Charcot 1893-051/1925.es
  • S.

    Charcot.

    EI fallecimiento de J. M. Charcot, que el 16 de
    Agosto del presente afio (1895) sucumbia a una muer-
    te räpida y sin sufrimientos, despues de una vida feliz
    y gloriosa, ha privado prematuramente a la joven
    ciencia neurolögica de su mäximo impulsor, a los neu-
    rölogos, de su maestro, y a Francia, de una de sus
    mäs preeminentes figuras. Recien cumplidos los se-
    senta y ocho afios, sus energias fisicas y su juventud
    espiritual parecian asegurarle, en armonfa con su de-
    seo, francamente manifestado, aquella longevidad de
    la que han gozado no pocos de los grandes intelec-
    tuales de este siglo. Los nueve nutridos volümenes de
    sus «Obras completas», en los cuales han reunido sus
    discipulos, sus aportaciones a la Medicina y la Neu-
    ropatologfa, las «Legons du mardi», las memorias
    anuales de su clinica de la Salp£triere, etc.; todas es-
    tas publicaciones, que continuarän siendo caras a la
    Ciencia y a sus discipulos, no pueden compensarnos
    la perdida del hombre que aün hubiera podido ofre-
    cernos tantas ensefianzas y a cuya persona oO cuyos
    libros nadie se acercö que no aprendiera.

    Manifestaba Charcot una naturalisima satisfacciön
    por sus Exitos y gustaba de hablar sobre sus comien-
    zos y sobre el camino recorrido. Su curiosidad cien-
    tifica qued6 tempranamente orientada hacia el rico ma-
    terial que ofrecfan los fenömenos neuropatolögicos;

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    PROF. SS. FRE UD

    inexplorados por entonces. Cuando en calidad de in-
    terno del Hospital, y muy joven alin, visitaba con el
    medico propietario, alguna de las salas de la Salp&-
    triere, observando los intrincados cuadros sintomäti-
    cos—parälisis, contracturas, convulsiones, etc.—para
    los cuales no se hall6 por mäs de cuarenta afios,
    nombre ni comprensiön algunos, solfa decir: «Fau-
    draif y retourner et y rester», y supo cumplir su pala-
    bra. Nombrado «me&decin des hopitaux», gestion6,
    en seguida, ser destinado a una de aquellas salas de
    la Salpäıriere, dedicadas a las enfermedades nervio-
    sas, y conseguido su deseo, permaneciö en dicho
    puesto sin hacer jamäs uso del derecho concedido a
    los medicos de su clase, de cambiar, por riguroso tur-
    no, de hospital y de sala, y con ello de especialidad.

    Ast, pues, sus primeras impresiones profesionales
    y el propösito que las mismas hicieron surgir, fueron
    decisivas para su desarrollo cientffico ulterior. El’he-
    cho de tener a su alcance, en la Salp£triere, un-arıt
    plio material de enfermas nerviosas crönicas, le per-
    miti6 emplear a fondo sus particulares dotes. No era
    Charcot un pensador, sino una nafuraleza de dotes
    artisticas, o como €] mismo decia, un «visual». Sobre
    su metodo de trabajo nos comunic6 un dia lo que si-
    gue: Acostumbraba a considerar detenidamente, una
    y otra vez, aquello que no le era conocido, y robuste-
    cer asi, dia por dfa, su impresiön sobre ello, hasta un
    momento en el cual llegaba de siübito a su compren-
    siön. Ante su visiön espiritual, se ordenaba entonces
    el caos fingido por el constante retorno de los mismos
    sintomas, surgiendo los nuevos cuadros patolögicos,
    caracterizados por el continuo enlace de ciertos gru-
    pos de sindromes. Haciendo resaltar, por medio de
    una cierta esquematizaciön, los casos complejos y ex-

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    ENSAYOoS. 1892-1899

    tremos, o sea los «tipos», pasaba luego de &stos a la
    larga serie de los casos mitigados, esto es, de las
    «formes frustes», que teniendo su punto inicial en
    uno cualquiera de los signos caracieristicos del tipo,
    se extendia hasta lo indeterminado. Charcot decia de
    esta labor mental, en la que no habfa quien le iguala-
    se, que era «hacer nosografia» y se mostraba orgu-
    Hoso de ella. Muchas veces le hemos oido afirmar, que
    la mayor satisfacciön de que un hombre podia gozar,
    era ver algo nuevo, esto es, reconocerlo como tal y
    en observaciones constantemente repetidas; volvfa so-
    bre la dificultad y el merecimiento de una tal «visiön»,
    preguntändose a qu& podia obedecer que los medicos
    no vieran nunca sino aquello que habfan aprendido a
    ver y haciendo resaltar la singularidad de que fuera
    posible ver, de repente, cosas nuevas—estados pato-
    lögicos nuevos—que, sin embargo, eran probable-
    mente tan antiguos como la Humanidad misma. Asi,
    €l mismo se sentia obligado a confesar que veia aho-
    ra en sus enfermas cosas que le habian pasado inad-
    vertidas durante treinta afios. Todos los medicos tie-
    nen perfecta conciencia de la riqueza de formas que
    la neuropatologia debe a Charcot y de la precisiön y
    seguridad que el diagnöstico ha adquirido merced a
    sus observaciones. A los discipulos que pasaban con
    el la visita a traves de las salas de la Salp£triere, mu-
    seo de hechos clinicos cuyos nombres y peculiarida-
    des habian sido hallados por €] en su mayor parte, les
    recordaba a Cuvier, el gran conocedor y descriptor
    del mundo zoolögico, al cual nos muestra su estatua
    del «Jardin des plantes» rodeado de multitud de figu-
    ras animales, o les hacia pensar en el mito de Adän,
    que debiö de gozar con mäxima intensidad de aquel
    placer intelectual, tan ensalzado por Charcot, cuando .

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    PROF. SS. FRE UD

    Dios le confiö la labor de diferenciar y dar un nombre
    a todos los seres del Paraiso.

    Charcot no se fatigaba nunca de defender los dere-
    chos de la labor puramente clinica, consistente en ver
    y ordenar, contra la intervenciön de la Medicina teöri-
    ca. En una ocasiön, nos reunimos en su visita, unos
    cuantos medicos y estudiantes extranjeros, penetrados
    de respeto a la fisiologia «oficial» alemana, que aca-
    bamos por irritarle, levemente, discutiendo sus nove-
    dades clinicas. «Eso no puede ser—observ6 uno de
    nosotros—pues contradice la teoria de Young—Helm-
    holtz». Charcot no respondiö, como hubierä sido de
    esperar: «Tanto peor para la teorfa. Los hechos clini-
    cos tienen primacia», pero pronunci6 una frase que
    nos impresion6 intensamente: «La theorie c’est bon,
    mais ga n’emp£che pas d’exister».

    Durante largos afios, desempefiö Charcot en Paris,
    la cätedra de anatomia patolögica, pero lo que le di6
    räpida fama, incluso en el extranjero, fueron sus.con-
    ferencias y trabajos sobre neuropatologia, labor es-
    pontänea, que llevaba a cabo al margen de sus ocu-
    paciones oficiales. Sin embargo, para la neuropatolo-
    gia, fue una fortuna esta dualidad, por la cual, el
    mismo hombre de ciencia creaba, mediante la obser-
    vaciön clinica, los cuadros patolögicos, y demostraba
    luego en el tipo y en la «forme fruste», la existencia
    de igual modificaciön anatömica, como base de la en-
    ‚fermedad. Los resultados positivos, fruto de este m&-
    todo anatömico-clinico de Charcot, en el campo de
    las enfermedades nerviosas orgänicas, de la tabes, la
    esclerosis mültiple, la esclerosis lateral amiotröfica,
    etc&tera, son generalmente conocidos. Con frecuen-
    cia, eran precisos largos afios de paciente espera has-
    ta descubrir en estas afecciones crönicas, la modifica-

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    ENSAYOoS. 1892-1899

    ciön orgänica, y sölo en un hospital de las condicio-
    nes y caracteristicas de la Salp£triere, podia obser-
    varse y conservar a las enfermas a trav&s de tanto
    tiempo. Sin embargo, y por una singular casuali-
    dad, Charcot realizö la primera demostraciön de este
    genero, antes de su entrada en la Salp£triere. El azar
    llevö a su casa, en sus tiempos de estudiante, una
    criada que padecia un singular temblor, y cuya consi-
    guiente falta de seguridad en el manejo de los utensi-
    lios dom&sticos, la dificultaba encontrar colocaciön.
    Charcot reconociö en su estado, la «paralysie chorei-
    forme», descrita ya por Duchenne, pero de la que no
    se sabfa el origen, y conserv6 a su servicio la inte-
    resante criada, no obstante representar una pequefia
    fortuna los platos, tazas y copas que rompfa, hasta
    que la muerte le permitiö6 comprobar que la «paralysie
    choreiforme» era la expresiön clinica de la esclerosis
    cerebroespinal mültiple.

    La anatomia patolögica presta a la neuropatologia
    un doble auxilio. A mäs de descubrir las alteraciones
    patolögicas, fija su localizaciön, y todos sabemos,
    que en los dos ültimos decenios, ha sido este ültimo
    tema uno de los que mäs inter&s han suscitado, reali-
    zändose en €I grandes progresos. Charcot colaborö
    grandemente a esta labor, aunque no se deban a &l los
    descubrimientos mäs importantes. Al principio, siguiö
    las huellas de nuestro compatriota Tuerck, cuyas in-
    vestigaciones no hallaron ambiente muy favorable
    entre nosotros, y que luego, al surgir las dos grandes
    novedades iniciadoras de una nueva &poca para nues-
    tro conocimiento de la «localizaciön de las enfermeda-
    des nerviosas»—los experimentos de Hitzig-Frisch y los
    descubrimientos de Flechsig-realiz6,con sus conferen-
    <ias, una meritfsima labor, encaminada a conciliar con

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    PROF. SS. FRE UD

    la clinica las nuevas teorfas. Por lo que especialmente '
    respecta a la relaciön del sistema muscular con la zona
    motora cerebral, recuerdo cuän largo tiempo perma-
    necieron indecisas la naturaleza y la töpica de esta
    relaciön (representaciön comün de ambas extremida-
    des en los mismos lugares—representaciön de la ex-
    tremidad superior en la circunvoluciön central anterior
    y de la inferior en la posterior, o sea ordenaciön ver-
    tical) hasta que continuadas.observaciones clinicas y
    experimentos de estimulo y estirpaciön realizados en
    sujetos vivos, con ocasiön de intervenciones quirür-
    gicas, decidieron la cuestiön a favor de Charcot y
    Pitres, segün los cuales el tercio medio de las circun-
    voluciones centrales integraba el centro correspon-
    diente a las extremidades superiores, y el tercio supe-
    rior, el de las inferiores, existiendo, por lo tanto, una
    ordenaciön horizontal de la regiön motora.

    No serfa posible demostrar por medio de una enu-
    meraciön detallada, la importancia de Charcot parä la
    neuropatologia, pues en los dos ültimos decenios, no
    ha habido muchos temas de alguna significaciön, en
    cuyp planteamiento y discusiön no haya participado
    ampliamente la «escuela de la Salp£triere», la cual era,
    claro estä, Charcot mismo, que con su amplia expe-
    riencia, la luminosa claridad de su exposiciön y la
    plästica de sus descripciones se transparentaba siem-
    pre en las obras sus discipulos. Entre los medicos y
    estudiantes que Charcot atrajo a s{ e hizo participes
    de sus investigaciones, hubo varios que se elevaron
    hasta la conciencia de su individualidad, y adquirieron
    renombre personal, llegando algunos de ellos a emitir
    juicios que el maestro consider6 mäs ingeniosos que
    exactos y combatiö, no sin cierto sarcasmo, en sus
    conversaciones y conferencias, pero sin que jamäs se

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    ENSAYyOS. 1892-1899

    alterasen por ello sus afectuosas relaciones con los
    criticados. Deja, en efecto, Charcot, tras de si, una
    legiön de discipulos cuya calidad intelectual, de la que
    muchos han dado ya afortunadas pruebas, garantiza
    que la neuropatologfa no descenderä tan pronto en
    Paris, del nivel al que Charcot la ha hecho elevarse.

    En Viena, hemos tenido ya repetidas ocasiones de
    comprobar, que la importancia intelectual de un profe-
    sor acad&mico no trae consigo, necesariamente, aquel
    influjo sobre las j6venes generaciones, que se exterio-
    riza en la creaciön de una escuela importante y nume-
    rosa. Si Charcot fu& mucho mäs feliz a este respecto,
    hemos de atribuirlo a sus cualidades personales, al in-
    tenso atractivo de su figura y de su palabra, a la ama-
    ble franqueza que caracterizaba su conducta para con
    todos, en cuanto el trato, habfa traspasado su primer
    estadio de desconocimiento mufuo, a la afabilidad con
    que ponia a disposiciön de sus discipulos todo cuanto
    £stos precisaban, y a la fiel amistad que supo conser-
    varles toda su vida. Las horas que pasaba en su cli-
    nica, dedicado a la observaciön de los enfermos, eran
    horas de cordial intercambio de ideas con todo su es-
    tado mayor medico. Jamäs se aislö en estas ocasio-
    nes. El mäs joven y menos significado de los internos
    encontraba siempre ocasiön de verle trabajar, y de
    esta misma libertad gozaban tambien los extranjeros,
    que en &pocas ulteriores no faltaban nunca en su vi-
    sita. Por ültimo, cuando la sefiora de Charcot, secun-
    dada por su hija, muchacha inteligentisima y de gran
    semejanza fisica y espiritual con su padre abria las
    puertas de su hospitalario hogar a una escogida so-
    ciedad, los invitados hallaban siempre en torno del
    ‚maestro y como formando parte de su familia, a sus
    discipulos y auxiliares.

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    PROF. SS. FRE UD

    Los afios de 1882 y 83 trajeron consigo la estructu-
    raciön definitiva de la vida de Charcot y de su labor
    cientifica. Francia reconoci6 en €] una gloria nacional
    y el gobierno, a la cabeza del cual se hallaba Gam-
    betta, antiguo amigo de Charcot, creö para &ste, una
    cätedra de neuropatologia en la Facultad de Medicina,
    a la cual se transfiriö Charcot, dejando la de anatomia
    patolögica, y una clinica auxiliada por diversos irstitu-
    tos cientificos, en la Salp£triere. «Le service de mon-
    sieur Charcot» comprendi6 entonces, a mäs de las an-
    tiguas salas para enfermas crönicas, varias salas cli-
    pnicas en las que fueron admitidos tambien hombres,
    una gigantesca ambulancia, la «consultation externe»,
    un laboratorio histolögico, un museo, una sala de
    electroterapia, ofra para enfermos de los ojos y de los
    ofdos y un estudio fotogräfico propio, instituciones
    que permitian ligar duraderamente y en puestos fljos,
    ala clinica, a los auxiliares y discipulos .de Charcot.
    EI vetusto edificio de dos pisos, con sus pafios circun-
    dantes nos recordaba singularmente nuestro Hospital
    general de Viena, pero aquf cesaban las analogias.
    «Nuestro local no es, ciertamente, muy bonito—decfa
    Charcot a los visifanfes—, pero encontramos en &l,
    sitio para todo>. ‘

    Charcot se hallaba en el cenit de su vida cuando el
    Gobierno frances puso a su disposiciön todos estos
    medios de ensefianza e investigaciön. Era un trabaja-
    dor infatigable, a mi juicio el mäs aplicado, siempre,
    de toda la escuela. Su consulta privada, a la que acu-
    dian enfermos de todos los paises, no le hizo descui-
    dar niun momento sus actividades pedagögicas e in-
    vestigadoras. El extraordinario nimero de enfermos
    que a €l aflufa no se dirigia tan sölo al famoso inves-
    tigador, sino, igualmente, al gran medico y filäntropo,

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    ENSAYOS. 1892-1899

    (que siempre sabfa hallar algo beneficioso para el en-
    fermo, adivinando cuando el estado de la Ciencia no
    le permitia saber. Se le ha reprochado, repetidamente,
    su ferapia, que por su riqueza en prescripciones, tenfa
    que repugnar a una conciencia racionalista. Pero ha
    de tenerse en cuenta, que no hacia sino seguir los me&-
    todos usados en su fiempo y esfera de acciön, aunque
    sin abrigar grandes ilusiones sobre su eficacia. Por lo
    demäs,, su actifud con respecto a la ferapia no era
    nada pesimista, y nınca se negö a ensayar en su cli-
    nica, nuevos metodos curativos. Como pedagogo, era
    Charcot extraordinario; cada una de sus conferencias
    constitufa una pequefia obra de arte, de tan acabada
    forma y exposiciön tan penetrante, que era imposible
    olvidarlas. Rara vez presentaba en sus lecciones, un
    solo enfermo. Por lo general hacia concurrir a toda
    una serie de ellos, comparändolos entre si. El aula en
    la que desarrollaba sus conferencias se hallaba orna-
    mentada con un cuadro, que representaba al «ciuda-
    dano» Pinel en el momento de quitar las ligaduras a
    los infelices dementes de la Salp£triere. Este estableci-
    miento, que tantos horrores presenciö durante la Re-
    voluciön, fu& tambien el lugar donde se llevö a cabo la
    humanitaria rectificacißn medica en ei cuadro repre-
    sentada. Charcot mismo causaba en sus conferencias
    una singular impresiön. Su rosiro, rebosante siempre
    de alegre animaciön, adquirfa en estas ocasiones, un
    severo y solemne continente, bajo el gorro de terciope-
    lo, con que cubria su cabeza, y su voz bajaba de tono
    y sonoridad. Esta circunsiancia ha movido a algu-
    nos espiritus malignos a hallar en sus conferencias,
    cierta teatralidad. Pero los que asi han hablado, es-
    taban habituados a la sencillez de las conferencias
    elinicas alemanas u olvidaban que Charcot sölo daba

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    PROF. SS. FR E UD

    una por semana, pudiendo asf prepararla con todo
    esmero.

    Si con estas solemnes conferencias, en la que todo
    estaba preparado y habfa de desarrollarse conforme a
    un estudiado plan, segufa, Charcot, muy probable-
    mente, una arraigada tradiciön, no dejaba tambien de
    sentir la necesidad de presentar a sus oyentes un cua-
    dro menos artificial de su actividad. Para ello, se
    servfa de la ambulancia de la clinica, cuyo servicio
    desempefiaba personalmente en las llamadas «legous
    du Mardi». En estas lecciones, examinaba casos que
    hasta aquel momento no habfa sometido a observa-
    ciön, se exponfa atodas las contingencias del examen
    ya todos los errores de un primer reconocimiento, se
    despojaba de su autoridad, para confesar, cuando a
    ello habfa lugar, que no encontraba el diagnöstico co-
    rrespondiente a un caso o que se habia dejado inducir
    en error por las apariencias, y nunca pareciö mäs
    grande a sus oyentes, que al esforzarse, asi, en dismi-
    nuir, con la mäs franca y sincera exposiciön de sus
    procesos deductivos y de sus dudas y vacilaciones, la
    distancia entre el maestro y sus discipulos. La publi-
    caci6n de estas conferencias improvisadas ha amplia-
    do infinitamente el circulo de sus admiradores y nunca
    ha conseguido una obra de neuropatologia un tan cla-
    moroso £xito entre el püblico m&dico.

    Simultäneamente. a la fundaciön de la clinica y al
    trueque de la cätedra de anatomfa patolögica por la de
    neuropatologia, experimentaron las inclinaciones cien-
    tfficas de Charcot un cambio de orientaciön, al que
    debemos uno de sus mäs bellos trabajos. Declar6, en
    efecto, cerrada la teoria de las enfermedades nerviosas
    orgänicas y comenz6 a dedicarse casi exclusivamente
    ala histeria, la cual qued6, asf, constitufda, de una

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    ENSAYOS. 1892-1899

    sola vez, en foco de la atenciön general. Esta enfer-
    medad, la mäs enigmätica de todas las de los nervios,
    y para cuyo enjuiciamiento no habfan hallado aün los
    medicos punto de vista alguno välido, se encontraba
    precisamente bajo los efectos de un descredito que se
    extendia a los medicos dedicados a su estudio. Era
    opiniön general, que en la histeria, todo resultaba po-
    sible, yse negaba credito a las afirmaciones de tales
    enfermas. El trabajo de Charcot devolviö, primera-
    mente, a este fema, su dignidad, y di6 fin a las iröni-
    cas sonrisas con las que se acogia las lamentaciones
    de las pacientes. Puesto que Charcot, con su gran
    autoridad, se habfa pronunciado en favor de la auten-
    ticidad y la objetividad de los fenömenos histericos,
    no podia tratarse, como se creia antes, de una simula-
    ci6n. Asi, pues, repitiß Charcot, en pequefio, el acto
    liberador de Pinel, perpetuado en el cuadro que exor-
    naba el aula de la Salpötriere. Una vez rechazado el
    ciego temor a ser burlados por las infelices enfermas,
    temor que se habia opuesto hasta el momento, a un
    detenido estudio de dicha neurosis, podia pensarse en
    cuäl serfa el modo mäs directo de llegar a la soluciön
    del problema. Un observador ingenuo y poco perito
    en la materia, hubiera establecido el siguiente proceso
    deductivo: Si encontramos a un sujeto en un estado
    que presenta todos los signos propios de un afecto
    doloroso, habremos de sospechar la existencia, en
    dicho sujeto, de un proceso psiquico del cual serfan
    manifestaciones perfectamente justificadas, dichos fe-
    nömenos somäticos. El individuo sano podria, en este
    caso, manifestar, qu& impresiön le atormenta. En
    cambio, el histerico alegarfa ignorarlo, y de este modo,
    surgirfa en el acto, el problema de por qu& el histerieo
    aparece dominado por un afecto cuya causa afirma ig-

    289 — gt

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    PROF. Ss. FR EUD

    norar. Si mantenemos entonces nuestra conclusiön de
    que ha de existir un proceso psiquico correspondiente
    al afecto, dando, sin embargo, credito, alas manifesta-
    ciones del enfermo, que niega su existencia, y reuni-
    mos los mültiples indicios de los que resulta que la
    enferma se conduce como obediente a un motivo, in-
    vestigamos la historia y circunstancias personales del
    paciente y hallamos en esta labor, un motivo o trauma
    susceptible de crear los fenömenos observados, nos
    sentiremos inclinados a suponer que el enftermo se
    halla en un especial estado psiquico, en el que la co-
    herencia lögica no enlaza ya todas las impresiones y
    reminiscencias, pudiendo un recuerdo exteriorizar su
    afecto mediante fenömenos somäticos, sin que el gru-
    po de los demäs procesos anfmicos, o sea el Yo, sepa
    nada ni pueda oponerse. El recuerdo de la conocida

    diferencia psicolögica del suefio y la vigilia mitigarfa

    la singularidad de esta hipötesis, no pudiendo objetar-
    se, tampoco, que un observador ingenuo y no espe-
    cializado no llegaria jamäs a la hipötesis de una diso-
    ciaciön de la conciencia como soluciön del enigma de
    la histeria. En realidad, la Edad Media, escogi6 ya
    esta soluciön, al admitir, como causa de los fenöme-
    nos histericos, la posesiön por el demonio. Todo se
    reduciria, pues, a sustituir la terminologfa religiosa de
    aquella oscura y supersticiosa &poca, por la cientifica
    de los tiempos presentes.

    Charcot no siguiö este camino para llegar a una ex-
    plicaciön de la histeria, aunque si acudi6 al rico mate-
    rial de datos contenidos en los procesos por hechice-
    ria‘y posesiön satänica, para demostrar que los fend-
    menos de la neurosis habfan sido los mismos en
    1odos los tiempos. Considerando la histeria como uno
    de los temas de la neuropatologia, di6 la descripciön

    20 —

    keiten

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    ENSAYOS. 1892-1899

    completa de sus fenömenos, demoströ que los mis-
    mos segufan determinadas leyes y normas, y ensehiö
    a conocer los sinfomas que permitfan diagnosticar la
    histeria. A &ly a sus discipulos debemos concienzu-
    das investigaciones sobre las perturbaciones histeri-
    cas de la sensibilidad de la piel y de las regiones mäs
    profundas, y sobre las alteraciones de los örganos
    sensoriales, las peculiaridades de las contracturas y
    parälisis histericas, las perturbaciones tröficas y los
    trastornos de la nutriciön. Despues de describir las
    diversas formas del ataque histerico, se estableciö un
    esquema que presentaba dividida en cuatro estadios,
    la estructura tipica del «gran» ataque histerico, y per-
    mitia referir al «fipo», el «pequefio» ataque, corriente-
    mente observado. Asf mismo, se hizo objeto de estu-
    dio la situaciön y frecuencia de las llamadas zonas
    histerögenas y su relaciön con los ataques, etc. Todos
    estos conocimientos sobre el fenömeno de la histeria
    condujeron a una serie de sorprendentes descubri-
    mientos. Asi, se comprobö la histeria en sujetos mas-
    culinos, especialmente en individuos de la clase obre-
    ra, con insospechada frecuencia, y se llegö a la con-
    vicciön de que determinados accidentes, atribufdos
    antes a la infoxicaciön por el alcohol o por el plomo,
    eran de naturaleza histerica, aprendiendose, ademäs,
    a incluir en este concepto, afecciones hasta entonces
    aisladas e incomprendidas, y a circunscribir la partici-
    paciön de la histeria en aquellos casos en los que la
    neurosis se habia aliado a otras enfermedades, for-
    mando complejos cuadros patolögicos. La investiga-
    eiön recay6 tambien con mäxima amplitud, sobre las
    enfermedades nerviosas consecutivas a graves trau-
    mas, esto es, sobre las «neurosis fraumäticas», cuya
    naturaleza se discute aln hoy en dia, y con respecto

    _—9—

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    a las cuales defendi6 Charcot, con &xito, los derechos
    de la histeria.

    Una vez que esta extensiön del concepto de la his-
    teria condujo a rechazar con gran frecuencia, diag-
    nösticos etiolögicos, se hizo sentir la necesidad de
    penetrar en la etiologfa de la histeria misma. Charcot
    condensö esta etiologia en una förmula muy sencilla:
    La ünica causa de la histeria seria la herencia. Por lo
    tanto, no constifuirfa esta neurosis sino una forma
    de degeneraciön, un miembro de la «tamille n&uroti-
    que». Todos los demäs factores etiolögicos no des-
    empefiarian sino el papel de «agents provocateurs».

    La construcciön de este gran edificio cientifico no se
    llevö6 a cabo sin energica oposiciön, pero era &stala
    oposiciön est£ril de la vieja generaciön, que no queria
    ver modificadas sus opiniones. En cambio, los neurö-
    logos jövenes, incluso los alemanes, aceptaron las
    teorfas de Charcot, en mayor o menor medida. El mis-
    mo Charcot se hallaba totalmente seguro del triunfo
    de sus teorias sobre la histeria. Cuando se le objeta-
    ba, que en ningün pais distinto de Francia, se habfan
    observado, hasta el momento, los cuatro estadios del
    ataque ni la histeria masculina, etc., alegaba que tam-
    bien a El le habfan pasado inadvertidos tales fenöme-
    nos y repetia que la histeria era la misma en todos los
    liempos y lugares. Le irritaba sobremanera oir decir
    que los franceses eran una naciön mäs nerviosa que
    ninguna ofra, siendo la histeria un vicio nacional, y
    tuvo una gran alegria, cuando una publicaciön sobre
    «un caso de epilepsia» en un granadero alemän, le
    permitiö establecer, a distancia, el diagnöstico de his-
    teria.

    En un punto de su labor, sobrepasö Charcot el ni-
    vel de su general tratamiento de la histeria y di6 un

  • S.

    ENSAYOS. 1892-1899

    paso que le asegura, para siempre, el renombre del
    primer esclarecedor de tal enfermedad. Ocupado en el
    estudio de las parälisis histericas surgidas despues de
    traumas, se le ocurriö reproducir artificialmente estas
    parälisis, que antes habia diferenciado minuciosamen-
    te de las orgänicas, y se sirviö, para ello, de pacien-
    tes histericos, a los que transferfa, por medio de la hip-
    nosis, al estado de sonambulismo. De este modo, con-
    siguiö demostrar, por medio de ım riguroso encade-
    namiento deductivo, que tales parälisis eran conse-
    cuencia de representaciones dominantes en el cerebro
    del enfermo, en momentos de especial disposiciön,
    quedando asf explicado, por vez primera, el mecanis-
    mo de un fenömeno histerico. A este incomparable re-
    sultado de la investigaciön clinica enlazaron sus estu-
    dios Janet, discipulo de Charcot, Breuer y ofros, des-
    arrollando una teorfa de la neurosis, coincidente con
    el concepto medieval de esta afecciön, con la ünica
    diferencia de sustituir al «demonio» por una förmula
    psicolögica.

    El estudio llevado a cabo por Charcot de los fenö-
    menos hipnöficos en sujetos histericos, situö en pri-
    mer termino este importantisimo sector de hechos has-
    ta entonces descuidados y despreciados, dando fin, de
    una vez para siempre, a las dudas sobre la realidad
    de los fenömenos histericos. Pero esta materia, pura-
    mente psicolögica, no se adaptaba al tratamiento ex-
    clusivamente nosogräfico que encontrö en la escuela
    de la Salp£triere. La limitaciön del estudio de la hipno-
    sis a los histericos, la diferenciaciön de grande y pe-
    quefia hipnosis, el establecimiento de tres estadios de
    la «gran hipnosis» y su caracterizaciön por fenömenos
    somäticos; todo esto, perdiö la estimaciön de los con-
    temporäneos cuando Bernheim, discipulo de Liebault,

    195 —

  • S.

    PROF. SS. FRE UD

    emprendiö la labor de construir la teoria dei hipnotis-
    mo sobre una mäs amplia base psicolögica y hacer,
    de la sugestiön, el nödulo de la hipnosis. Sölo aque-
    llos adversarios del hipnotismo que encubren su pro-
    pia falta de experiencia en esta materia, remitiendose
    alas opiniones de cualquier autoridad, contindan fie-
    les a la teorfa de Charcot y gustan de alegar una afir-
    ‚maciön de sus ültimos afos, que niega toda significa-
    ciön a la hipnosis como medio terapeutico.

    Tambien habrän de experimentar en breve, impor-
    tantes modificaciones y correcciones las hipötesis
    etiolögicas expuestas por Charcot, en su teoria de la
    «famille nevropathique», de las cuales hizo el maestro
    la base de su concepciön total de las enfermedades
    nerviosas. Charcot exageraba tanto la herencia como
    causa, que no dej6 espacio alguno para la adquisiciön
    de las neuropatfas. No concedia a la sifilis sino un
    modestisimo puesto entre los «agents provocateurs»
    ni diferenciaba suficientemente, y tanto con respectö a
    la etiologia como a los demäs conceptos, las afeccio-
    nes nerviosas orgänicas de las neurosis. Es induda-
    ble, que el progreso de nuestra ciencia, aumentando
    nuestros conocimientos, desvalorizarä parte de las
    ensefianzas de Charcot, pero ningün cambio de los
    tiempos ni de las opiniones disminuirä la fama del

    hombre cuya p£rdida se llora hoy en Francia y fuera
    de ella.

    Viena, Agosto 1895.