S.
Sobre las transmutaciones de los instintos
y especialmente del erotismo anal1916-17.
Fundado en mis observaciones psicoanaliticas, expuse
hace afios la sospecha de que la coincidencia de tres con-
diciones de caricter—el orden, la economía y
la tenacidad—en un mismo individuo, indicaba una
acentuación de los componentes eróticos anales, agotada
fuego, al avanzar la evolución sexual, en la constitución
de tales reacciones predominantes del Yo (1).Me interesaba entonces, ante todo, dar a conocer una
relación comprobada en múltiples análisis y no me ocupé
gran cosa de su desarrollo teórico. De entonces acá, he
comprobado casi generalmente mi opinión de que todas y
cada una de las tres condiciones citadas: la avaricia, la mi-
nuciosidad y la tenacidad, nacen de estas fuentes, o dicho
de un modo más prudente y exacto, reciben de ellas, im-
portantísimas aportaciones. Aquellos casos a los cuales
imponía la coincidencia de los tres rasgos mencionados un
sello especial (carácter anal) eran sólo casos extremos, en
los cuales la relación que venimos estudiando se revelaba
incluso a la observación menos penetrante.Algunos años después, guiado por la imperiosa coer-
ción de una experiencia psicoanalítica que se imponía a(1) Véase el estudio precedente: «El carácter y el erotis-
mo anal».
i =S.
BM wos ed G- eu
toda duda, deduje, de la amplia serie de impresiones acu-
mulada, que en la evoluciôn de la libido anterior a la fase
de la primacia genital, habiamos de suponer la existencia
de una «organización pregenital» en la que el sadismo y
el erotismo anal desempeñan los papeles directivos (1).La interrogación sobre los destinos ulteriores de los
instintos eróticos anales se nos planteaba ya aquí de un
modo ineludible. ¿Qué suerte corrían una vez despojados
de su significación en la vida sexual, por la constitución
de la organización genital definitiva? ¿Continuaban exis-
tiendo sin modificación alguna, pero en estado de repre-
sión; sucumbían a la sublimación; se consumían en una
transmutación en condiciones del carácter; o eran acogi-
dos en la nueva estructura de la sexualidad, determinada
por la primacía de los genitales? O, mejor, no siendo pro-
bablemente uno solo de estos destinos el único.abierto al
erotismo anal, ¿en qué forma y medida participan estas
diversas posibilidades en la suerte del erotismo anal, cu-
yas fuentes orgánicas no pudieron quedar cegadas por la
constitución de la organización genital?Parecía que no habríamos de carecer de material para
dar respuesta a estas interrogaciones, puesto que los pro-
cesos de evolución y transmutación correspondientes te-
nian que haberse desarrollado en todas las personas ob-
jeto de la investigación psicoanalítica. Pero este material
es tan poco transparente y la multiplicidad de sus aspec-
tos produce tal confusión, que aun hoy en día me es im-
posible ofrecer una solución completa del problema, pu-
diendo sólo aportar algunos elementos para la misma. Al
hacerlo así, no habré de eludir las ocasiones que buena-
mente se me ofrezcan de mencionar otras transmutaciones
de instintos ajenos al erotismo anal. Por último, haremos
constar, aunque casi nos parece innecesario, que los pro-(1) Vease el estudio inmediato, titulado <La disposición a la
neurosis obsesiva».ー 155 —
S.
pPoF.«5.-PE»D
cesos evolutivos que pasamos a describir, han sido dedu-
cidos—como siempre en la psicoanálisis— de las regresio-
nes a ellos impuestas por los procesos neuróticos.Como punto de partida, podemos elegir la impresión
general de que los conceptos de excremento (dine-
ro, regalo), niño y pene, no son exactamente discri-
minados y sí fácilmente confundidos, en los productos de
lo inconsciente. Al expresarnos así, sabemos, desde luego,
que transferimos indebidamente a lo inconsciente, términos
aplicados a otros sectores de la vida anímica, dejándonos
seducir por las comodidades que las comparaciones nos
procuran. Repetiremos, pues, en términosmás libres de ob-
jeción, que tales elementos son frecuentemente tratados,
en lo inconsciente, como equivalentes e intercambiables.La relación entre «nino» y «pene» es la más fácil de
observar. No puede ser indiferente que ambos conceptos
puedan ser substituidos en el lenguaje simbólico del sue-
ño y en el de la vida cotidiana, por un símbolo común. El
niño es, como el pene, «el pequeño» (das «Kleine:). Sa-
bido es, que el lenguaje simbólico se sobrepone muchas
veces a la diferencia de sexos. El «pequeño», que origina-
riamente se refería al miembro viril, ha podido, pues, pa-
sar, secundariamente, a designar los genitales femeninos.Si investigamos hasta una profundidad suficiente la
neurosis de una mujer, tropezamos, frecuentemente, con
el deseo reprimido de poseer, como el hombre, un pene.
Un fracaso accidental de su vida, consecuencia muchas
veces de esta misma disposición masculina, ha vuelto a
activar este deseo infantil, integrado por nosotros, como
«envidia del pene», en el complejo de la castración, y lo
ha convertido, por medio de una regresión de la libido, en
sustentáculo principal de los síntomas neuróticos. En
otras mujeres, no llegamos a descubrir huella alguna de
este deseo de un pene, apareciendo, en cambio, el de
tener un hijo, deseo este último, cuyo incumplimientoSMS
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ENFAYOS,-goF-192«
puede luego desencadenar la neurosis. Es como si estas
mujeres hubieran comprendido—cosa imposible en la rea-
lidad—que la naturaleza ha dado a la mujer los hijos como
compensación de todo lo demás que hubo de negarla. Por
último, en una tercera clase de mujeres, averiguamos que
abrigaron sucesivamente ambos deseos. Primero, quisie-
ron poseer un pene, como el hombre, y en una época ul-
terior, pero todavía infantil, se substituyó en ellas, a este
deseo, el de tener un hijo. No podemos rechazar la impre=
sión de que tales diferencias dependen de factores acci-
dentales de la vida infantil—la falta de hermanos o su
existencia, el nacimiento de un hermanito en época de-
terminada, etc.—de manera que el deseo de poseer un
pene sería idéntico, en el fondo, al de tener un hijo.No nos es difícil indicar el destino que sigue el deseo
infantil de poseer un pene, cuando la sujeto permanece
exenta de toda perturbación neurótica en su vida ulterior.
Se transforma entonces en el de encontrar marido, acep-
tando, así, al hombre, como un elemento accesorio, inse-
parable del pene. Esta transformación inclina a favor de
la función sexual femenina, un impulso originariamente
contrario a ella, haciéndose así posible, a estas mujeres,
una vida erótica adaptada a las normas del tipo masculino
del amor a un objeto; la cual puede coexistir con la pro-
piamente femenina, derivada del narcisismo. Pero ya
hemos visto, que en otros casos, es el deseo de un hijo el
que trae consigo la transición desde el egoísmo narcisista
al amor a un objeto. Así, pues, también en este punto,
puede quedar el niño representado por el pene.He tenido varias ocasiones de conocer sueños femeni-
nos subsiguientes a un primer contacto sexual. Estos sue-
ños descubrían siempre el deseo de conservar en el pro-
pio cuerpo, el miembro masculino, correspondiendo, por
lo tanto, a parte de su base libidinosa, a una pasajera re-
gresión, desde el hombre, al pene, como objeto deseado.— 157 —
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නී ОР Еау DRP E ED
Nos inclinaremos, seguramente, a referir de un modo pu-
ramente racional, el deseo orientado hacia el hombre, al
deseo de tener un hijo, ya gue alguna vez ha de compren-
der la sujeto que sin la colaboración del hombre no puede
alcanzar tal deseo. Pero lo que al parecer sucede, es que
el deseo cuyo objeto es el hombre nace independiente-
mente del de tener un hijo y que cuando emerge, obede-
ciendo a motivos comprensibles, pertenecientes por com-
pleto a la psicología del Yo, se asocia a él, como refuerzo
libidinoso inconsciente, el antiguo deseo de un pene.La importancia del proceso descrito reside en que
transmuta en feminidad una parte de la masculinidad nar-
cisista de la joven, haciéndola inofensiva para la función
sexual femenina. Por otro camino, se hace también utili-
zable en la fase de la primacía genital, una parte del ero-
tismo de la fase pregenital. El niño es considerado aún
como un «mojón» (véase el análisis de Juanito) (1), como
algo expulsado del cuerpo por el intestino. El lenguaje
corriente nos ofrece un testimonio de esta identidad en la
expresión «regalar» un niño» (ein Kind schen-
ken). El excremento es, en efecto, el primer regalo
infantil. Constituye una parte del propio cuerpo, de la
cual el niño de pecho sólo se separa a ruegos de la per-
sona amada, o espontáneamente para demostrarla su ca-
riño, pues por lo general, no ensucia a las personas extra-
ñas. (Análogas reacciones, aunque menos intensas, se
dan con respecto a la orina). En la defecación, se plantea
al niño una primera decisión entre la disposición narcisista
y el amor a un objeto. Expulsará dócilmente los excre-
mentos como «sacrificio» al amor, o los retendrá para la
satisfacción autoerótica, y más tarde, para la afirmación
de su voluntad personal. Con la adopción de esta segun-
da conducta, quedará constituída la obstinación (la(1) Se publicará en el tomo XV de esta edición castellana.
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sleAYOs-lscöstks
tenacidad) que, por lo tanto, tiene su origen en una per-
sistencia narcisista en el erotismo anal.La significaciôn mas inmediata que adquiere el interés
por el excremento no es, probablemente, la de oro-
dinero, sino la de regalo. El niño no conoce más
dinero que el que le es regalado; no conoce dinero pro-
pio, ni ganado, ni heredado. Como el excremento es su
primer regalo, transfiere fácilmente su interés desde esta
materia a aquella nueva que le sale al paso, en la vida,
como el regalo más importante. Aquellos que duden de la
exactitud de esta derivación del regalo, pueden consultar
la experiencia adquirida en sus tratamientos psicoanalíti-
cos, estudiando los regalos que hayan recibido de sus en-
fermos y las tempestuosas transferencias que pueden pro-
vocar al hacer algún regalo al paciente.Así, pues, el interés por los excrementos persiste en
parte, transformado en interés por el dinero, y es deriva-
do, en su otra parte, hacia el deseo de un niño. En este
último deseo coinciden un impulso erótico anal y un im-
pulso genital (envidia del pene). Pero el pene tiene tam-
bién una significación erótico-anal independiente del deseo
de un niño. La relación entre el pene y la cavidad mucosa
por él ocupada y estimulada, preexiste ya en la fase pre-
genital, sádico-anal. La masa fecal—o «barra» fecal, se-
gún expresión de uno de mis pacientes—es, por decirlo
así, el primer pene, y la mucosa por él excitada, la del
intestino ciego. Hay sujetos cuyo erotismo anal ha persis-
tido invariado e intenso hasta los años inmediatos a la
pubertad (hasta los diez o los doce años). Por ellos, ave-
riguamos que ya durante esta fase pregenital habían des-
arrollado en fantasías y juegos perversos, una organiza-
ción análoga a la genital, en la cual el pene y la vagina
aparecian representados por la masa fecal y el intestino.
En otros individuos—neuróticos obsesivos—puede com-
probarse el resultado de una degradación regresiva de lacw
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P RO M IR ME 」
organización genital, consistente en transferir a lo anal
todas las fantasias primitivamente genitales, substituyen-
do el pene por la masa fecal y la vagina por el intestino.Cuando la evolucién sigue su curso normal y desapa-
rece el interés por los excrementos, la analogia orgånica
expuesta actiia transfiriendo al pene tal interés. Al llegar
luego el sujeto, en su investigaciôn sexual infantil, a la
teoria de que los nifios son paridos por el intestino, queda
constituido el סהות en heredero principal del erotismo
anal, pero su predecesor fué siempre el pene, tanto en
este sentido como en otro distinto.Seguramente no les ha sido posible a mis lectores re-
tener todas las múltiples relaciones expuestas entre los
elementos de la serie excremento—pene—ni Por lo
tanto, y para reunir tales relaciones en una visión de con-
junto, intentaremos una representación gráfica, en cuya
explicación podamos examinar de nuevo, pero en distinto
orden de sucesión, el material estudiado. Desgraciada-
mente, este medio técnico auxiliar no es lo bastante flexi-
ble para nuestros propósitos, o no sabemos nosotros ser-
virnos bien de él. Así, pues, he de rogar que no se plan-
teen al esquema siguiente demasiadas exigencias.S.
ENSAyos.-p-JF--Dsd
Del erotismo anal, surge, para fines narcisistas, la
obstinacién, como importante reaccién del Yo contra las
exigencias de los demas. El interés dedicado al excre-
mento se transforma en interés hacia el regalo; у más tar-
de, hacia el dinero. Con el descubrimiento del pene, nace
en las niñas, la envidia del mismo, la cual se transforma,
luego, en deseo del hombre, como poseedor de un pene.
Pero antes, el deseo de poseer un pene se ha transforma-
do en deseo de tener un nifio, ם ha surgido este deseo en
lugar de aquél. La posesión de un símbolo común («el pe-
quefio») señala una analogía orgánica, entre el pene y el
niño (línea de trazos). Del deseo de un niño, parte luego
un camino racional (línea doble), que conduce al deseo del
hombre. Ya hemos examinado la significación de esta
transmutación del instinto.En el hombre, se hace mucho más perceptible otro
fragmento del proceso, que surge cuando la investigación
sexual del niño le lleva a comprobar la falta del pene en
la mujer. El pene queda así reconocido como algo separa-
ble del cuerpo y relacionado, por analogía, con el excre-
mento, primer trozo de nuestro cuerpo al que tuvimos que
renunciar. La antigua obstinación anal entra de este modo,
en la constitución del complejo de la castración. La analo-
gía orgánica a consecuencia de la cual el contenido intes-
tinal se constituyó en precursor del pene durante la fase
pregenital, no puede entrar en cuenta como motivo. Pero
la investigación sexual le procura una substitución psi-
quica.Al aparecer el niño es reconocido por la investigación
sexual como un excremento y revestido de un poderoso
interés erótico-anal. Esta misma fuente aporta al deseo de
un niño un segundo incremento cuando la experiencia en-
seña que el niño puede ser interpretado como prueba de
amor y como un regalo. Los tres elementos, masa fecal,
pene y niño son cuerpos sólidos que excitan, al entrar o— 161 — u
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DFOF.J.PIEUD
al salir, una cavidad mucosa (el intestino ciego y la vagi-
na, cavidad como arrendada a 61, segün una acertada ex-
presiôn de Lou Andreas-Salomé) (1). De este estado de
cosas, la investigacion infantil solo puede llegar a conocer
que el niño sigue el mismo camino que la masa fecal,
pues la funcién del pene no es generalmente descubierta
por la investigaciôn infantil. Pero es interesante ver como
una coincidencia orgánica llega a manifestarse también en
lo psíquico después de tantos rodeos, como una identidad
inconsciente,(1) <Anal> und «Sexual», Imago, IV, 5-1916.
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