Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico 1912-003/1930.es
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    Consejos al médico en el tratamiento psi-
    coanalitico

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    Las reglas técnicas a continuacién propuestas son el
    resultado de una larga experiencia. Se observara fåcilmen-
    te que muchas de ellas confluyen en un ünico progreso.
    Espero que su observancia ahorrarå a muchos analiticos,
    inûtiles esfuerzos y los preservara de incurrir en peligro-
    sas negligencias, pero también quiero hacer constar que si
    la técnica aqui aconsejada ha demostrado ser la ünica
    adecuada a mi personalidad individual, no es imposible
    que otra personalidad médica, distintamente constituida,
    se vea impulsada a adoptar una actitud diferente ante los
    enfermos y ante la labor que los mismos plantean.

    a) La primera tarea que encuentra ante si el analítico
    que ha de tratar mas de un enfermo al dia, es quizä la que
    le parecerå más dificil. Consiste en retener en la memoria
    los innumerables nombres, fechas, detalles del recuerdo,
    asociaciones y manifestaciones patolôgicas que el enfermo
    va produciendo en el curso de un tratamiento prolongado
    meses enteros y hasta afios, sin confundir este material
    con el suministrado por otros pacientes en el mismo perio-
    do de tiempo o en otros anteriores. Cuando se tiene que
    analizar diariamente a siete u ocho enfermos, el rendi-
    miento mnémico conseguido por el médico ha de desper-

    - tar la admiración de los profanos—cuando no su incredu-
    lidad— y, desde luego, su curiosidad por conocer la técni-

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    ca que permite dominar un material tan amplio, suponiendo
    que habrá de servirse de algún medio auxiliar especial.

    En realidad, esta técnica es muy sencilla. Rechaza
    todo medio auxiliar, incluso, como veremos, la mera ano-
    tación, y consiste simplemente en no intentar retener es-
    pecialmente nada y acogerlo todo con una igual «atención
    flotante». Nos ahorramos de este modo un esfuerzo de
    atención imposible de sostener muchas horas al día y evi-
    tamos un peligro inseparable de la retención voluntaria,
    pues en cuanto esforzamos voluntariamente la atención
    con una cierta intensidad, comenzamos también, sin que-
    rerlo, a seleccionar el material que se nos ofrece: nos fija-
    mos especialmente en un elemento determinado y elimina-
    mos, en cambio, otro, siguiendo, en esta selección, nuestras
    esperanzas o nuestras tendencias. Y esto es precisamente
    lo que más debemos evitar. Si al realizar tal selección nos
    dejamos guiar por nuestras esperanzas, correremos el pe-
    ligro de no descubrir jamás sino lo que ya sabemos, y si
    nos guiamos por nuestras tendencias, falsearemos, segu-
    ramente, la posible percepción. No debemos olvidar que |
    en la mayoría de los análisis, oímos del enfermo cosas
    cuya significación sólo a posteriori descubrimos. —

    Como puede verse, el principio de acogerlo todo con
    igual atención equilibrada es la contrapartida necesaria de
    la regla que imponemos al analizado exigiéndole que nos
    comunique, sin crítica ni selección algunas, todo lo que se
    le vaya ocurriendo. Si el médico se conduce diferentemen-
    te, anulará casi por completo los resultados positivos ob-
    tenidos con la observancia de la «regla fundamental psico-
    analítica» por parte del paciente. La norma de la conducta
    del médico podría formularse como sigue: Debe evitar
    toda influencia consciente sobre su facultad retentiva y
    abandonarse por completo a su «memoria inconsciente».
    O en términos puramente técnicos: Debe escuchar al su- -
    jeto sin preocuparse de si retiene o no sus palabras.

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    Lo que asi conseguimos basta para satisfacer todas las
    exigencias del tratamiento. Aquellos elementos del mate-
    rial, que han podido ser ya sintetizados en una unidad se
    hacen también conscientemente disponibles para el médico
    y lo restante, incoherente aún y caôticamente desordena-
    do, parece al principio haber sucumbido al olvido, pero
    emerge prontamente en la memoria en cuanto el analizado
    produce algo nuevo susceptible de ser incluido en la sinte-
    sis lograda y continuarla. El médico acoge luego sonrien-
    do la inmerecida felicitacion del analizado por su «exce-
    lente memoria», cuando al cabo de un afio reproduce algün
    detalle que probablemente hubiera escapado a la intención
    consciente de fijarlo en la memoria.

    En estos recuerdos, sólo muy pocas veces se comete
    algún error y casi siempre en detalles en los que el médico
    se ha dejado perturbar por la «referencia a su propia per-
    sona», apartándose con ello considerablemente de la con-
    ducta ideal del analítico. Tampoco suele ser frecuente la
    confusión del material de un caso con el suministrado por
    otros enfermos. En las discusiones con el analizado sobre
    si dijo o no alguna cosa y en qué forma la dijo, la razón
    demuestra estar casi siempre de parte del médico (1).

    b) No podemos recomendar la práctica de tomar
    apuntes de alguna extensión, formar protocolos, etc., du-
    rante las sesiones con el analizado. Aparte de la mala im-
    presión que produce en algunos pacientes, se oponen a
    ello las mismas razones que antes consignamos al tratar
    de la retención en la memoria. Al anotar o taquigrafiar las

    (1) El analizado pretende, muchas veces, haber comunicado ya
    algo en sesiones anteriores, contra la afirmación del médico, que le
    asegura ser aquella la primera vez que ha hablado de tal cosa. En
    estos casos resulta que el analizado tuvo antes la intención de co-
    ‘municar aquello, pero no llegó a hacerlo, рог habérselo impedido
    una resistencia aún poderosa, y confunde luego el recuerdo de tal
    propósito con el de su realización.

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    comunicaciones del sujeto, realizamos forzosamente una
    selecciôn perjudicial y consagramos a ello una parte de
    nuestra actividad mental, que encontraria mejor empleo
    aplicada a la interpretaciôn del material producido. Pode-
    mos infringir sin remordimiento esta regla cuando se trata
    de fechas, textos de suefios o singulares detalles aislados,
    que pueden ser desglosados fåcilmente del conjunto y re-
    sultan apropiados para utilizarlos independientemente
    como ejemplos. Por mi parte, tampoco lo hago asi, y cuan-
    do encuentro algo que puede servir como ejemplo, lo
    anoto luego, de memoria, una vez terminado el trabajo del
    dia. Cuando se trata de algån suefio que me interesa es-
    pecialmente, hago que el mismo enfermo ponga por es-
    crito su relato, después de habérselo oido de palabra.

    c) La anotaciôn de datos durante las sesiones del tra-
    tamiento podía justificarse con el propósito de utilizar el
    caso para una publicación científica. En principio, no es
    posible negar al médico un tal derecho. Pero tampoco debe
    olvidarse que en cuanto se refiere a los historiales clínicos
    psicoanalíticos, los protocolos detallados presentan una
    utilidad mucho menor de lo que pudiera esperarse. Perte-
    necen, en último término, a aquella exactitud aparente de
    la cual nos ofrece ejemplos singulares la psiquiatría mo-
    derna. Por lo general, resultan fatigosos para el lector, sin
    que siquiera puedan darle, en cambio, la impresión de asis-
    tir al análisis. Hemos comprobado ya, repetidamente, que
    el lector, cuando quiere creer al analítico, le concede tam-
    bién su crédito en cuanto a la elaboración a la cual ha te-
    nido que someter su material, y si no quiere tomar en
    serio ni el análisis ni al analítico, ningún protocolo, por
    exacto que sea, le hará la menor impresión. No parece ser
    éste el mejor medio de compensar la falta de evidencia
    que se reprocha a las descripciones psicoanalíticas.

    d) La coincidencia de la investigación con el trata-

    ‚ miento es, desde luego, uno de los títulos más preciados

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    de la labor analitica, pero la técnica, que sirve a la prime-
    ra, se opone, sin embargo, al segundo, a partir de un cier-
    to punto. Antes de terminar el tratamiento no es conve-
    niente elaborar cientificamente un caso y reconstruir su
    estructura e intentar determinar su trayectoria, fijando de
    cuando en cuando su situaciôn, como lo exigiria el interés
    cientifico. El éxito terapéutico padece en estos casos uti-
    lizados desde un principio para un fin cientifico y trata-
    dos en consecuencia. En cambio, obtenemos los mejores
    resultados terapéuticos en aquellos otros en los que actua-
    mos como si no persiguiéramos fin ninguno determinado,
    dejåndonos sorprender por cada nueva orientacién y ac-
    tuando libremente, sin prejuicio alguno. La conducta mås
    acertada para el psicoanalitico consistirå en pasar sin es-
    fuerzo de una actitud psiquica a otra, no especular ni ca-
    vilar mientras analiza y esperar a terminar el anålisis para
    someter el material reunido a una labor mental de sintesis.
    La distinciôn entre ambas actitudes careceria de 1008 utili-
    dad si poseyéramos ya todos los conocimientos que pue-
    den ser extraidos de la labor analitica, sobre la psicologia
    de lo inconsciente y la estructura de las neurosis, o por lo
    menos, los таз importantes. Pero actualmente nos encon-
    tramos adn muy lejos de un tal fin y no debemos cerrarnos
    los caminos que nos permiten comprobar lo descubierto
    hasta ahora y aumentar nuestros conocimientos.

    e) He de recomendar calurosamente a mis colegas
    que procuren tomar como modelo, durante el tratamiento
    psicoanalitico, la conducta del cirujano, que impone silen-
    cio a todos sus afectos e incluso a su compasión humana
    y concentra todas sus energías psíquicas en un único fin:
    practicar la operación conforme a todas las reglas del arte.
    Por las circunstancias en las que hoy se desarrolla nuestra
    actividad médica, se hace máximamente peligrosa para el
    analítico una cierta tendencia afectiva: la ambición tera-
    péutica de obtener con su nuevo método, tan apasionada-

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    mente combatido, un éxito que actüe convincentemente
    sobre los demås. Entregåndose a esta ambiciôn, no sélo
    se coloca en una situaciôn desfavorable para su labor, sino
    que se expone indefenso a ciertas resistencias del pacien-
    te, de cuyo vencimiento depende, en primera linea, la cura-
    ciôn. La justificaciôn de esta frialdad de sentimientos que
    ha de exigirse al médico esta en que crea para ambas par-
    tes interesadas las condiciones таз favorables, aseguran-
    do al médico la deseable protecciôn de su propia vida afec-
    tiva y al enfermo el måximo auxilio que hoy nos es dado
    prestarle. Un antiguo cirujano habia adoptado la siguiente
    divisa: Je le pansai, Dieu le guérit. Conalgo
    semejante debia darse por contento el analitico.

    f) No es dificil adivinar el fin al que todas estas re-
    glas tienden de consuno. Intentan crear en el médico la
    contrapartida de la cregla psicoanalitica fundamental» im-
    puesta al analizado. Del mismo modo que el analizado ha
    de comunicar todo aquello que la introspecciôn le revele,
    absteniéndose de toda objeciôn 168108 o afectiva que in-
    tente moverle a realizar una selecciôn, el médico habrå de
    colocarse en situaciôn de utilizar, para la interpretaciôn y
    el descubrimiento de lo inconsciente oculto, todo lo que el
    paciente le suministra, sin sustituir con su propia censura
    la selecciôn a la que el enfermo ha renunciado. O dicho en
    una fôrmula: Debe orientar hacia lo inconsciente emisor
    del sujeto, su propio inconsciente, como ⑥rgano receptor,
    comportåndose con respecto al analizado, como el receptor
    del teléfono con respecto al emisor. Como el receptor
    transforma de nuevo en ondas sonoras las oscilaciones
    eléctricas, provocadas por las ondas sonoras emitidas, asi
    también el psiquismo inconsciente del médico estå capaci-
    tado para reconstruir con los productos de lo inconsciente
    que le son comunicados, este inconsciente mismo, que ha
    determinado las ocurrencias del sujeto.

    Pero si el médico ha de poder servirse asi de su in-

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    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    consciente como de un instrumento, en el análisis, ha de
    llenar plenamente por si mismo, una condiciôn psicolôgica.
    No ha de tolerar en si resistencia ninguna que aparte de
    su conciencia lo que su inconsciente ha descubierto, pues
    de otro modo, introducirå en el anålisis una nueva forma de
    selecciôn y deformacićn mucho mas perjudicial que la que
    podria producir una tensićn consciente de su atencićn.
    Para ello, no basta que sea un individuo aproximadamen-
    te normal, debiendo más bien exigirsele que se haya so-
    metido a una purificacićn psicoanalitica y haya adquirido
    conocimiento de aquellos complejos propios que pudieran
    perturbar su aprehensiôn del material suministrado por los
    analizados. Es indiscutible que la persistencia de estos de-
    fectos, no vencidos por un análisis previo, descalifican
    para ejercer la psicoandlisis, pues segün la acertada ex-
    presiôn de W. Stekel, a cada una de las represiones no
    vencidas en el médico corresponde un «punto ciego» en
    su percepciôn analitica .

    Hace ya años, respondí a la interrogación de cómo po-
    día llegarse a ser analítico, en los siguientes términos. Por
    el análisis de los propios sueños. Esta preparación resulta,
    desde luego, suficiente, para muchas personas, mas no
    para todas las que quisieran aprender a analizar. Hay tam-
    bién muchas a las cuales se hace imposible analizar sus
    sueños sin ayuda ajena. Uno de los muchos merecimientos
    contraídos por la escuela analítica de Zurich consiste en
    haber establecido que para poder practicar la psicoanálisis
    era condición indispensable haberse hecho analizar previa-
    mente, por una persona perita ya en nuestra técnica. Todo
    aquel que piense seriamente en ejercer el análisis, debe
    elegir este camino, que le promete más de una ventaja, re-
    compensándole con largueza del sacrificio que supone te-
    ner que revelar sus intimidades a un extraño. Obrando así,
    no sólo se conseguirá antes y con menor esfuerzo el cono-
    cimiento deseado de los elementos ocultos de la propia

    = —

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    personalidad, sino que se obtendran directamente y por
    propia experiencia aquellas pruebas que no puede aportar
    el estudio de los libros ni a la asistencia a cursos y confe-
    rencias. Por último, la duradera relación espiritual que
    suele establecerse entre el analizado y su iniciador entraña
    también un valor nada despreciable.

    Estos análisis de individuos prácticamente sanos per-
    manecen, como es natural, inacabados. Aquellos que se-
    pan estimar el gran valor del conocimiento y el dominio de
    sí mismos en ellos obtenidos, continuarán luego, en un
    autoanálisis, la investigación de su propia personalidad y
    verán, con satisfacción, cómo siempre les es dado hallar,
    tanto en sí mismos, como en los demás, algo nuevo. En
    cambio, quienes intenten dedicarse al análisis desprecian-
    do someterse antes a ella, no sólo se verán castigados con
    la incapacidad de penetrar en los pacientes más allá de una
    cierta profundidad, sino que se expondrán a un grave pe-
    ligro que puede serlo también para otros. Se inclinarán
    fácilmente a proyectar sobre la ciencia, como teoría ge-
    neral, lo que una oscura autopercepción les descubre so-
    bre las peculiaridades de su propia persona, y de este
    modo, atraerán el descrédito sobre el método psicoanalíti-
    co e inducirán en error a los individuos poco experimen-
    tados.

    g) Añadiremos aún algunas reglas con las que pa-
    saremos de la actitud recomendable al médico, al trata-
    miento de los analizados.

    Resulta muy atractivo para el psicoanalítico joven y
    entusiasta poner en juego mucha parte de su propia indi-
    vidualidad, para arrastrar consigo al paciente e infundirle
    impulso para sobrepasar los límites de su reducida per-
    sonalidad. Podría parecer lícito e incluso muy apropiado
    para vencer las resistencias dadas en el enfermo, el que
    el médico le permitiera la visión de sus propios defectos
    y conflictos anímicos, y le hiciera posible equipararse a

    NM ue

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    TECNICA DE LA PSICOANALHSTE

    él, comunicändole las intimidades de su vida. La con-
    fianza debe ser reciproca, y si se quiere que alguien nos
    abra su corazon debemos comenzar por mostrarle el
    nuestro.

    Pero en la relaciôn psicoanalitica suceden muchas co-
    sas de un modo muy distinto a como seria de esperar
    según las premisas de la psicología de la conciencia. La
    experiencia no es nada favorable a semejante técnica afec-
    tiva. No es nada difícil advertir que con ella abandonamos
    el terreno psicoanalítico y nos aproximamos al tratamiento
    por sugestión. Alcanzamos así, que el paciente comunique
    antes y con mayor facilidad lo que ya le es conocido y hu-
    biera silenciado aún durante algún tiempo, por resisten-
    cias convencionales, Mas por lo que respecta al descubri-
    miento de lo que permanece inconsciente para el enfermo,
    esta técnica no nos es de utilidad ninguna; incapacita al
    sujeto para vencer las resistencias más profundas y fraca-
    sa siempre en los casos de alguna gravedad, provocando
    en el enfermo una curiosidad insaciable, que le inclina a
    invertir los términos de la situación y a encontrar el análi-
    sis del médico más interesante que el suyo propio. Esta
    actitud abierta del médico dificulta asimismo una de las
    tareas capitales de la cura, la solución de la transfe-
    rencia, resultando, así, que las ventajas que al principio
    pudo proporcionar, quedan luego totalmente anuladas. En
    consecuencia, no vacilamos en declarar indeseable una tal
    técnica. El médico debe permanecer impenetrable para el
    enfermo y no mostrar, como un espejo, más que aquello
    que le es mostrado. Desde el punto de vista práctico, no
    puede condenarse que un psicoterapeuta mezcle una parte
    de análisis con algo de influjo sugestivo, para conseguir,
    en poco tiempo, resultados visibles, como resulta necesa-
    rio en los sanatorios, pero debe exigírsele que al obrar
    así, sepa perfectamente lo que hace y reconozca que su
    método no es el de la psicoanalísis auténtica.

    — 187 —

  • S.

    PROF.s.f-PE»D

    h) Dela actuación educadora que sin propósito es-
    pecial por su parte recae sobre el médico en el tratamien-
    to psicoanalítico, se deriva para él otra peligrosa tenta-
    ción. En la solución de las inhibiciones de la evolución
    psíquica, se le plantea espontáneamente la labor de seña-
    lar nuevos fines a las tendencias libertadas. No podremos
    entonces extrañar que se deje llevar por una comprensible
    ambición y se esfuerce en hacer algo excelente de aque-
    lla persona a la que tanto trabajo le ha costado libertar de
    la neurosis, marcando a sus deseos los más altos fines.
    Pero también en esta cuestión debe saber dominarse el
    médico y subordinar su actuación a las capacidades del
    analizado más que a sus propios deseos. No todos los
    neuróticos poseen una elevada facultad de sublimación. De
    muchos de ellos hemos de suponer que no hubieran con-
    traído la enfermedad si hubiesen poseído el arte de subli-
    mar sus instintos. Si les imponemos una sublimación ex-
    cesiva y les privamos de las satisfacciones más fáciles y
    próximas de sus instintos, les haremos la vida más difícil
    aún de lo que ya la sienten. Como médicos, debemos ser
    tolerantes con las flaquezas del enfermo y satisfacernos
    con haber devuelto a un individuo— aunque no se trate de
    una personalidad sobresaliente—una parte de su capaci-
    dad funcional y de goce. La ambición pedagógica es tan
    inadecuada como la terapéutica. Pero además, debe te-
    nerse en cuenta que muchas personas han enfermado pre-
    cisamente al intentar sublimar sus instintos más de lo que
    su organización podía permitírselo, mientras que aquellas
    otras capacitadas para la sublimación, la llevan a cabo es-
    pontáneamente en cuanto el análisis deshace sus inhibicio-
    nes. Creemos, pues, que la tendencia a utilizar regular-
    mente el tratamiento analítico para la sublimación de
    instintos, podrá ser siempre meritoria, pero nunca reco-
    mendable en todos los casos.

    i) ¿En qué medida debemos requerir la colaboración

    ==

  • S.

    TECNICA DE LA PSICOANALISIS

    intelectual del analizado en el tratamiento? Es dificil fijar
    aqui normas generales. Habremos de atenernos, ante todo,
    a la personalidad del paciente, pero sin dejar de observar
    jamås la mayor prudencia. Resulta equivocado plantear al
    analizado una labor mental determinada, tal como reunir
    sus recuerdos, reflexionar sobre un periodo determinado
    de su vida, etc. Por el contrario, tiene que aceptar algo
    que ha de parecerle muy extrafio en un principio. Que
    para llegar a la soluciôn de los enigmas de la neurosis no
    sirve de nada la reflexion ni el esfuerzo de la atenciôn o la
    voluntad, y si únicamente la paciente observancia de las
    reglas psicoanalíticas que le prohiben ejercer crítica algu-
    na sobre lo inconsciente y sus productos. La obediencia a
    esta regla debe exigirse más inflexiblemente a aquellos
    enfermos que toman la costumbre de escapar a las regio-
    nes intelectuales durante el tratamiento y reflexionan luego
    mucho y a veces muy sabiamente, sobre su estado, aho-
    rrándose así todo esfuerzo por dominarlo. Por esta razón
    prefiero también que los pacientes no lean durante el tra-
    tamiento ninguna obra psicoanalítica; les pido que apren-
    dan en su propia persona y les aseguro que aprenderán
    así mucho más de lo que pudiera enseñarles toda la bi-
    bliografía psicoanalítica. Pero reconozco que en las con-
    diciones en que se desarrolla la cura en un sanatorio
    puede ser conveniente servirse de la lectura para la pre-
    paración del analizado y la creación de una atmósfera pro-
    picia.

    En cambio, no deberá intentarse jamás conquistar la
    aprobación y el apoyo de los padres o familiares del enfer-
    mo dándoles a leer una obra más o menos profunda de
    nuestra bibliografía. Por lo general, basta con ello para
    hacer surgir prematuramente la hostilidad de los parientes
    contra el tratamiento psicoanalítico de los suyos, hostilidad
    natural e inevitable más pronto o más tarde, resultando
    así que la cura no llega siquiera a ser iniciada.

    ==: =

  • S.

    PPOP.8.FPEUD

    Terminaremos manifestando nuestra esperanza de que
    la progresiva experiencia de los psicoanaliticos conduzca
    pronto a un acuerdo unänime sobre la técnica mas adecua-
    da para el tratamiento de los neur6ticos. Por lo que res-
    pecta al tratamiento de los «familiares», confieso que no
    se me ocurre soluciôn alguna y que me inspira pocas es-
    peranzas su tratamiento individual.

    ao e