecto son
    los de «la visita del médico» y «papá у тата».

    Sa

  • S.

    E«s-Lyos,lgoS-ygtd

    «més hombre» ante sus camaradas. Lo que asi descubren
    los niños es casi siempre la verdad, esto es, la existencia
    de la vagina y su destino, mas aparte de esto, las revela-
    ciones que así se hacen unos niños a otros, suelen conte-
    ner también errores y resíduos de las anteriores teorías
    sexuales infantiles. Casi nunca son completas ni suficien-
    tes para la solución del problema primitivo. El desconoci-
    miento de la substancia seminal impide ahora, como antes
    el de la vagina, la solución definitiva, pues 6! niño no
    puede adivinar que el miembro viril destila una substancia
    distinta de la orina. A estas revelaciones de los años pró-
    ximos a la pubertad se enlaza un nuevo impulso de la in-
    vestigación sexual infantil. Pero las teorías que ahora
    construyen los niños, carecen ya de aquel sello típico y
    primitivo que caracteriza a las tempranas teorías sexuales
    infantiles primarias, edificadas durante una época en la
    que los componentes sexuales podían emerger en ellas
    sin obstáculo ni modificación algunos. No me ha parecido
    que los esfuerzos mentales ulteriores merezcan ser reco-
    gidos, no pudiendo tampoco serles atribuída una impor-
    tancia patógena. Su diversidad depende, naturalmente, en
    primer término, de la naturaleza de las explicaciones co-
    municadas al niño, y su importancia está en que vuelven a
    despertar las huellas, ya inconscientes, de aquel primer
    período de interés sexual, no siendo raro ver enlazarse a
    ellos una actividad sexual onanista y un principio de ex-
    trañamiento sentimental de los padres. De aquí el juicio
    condenatorio de los educadores, que pretenden que tales
    revelaciones sexuales en estos años, «pervierten» a los
    niños.

    Unos cuantos ejemplos nos mostrarán qué elementos
    integran estas ulteriores cavilaciones sexuales de los ni-
    ños. Una niña confiesa haber oído decir a sus condiscipu-
    las que el marido da a la mujer un huevo que ella empolla
    dentro de su cuerpo. Un niño, a quien también ha sido co-

    SE

  • S.

    PROF.Z.PPEUD

    municada esta teoría, identifica el chuevo» con los tes-
    ticulos, y se rompe los cascos pensando cômo puede re-
    novarse, en cada caso, el contenido del escroto. Las re-
    velaciones infantiles son casi siempre insuficientes para
    prevenir dudas esenciales sobre los procesos de la vida
    sexual. Asi, hay niñas que suponen que el acto sexual es
    realizado una sola vez y dura largo tiempo, hasta veinti-
    cuatro horas, procediendo luego, de esta única vez, suce-
    sivamente, todos los hijos. Podría sospecharse que esta
    teoría había sido sugerida a tales niñas por un previo co-
    nocimiento de la reproducción de ciertos insectos. Pero
    esta hipótesis no se confirma jamás. Otras niñas no ad-
    vierten la duración del embarazo y suponen que el niño
    nace inmediatamente después de la primera noche conyu-
    gal. Marcel Prevost ha utilizado este error de las adoles-
    centes en una divertida narración, que forma parte de sus
    «Cartas de mujeres». El tema de esta ulterior investiga-
    ción sexual de los niños o de los adolescentes que han
    permanecido en una fase infantil, es difícil de agotar y no
    carece, en general, de interés, mas por ahora, habré de li-
    mitarme a indicar, que en tal investigación, llegan también
    los niños a conclusiones erróneas, destinadas a contrade-
    cir otros conocimientos anteriores, más exactos, pero re-
    primidos ya e inconscientes.

    También tiene su importancia la forma en que los
    niños reaccionan a las explicaciones que les son dadas. En
    algunos de ellos, ha alcanzado ya la represión sexual tan
    alto grado, que se niegan a dar oídos a toda explicación y
    logran permanecer ignorantes hasta una época avanzada,
    o por lo menos, aparentemente ignorantes, pues en los
    análisis de individuos neuróticos, surgen a la luz los cono-
    cimientos sexuales que el sujeto posey ó en su temprana
    infancia y sucumbieron luego a la represión, quedando
    relegados a lo inconsciente. Sé también de dos niños, en-
    tre los diez y los trece años, que después de escuchar se-

    AD

  • S.

    2لترى嘉y०ర్ء夏و0ర్مة复و2d

    renamente una explicaciön sexual, respondieron a su ini-
    ciador: Es posible que tu padre y otras personas hagan
    eso, pero de nuestro padre estamos seguros que no lo
    haria jamås. Mas por distinta que pueda ser esta conducta
    ulterior de los niños ante la satisfacciôn de su curiosidad
    sexual, hemos de aceptar, para sus primeros afios infanti-
    les, un proceder totalmente uniforme y creer que, por en-
    tonces, se afanaban por averiguar lo que los padres ha-
    cian entre si, para tener niños.

    mapa