La disposición a la neurosis obsesiva 1913-010/1929.en
  • S.

    La disposiciôn a la neurosis obsesiva

    Una aportaciôn al problema de la elec-
    cién de neurosis

    1913.

    El problema de por qué y cómo contrae un hombre
    una neurosis es, ciertamente, uno de los que la psicoaná-
    lisis habrá de resolver. Pero es muy probable que esta so-
    lución tenga como premisa, la de otro problema, menos
    amplio, que nos plantea la interrogación de por qué tal o
    cuál persona ha de contraer, precisamente, una neurosis
    determinada. Es éste el problema de la elección de neu-
    rosis.

    éQué sabemos hasta ahora sobre esta cuestiôn? En
    realidad, sålo hemos podido establecer seguramente un
    nico principio. En las causas patolégicas de la neurosis,
    distinguimos dos clases: Aquellas que el hombre trae con-
    sigo a la vida—causas constitucionales—y aquellas otras
    que la vida le aporta—causas accidentales—, siendo pre-
    cisa, por lo general, la colaboración de ambos órdenes de
    causas, para que surja la neurosis. Ahora bien, el princi-
    pio antes enunciado, afirma que la elección de la neurosis
    depende, por completo, de las causas constitucionales, o
    sea de la naturaleza de las disposiciones, careciendo, en
    cambio, de toda relación con los sucesos patógenos vivi-
    dos por el individuo.

    ¿Dónde buscamos el origen de estas disposiciones?

    = eh

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    PROP ae MM

    Hemos advertido, que las funciones psíquicas que en este
    punto hemos de tener en cuenta —ante todo la función se-
    xual, pero también diversas funciones importantes del
    Yo—han de atravesar una larga y complicada evolución
    hasta llegar a su estado característico en el adulto normal.
    Suponemos, ahora, que estas evoluciones no se han des-
    arrollado siempre tan irreprochablemente que la función to-
    tal haya experimentado sin defecto alguno la correspon-
    diente modificación progresiva. Allí donde una parte de
    dicha función ha permanecido retrasada en un estado an-
    terior, queda creado lo que llamamos un «lugar de fij
    ción», al cual puede retroceder luego la función en caso
    de enfermedad por perturbación exterior.

    Nuestras disposiciones son, pues, inhibiciones de la
    evolución. La analogía con los hechos de la patología ge-
    neral de otras enfermedades nos confirma en esta opinión.
    Mas al llegar al tema de cuáles son los factores que pue-
    den provocar tales perturbaciones de la evolución, hace
    alto la labor psicoanalítica y abandona este problema a la
    investigación biológica (1).

    Con ayuda de estas hipótesis, nos atrevimos hace ya
    algunos años, a enfrontarnos con el problema de la elec-
    ción de neurosis. Nuestro método de investigación, con-
    sistente en deducir las circunstancias normales, precisa-
    mente de sus perturbaciones, nos condujo a elegir un
    punto de ataque especialisimo e inesperado. El orden en
    el cual se exponen, generalmente, las formas principales
    de las psiconeurosis—histeria, neurosis obsesiva, para-
    noia, demencia precoz—corresponde (aunque no con ab-
    soluta exactitud) al orden temporal de la aparición de estas
    afecciones en la vida humana. Las formas patológicas his-

    (1) Desde que los trabajos de'W. Fliess han descubierto la im-
    portancia de determinadas magnitudes de tiempo para la biología,
    puede sospecharse que las perturbaciones de la evolución dependan
    de una modificación cronológica de sus avances.

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    ENIAyos.XFos-1924

    téricas pueden ser observadas ya en la primera infancia;
    la neurosis obsesiva revela, por lo corriente, sus primeros
    sintomas, en el segundo periodo de la nifiez (entre los
    seis y los ocho años); por ültimo, las otras dos psiconeu-
    rosis, reunidas por mi bajo el nombre común de parafre-
    nias, no emergen hasta después de la pubertad y en la
    edad adulta. Estas afecciones mås tardias son las que pri-
    mero se han hecho accesibles a nuestra investigaciôn de
    las disposiciones conducentes a la elecciôn de neurosis.
    Las singulares caracteres peculiares a ambas—el delirio
    de grandezas, el apartamiento del mundo de los objetos y
    la dificultad de conseguir la transferencia—nos han im-
    puesto la conclusión de que su fijación dispositiva ha de
    ser buscada en un estadio de la evolución de la libido, an-
    terior a la elección de objeto, o sea en la fase del autoero-
    tismo y el narcisismo. Tales formas patológicas tardías se
    referirian, pues, a coerciones y fijaciones muy tempranas.

    Parecía, por lo tanto, que la disposición a la histeria
    y a la neurosis obsesiva, las dos neurosis de transferencia
    propiamente dichas, con temprana producción de sinto-
    mas, habría de buscarse en fases aun anteriores de la evo-
    lución de la libido. Pero ¿en qué habría de consistir aquí
    la coerción de la evolución y, sobre todo, cuál podría ser
    la diferencia de fases que determinara la disposición a la
    neurosis obsesiva en contraposición a la histeria? Pasó
    mucho tiempo sin que nos fuera posible averiguar nada
    sobre estos extremos y hube de abandonar, por estériles,
    mis tentativas anteriormente iniciadas para determinar
    tales dos disposiciones, suponiendo que la histeria se ha-
    llaba condicionada por la pasividad, у la neurosis obsesi-
    va por la actividad del sujeto, en sus experiencias infan-
    tiles.

    Retornaremos, pues, al terreno de la observación clíni-
    ca individual. Durante un largo período de tiempo, he es-
    tudiado a una enferma cuya neurosis había seguido una

    au rede

  • S.

    ppoP..5«-PPE»D

    trayectoria desacostumbrada. Comenzö, después de un
    suceso traumåtico, como una franca histeria de angustia y
    conserv este caråcter a través de algunos afios. Pero un
    día se transformó, de pronto, en una neurosis obsesiva de
    las mas graves. Un tal caso habia de ser muy significati-
    vo en más de un aspecto. Por un lado, podia aspirar al
    valor de un documento bilingüe y mostrar cômo un mismo
    contenido era expresado, por cada una de ambas neuro-
    sis, en un lenguaje diferente. Por otro, amenazaba contra-
    decir nuestra teoría de la disposición por coerción de la
    evolución, si no queríamos decidirnos a aceptar que una
    persona podía traer consigo a la vida más de un único
    punto débil en la evolución de la libido. No creía yo que
    hubiera motivo alguno para rechazar esta última posibili-
    dad, pero de todos modos, esperaba con extraordinario
    interés la solución del caso patológico planteado.

    Al llegar a ella en el curso del análisis, hube de reco-
    nocer que el proceso patógeno se apartaba mucho de la
    trayectoria por mí supuesta. La neurosis obsesiva no era
    una nueva reacción al mismo trauma que había provocado
    primero la histeria de angustia, sino a un segundo suceso
    que había quitado al primero toda su importancia. (Tratá-
    base, pues, de una excepción—discutible aún, de todos
    modos—de aquel principio, antes expuesto, en el que afir-
    mamos que la elección de neurosis era totalmente inde-
    pendiente de los sucesos vividos por el sujeto).

    Desgraciadamente, no me es posible exponer—por
    motivos evidentes—el historial clínico de este caso, con
    todo el detalle que quisiera. Me limitaré, pues, a las indi-
    caciones que siguen. La paciente había sido, hasta su en-
    fermedad, una mujer feliz, casi por completo satisfecha.
    Abrigaba un ardiente deseo de tener hijos—motivado por
    la fijación de un deseo infantil—y enfermó al averiguar
    que su marido, al que quería mucho, no podía proporcio-
    narle descendencia. La histeria de angustia con la que

    — 166 —

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    E«s-Iyos.tgositpgt

    reaccionó a esta privación, correspondía, como la misma
    paciente aprendió pronto a comprender, a la repulsa de
    las fantasias de tentación, en las que emergia su deseo de
    tener un hijo. Hizo todo lo posible por no dejar adivinar a
    su marido que su enfermedad era una consecuencia de la
    privaciôn a él imputable. Pero no hemos afirmado sin bue-
    nas razones, que todo hombre posee en su propio incons-
    ciente, un instrumento con el que puede interpretar las
    manifestaciones de lo inconsciente en los demás; el mari-
    do comprendió, sin necesidad de confesión ni explicación
    algunas, lo que significaba la angustia de su mujer, sufrió,
    sin demostrarlo tampoco, una gran pesadumbre, y reac-
    cionó, a su vez, en forma neurótica, fallåndole por vez
    primera en su matrimonio, la potencia genital, al intentar
    el coito. Inmediatamente, emprendió un viaje. La mujer
    creyó que el marido había contraído una impotencia dura-
    dera, y la víspera de su retorno, produjo los primeros sín-
    tomas obsesivos. s

    El contenido de su neurosis consistia en una penosa
    obsesiôn de limpieza y en enérgicas medidas preventivas
    contra los dafios con que su propia imaginaria maldad
    amenazaba a los demas, o sea en productos de una reac-
    ción contra impulsos er⑥tico-anales y sådi-
    cos. Estas fueron las formas en que hubo de manifes-
    tarse su necesidad sexual al quedar totalmente desvalori-
    zada su vida genital por la impotencia del marido, ünico
    hombre posible para ella.

    A este punto se enlaza nuestro pequeño avance teôri-
    co, que sölo en apariencia se basa sobre esta ünica obser-
    vaciôn, pues en realidad, reune una gran cantidad de
    impresiones anteriores, de las cuales 5010 después de esta
    ültima pudo deducirse un conocimiento. Resulta, pues, que
    nuestro esquema del desarrollo de la funciôn libidinosa
    precisa de una nueva interpolaciôn. Al principio, distingui-
    mos tan sólo la fase del autoerotismo, en la cual cada uno

    — 167 —

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    Pu PB a 68 СОВЫ D

    de los instintos parciales busca, independientemente de
    los demás, su satisfacción, en el propio cuerpo del sujeto,
    y luego, la síntesis de todos los instintos parciales, para
    la elección de objeto, bajo la primacía de los genitales y
    en servicio de la reproducción. El análisis de las parafre-
    nias nos obligó, como es sabido, a interpolar entre aque-
    llos elementos, un estadio de narcisismo, en el cual ha
    sido ya efectuada la elección de objeto, pero el objeto
    coincide todavía con el propio Yo. Ahora, vemos la nece-
    sidad de aceptar aún, antes de la estructuración definitiva,
    un nuevo estadio, en el cual los instintos parciales apare-
    cen ya reunidos para la elección de objeto y éste es dis-
    tinto de la propia persona, pero la primacía de las
    zonas genitales no se halla aún esta-
    blecida. Los instintos parciales que dominan esta
    organización pregenital dela vida sexual son, más
    bien, los erótico-anales y los sádicos.

    Sé muy bien, que toda afirmación de este orden des-
    pierta, en un principio, desconfianza y extrañeza. Sólo
    después de descubrir sus relaciones con nuestros conoci-
    mientos anteriores llegamos a familiarizarnos con ella, y
    muchas veces, acaba por no parecernos sino una insigni-
    ficante innovación, sospechada desde muy atrás. Iniciare-
    mos, pues, con igual esperanza, la discusión de la «orde-
    nación sexual pregenital».

    a) El importantísimo papel que los impulsos de odio
    y erotismo anal desempeñan en la sintomatología de la
    neurosis obsesiva ha sido observado ya por muchos in-
    vestigadores, habiendo sido objeto, últimamente, de un
    penetrante estudio por parte de E. Jones. Así resulta
    también de nuestra afirmación, en cuanto tales instintos
    parciales son los que han vuelto a arrogarse en la neuro-
    sis, la representación de los instintos genitales, a los que
    precedieron en la evolución.

    En este punto, viene a insertarse una parte del histo-

    de

  • S.

    ENsAyos.ig»s-lH-d

    rial patolögico de nuestro caso, a la que aûn no nos hemos
    referido. La vida sexual de la paciente comenzó en la más
    tierna edad infantil, con fantasías sádicas de flagelación.
    Después de la represión de estas fantasias, se inició un
    período de latencia que se prolongó más de lo corriente y
    en el cual alcanzó la muchacha un alto desarrollo moral,
    sin que despertase en ella la sensibilidad sexual feme-
    nina. Con su temprano matrimonio, se inició para ella un
    período de actividad sexual normal, felizmente prolon-
    gado a través de una serie de años, hasta que la prime-
    ra gran privación (el conocimiento de que su marido no
    podría darle hijos) trajo consigo la neurosis histérica. La
    subsiguiente desvalorización de su vida genital provocó
    la regresión de su vida sexual a la fase infantil del sa-
    dismo.

    No es difícil determinar el carácter en que este caso
    de neurosis obsesiva se diferencia de aquellos otros, mu-
    cho más frecuentes, que comienzan en años más tempra-
    nos y transcurren luego en forma crónica, con exacerba-
    ciones más o menos visibles. En estos otros casos, una
    vez establecida la organización sexual que contiene la
    disposición a la neurosis obsesiva, no es ya superada
    jamás; en nuestro caso, ha sido substituída por la fase
    evolutiva superior y vuelta luego a activar, por regresión,
    desde esta última.

    b) Si queremos relacionar nuestra hipótesis con los
    hechos biológicos, no habremos de olvidar, que la antíte-
    sis de masculino y femenino, introducida por la función
    reproductora, no puede existir aún en la fase de la elec-
    ción pregenital de objeto. En su lugar, hallamos la antite-
    sis constituída por las tendencias de fin activo y las de fin
    pasivo, la cual irá luego a soldarse con la de los sexos. La
    actividad es aportada por el instinto general de aprehen-
    sión, al que damos el nombre de sadismo cuando lo ha-
    llamos al servicio de la función sexual, y que también

    Le

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    P SEBE m SU N ar MES

    estä llamado a prestar importantes servicios auxiliares en
    la vida sexual normal plenamente desarrollada. La corrien-
    te pasiva es alimentada por el erotismo anal, cuya zona
    erógena corresponde a la antigua cloaca indiferenciada.
    La acentuación de este erotismo anal en la fase pregeni-
    tal de la organización, dejará en el hombre una considera-
    ble predisposición a la homosexualidad, al ser alcanzada
    la fase siguiente de la función sexual, o sea la de la pri-
    macía de los genitales. La superposición de esta última
    fase a las anteriores y la modificación consiguiente de las
    cargas de libido, plantean a la investigación analítica, los
    más interesantes problemas.

    Se puede esperar eludir todas las dificultades y com-
    plicaciones aquí emergentes negando la existencia de una
    organización pregenital de la vida sexual y haciendo coin-
    cidir y comenzar esta última con la función genital y re-
    productora. De las neurosis, se diría entonces, teniendo
    en cuenta los inequívocos resultados de la investigación
    analítica, que el proceso de la represión sexual las forzaba
    a expresar tendencias sexuales por medio de otros instin-
    tos, no sexuales, o sea a sexualizar estos últimos por via
    de compensación. Pero al obrar así, abandona la observa-
    ción el terreno psicoanalítico para volverse a situar en el
    punto en que se hallaba antes de la psicoanálisis, debien-
    do, por lo tanto, renunciar a la comprensión, por ella logra-
    da, de la relación entre la salud, la perversión y la neuro-
    sis. La psicoanálisis exige el reconocimiento de los ins-
    tintos sexuales parciales, de las zonas erógenas y de la
    ampliación así establecida del concepto de «función se-
    xual>, en oposición al más estrecho, de «función genital».
    Pero, además, la observación de la evolución normal del
    niño basta para rechazar una tal tentación.

    c) En el terreno del desarrollo del carácter hallamos
    las mismas energías instintivas cuya actuación descubri-
    mos en las neurosis. Pero hay un hecho que nos permite

    — 170 —

  • S.

    ENsAyos.islls-lssd

    establecer entre uno y otro caso, una precisa distinción
    teórica. En el carácter, falta algo, peculiar en cambio al
    mecanismo de las neurosis: el fracaso de la represión y
    el retorno de lo reprimido, En la formación del carácter,
    la represión, o no interviene para nada o alcanza por
    completo su fin de substituir lo reprimido por productos
    de reacción o sublimaciones. De este modo, los procesos
    de la formación del carácter son mucho menos transpa-
    rentes y accesibles al análisis, que los neuróticos.

    Pero precisamente en el terreno de la evolución del
    carácter hallamos algo comparable al caso patológico
    antes descrito: una intensificación de la organización se-
    xual pregenital sádica y erótico-anal. Es sabido y ha dado
    ya mucho que lamentar a los hombres, que el carácter de
    las mujeres suele cambiar singularmente al sobrevenir la
    menopausia y poner un término a su función genital. Se
    hacen regañonas, impertinentes y obstinadas, mezquinas
    y avaras, mostrando, por lo tanto, típicos rasgos sádicos
    y erótico-anales, ajenos antes a su carácter. Los comedió-
    grafos y los autores satíricos de todas las épocas han
    hecho blanco de sus invectivas a estas «viejas gruñonas»,
    último avatar de la muchacha adorable, la mujer amante y
    la madre llena de ternura. Por nuestra parte, comprende-
    mos que esta transformación del carácter corresponde a
    la regresión de la vida sexual a la fase pregenital sådico-
    anal, en la cual hemos hallado la disposición a la neurosis
    obsesiva. Esta fase sería, pues, no sólo precursora de la
    genital, sino también, en muchos casos, sucesora y subs-
    tituciôn suya, una vez que los genitales han cumplido su
    función.

    La comparación de una tal modificación del carácter
    con la neurosis obsesiva, es interesantísima. En ambos
    casos, nos hallamos ante un proceso regresivo. En el pri-
    mero, regresión completa después de una acabada repre-
    sión (o yugulación); en el segundo—el de la neurosis—,

    ~~ 171 —

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    Pp AO -F (0 4 ВоВ

    conflicto, esfuerzo por detener la regresién, formaciôn de
    productos de reacciôn contra la misma y de sintomas por
    transacciôn entre ambas partes, y disociaciôn de las acti-
    vidades psíquicas en capaces de conciencia e incons-
    cientes.

    d) Nuestro postulado de una organización sexual pre-
    genital resulta incompleto en dos aspectos. En primer
    lugar, se limita a hacer resaltar la primacía del sadismo y
    del erotismo anal, sin atender a la conducta de otros ins-
    tintos parciales, que habrían de integrar algo digno de in-
    vestigación y mención. Sobre todo, el instinto de saber
    nos da la impresión de poder substituirse al sadismo en el
    mecanismo de la neurosis obsesiva, siendo, realmente, en
    el fondo, una hijuela sublimada y elevada a lo intelectual,
    del instinto de aprehensión. Su repulsa a la forma de la
    duda ocupa en el cuadro de la neurosis obsesiva, un im-
    portante lugar.

    La segunda insuficiencia es más importante. Para re-
    ferir a una trayectoria histórico-evolutiva la disposición a
    una neurosis, es necesario tener en cuenta la fase de la
    evolución del Yo, en la que surge la fijación, tanto como
    la de la evolución de la libido. Pero nuestro postulado no
    se ha referido más que a esta última y, por lo tanto, no
    contiene todo el conocimiento que podemos exigir. Los
    estadios evolutivos de los instintos del Yo nos son, hasta
    ahora, muy poco familiares. No conozco sino una sola ten-
    tativa, muy prometedora, de acercarse a estos problemas:
    la llevada a cabo por Ferenczi en su estudio sobre el sen-
    tido de la realidad (1). No sé si parecerá muy atrevido
    afirmar, guiándonos por los indicios percatados, que la an-
    ticipación temporal de la evolución del Yo a la evolución
    de la libido, ha de integrarse también entre los factores

    (1) Ferenczi: Entwicklungstufen des Wirklichkeitssinnes. (In-
    tern. Zeitschrift für Psychoan. I, 1913, 11. 2).
    ー 178 —

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    SNsxlyos.iIo6-1gst

    de la disposiciôn a la neurosis obsesiva. Una tal anticipa-
    ciôn obligarfa, por la acciôn de los instintos del Yo, a la
    elección de objeto, en un período en que la función sexual
    no ha alcanzado aún su forma definitiva, dando así origen
    a una fijación en la fase del orden sexual pregenital. Si
    reflexionamos que los neuróticos obsesivos han de des-
    arrollar una supermoral para defender su amor objetivado
    contra la hostilidad acechante detrás de él, nos inclinare-
    mos a considerar como típica en la naturaleza humana una
    cierta medida de tal anticipación de la evolución del Yo, y
    a encontrar basada la facultad de la génesis de la moral en
    el hecho de que, después de la evolución, es el odio el pre-
    cursor del amor. Quizá es éste el sentido de una frase de
    W. Stekel, que me pareció en un principio incomprensi-
    ble, y en la que se afirma que el sentimiento primario en-
    tre los hombres es el odio y no el amor.

    e) Con respecto a la histeria, queda aún por in-
    dicar su íntima relación con la última fase del desarrollo
    de la libido, caracterizada por la primacía de los geni-
    tales y la introducción de la función reproductora. Este
    progreso sucumbe en la neurosis histérica, a la represión,
    a la cual no se enlaza una regresión a la fase pregenital.
    La laguna resultante en la determinación de la disposi-
    ción, a causa de nuestro desconocimiento de la evolución
    del Yo, se hace aquí aún más sensible que en la neurosis
    obsesiva.

    En cambio, no es difícil comprobar que también co-
    responde a la histeria una distinta regresión a un nivel
    anterior, La sexualidad del sujeto infantil femenino se en-
    cuentra, como ya sabemos, bajo el imperio de un órgano
    directivo masculino (el clítoris) y se conduce, en muchos
    aspectos, como la del niño. Un último impulso de la evo-
    lución, en la época de la pubertad, tiene que desvanecer
    esta sexualidad masculina y elevar a la categoría de zona
    erôgena dominante, la vagina, derivada de la cloaca. Pero

    — 175 —

  • S.

    ppnpء8سم屠క刀و

    es muy corriente que en la neurosis histérica de las muje-
    res, tenga efecto una reviviscencia de esta sexualidad
    masculina reprimida, contra la cual se dirige luego una
    lucha de defensa por parte de los instintos aliados del Yo.
    Pero me parece prematuro iniciar en este punto la discu-
    sion de los problemas de la disposiciôn histérica.

    ー 174 —