S.
Observaciones sobre el “amor de transfe-
rencia,
1915.Todo principiante en psicoanälisis teme principalmente
las dificultades que han de suscitarle la interpretaciön de
las ocurrencias del paciente y la reproducciön de lo repri-
mido. Pero no tarda en comprobar que tales dificultades
significan muy poco en comparaciön de las que surgen
luego en el manejo de la transferencia.De las diversas situaciones a que da lugar esta fase del
anälisis, quiero describir aquf una, precisamente delimita-
da, que merece especial atenciön, tanto por su frecuencia
y su importancia real, como por su inter&s teörico. Me re-
fiero al caso de que una paciente demuestre, con signos
inequfvocos, 0 declare abiertamente, haberse enamorado,
como otra mortal cualquiera, del m&dico que estä analizän-
dola. Esta situaciön tiene su lado cömico y su lado serio e
incluso penoso, y resulta tan complicada, tan inevitable y
tan dificil de resolver, que su discusiön viene constituyen-
do, hace mucho tiempo, una necesidad vital de la tecnica
psicoanalitica. Pero reconoci@ndolo asi, no hemos tenido
hasta ahora, absorbidos por otras cuestiones, un espacio
libre que poder dedicarla, aunque tambien ha de tenerse
en cuenta, que su desarrollo tropieza siempre con el obs-
täculo que supone la discreciön profesional, tan indispen-
sable en la vida, como embarazosa para nuestra discipli-
na. Pero en cuanto la literatura psicoanalitica pertenece— 185 —
S.
PROF. Ss. FREU»D
tambien a la vida real, surge aqui una contradicciön inso-
luble. Recientemente he tenido que infringir ya en un tra-
bajo, los preceptos de la discreciön, para indicar cömo
Pprecisamente esta situaciön concomitante a la transferen-
cia hubo de retrasar en diez anios el desarrolio de la tera-
pia psicoanalitica (1).Para el profano—y la psicoanälisis puede considerar
aün como tales a la inmensa mayoria de los hombres cul-
tos—los sucesos amorosos constituyen una categoria es-
pecialisima, un capitulo de nuestra vida que no admite
comparaciön con ninguno de los demäs. Asi, pues, al sa-
ber que la paciente se ha enamorado del medico, opinarä
que sölo caben dos soluciones: o las circunstancias de am-
bos les permiten contraer una uniön legitima y definitiva,
Cosa 50co frecuente, 0 lo que es mäs probable, tienen que
separarse y abandonar la labor terap&utica comenzada.
Existe, desde luego, una tercera soluciön, que parece,
ademäs, compatible con la continuaciön de la cura: la ini-
ciaciön de unas relaciones amorosas ilegitimas y pasaje-
ras; pero tanto la moral burguesa como la dignidad profe-
sional del medico la hacen imposible. De todos modos, el
profano demandarä que el analitico le presente alguna ga-
rantia de la exclusiön de este ültimo caso.Es evidente que el punto de vista del analftico ha de
ser completamente distinto.Supongamos que la situaciön se desenlaza conforme a
la segunda de las soluciones indicadas: EI medico y lapa-
ciente se separan al hacerse manifiesto el enamoramiento
de la primera, y la cura queda interrumpida. Pero el es-
tado de la paciente hace necesaria, Poco despu6s, una
nueva tentativa con otro medico, y resulta que la sujeto
acaba tambien por enamorarse de este segundo medico e(1) Vease el trabajo titulado «Historia del movimiento Psicoana-
Iitico>, inclufdo en el tomo zır de esta ediciön castellana.— 186 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
igualmente del tercero, etc. Este hecho, que no dejarä de
Ppresentarse en ningün caso y en el que vemos uno de los
fundamentos de la teoria psicoanalitica, entrafia importan-
tes ensehanzas, tanto para el medico como para la en-
ferma.Para el m&dico, supone una preciosa indicaciön y una
excelente prevenciön contra una posible transferencia re-
ciproca, pronta a surgir en &l. Le demuestra que el ena-
moramiento de la sujeto depende exclusivamente de la si-
tuaciön psicoanalitica y no puede ser atribufdo en modo
alguno a sus propios atractivos personales, por lo cual no
tiene el menor derecho a envanecerse de aquella «conquis-
ta», segün se la denominaria fuera del anälisis. Y nunca
estä de mäs tal advertencia. Para la paciente, surge una
alternativa: o renuncia definitivamente al tratamiento ana-
litico o ha de aceptar, como algo inevitable, un amor pa-
sajero por el medico que la trate (1).No dudo que los familiares de la enferma se decidirän
tan resueltamente por la primera de estas posibilidades
como.el analitico por la segunda. Pero, a mi juicio, es &ste
un caso en el que la decisiön no debe ser abandonada ala
solicitud cariiosa—y en el fondo celosa y egoista—de los
familiares: EI interes de la enferma debe ser el ünico fac-
tor decisivo, pues el carifio de sus familiares no le curarä
jamäs de su neurosis. EI analitico no necesita imponerse,
pero si puede afirmarse indispensable para la consecuciön
de ciertos resultados. Aquellos familiares de una paciente
que hacen suya la actitud de Tolstoi ante este problema,
pueden conservar tranquilos la posesiön imperturbada de
su mujer. o de su hija, pero tendrän que resignarse a que
tambien ella conserve su neurosis y la consiguiente alte-(1) Que la transferencia puede manifestarse tambien en otros
sentimientos menos tiernos, es cosa ya sabida y no hemos de entrar
a examinarla en el presente estudio.— 187 —
S.
u Free.
Situaciön es a Ss
Colögico Elm ido o el celo. © equivocan ade
mäs, por c mpleto, sj reen que la Paciente eScaparä al
Peligro de amorars, del Edico, Confiando la Curaciön© SU neurogis n tratamjento distinto dei analitico, La
nica difere, rd en que g Namoramiento, latente
Y no analiz (do, no Suministrarä jamäs aquella <ontribuciön
a la curaciön © El sabri; er el anälisj:a Ilegado la noticja de que algu, Mmedicos que
Practican nälisis Suels Teparar a las Päcientes a la
Apariciön de @ transferenci; amorosa incluso las incitan
a fomentar| la que e] andligig Progrese,, Diffeilmente
Puede Imagin, ca mäs desatinada on ella, sölo
consigue ej medii rancar a] fenöm: la fuerza roba-0
u
Aue Iuego ha de serle muy difici] vence,
nun Principio, no Parece, Ciertamente, que el Eenamo-
Tamiento Surgido en la transferencja Pueda Procurarnos
nada favorable ala cura, La Paciente, incluso ]a mäs duc-
il hasta entonces, Pierde, de repente, todo inter&s Por la
Cura y no Quiere ya hablar nj oir hablar Mäs que de su
Amor, para el cuald: da Correspondencia, No Mmuestra
ya ninguno de Jos Sintomas que antes la Aquejaban, ono
Se ocupa de ellos para nada, y se declara Completamentejedia, como cuando enmedio de una Tepresentaciön
teatraj Surge la voz de fuegos,. [a Primera vez que e]
MmeEdico se encuentra ante este fenömeno, le es muy difi-
eil no Perder de vista Ja Verdadera Situaciön analitica ynoincurrir en el error de creer realmente terminado el trata-
miento,Un poco de reflexjön basta, sin embargo, Para aprehen.
der la Situaciön Verdadera, En primer lugar, hemos de sos-18 _
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
pechar que todo aquello que viene a perturbar la cura es
una manifestaciön de la resistencia, y, Por 1o tanto, esta
tiene que haber participado ampliamente en la apariciön
de las exigencias amorosas de la paciente. Ya desde mu-
cho tiempo antes venfamos advirtiendo en la sujeto los
signos de una transferencia positiva y pudimos atribuir,
desde luego, a esta actitud suya con respecto al medico,
su docilidad, su aceptaciön de las explicaciones que le dä-
bamos en el curso del anälisis, su excelente comprensiön
yla claridad de inteligencia que en todo ello demostraba.
Pero todo esto ha desaparecido ahora, la paciente aparece
absorbida por su enamoramiento, y esta transformaciön se
ha produeido precisamente en un momento en el que su-
poniamos que la sujeto iba a comunicar 0 4 recordar un
fragmento especialmente penoso © intensamente reprimi-
do de la historia de su vida. Por lo tanto, el enamoramien-
to venia existiendo desde mucho antes, pero ahora co-
mienza a servirse de & la resistencia para coartar la con-
tinuaciön de la cura, apartar de la labor analitica el inter&s
de la paciente y colocar al medico en una posiciön emba-
razosa.Un examen mäs detenido de la situaciön nos descubre
en ella la influencia de ciertos factores que la complican.
Estos factores son, en parte, los concomitantes a todo ena-
moramiento, pero otros se nos revelan como manifestacio-
nes especiales de la resistencia. Entre los primeros, hemos
de contar la tendencia de la paciente a comprobar el poder
de sus atractivos, su deseo de quebrantar la autoridad del
medico haciendole descender al puesto de amante y todas
las demäs ventajas que trae consigo la satisfacciön amo-
rosa. De la resistencia, podemos, en cambio, sospechar,
que haya utilizado la declaraciön amorosa para poner a
prueba al severo analitico, que de mostrarse propicio a
abandonar su papel, habria recibido en el acto una dura
lecciön. Pero, ante todo, experimentamos la impresiön de— 189 —
S.
PR OF. SS . FR E UD
que actüa como un agente provocador, intensificando el
enamoramiento y exagerando la disposiciön a la entrega
sexual, para justificar Iuego, tanto mäs acentuadamente, la
acciön de la represiön, alegando los peligros de un tal
desenfreno. En estas circunstancias meramente accesorias,
que pueden muy bien no aparecer en los casos puros, ha
visto Alfred Adler el nödulo esencial de todo el proceso.Pero &cömo ha de comportarse el analitico para no fra-
casar en esta situaciön, cuando tiene la convicciön de que
la cura debe ser continuada, a pesar de la transferencia
amorosa y a traves de la misma?Me seria muy fäcil postular ahora, acogiendome a la
moral generalmente aceptada, que el analitico no debe
aceptar el amor que le es ofrecido ni corresponder a &l,
sino por el contrario, considerar llegado el momento de
atribuirse ante la mujer enamorada, la representaciön dela
moral, y moverla a renunciar a sus pretensiones amorosas
y a proseguir la labor analitica, dominando la parte animal
de su personalidad.Pero no me es posible satisfacer estas esperanzas y
tan poco su primera como su segunda parte. La primera
no, porque no escribo para la clientela, sino para los m&-
dicos, que han de luchar con graves dificultades, y ade-
mäs, porque en este caso me es posible referir el precepto
moral a su origen, esto es, a su adecuaciön a un fin. Por
esta vez, me encuentro afortunadamente en una situaciön
en la que puedo sustituir el precepto moral por las conve-
niencias de la t&cnica analitica, sin que el resultado sufra
modificaciön alguna.Todavia he de negarme mäs resueltamente a satisfa-
cer la segunda parte de las esperanzas indicadas. Invitar
a la paciente a yugular sus instintos, a la renuncia ya la
sublimaciön, en cuanto nos ha confesado su transferencia
amorosa, serfa un solemne desatino. Equivaldria a conju-
rar a un espiritu del averno, haci&ndole surgir ante nos-—- 10 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIOS
otros, y despedirle luego sin interrogarle. Supondria no
haber atrafdo lo reprimido a la conciencia mäs que para
reprimirlo de nuevo, atemorizados. Tampoco podemos
hacernos ilusiones sobre el resultado de un tal procedi-
miento. Contra las pasiones, nada se consigue con razo-
namientos, por elocuentes que sean. La paciente no verä
mäs que el desprecio y no dejarä de tomar venganza
de el.Tampoco podemos aconsejar un termino medio, que
quizä alguien consideraria el mäs prudente y que consisti-
ria en afirmar a la paciente que correspondemos a sus sen-
timientos y eludir, al mismo tiempo, toda manifestaciön
fisica de tal cariio, hasta poder encaminar la relaciön amo-
rosa por senderos menos peligrosos y hacerla ascender a
un nivel superior. Contra esta soluciön, he de objetar que
el tratamiento psicoanalitico se funda en una absoluta ve-
racidad, a la cual debe gran parte de su acciön educadora
y.de su valor &tico, resultando harto peligroso apartarse de
tal fundamento. Aquellos que se han asimilado verdadera-
mente la t&cnica analitica no pueden ya practicar el arte de
engafiar, indispensable a otros medicos, y suelen delatar-
se, cuando en algün caso lo intentan con la mejor inten-
ciön. Ademäs, como exigimos del paciente la mäs absolu-
ta veracidad, nos jugamos toda nuestra autoridad expo-
niendonos a que el mismo nos sorprenda en falta. Por
ültimo, la tentativa de fingir carifio a la paciente no deja
de tener sus peligros. Nuestro dominio sobre nosotros
mismos no es tan grande que descarte la posibilidad de
encontrarnos de pronto con que hemos ido mäs allä de lo
que nos habfamos propuesto. Asi, pues, mi opiniön es que
no debemos.apartarnos un punto de la indiferencia que
nos procura el vencimiento de la transferencia reciproca.Ya antes, he dejado adivinar, que la t&cnica analitica
impone al medico el precepto de negar a la paciente la sa-
tisfacciön amorosa por ella demandada. La cura debe des-11 —
S.
zas. Yen realidad, lo ünico que podriamos ofrecer a la
enferma serian subrogados, pues mientras no queden ven-
cidas sus represiones, su estado la incapacita para toda
satisfacciön real. -Concedemos, desde Iuego, que el principio de que la
cura analitica debe desarrollarse en la abstinencia, va
mucho mäs allä del caso Particular aqui estudiado y preci-
sa de una discusiön mäs detenida, en la que quedarian
fijados los limites de su posibilidad en la präctica, Mas,
por ahora, eludiremos la Cuestiön, para atenernos lo mäs
estrictamente posible a la situaciön de la que hemos par-
tido, eQu& sucederia si el medico se condujese de otro
modo y utilizase la eventual libertad Suya y de la paciente,
para corresponder al amor de esta dltima y satisfacer su
necesidad de cariio?Si al adoptar esta resoluciön Io hace guiado por el pro-
Pösito de asegurarse asi el dominio sobre la Paciente, mo-
verla a resolver los problemas de la cura y conseguir, por
tanto, libertarla de su neurosis, la experiencia no tardarä
en demostrarle que ha errado por completo el cälculo. La
paciente conseguirä su fin, y en cambio, €], no alcanzarä
jamäs el suyo. Entre el medico y la enferma se habria
desarrollado otra vez la divertida historia del cura y el
agente de seguros: Un agente de seguros muy poco dado
a las cosas de la religiön, cay6 gravemente enfermo ysus
familiares llamaron a un sabio sSacerdote, para que inten-19 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
tara convertirle antes de la muerte. La conversaciön se
prolonga tanto, que los parientes comienzan a abrigar al-
guna esperanza. Por ültimo, se abre la puerta de la alco-
ba. El incr&dulo no se ha convertido, pero el sacerdote
vuelve a su casa asegurado contra toda clase de riesgos.El hecho de que la paciente viera correspondidas sus
pretensiones amorosas constituirfa una victoria para ellay
una total derrota para la cura. La enferma habria conse-
guido, en efecto, aquello a lo que aspiran todos los pa-
cientes en el curso del anälisis, habria conseguido repetir,
realmente, en la vida, algo que sölo debfa recordar, repro-
duciendolo como material psiquico y manteniendolo en los
dominios animicos (1). En el curso ulterior de sus relacio-
nes amorosas manifestaria luego todas las inhibiciones y
todas las reacciones patolögicas de su vida erötica, sin que
fuera posible corregirlas, y la dolorosa aventura terminaria
dejändola Ilena de remordimiento y habiendo intensificado
considerablemente su tendencia a la represiön. Las rela-
ciones amorosas ponen, en efecto, un termino a toda
posibilidad de influjo por medio del tratamiento analitico.
La reuniön de ambas cosas es algo monstruoso e impo-
sible. \Ast, pues, la satisfacciön de las pretensiones amorosas
de la paciente es tan fatal para el anälisis como su repre-
siön. El camino que ha de seguir el analitico es muy otro
y carece de antecedentes en la vida real. Nos guardamos
de desviar a la paciente de su transferencia amorosa o
disuadirla de ella, pero tambien, y con igual firmeza, de
toda correspondencia. Conservamos la transferencia amo-
rosa, pero la tratamos como algo irreal, como una situa-
ciön por la que se ha de atravesar fatalmente en la cura,
que ha de ser referida a sus origenes inconscientes y que
ha de ayudarnos a llevar a la conciencia de la paciente los(1) Vease el trabajo que precede: «Recuerdo...», etc.
— 195 — 135S.
PROF. SS. FRE UD
elementos mäs ocultos de su vida erötica, someti&ndolos
asi a su dominio consciente. Cuanto mäs resueltamente
damos la impresiön de hallarnos asegurados contra toda
tentaciön, antes podremos extraer de la situaciön todo su
contenido analitico. La paciente cuya represiön sexual no
ha sido adın levantada, sino tan sölo relegada a un ültimo
termino, se sentirä entonces suficientemente segura para
comunicar francamente todas las fantasias de su deseo
sexual y todos los caracteres de su enamoramiento, y par-
tiendo de estos elementos nos mostrarä el camino que ha
de conducirnos a los fundamentos infantiles de su amor.Con una cierta categoria de mujeres fracasarä, sin em-
bargo, esta tentativa de conservar, sin satisfacerla, la
transferencia amorosa, para utilizarla en la labor analitica.
Son &stas las mujeres de pasiones elementales, que no to-
leran subrogado alguno, naturalezas primitivas, que no
quieren aceptar lo psfquico por lo material. Estas personas
nos colocan ante el dilema de corresponder a su amor o
atraernos la hostilidad de la mujer despreciada. Ninguna
de estas dos actitudes es favorable a la cura, y por lo
tanto, habremos de retirarnos sin obtener resultado algu-
no y reflexionando sobre el problema de cömo puede ser
compatible la aptitud para la neurosis.con una tan indoma-
ble necesidad de amor.La manera de hacer aceptar poco a poco la concepciön
analitica a oträs enamoradas menos violentas se habrä re-
velado seguramente, en identica forma, a muchos analiti-
cos. Consiste, sobre todo, en hacer resaltar la innegable
participaciön de la resistencia en aquel «amor». Un enamo-
ramiento verdadero haria mäs döcil’a la paciente e intensi-
ficarfa su buena voluntad en resolver los problemas de su
caso, sölo porque el hombre amado lo pedia. Una mujer
realmente enamorada anhelarfa obtener la curaciön com-
pleta, para alcanzar un mayor valor a los ojos del medico
y preparar la realidad en la que poder desarrollar ya libre-194 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
mente su inclinaciön amorosa. Pero en lugar de todo esto,
la paciente se muestra caprichosa y desobediente, ha de-
jado de interesarse por el anälisis y seguramente de creer
en las afirmaciones del medico. Asi, pues, lo que hace no
es sino manifestar una resistencia bajo la forma de enamo-
ramiento y sin tener siquiera en cuenta que de aquel modo
coloca al medico en una situaciön muy embarazosa, pues
si rechaza su pretendido amor, como se lo aconsejan su
deber y su conocimiento de la situaciön real, darä pretexto
ala paciente para hacerse la despreciada y eludir en ven-
ganza la curaciön que &l podia ofrecerla, como ahora la
elude con su enamoramiento.Como segundo argumento contra la autenticidad de
este amor, aducimos la afirmaciön de que el mismo no
presenta ni un solo rasgo nuevo, nacido de la situaciön
actual, sino que se compone, en sıı totalidad, de repeticio-
nes y ecos de reacciones anteriores e incluso infantiles, y
nos comprometemos a demosträrselo asi a la paciente con
el anälisis detallado de su conducta amorosa.Si a estos argumentos agregamos una cierta paciencia,
conseguiremos, casi siempre, dominar la diffcil situaciön y
continuar la labor analitica, cuyo fin mäs inmediato serä el
descubrimiento de la elecciön infantil de objeto y de las
fantasias a ella enlazadas. Pero antes de seguir adelante,
quiero examinar criticamente los argumentos expuestos y
plantear la interrogaciön de si decimos con ellos a la pa-
ciente toda la verdad o no son mäs que un recurso enga-
fioso del que hemos echado mano para salir del mal paso.
O dich de otro modo: El enamoramiento que se hace ma-
nifiesto en la cura analitica ano puede realmente ser teni-
do por verdadero?A mi juicio, hemos dicho a la paciente la verdad, pero
no toda la verdad, sin preocuparnos de lo que pudiera re-
sultar. De nuestros dos argumentos, el mäs poderoso es
el primero. La participaciön de la resistencia en el amor de15 —
S.
PROF. SS. ER E UD
transferencia es indiscutible y muy amplia. Pero la resis-
tencia misma no crea este amor, lo encuentra ya ante si,
y se sirve de &l, exagerando sus manifestaciones. No
aporta, pues, nada contrario a la autenticidad del fenöme-
no. Nuestro segundo argumento es mäs debil; es cierto
que este enamoramiento se compone de nuevas ediciones
de rasgos antiguos y repite reacciones infantiles. Pero tal
es el caräcter esencial de todo enamoramiento. No hay
ninguno que no repita modelos infantiles. Precisamente
aquello que constituye su caräcter obsesivo, rayano en lo
patolögico, procede de su condicionalidad infantil. El amor
de transferencia presenta, quizä, un grado menos de liber-
tad que el amor corriente, Ilamado normal; delata mäs cla-
ramente su dependencia del modelo infantil y se muestra
menos ductil y menos susceptible de modificaciön, pero
esto no es todo, ni tampoco lo esencial.«En que otros caracteres podemos, pues, reconocer la
autenticidad de un amor? gAcaso en su capacidad de ren-
dimiento, en su utilidad para la consecuciön del fin amoro-
so? En este punto, el amor de transferencia parece no te-
ner nada que envidiar alos demäs. Nos da la impresiön de
poder conseguirlo todo de &l. .Resumiendo: No tenemos derecho alguno a negar al
enamoramiento que surge en el tratamiento analitico, el ca-
räcter de «autentico». Si nos parece tan poco normal, ello
se debe principalmente a que tambien el enamoramiento
corriente, ajeno a la cura analitica, recuerda mäs bien los
fenömenos anfmicos anormales que los normales. De todos
modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le
aseguran una posiciön especial: 1.° Es provocado por la
situaciön analitica; 2.°, queda intensificado por la resisten-
cia dominante en tal situaciön; y 3.°, es menos prudente,
mäs indiferente a sus consecuencias y mäs ciego en la es-
timaciön de la persona amada, que otro cualquier enamo-
ramiento normal. Pero no debemos tampoco olvidar que16 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
precisamente estos caracteres divergentes de lo normal
constituyen el nödulo esencial de todo enamoramiento.Para la conducta del medico resulta decisivo el primero
de los tres caracteres indicados. Sabiendo que el enamo-
ramiento de la paciente ha sido provocado por la inicia-
ciön del tratamiento analitico de la neurosis, tiene que con-
siderarlo como el resultado inevitable de una situaciön
medica, anälogo a la desnudez del enfermo durante un re-
conocimiento o a su confesiön de un secreto importante.
En consecuencia le estarä totalmente vedado extraer de &l
provecho personal alguno. La buena disposiciön de la pa-
ciente no invalida en absoluto este impedimento y echa
sobre el medico toda la responsabilidad, pues &ste sabe
perfectamente que para la enferma no existia otro camino
de llegar a la curaciön. Una vez vencidas todas las difi-
cultades, suelen confesar las pacientes, que al emprender
la cura, abrigaban ya la siguiente fantasia: Si me porto
bien, acabar& por obtener, como recompensa, el carifio
del medico.Asi, pues, los motivos &ticos y los t&cnicos coinciden
aqui para apartar al m&dico de corresponder al amor de la
paciente. No debe perder de vista que su fin es devolver
a la enferma la libre disposiciön de su facultad de amar,
coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolversela,
no para que la emplee en la cura, sino para que haga uso
de ella mäs tarde, en la vida real, una vez terminado el
tratamiento. No debe representar con ella la escena de las
carreras de perros, en las cuales el premio es una ristra de
salchichas y que un chusco estropea, tirando ala pista una
ünica salchicha, sobre la cual se arrojan los corredores,
olvidando la carrera y el copioso premio que espera el ven-
cedor. No he de afirmar que siempre resulte fäcil para el
medico mantenerse dentro de los limites que le prescriben
la etica y la t&cnica. Sobre todo para el medico joven y
carente aün de lazos fijos. Indudablemente, el amor sexual19 —
S.
PROF. SS. FRE UD
es uno de los contenidos principales de la vida y la re-
uniön de la satisfacciön animica y fisica en el placer amo-
roso constituye, desde luego, uno de los puntos culmi-
nantes de la misma. Todos los hombres, salvo algunos
obstinados fanäticos, lo saben asi y obran en consecuen-
cia, aunque no se atrevan a confesarlo. Por otra parte, es
harto penoso para el hombre rechazar un amor que se le
ofrece; y de una mujer interesante, que nos confiesa noble-
mente su amor, emana siempre, a pesar de la neurosis y
la resistencia, un atractivo incomparable. La tentaciön no
reside en el requerimiento puramente sensual de la pacien-
te, que por si solo quizä produjera un efecto negativo, ha-
ciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensiön para
ser disculpado como un fenömeno natural. Las otras ten-
dencias femeninas, mäs delicadas, son, quizä, las que en-
trafian el peligro de hacer olvidar al medico la t&cnica y
su labor profesional, en favor de una bella aventura.Y sin embargo, para el analitico ha de quedar excluida
toda posibilidad de abandono. Por mucho que estime el
amor, ha de estimar mäs su labor de hacer franquear a la
paciente un escalön decisivo de su vida. La enferma debe
aprender de €] a dominar el principio del placer y a renun-
ciar a una satisfacciön pröxima, pero socialmente ilicita,
en favor de otra mäs lejana e incliso incierta, pero irre-
prochable tanto desde el punto de vista psicolögico como
desde el social. Para alcanzar un tal dominio ha de ser
conducida a trav&s de las €pocas primitivas de su desarro-
Ilo psiquico y conquistar, en este camino, aquel incremento
de la libertad animica que distingue a la actividad psiquica
consciente—en un sentido sistemätico—de la inconsciente.De este modo, el psicoterapeuta ha de librar un triple
combate: En su interior, contra los poderes que intentan
hacerle descender del nivel analitico; fuera del anälisis,
contra los adversarios que le discuten la importancia de
las fuerzas instintivas sexuales y le prohiben servirse de18 —
S.
TECNICA DE LA PSICOANALISIS
ellas en su t&cnica cientifica, y en el anälisis, contra sus
pacientes, que al principio se comportan como los adversa-
rios, pero manifiestan Iuego la hiperestimaciön de la vida
sexual, que los domina, y quieren aprisionar al me&dico en
las redes de su pasiön, no refrenada socialmente.Los profanos de cuya actitud ante la psicoanälisis ha-
ble en un principio, tomarän seguramente pretexto de esta
exposiciön sobre el amor de transferencia para llamar la
atenciön de las gentes sobre los peligros de nuestro me&-
todo terap£&utico. EI psicoanalitico sabe que opera con
fuerzas explosivas y que ha de observar la misma pruden-
cia y la misma escrupulosidad que un quimico en su labo-
ratorio. dPero cuändo se ha prohibido a un quimico conti-
nuar trabajando en la obtenciön de materias explosivas
indispensables, alegando el peligro de su labor? Es harto
singular que la psicoanälisis haya de ir conquistando una
tras otra todas las licencias concedidas hace ya mucho
tiempo a las demäs actividades medicas. Desde Iuego, no
pretendo la supresiön de los otros tratamientos mäs ino-
centes. Bastan en algunos casos, y en definitiva, para la
sociedad humana es tan inütil el «furor sanandi» como
cualquier otro fanatismo. Pero supone estimar muy por
bajo el origen y la importancia präctica de las psiconeuro-
sis, creer posible vencerlas operando con medios sencillos
e inocuos. No; en la acciön medica siempre quedarä, junto
a la «medicina», un lugar para el «ferrum» y para el «ig-
nis», y de este modo, siempre serä indispensable la psico-
anälisis entera y verdadera, la que no se asusta de mane-
jar las tendencias animicas mäs peligrosas y dominarlas
para el mayor bien del enfermo.19 —
freud-1930-obras-14
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