Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre 1910-004/1929.es
  • S.

    Aportaciones a la psicologia de la vida
    erôtica

    1910-1912.

    I

    Sobre un tipo especial de la elecciön
    de objeto en el hombre

    Hasta ahora, hemos abandonado a los poetas la des-
    cripciôn de las «condiciones eröticas» conforme a las cua-
    les realizan los hombres su elección de objeto, e igual-
    mente, la de la forma en que llegan a armonizar con la
    realidad las exigencias de su fantasía. Los poetas reunen,
    en efecto, ciertas condiciones que les capacitan para tal
    labor, poseyendo, sobre todo, sensibilidad para percibir
    los movimientos anímicos secretos de los demás y valor
    para dejar hablar en voz alta a su propio inconsciente.
    Pero desde el punto de vista del conocimiento, el valor de
    sus descripciones queda muy disminuído por una determi-
    nada circunstancia. El poeta se encuentra ligado a la con-
    dición de provocar un placer estético e intelectual, a más
    de ciertos efectos sentimentales, y en consecuencia, no
    puede presentar la realidad tal y como se le ofrece, sino
    que se ve obligado a aislar algunos de sus fragmentos, a
    excluir de la totalidad los elementos indeseables, a intro-
    ducir otros que completan el conjunto y a mitigar y suavi-

    ay

  • S.

    ENsAyos.-906-792(

    zar las asperezas del mismo. Son éstos, privilegios de la
    llamada «libertad poética». Pero además, el poeta no pue-
    de dedicar sino muy escaso interés al origen y a la evolu-
    ción de estados anímicos que describe ya plenamente
    constituídos. Resulta, pues, inevitable, que la ciencia entre
    también a manejar—con mano más torpe y menor conse-
    cución de placer—aquellas mismas materias cuya elabora-
    ción poética viene complaciendo a los hombres desde
    hace milenios enteros. Todas estas observaciones habrán
    de justificar nuestra tentativa de someter también a una
    elaboración estrictamente científica, la vida erótica huma-
    na. La ciencia constituye, precisamente, la más completa
    liberación del principio del placer de que es capaz nuestra
    actividad psíquica.

    ...

    Los tratamientos psicoanalíticos nos ofrecen frecuente
    ocasión de acopiar datos sobre la vida erótica de los en-
    fermos neuróticos, y durante esta labor, recordamos que
    también en los individuos sanos de tipo medio e incluso
    en personalidades sobresalientes, hemos observado o
    averiguado una conducta análoga. La acumulación de ta-
    les datos permite, luego, diferenciar más precisamente
    tipos aislados. Uno de estos tipos de la elección masculina
    de objeto amoroso merece ser descrito en primer término,
    por serle característica toda una serie de «condiciones
    eróticas», cuya coincidencia, singularmente incomprensi-
    ble a primera vista, queda fácilmente explicada en el aná-
    lisis.

    1.) La primera de tales condiciones eróticas es de ca-
    rácter específico; su descubrimiento presupone la existen-
    cia de los demás caracteres de este tipo. Es la que pudié-
    ramos llamar condición del «perjuicio del tercero» y con-
    siste en que el sujeto no elegirá jamás como objeto

    n

  • S.

    ණී ‏הפר‎ ₪ APES VS. UMD MIN. a

    amoroso, una mujer que se halle aún libre, esto es, una
    muchacha soltera o una mujer independiente de todo lazo
    amoroso. Su elección recaerá, por el contrario, invaria-
    blemente, en alguna mujer sobre la cual pueda ya hacer
    valer un derecho de propiedad otro hombre, marido, no-
    vio o amante. Esta condición muestra a veces tal inflexi-
    bilidad, que una mujer indiferente al sujeto o hasta des-
    preciada por él mientras permaneció libre, pasa a consti-
    tuirse en objeto de su amor, en cuanto entabla relaciones
    amorosas con otro hombre.

    2.) La segunda condición es quizá menos constante,
    pero no menos singular. El tipo cuya descripción nos pro-
    ponemos, surge de su coincidencia con la primera, coinci-
    dencia que no es, desde luego, obligada, pues dicha pri-
    mera condición aparece también aislada en muchos casos.
    Esta segunda condición consiste en que la mujer casta e
    intachable no ejerce nunca, sobre el sujeto, aquella atrac-
    ción que podría constituirla en objeto amoroso, quedando
    reservado tal privilegio a aquellas otras, sexualmente sos-
    pechosas, cuya pureza y fidelidad pueden ponerse en
    duda. Dentro de este carácter, cabe toda una serie de ma-
    tices, desde la casada ligeramente asequible al «flirts,
    hasta la cocota francamente entregada a la poligamia,
    pero el sujeto de nuestro tipo no renunciará jamás, en su
    elección, a algo de este orden. Exagerando un poco, po-
    demos llamar a esta condición, la del «amor a la pros-
    tituta».

    La condición primera facilita la satisfacción de impul-
    sos agonales y hostiles contra el hombre a quien se roba
    la mujer amada. La segunda, que exige la liviandad de la
    mujer, provoca los celos, que parecen constituir una
    necesidad para los amantes de este tipo. Sólo cuando
    pueden arder en celos alcanza su amor máxima intensidad
    y adquiere para ellos la mujer su pleno valor, por lo cual,
    no dejaran nunca de aprovechar toda posible ocasión de

    2227. —

  • S.

    BUN SE Y O Au MA 2.0 EDEN

    vivir tan intensas sensaciones. Mas, para mayor singula-
    ridad, no es el poseedor legal de la mujer amada quien
    provoca sus celos, sino otras distintas personas, cuyo
    trato con el objeto de su amor pueda inspirarles alguna
    sospecha. En los casos extremos, el sujeto no muestra
    ningún deseo de ser el único dueño de la mujer y parece
    encontrarse muy a gusto en el «ménage a trois». Uno de
    mis pacientes, a quien las infidelidades de su dama habían
    hecho sufrir lo indecible, no opuso objeción alguna a su
    matrimonio e incluso coadyuvó a él con la mejor voluntad,
    no mostrando luego, en muchos años, celos ningunos del
    marido. Otro de los casos típicos por mí observados, se
    mostró muy celoso del marido e incluso obligó a su amante
    a cesar todo comercio sexual con el mismo, en su primer
    enamoramiento de este orden; pero luego, en otras nume-
    rosas pasiones análogas, se comportó ya como los demás
    sujetos de este tipo, no viendo en el esposo legítimo, es-
    torbo alguno.

    Los apartados que siguen no se refieren ya a las con-
    diciones exigidas al objeto erótico, sino a la conducta del
    amante para con el mismo.

    3.) En la vida erótica normal, el valor de la mujer es
    determinado por su integridad sexual y disminuye en ra-
    zön directa de su acercamiento a la prostitución. Parece,
    pues, una singular anormalidad, que los amantes de este
    tipo consideren como objetos eróticos valio-
    sísimos, precisamente a aquellas mujeres cuya con-
    ducta sexual es, por lo menos, dudosa. En sus relaciones
    con mujeres de este orden, ponen nuestros sujetos todas
    sus energías psíquicas, desinteresándose por completo de
    cuanto no se refiere a su amor. Son, para ellos, las únicas
    mujeres a quienes se puede amar, y en cada una de sus
    pasiones de esta clase, se juran observar una absoluta
    fidelidad al objeto amado, aunque luego no cumplan tan
    apasionado propósito. Estos caracteres de las relaciones

    su

  • S.

    -POP.«5.FPE»D

    amorosas descritas, muestran claramente impreso un ca-
    råcter obsesivo, propio, por lo demás, en un cierto
    grado, de todo enamoramiento. Pero de la fidelidad e in-
    tensidad de uno de estos enamoramientos no debe dedu-
    cirse que llene la vida entera del sujeto o constituya en
    ella un caso único. Por lo contrario, en la vida de los indi-
    viduos pertenecientes a este tipo, se repiten tales enamo-
    ramientos con idénticas singularidades. Los objetos eró-
    ticos pueden llegar incluso a constituir una larga
    serie, sustituyéndose unos a otros conforme a circuns-
    tancias exteriores, por ejemplo, los cambios de residencia
    y de medio.

    4.) Uno de los caracteres más singulares de este tipo
    de amantes es su tendencia a «salvar» a la mujer
    elegida. El sujeto tiene la convicción de ser necesario a su
    amada, que sin él, perdería todo apoyo moral y descende-
    ría rápidamente a un nivel lamentable. La salva, pues, no
    abandonándola, pase lo que pase. La intención redentora
    puede hallarse justificada, algunas veces, por la ligereza
    sexual de la mujer y por la amenaza que pesa sobre su
    posición social, pero surge igualmente y con idéntica in-
    tensidad en aquellos casos en los que no se dan tales cir-
    cunstancias reales. Uno de los individuos de este tipo,
    que sabía conquistar a sus damas con acabadas artes de
    seducción e ingeniosa dialéctica, no retrocedía luego ante
    ningún esfuerzo para conservar a sus amantes en el ca-
    mino de la «virtud», escribiendo para ellas originales tra-
    tados de moral.

    Si abarcamos ahora, en una ojeada, los distintos ele-
    mentos del cuadro descrito, o sea, las condiciones de falta
    de libertad y ligereza sexual de la amada, su alta valora-
    ción, la necesidad de sentir celos, la fidelidad, compati-
    ble, no obstante, con la substitución de un objeto por
    otro, en una larga serie, y, por último, la intención reden-
    tora, no supondremos probable que todos estos caracteres

    GEMİ o

  • S.

    ENssyos,-YoI-TFI4

    tengan su origen en una sola fuente. Y sin embargo, la
    investigaciôn psicoanalitica de la vida de estos sujetos no
    tarda en descubrirnos una tal fuente comin. Su eleccién
    de objeto, tan singularmente determinada, y su extrafia
    conducta amorosa, tienen el mismo origen psíquico que la
    vida erótica del individuo normal. Se derivan de la fija-
    ción infantil del cariño, a la persona de la madre, y cons-
    tituyen uno de los desenlaces de tal fijación. La vida eró-
    tica normal no muestra ya sino muy pocos rasgos que
    delaten el carácter prototipico de dicha fijación para la ulte-
    rior elección de objeto, por ejemplo, la predilección de los
    jóvenes por las mujeres maduras. En estos casos, la libido
    del sujeto se ha desligado relativamente pronto de la
    madre. Por el contrario, en nuestro tipo, la libido ha con-
    tinuado aún ligada a la madre después de la pubertad, y
    durante tanto tiempo, que los caracteres maternos perma-
    necen impresos en los objetos eróticos ulteriormente ele-
    gidos, los cuales resultan, así, subrogados maternos fácil-
    mente reconocibles. Se nos impone aquí la comparación
    con la estructura craneana del recién nacido, en la que se
    nos ofrece un vaciado de la pelvis materna.

    Habremos de probar, ahora, que los rasgos caracte-
    risticos de nuestro tipo, tanto en lo que se refiere a las
    condiciones de su elección de objeto como a su conducta
    amorosa, proceden realmente de la constelación materna.
    Nada más fácil en cuanto a la primera condición, la de la
    dependencia previa de la mujer o del <tercero perjudica-
    do». Es evidente que para el niño criado en familia, la
    pertenencia de la madre al padre constituye un atributo
    esencial de la figura materna. Así, pues, el <tercero per-
    judicado» no es sino el padre mismo. Tampoco resulta
    difícil integrar en la constelación materna la exagerada
    valoración que lleva al sujeto a considerar único e insus-
    tituible el objeto de cada uno de sus amoríos; nadie
    hemos tenido más de una madre y nuestra relación con

    uv >

  • S.

    PPOP.J.FPE»D

    ella se basa en un hecho indubitable y que no puede re-
    petirse.

    Si los objetos erôticos elegidos por nuestro tipo han
    de ser, ante todo, subrogados de la figura materna, nos
    explicaremos así mismo su repetida substitución en serie,
    tan incompatible, al parecer, con el firme propósito de
    fidelidad característico de estos sujetos. La psicoanálisis
    nos enseña también en casos de distinto orden, que aque-
    llos elementos que actúan en lo inconsciente como algo
    insustituíble suelen exteriorizar su actividad provocando
    la formación de series inacabables, puesto que ninguno
    de los subrogados proporciona la satisfacción anhelada.
    Así, el insaciable preguntar de los niños en una edad de-
    terminada, depende de una sola interrogación, que no se
    atreven a formular, y la inagotable verbosidad de ciertos
    neuróticos es producto del peso de un secreto, que quiere
    surgir a luz, pero que ellos no revelan a pesar de todas
    las tentaciones,

    En cambio, la segunda condición, esto es, la de la li-
    viandad del objeto elegido, no parece poder derivarse del
    complejo materno. El pensamiento consciente del adulto
    ve en la madre una personalidad de intachable pureza mo-
    ral, y nada hay tan ofensivo, cuando llega del exterior, o
    tan doloroso, cuando surge en la conciencia íntima, como
    una duda sobre esta cualidad de la madre. Pero precisa-
    mente la decidida antítesis entre la «madre» y la «prosti-
    tuta> ha de estimularnos a investigar la evolución y la re-
    lación inconsciente de estos dos complejos, pues sabemos
    ya de antiguo, que en lo inconsciente suelen confundirse
    en uno solo, elementos que la conciencia nos ofrece anti-
    téticamente disociados. Tal investigación nos conduce al
    período en que el niño llega ya a un cierto conocimiento
    de la naturaleza de las relaciones sexuales de los adultos,
    período que situamos en los años inmediatamente anterio-
    res a la pubertad. Revelaciones brutales, de franca ten-

    Za

  • S.

    s«s-lyos.lIOs-led

    dencia depresiva y rebelde, inician al infantil sujeto en el
    secreto de la vida sexual, destruyendo la autoridad de los
    adultos, incompatible con el descubrimiento de su vida se-
    xual. Lo que más impresiona al niño es la aplicación de
    tales revelaciones a la vida de sus propios padres. Así, no
    es raro verle rechazar indignado tal posibilidad, diciendo
    a su iniciador: Es posible que tus padres y otras personas
    hagan eso, pero los míos no.

    Como corolario casi regular de la «Ilustración sexuals,
    averigua el niño, al mismo tiempo, la existencia de ciertas
    mujeres que realizan profesionalmente el acto sexual,
    siendo, por ello, generalmente despreciadas. Al principio,
    no comparte tal desprecio y lo que experimenta es una
    mezcla de atracción y de horror, al darse cuenta de que
    también a él pueden iniciarle tales mujeres en la vida se-
    xual, que suponía privilegio exclusivo de los «mayores».
    Cuando, más tarde, no puede ya mantener aquella prime-
    ra duda que excluía a sus padres de las bajas normas de
    la actividad sexual, llega a decirse, con lógico cinismo,
    que la diferencia entre la madre y la prostituta no es, en
    último término, tan grande, puesto que ambas realizan el
    mismo acto. Las revelaciones sexuales han despertado,
    en él, las huellas mnémicas de sus impresiones y deseos
    infantiles más tempranos, reanimando, consiguientemen-
    te, determinados impulsos psíquicos. Comienza, pues, a
    desear a la madre, en el nuevo sentido descubierto, y a
    odiar de nuevo al padre como a un rival que estorba el
    cumplimiento de tal deseo. En nuestra terminología, deci-
    mos que el sujeto queda dominado por el complejo de
    Edipo. El hecho de que la madre haya otorgado al padre
    el favor sexual le parece constituir algo como una imper-
    donable infidelidad. Cuando estos impulsos no se desva-
    necen rápidamente, su único desenlace posible es el de
    agotarse en fantasías que giran alrededor de la actividad
    sexual de la madre, y la tensión provocada por tales fan-

    e ー

  • S.

    PPUP.s,PPE»V

    tasías induce al sujeto a buscar su descarga en el onanis-
    mo. A causa de la constante actuación conjunta de los dos
    motivos impulsores, el deseo y la venganza, predominan
    las fantasías cuyo argumento es la infidelidad conyugal de
    la madre. El amante con quien la madre comete tales infi-
    delidades presenta, casi siempre, los rasgos de la propia
    personalidad, pero idealizada y situada en la edad del pa-
    dre rival. Bajo el nombre común de «novela familiar», he-
    mos descrito en otro lugar (1), los múltiples productos de
    esta actividad imaginativa y su entretejimiento con diver-
    sos intereses egoístas de este período de la vida indivi-
    dual. Ahora bien; una vez conocido este fragmento del
    desarrollo anímico, no puede parecernos ya contradictorio
    e incomprensible que la liviandad exigida del objeto, como
    requisito de su elección, se derive también directamente
    del complejo materno. El tipo de hombre al que nos veni-
    mos refiriendo se nos hace, ahora, comprensible, como un
    resultado de la fijación del sujeto a las fantasías de su pu-
    bertad, las cuales logran hallar, más tarde, un acceso a la
    vida real. No creemos aventurado suponer que el onanis-
    mo practicado durante los años de la pubertad contribuye
    también, considerablemente, a la fijación de tales fantasías.

    La tendencia a «redimir» a la mujer querida no parece
    enlazarse sino de un modo muy indirecto y superficial, de
    carácter consciente, con las citadas fantasías, que han Пе-
    gado a conquistar el dominio de la vida erótica real. La
    inconstancia y la infidelidad de la mujer amada, la exponen
    a graves peligros y es comprensible que el amante se
    esfuerce en preservarla de ellos, guardando su virtud y
    oponiéndose a sus malas inclinaciones. Sin embargo, el
    estudio de los recuerdos encubridores, las fantasías y los
    sueños, nos descubre también en este caso, una acabada
    «racionalización» de un motivo inconsciente, equiparable

    ⑩ O. Rank, Der Mythus von der Geburt des Helden, 1909,
    2" edición, 1922.

    UM —

  • S.

    s«s«yo.s.-906-1924

    a la acabada elaboración secundaria de un sueño. En rea-
    lidad, el «motivo de la redención» posee significación e
    historia propias y es una ramificación independiente del
    complejo materno, o más exactamente, del complejo pa-
    rental. Cuando el niño oye decir que debe su vida a
    sus padres o que su madre <le ha dado la vida»,
    surgen en él impulsos cariñosos unidos a otros antagóni-
    cos de afirmación personal independiente, impulsos que
    dan origen al deseo de corresponder a sus padres con un
    don análogo, pagando así la deuda con ellos contraída.
    Sucede como si el sujeto se dijera, movido por un senti-
    miento de rebeldía: No necesito nada de mi padre y quiero
    devolverle todo lo que le he costado. Bajo el dominio de
    estos sentimientos, construye entonces la fantasía de
    salvara su padre de un peligro de muer-
    te, quedando así en paz con él, fantasía que suele des-
    plazarse luego sobre la figura del emperador, el rey u otra
    elevada personalidad cualquiera, quedando así capacitada
    para hacerse consciente e incluso para ser utilizada en la
    creación poética. Cuando la fantasía de salvación es apli-
    cada al padre, predomina francamente su sentido rebelde
    de independencia personal. En cambio, cuando se refiere
    a la madre, toma, las más veces, su sentido cariñoso. La
    madre ha dado la vida al niño y no es fácil corresponder
    a este don singular con otro equivalente. Mas por medio
    de un ligero cambio de sentido, fácil en lo inconsciente y
    comparable a la difusión consciente de los conceptos, la
    salvación de la madre adquiere el sentido de regalarla, o
    hacerla, un niño; naturalmente un niño en todo semejante
    al sujeto. Este cambio de sentido no es nada arbitrario y
    el significado de la nueva modalidad de la fantasía de sal-
    vación no se aleja de su primitivo sentido tanto como a
    primera vista pudiera parecer. La madre le ha dado a uno
    una vida, la propia, y uno corresponde a este don dándo-
    le a ella otra vida, la de un niño en todo semejante a uno.

    E D

  • S.

    DPOF.s.-PE»0

    El hijo muestra su agradecimiento deseando tener, de su
    madre, un hijo igual a él, lo que equivale a identificar-
    se totalmente con el padre, en la fantasia de la salvaci
    Este deseo del sujeto, de ser su propio padre,
    satisface todos sus instintos, los cariñosos, los de gratitud,
    los sensuales y los rebeldes. Tampoco el factor constitui-
    do por el «peligro» que justifica la salvación, queda perdi-
    do en el cambio de sentido: el nacimiento mismo es el su-
    ceso peligroso en el cual es salvado el nifio por los es-
    fuerzos de la madre. El nacimiento, primer peligro de
    muerte para el individuo, se constituye en prototipo de
    todos los peligros ulteriores que nos producen miedo,
    siendo probablemente este suceso el que nos lega la ex-
    presión de aquel afecto al que damos el nombre de miedo
    o angustia. El Macduff de la leyenda escocesa, que no ha-
    bía nacido, habiendo sido arrancado del seno de su madre,
    no conocía, por ello, el miedo.

    Artemidoro, el antiguo onirocrítico, estaba en lo cierto
    al afirmar que el sueño cambiaba de sentido según quien
    lo soñara. Conforme a las leyes que rigen la expresión
    de las ideas inconscientes, la «salvación» puede variar de
    significado según sea fantaseada por un hombre o por una
    mujer. Puede significar tanto engendrar un hijo (en el
    hombre), como parir un hijo (en la mujer).

    Estos diversos significados de la «salvación» en los
    sueños y las fantasías, se hacen más transparentes en
    aquellos procesos de este orden en los que interviene,
    como elemento, el agua. Cuando un hombre salva en
    sueños a una mujer, de las aguas, quiere ello decir que la
    hace madre, lo cual equivale, según las observaciones
    precedentes, a hacerla su madre. Cuando una mujer sal-
    va a un niño de igual peligro, confiesa con ello, como la
    hija de Faraón en la leyenda de Moisés (1), ser su madre.

    (1) Rank, 1. с.

  • S.

    ENFAyos.lxyä-1gps

    En ocasiones, la fantasía de la «salvación» referida al
    padre, entraña también un sentido cariñoso. Quiere en-
    tonces expresar el deseo de tener al padre por hijo, esto
    es, de tener un hijo que se asemeje al padre. Así, pues,
    si la tendencia a salvar a la mujer amada constituye un
    rasgo esencial del tipo erótico aquí descrito, es precisa-
    mente a causa de las relaciones indicadas con el complejo
    parental.

    No creo necesario justificar el método seguido en
    el presente estudio y consistente—como en el dedicado al
    erotismo anal—en destacar primero, del material de obser-
    vación, tipos extremos y precisamente delimitados. En
    ambos sectores es mucho mayor el número de individuos
    que sólo muestran algunos rasgos aislados del tipo des-
    ‏,סוחס‎ o los muestran mucho más desdibujados. Natural-
    mente, sólo la exposición del conjunto total en el que apa-
    recen integrados tales tipos, hace posible su exacto es-
    tudio.