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Dos mentiras infantiles
1913.
Es explicable que los nifios mientan cuando no hacen
sino imitar las mentiras de los adultos. Pero un cierto nü-
mero de mentiras de nifios de excelente condici6n, tienen
un significado especial y debian hacer reflexionar a los
padres, en lugar de indignarles. Dependen de intensos
motivos erôticos y pueden acarrear fatales consecuencias,
cuando provocan una mala inteligencia entre el infantil
sujeto у la persona por él amada.Una niña de siete años, en su segundo año de escuela
primaria, pide dinero a su padre, para comprar pinturas
con que teñir los huevos de Pascua. El padre rehusa, ale-
gando no tener dinero. Poco después, renueva la niña su
demanda, pero justificindola con la obligaciôn de contri-
tuir a una colecta escolar, destinada a adquirir una corona
para los funerales de una persona real. Cada uno de los
colegiales debe aportar cincuenta céntimos. El padre le da
diez marcos. Paga la niña su aportación, deja nueve mar-
cos sobre la mesa del despacho paterno, y con los cin-
cuenta céntimos restantes, compra las pinturas deseadas,
que esconde en el cajón de sus juguetes. Durante la comi-Nel]
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PROF. "8. & DR
da, el padre le pregunta qué ha hecho con el dinero que
falta y si no lo ha empleado en las pinturas. Ella lo niega,
pero su hermano, dos afios mayor, la delata. Las pinturas
son encontradas entre los juguetes. El padre, muy enfa-
dado, abandona а la pequeña delincuente en manos de la
madre, que la administra un severo correctivo. Luego,
conmovida ante la intensa desesperación de la niña, la
acaricia y sale con ella de paseo, para consolarla. Pero los
efectos de este suceso, considerado por la paciente mis-
ma como «punto critico» de su niñez, resultan ya inevita-
bles. La sujeto, que hasta aquel d a era una niña travies
y voluntariosa, se hace tímida y hosca. Durante los pre-
parativos de su boda, es presa de incomprensibles arreba-
tos de cólera cada vez que su madre efectúa alguna com-
pra para su nuevo hogar. Piensa que el dinero a tal efecto
destinado, es de su exclusiva propiedad, sin que nadie,
fuera de ella, tenga derecho a administrarlo. De recién
casada, le repugna pedir, a su marido, dinero para sus
gastos personales y establece una cuidadosa separación,
innecesaria, entre el dinero de su marido y el «suyo». Du-
rante el tratamiento, sucede alguna vez, que los envíos
monetarios de su marido sufren retraso, dejándola sin di-
nero en una ciudad desconocida. Al darme, una vez, cuen-
ta de ello, la hago prometer, que si volvía a encontrarse
en tales circunstancias, aceptaría de mí el pequeño présta-
mo necesario para esperar, sin apuros, la llegada del giro.
Me lo promete, pero al repetirse el hecho, no mantiene la
promesa y prefiere empeñar una joya. A mis reproches
contesta que le es imposible aceptar de mí, dinero alguno.La infantil apropiación de los cincuenta céntimos tenía
un significado que el padre no podía sospechar. Algún
tiempo antes de su ingreso en la escuela primaria había
realizado la niña un acto singular, en el que también había
intervenido dinero. Una vecina la había entregado una
corta cantidad, para que acompañara a un hijo suyo, másー 196 —
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pequeño aún, a efectuar una compra. Realizada ésta, vol-
vía a casa con el dinero sobrante, pero al ver en la callea
la criada de la vecina, arrojó al suelo las monedas. En el
análisis de este acto, incomprensible para ella misma, sur-
gió, como asociación espontánea, la idea de Judas, que
arrojó los dineros recibidos por su traición. Declara tener
la seguridad de haber oído relatar la historia de la Pasión
antes de ir a la escuela. ¿Pero hasta qué punto está justi-
ficada su identificación con Judas?A la edad de tres años, tuvo una niñera, a la que tomó
intenso cariño. Esta niñera entabló relaciones eróticas con
un médico, a cuya consulta acudía acompañando a la niña,
la cual debió de ser testigo de distintos actos sexuales.
No es seguro que viera al médico dar dinero a la mucha-
cha, pero sí que esta última se aseguraba el silencio rega-
lándola algunas monedas con las que adquirir golosinas al
retomar a casa. También es posible que el mismo médico
diera alguna vez dinero a la niña. Impulsada ésta por un
sentimiento de celos, delató, sin embargo, un día, los ma-
nejos de su guardadora. Al llegar a casa, se puso a jugar
con una moneda de cinco céntimos, tan ostensiblemente,
que su madre hubo de interrogarla sobre la procedencia
de aquel dinero. La niñera fué despedida.El acto de tomar dinero de alguien adquirió, para ella,
desde muy temprano, la significación de la entrega física,
de las relaciones eróticas. Tomar dinero del padre equiva-
lía a hacerle objeto de una declaración de amor. La fanta-
sía de tener al padre por novio, resultaba tan seductora,
que el deseo infantil de comprar pinturas con las que teñir
los huevos de Pascua se sobrepuso fácilmente, con su
ayuda, a la prohibición. Pero le era imposible confesar la
apropiación del dinero. Tenía que negarla, porque el mo-
tivo del acto, inconsciente para ella misma, era inconfesa-
ble. El castigo impuesto por el padre constituía, así, una
repulsa del cariño ofrecido, un doloroso desprecio, y que-~~ 127 —
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brantó el ánimo de la nifia. Durante el tratamiento, surgió
una intensa depresión, cuyo análisis condujo al recuerdo
de lo anteriormente relatado, al verme yo obligado a co-
piar el desprecio paterno, rogándola que no me trajese
más flores.Para el psicoanalítico, no es casi necesario acentuar,
que el pequeño suceso infantil integra uno de los frecuen-
tes casos de persistencia del primitivo erotismo anal en la
vida erótica ulterior. También el deseo de teñir de colores
los huevos procede de la misma fuente.I
Una señora, gravemente enferma hoy, a consecuencia
de una dura imposiciôn de la vida real, era de niña, singu-
larmente trabajadora, juiciosa y amante de la verdad, con-
virtiéndose luego en mujer de fina sensibilidad y muy ca-
riñosa para con su marido. Pero en una época aún más
temprana, en los primeros años de su vida, había sido una
criatura terca y descontentadiza, y durante el período de
su transformación a una bondad y una escrupulosidad exa-
geradas, cometió algunas faltas, que luego, en los tiem-
pos de su enfermedad, se reprochaba severamente, con-
siderándolas como signos de una perversión fundamental.
Sus recuerdos la acusaban de haberse hecho culpable,
por entonces, de frecuentes mentiras. Una vez, camino
del colegio, se vanaglorió una de sus condiscipulas de -
haber tenido, aquel día, hielo (Eis-hielo-helado) en el al-
muerzo, contestando ella: En casa lo tenemos todos los
días. En realidad, no comprendía siquiera lo que podía
significar tener hielo en el almuerzo, ni conocía el hielo
más que en los largos bloques en que es repartido por los
«coches de las fábricas, pero suponía que las palabras deー 128 —
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em ra S. Ma a V aa
su compafiera aludian a algo muy distinguido y no queria
ser menos.Teniendo diez afios, la encargaron, en la clase de di-
bujo, que trazara a pulso una circunferencia. Pero ella
hizo uso del compás, y de este modo, trazó en seguida
una curva perfecta, que enseñó, triunfante, a su vecina
de clase. El profesor, que la oyó vanagloriarse, examinó
el dibujo, y al descubrir en él, las huellas del compás, la
incitó a que confesara su engaño. La niña negó tenaz-
mente, sin dejarse convencer por prueba alguna y acabó
encerrándose en un hosco mutismo. El profesor puso el
hecho en conocimiento del padre, pero la buena conducta
general de la muchacha les determinó a no dar al suceso
consecuencia alguna.Las dos mentiras de la niña dependían del mismo com-
plejo. Siendo la mayor de cinco hermanas, había desarro-
llado, desde muy temprano, una adhesión extraordinaria-
mente intensa a su padre, que luego, en años ulteriores,
había de hacerla desdichada para toda su vida. Sin embar-
go, no pudo tardar en descubrir, que su amado progenitor
no poseía aquella grandeza que tan dispuesta estaba a
atribuirle. Tenía que luchar con dificultades económicas y
по era tan poderoso ni tan noble como ella había creido.
Pero la sujeto no podía aceptar una tal disminución de su
ideal. Acumulando, según hábito femenino, toda sú ambi-
ción, en la persona del hombre amado, puso toda su alma
en apoyar a su padre contra el mundo entero. De este
modo, mentia vanidosamente ante sus condiscipulos, para
no disminuir a su padre. Cuando, mås tarde, aprendi6 a
identificar la palabra «Eis»—hielo, con la palabra «Glace»
—helado, quedö abierto el camino por el cual el reproche
dependiente de estas reminiscencias pudo convertirse en
un temor angustioso a los fragmentos de vidrio. (Glace—
helado; Glas—vidrio.)El padre era un excelente dibujante y había despertado
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muchas veces el encanto y la admiracién de sus hijos, con
muestras de su talento. Identificåndose con él, dibujó la
niña en el colegio, aquella circunferencia cuya perfección
sólo podía lograr por medios engañosos. Fué como si qui-
siera dar a entender orgullosamente: Fijaros las cosas que
mi padre sabe hacer. El sentimiento de culpabilidad con-
comitante a su intensa inclinación hacia su padre halló
una expresión en el engaño intentado, cuya confesión re-
sultaba imposible por el mismo motivo del caso anterior,
pues hubiera equivalido a la del amor incestuoso.No deben ciertamente despreciarse estos episodios de
la vida infantil. Sería un grave error fundar, en tales deli-
tos infantiles, el pronóstico de un carácter inmoral. De-
penden de los más enérgicos motivos del alma infantil y
anúncian las disposiciones a destinos ulteriores y a futu-
ras neurosis.Za
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