La etiología de la histeria 1896-003/1928.es
  • S.

    La etiologia de la histeria

    Cuando queremos formarnos una idea de la causacién ;
    de un estado patológico como la histeria, emprendemos =
    primero una investigación anamnésica, preguntando al en- |
    fermo o a sus familiares, a qué influencias patógenas atri-
    buyen la emergencia de los síntomas neuróticos. Lo que
    así averiguamos, surge, naturalmente, falseado, por todos
    aquellos factores que suelen encubrir a un enfermo el co-
    nocimiento de su estado, o sea, por su falta de compren-
    sión científica de las influencias etiológicas, por la falsa
    conclusión DE POST HOC, ERGO PROPTER HOC, y por el displa-
    cer de recordar determinados traumas y faltas sexuales, o
    de comunicarlos. Observamos, por lo tanto, en esta inves-
    tigación anamnésica, la conducta de no aceptar las opinio-
    nes del enfermo sin antes someterla a un penetrante exa-
    men crítico, no consintiendo que los pacientes desvien
    nuestra opinión científica sobre la etiología de la neurosis.
    Reconocemos, desde luego, la verdad de ciertos datos que
    retornan constantemente en las manifestaciones de los en-
    fermos, tales como el de que su estado histérico es una
    prolongada consecuencia de una emoción pretérita, pero
    por otro lado, hemos introducido en la etiología de la his-
    teria, un factor que el enfermo no menciona nunca y sólo
    a disgusto acepta: la disposición hereditaria. La escuela de
    Charcot, tan influyente en estas cuestiones, ve en la he-
    rencia, la única causa verdadera de la histeria, y considera
    como meras causas ocasionales o «agentes provocadores>,

    So

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    Pa qug = ‏םי אלה ה .ונ טסו הש רמק‎ MO EE D

    todos los demás factores 0880508, de tan diversa natura-
    leza e intensidad.

    No se me negarä, que seria harto deseable la existen-
    cia de un segundo medio de llegar a la etiologia de la his-
    teria con mayor independencia de los datos del enfermo.
    Asi, el dermat6logo puede reconocer la naturaleza luética de
    una lesion, por sus caracteristicas visibles y sin que le haga
    vacilar la oposición del paciente, que niega la existencia
    de una fuente de infección. Igualmente, e! médico forense
    posee medios de precisar la causación de una herida sin
    “tener que recurrir ala declaración del lesionado. Pues bien,
    en la histeria existe asimismo una tal posibilidad de llegar
    al conocimiento de las causas etiol⑥gicas, partiendo de los
    síntomas. Para esclarecer lo que este nuevo método es
    con respecto a la investigación anamnésica habitual, nos
    serviremos de una comparación basada en un progreso
    real alcanzado en un distinto sector científico.

    Supongamos que un explorador llega a una comarca
    poco conocida en la que despiertan su interés unas rui-
    nas, consistentes en restos de muros y fragmentos de co-
    lumnas y de lápidas con inscripciones borrosas e ilegibles.
    Puede contentarse con examinar la parte visible, interrogar
    a los habitantes, quizá semisalvajes, de las cercanías, so-
    bre las tradiciones referentes a la historia y la significación
    de aquellos restos monumentales, tomar nota de sus res-
    puestas... y proseguir su viaje. Pero también puede hacer
    otra cosa: Puede haber traído consigo útiles de trabajo, de-
    cidir a los indígenas a auxiliarle en su labor investigadora,
    atacar con ellos el campo de ruinas, practicar excavacio-
    nes y descubrir, partiendo de los restos visibles, la parte
    sepultada. Si el éxito corona sus esfuerzos, los descubri-
    mientos se explicarán por sí mismos; los restos de muros
    se demostrarán pertenecientes al recinto de un palacio; por
    los fragmentos de columnas podrá reconstituirse un templo,
    y las numerosas inscripciones halladas, bilingiies en el

    — 202 —

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    E ‏א‎ 5 4 y о 5

    caso таз afortunado, descubrirån un alfabeto у un idioma,
    proporcionando su traducciôn insospechados datos sobre
    los sucesos pretéritos en conmemoraciôn de los cuales fue-
    ron erigidos tales monumentos. jSAXA LOQUUNTUR!

    Si queremos que los sintomas de una histeria nos reve-
    len de un modo aproximadamente anålogo, la génesis de
    la enfermedad, habremos de tomar como punto de partida,
    el importante descubrimiento de Breuer, de que los
    sintomas de la histeria (con excepcién de los
    estigmas) derivan su determinación, de
    ciertos sucesos de efecto traumático,
    vividos por el enfermo, como símbolos
    mnémicos de los cuales son reproduci-
    dos en la vida anímica del mismo. Hade
    emplearse su método—u otro de naturaleza anåloga—para
    dirigir regresivamente la atención del sujeto, desde el sin-
    toma, a la escena en la cual y por la cual surgió, y una vez
    establecida una relación entre ambos elementos se consi-
    gue hacer desaparecer el síntoma, llevando a cabo, en la
    reproducción de la escena traumática, una rectificación
    póstuma del proceso psíquico en ella desarrollado.

    No me propongo exponer aquí, la complicada técnica
    de este método terapéutico ni los esclarecimientos psicoló-
    gicos que su aplicación nos procura. Había de enlazar al
    descubrimiento de Breuer mi punto de partida, porque los
    análisis de este investigador parecen facilitarnos, simultá-
    neamente, el acceso a las causas de la histeria. Sometien-
    do a este análisis series enteras de síntomas en numerosos
    sujetos, llegamos al conocimiento de una serie correlativa
    de escenas traumáticas, en las cuales han entrado en ac-
    ción las causas de la histeria. Habremos, pues, de esperar
    que el estudio de las escenas traumáticas nos descubra 』
    cuáles son las influencias que generan síntomas histéricos
    y en qué forma.

    Esta esperanza ha de cumplirse necesariamente, pues-

    — 908 —

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    *

    0 ‏א‎ RF ZT UN S ØER ma D

    to que los principios de Breuer se han demostrado exactos
    en un gran nümero de casos. Pero el camino que va desde
    los síntomas de la histeria a su etiología es más largo y me-
    nos directo de lo que podíamos figurarnos.

    Ha de saberse, en efecto, que la referencia de un sín-
    toma histérico a una escena traumática, sólo trae consigo
    un progreso de nuestra comprensión etiológica, cuando tal
    escena cumple dos condiciones esenciales. Ha de poseer
    adecuación determinante y fuerza trau-
    mática suficientes. Un ejemplo nos aclarará mejor que
    toda explicación, estos conceptos. En un caso de vómitos
    histéricos, creemos haber descubierto la causación del sín-
    toma (hasta un determinado resto) cuando el análisis lo re-
    fiere a un suceso que hubo de provocar justificada-
    mente, enel paciente, una intensa repug-
    nancia, por ejemplo, la vista de un cadáver en des-
    composición. Si en lugar de esto, resulta del análisis, que
    los vómitos proceden de un fuerte sobresalto, experimen-
    tado, por ejemplo, en un accidente ferroviario, habremos
    de preguntarnos, insatisfechos, cómo un sobresalto puede
    producir, precisamente, vómitos. Falta aquí toda ade-
    cuación determinante. Otro caso de explica-
    ción insatisfactoria, será, por ejemplo, la referencia de los
    vómitos al hecho de haber mordido el sujeto una fruta po-
    drida: Los vómitos aparecen entonces determinados, des-
    de luego, por la repugnancia, pero no comprendemos que
    ésta haya podido ser tan poderosa como para eternizarse
    en un síntoma histérico. Falta en este caso, la fuerza
    traumática.

    Veamos, ahora, en qué proporción cumplen las esce-
    nas traumáticas descubiertas por el análisis de numerosos
    síntomas y casos histéricos, las dos condiciones señaladas.
    Nos espera aquí un primer desengaño. Sucede, desde Iue-
    go, algunas veces, que la escena traumática en la que por
    vez primera surgió el síntoma, posee, efectivamente, las

    — 204 —

  • S.

    E N 8 A è 0 5

    dos cualidades de que precisamos para la comprensión del
    mismo: adecuación determinante y fuerza traumática. Pero
    lo más frecuente es tropezar con alguna de las tres posibi-
    lidades restantes, tan desfavorables para la comprensión
    del síntoma. La escena a la cual nos conduce el análisis y
    en la que el síntoma apareció por primera vez, se nos
    muestra inadecuada para la determinación del síntoma, no
    ofreciendo su contenido relación alguna con la naturaleza -
    del mismo. O bien el suceso supuestamente traumático
    ofrece dicha relación con el síntoma, pero se nos presenta
    como una impresión normalmente inofensiva y por lo ge-
    neral incapaz de un tal efecto. O por último, se trata de
    una «escena traumática» tan inocente como ajena al carác-
    ter del síntoma histérico analizado.

    (Hacemos observar accesoriamente, que la teoría de
    Breuer sobre la génesis de los síntomas histéricos, no que-
    da rebatida por el hallazgo de escenas traumáticas de con-
    tenido nimio. Supone Breuer, en efecto, siguiendo aquí a
    Charcot, que también un suceso insignificante puede cons-
    tituir un trauma y desplegar fuerza determinante suficien-
    te, cuando el sujeto se encuentra en un estado psíquico es-
    pecial, el llamado estado hipnoide. Por mi parte,
    opino que en muchas ocasiones, carecemos de todo punto
    de apoyo, para suponer la existencia de un tal estado.
    Además, la teoría de los estados hipnoides no nos presta
    auxilio ninguno para resolver las dificultades que plantea
    la frecuencia con que las escenas traumáticas carecen de
    adecuación determinante.)

    Añádase ahora, que a este primer desengaño que nos
    proporciona la práctica del método de Breuer, viene a
    agregarse, en seguida, otro, especialmente doloroso para
    el médico. Cuando el análisis de un síntoma lo refiere - g s
    a una escena traumåtica carente de las condiciones antes
    sefialadas, el efecto terapéutico es nulo. Fåcilmente se
    comprenderå cuån grande se hace entonces para el mé-

    ෴ O08 =

  • S.

    PROF·F.FPEUD

    dico la tentaciôn de renunciar a proseguir una labor tan
    penosa.

    Pero quizä una nueva idea pueda sacarnos de este ato-
    lladero y aportarnos valiosos resultados. Hela aquí: Sabe-
    mos por Breuer, que existe la posibilidad de resolver los
    síntomas histéricos, cuando nos es dado hallar, partiendo
    de ellos, el camino que conduce al recuerdo de un suceso
    traumático. Ahora bien; si el recuerdo descubierto no res-
    ponde a nuestras esperanzas, deberemos, quizá, continuar
    avanzando por el mismo camino, pues quién sabe si detrás
    de la primera escena traumática, no se esconderá el recuer-
    do de otra que satisfaga mejor nuestras aspiraciones y
    cuya reproducción aporte un mayor efecto terapéutico, no
    habiendo sido la primeramente hallado sino un anillo de la
    concatenación asociativa. Y es también, posible, que esta
    interpolación de escenas inocuas como transiciones nece-
    sarias, se repita varias veces en la reproducción, hasta que
    consigamos llegar, por fin, desde el síntoma histérico, a la
    auténtica escena traumática, satisfactoria ya por todos
    conceptos y tanto desde el punto de vista terapéutico
    como desde el analítico. Pues bien; estas hipótesis quedan
    totalmente confirmadas. Cuando la primera escena descu-
    bierta es insatisfactoria, decimos al enfermo que tal suceso
    no explica nada, pero que detrás de él, tiene que esconder-
    se otro anterior, más importante, y siguiendo la misma
    técnica, le hacemos concentrar su atención sobre la cadena
    de asociaciones que enlaza ambos recuerdos, el hallado y
    el buscado (1). La continuación del análisis conduce enton-
    ces, siempre, a la reproducción de nuevas escenas, que
    muestran ya los caracteres esperados. Así, tomando de

    (1) Dejamos, intencionadamente, sin precisar, tanto la naturale-
    za de la asociación de ambos recuerdos (simultaneidad, causalidad,
    analogía de contenido, etc.) como el carácter psicológico de cada
    uno (consciente o inconsciente).

    ー 906 一

  • S.

    E N 5 A ギ o 5

    nuevo, como ejemplo, el caso antes elegido de vómitos
    histéricos que el análisis refirió primero al sobresalto sufri-
    do por el enfermo en un accidente ferroviario, suceso des-
    provisto de toda adecuación determinante, y continuando
    la investigación analítica, descubriremos que dicho acci-
    dente despertó en el sujeto el recuerdo de otro, anterior,
    del que fué mero espectador, pero en el que la vista de los
    cadáveres destrozados de las víctimas le inspiró horror y
    repugnancia. Resulta aquí, como si la acción conjunta de
    ambas escenas hiciera posible el cumplimiento de nuestros
    postulados, aportando la primera, con el sobresalto, la
    fuerza traumática, y la segunda, por su contenido, el efec-
    to determinante. El otro caso antes citado, en el que los
    vómitos fueron referidos, por el análisis, al hecho de haber
    mordido el sujeto una manzana podrida, quedará, quizá,
    completado por la ulterior labor analítica, en el sentido de
    que la fruta podrida recordó al enfermo una ocasión en la
    que se hallaba recogiendo las manzanas caídas del árbol y
    tropezó con una carroña pestilente.

    No he de volver ya más sobre estos ejemplos, pues he
    de confesar que no corresponden a mi experiencia real, sino
    que han sido inventados por mí y probablemente mal in-
    ventados, pues yo mismo tengo por imposibles las solucio-
    nes de síntomas histéricos en ellos expuestas. Pero me
    veo obligado a fingir ejemplos por varias causas, una de
    las cuales puedo exponerla inmediatamente. Los ejemplos
    verdaderos son todos muchísimo más complicados, y la
    exposición detallada de uno solo agotaría todo el espacio
    disponible. La cadena de asociaciones posee siempre más
    de dos elementos y las escenas traumáticas no forman se-
    ries simples, como las perlas de un collar, sino conjuntos
    ramificados, de estructura arbórea, pues en cada nuevo su-
    ceso actúan, como recuerdos, dos o más, anteriores. En
    resumen: Comunicar la solución de un único síntoma equi-
    vale a exponer un historial clínico completo.

    TOPIC

  • S.

    PROF.8.FKE«D

    En cambio, queremos hacer resaltar un principio que la
    labor analitica nos ha descubierto inesperadamente. Hemos
    comprobado que ningún síntoma histérico
    puede surgir de un solo suceso real,
    pues siempre coadyuva a la causación
    del síntoma el recuerdo de sucesos an-
    teriores, asociativamente despertado.
    Si este principio se confirma, como yo creo, en todo caso
    y sin excepción alguna, tendremos en él la
    base de una teoría psicológica de la histeria.

    Pudiera creerse, que aquellos raros casos en los que el
    análisis refiere en seguida, el sintoma, a una escena trau-
    mática de adecuación determinante y fuerza traumática su-
    ficientes, y con tal referencia, lo suprime, como se nos re-
    lata en el historial clínico de Ana O., expuesto por Breuer,
    contradicen la validez general del principio antes desarro-
    llado. Así parece en efecto, mas por mi parte, tengo pode-
    rosas razones para suponer, que también en estos casos,
    actúa una concatenación de recuerdos, que va mucho más
    allá de la primera escena traumática, aunque la reproduc-
    ción de esta última pueda producir por sí sola la supresión
    del síntoma.

    A mi juicio, es algo muy sorprendente que sólo me-
    diante la colaboración de recuerdos puedan surgir sín-
    tomas histéricos, sobre todo cuando se reflexiona, que
    según las manifestaciones de los enfermos, en el momento
    en que el síntoma hizo su primera aparición, no tenían la
    menor conciencia de tales recuerdos. Hay aquí materia
    para muchas reflexiones, pero estos problemas no han de
    inducirnos por ahora a desviar nuestro punto de mira,
    orientado hacia la etiología de la histeria. Lo que habre-
    mos de preguntarnos será, más bien, adónde llegaremos
    siguiendo las concatenaciones de recuerdos asociados,
    que el análisis nos descubre, hasta dónde alcanzan tales
    concatenaciones, y si tienen en algún punto su fin natural,

    S OBŽ

  • S.

    E N 5 4 ず O 5

    y habrán, quizá, de conducirnos a sucesos de una cierta
    uniformidad bien por su contenido, bien por su fecha en
    la vida del sujeto, de suerte que podamos ver en estos
    factores siempre uniformes, la buscada etiología de la his-
    teria. '

    Mi experiencia clinica me permite contestar ya a estas
    interrogaciones. Cuando partimos de un caso que ofrece
    varios sintomas, llegamos por medio del anålisis, desde
    cada uno de ellos, a una serie de sucesos, cuyos recuerdos
    se hallan asociativamente enlazados. Las diversas conca-
    tenaciones asociativas siguen, al principio, cursos regresi-
    vos independientes, pero, como ya antes indicamos, pre-
    sentan multiples ramificaciones. Partiendo de una escena,
    alcanzamos simultåneamente dos o tres recuerdos, de los
    cuales surgen, a su vez, concatenaciones laterales, cuyos
    distintos elementos pueden también hallarse enlazados
    asociativamente con elementos de la cadena principal. Fôr-
    mase, de este modo, un esquema comparable al årbol ge-
    nealégico de una familia cuyos miembros hubiesen con-
    traido también enlaces entre si. Otras distintas complica-
    ciones de la concatenaciôn resultan de que una sola escena
    puede ser despertada varias veces en la misma cadena,
    presentando así múltiples relaciones con otra escena pos-
    terior y mostrando con ella un enlace directo y otro
    por elementos intermedios. En resumen; la conexión no es,
    en modo alguno, simple, y el descubrimiento de las esce-
    nas en una sucesión cronológica inversa (circunstancia que
    justifica nuestra comparación con la excavación de un cam-
    po de ruinas), no coadyuva ciertamente a la rápida com-
    prensión del proceso.

    La continuación del análisis nos aporta nuevas compli-
    caciones. Las cadenas asociativas de los distintos síntomas
    comienzan a enlazarse entre sí. En un determinado suceso
    de la cadena de recuerdos correspondiente, por ejemplo, a
    los vómitos, es despertado, a más de los elementos regre-

    e = 14

  • S.

    | AG BD PN NED

    sivos de esta cadena, un recuerdo perteneciente a otra dis-
    tinta, que fundamenta otro sintoma diferente, por ejemplo,
    el dolor de cabeza, Tal suceso pertenece, asi, a ambas se-
    ries y constituye, por lo tanto, uno de los varios nudos
    existentes en todo análisis. Esta circunstancia tiene su co-
    rrelaciôn clinica en el hecho de que a partir de un cierto
    momento, surgen juntos los dos sintomas, en simbiosis,
    pero sin dependencia interior entre si. Todavia més hacia
    aträs hallamos nudos de naturaleza diferen-
    te. Convergen en ellos las distintas cadenas asociativas
    y hallamos escenas de las cuales han partido dos o mas
    sintomas. A uno de los detalles de la escena se ha enlaza-
    do la primera cadena, a otro la segunda, y asi sucesiva-
    mente.

    El resultado principal de esta consecuente prosecuciôn
    del anålisis consiste en descubrirnos, que en todo caso, y
    cualquiera que sea el sintoma que tomemos como punto
    de partida, llegamos indefectiblemente al
    terreno de la vida sexual. Quedaría, así, des-
    cubierta, una de las condiciones etiológicas de los sínto-
    más histéricos. La experiencia hasta hoy adquirida me
    hace prever que precisamente esta afirmación o por lo me-
    nos su validez general ha de despertar vivas contradiccio-
    nes. O mejor dicho, la tendencia a la contradicción, pues
    nadie puede aún apoyar su oposición en investigaciones
    llevadas a cabo por igual procedimiento y que hayan pro-
    porcionado resultados distintos. Por mi parte, sólo he de
    observar que la acentuación del factor sexual en la etiolo-
    gía de la histeria no corresponde, desde luego, en mí, auna
    opinión preconcebida. Los dos investigadores que me ini-
    ciaron en el estudio de la histeria, Charcot y Breuer, se ha-
    llaban muy lejos de una tal hipótesis e incluso sentían hacia
    ella una cierta repulsión personal, de la que yo participé
    en un principio. Sólo laboriosas investigaciones, llevadas
    a cabo con la más extrema minuciosidad, han podido con-

    — 210 —

  • S.

    E N S A が 0 5

    vertirme—y muy lentamente por cierto—a la opinién que
    hoy sustento. Mi afirmacion de que la etiologia de la his-
    teria ha de buscarse en la vida sexual, se basa en la com-
    probaciôn de un tal hecho en diez y ocho casos de histeria

    . y con respecto а cada uno de los síntomas, comproba-
    ción fortificada, allí donde las circunstancias lo han permi-
    tido, por el éxito terapéutico alcanzado. Se me puede obje-
    tar, desde luego, que los análisis diez y nueve y veinte,
    demostrarán, quizá, la existencia de fuentes distintas para
    los síntomas histéricos, limitando a un ochenta por ciento
    la amplitud de la etiología sexual. Ya lo veremos, Mas, por
    lo pronto, como los diez y ocho casos citados son también
    todos los que hasta ahora he podido someter al análisis, y
    como nadie hubo de molestarse en elegirlos para favore-
    cerme, no extrañará que no comparta aquella esperanza y
    esté, en cambio, dispuesto a ir más allá de la fuerza proba-
    toria de mi actual experiencia. A ello me mueve, además,
    otro motivo de carácter meramente subjetivo hasta ahora.
    Al tratar de sintetizar mis observaciones en una tentativa
    de explicación de los mecanismos fisiológico y psicoló-
    gico de la histeria, se me ha impuesto la intervención de
    fuerzas sexuales instintivas como una hipótesis indispen-
    sable.

    Así, pues, una vez alcanzada la convergencia de las
    cadenas mnémicas, llegamos al terreno sexual y a algunos,
    pocos, sucesos acaecidos, casi siempre, en un mismo pe-
    riodo de la vida, esto es, en la pubertad. De estos sucesos
    hemos de extraer la etiología de la histeria y la comprensión
    de la génesis de los síntomas histéricos. Mas aquí nos es-
    pera un nuevo y más grave desengaño. Tales sucesos
    traumáticos aparentemente últimos, con tanto trabajo des-
    cubiertos y extraidos de la totalidad del material mnémico,
    son, desde luego, de carácter sexual y acaecieron en la pu-
    bertad del sujeto, pero fuera de estos caracteres comunes,
    presentan gran disparidad y valores muy di-

    m ③④ ま で

  • S.

    PROF.s-FPE»D

    ferentes. En algunos casos, se trata, efectivamente,
    de sucesos que hemos de reeonocer como intensos trau-
    mas: una tentativa de violaciôn, que revela, de un golpe,
    a una muchacha atin inmatura, toda la brutalidad del pla-
    cer sexual; la sorpresa involuntaria de actos sexuales rea-
    lizados por los padres, que descubre al sujeto algo insos-
    pechado y hiere sus sentimientos filiales y morales, et-
    cétera. Otras veces, se trata, en cambio, de sucesos
    singularmente nimios. Una de mis pacientes mostraba,
    como base de su neurosis, el hecho de que un muchachito,
    amigo suyo, la había acariciado una vez, tiernamente, la
    maro, y había apretado, otra, una de sus piernas contra las
    suyas hallándose sentado junto a ella, mientras se revela-
    ba en su expresión, que estaba haciendo algo prohibido.
    En otra joven señora la audición de una pregunta de do-
    ble sentido, que dejaba sospechar una contestación obsce-
    na, había bastado para provocar un primer ataque de an-
    gustia e iniciar con él, la enfermedad. Tales resultados no
    son ciertamente favorables a una comprensión de la cau-
    sación de los síntomas histéricos. Si lo que descubrimos
    como últimos traumas de la histeria son tantos sucesos gra-
    ves como insignificantes y tanto sensaciones de contacto,
    como impresiones visuales o auditivas, nos inclinaremos
    quizá, a suponer que los histéricos son por disposición he-
    reditaria o por degeneración—seres especiales, en los que
    el horror a la sexualidad, que en la pubertad desempeña
    normalmente un cierto papel, aparece intensificado hasta
    lo patológico y subsiste duraderamente, o sea, en cierto
    modo, personas que no pueden satisfacer psíquicamente
    las exigencias de la sexualidad. Pero esta interpretación
    deja inexplicada la histeria masculina, y aunque no pudié-
    semos oponerla una objeción tan grave, no habría de ser
    muy grande la tentación de satisfacernos con ella, pues
    da una franca impresión de incomprensividad, obscuridad
    e insuficiencia.
    — 212 —

  • S.

    B N 5 4 b i o S

    Por fortuna para nuestro esclarecimiento, algunos de
    los sucesos sexuales de la pubertad muestran una nueva
    insuficiencia, que nos impulsa a proseguir la labor anali-
    tica. Resulta, en efecto, que tambien tales sucesos carecen
    de adecuación determinante, aunque con mucha menor
    frecuencia que las escenas traumáticas de épocas posterio-
    res. Así, las dos pacientes citadas antes como casos de
    sucesos de pubertad realmente nimios, comenzaron a pa-
    decer, consiguientemente a tales sucesos, singulares sen-
    saciones dolorosas en los genitales, que se constituyeron
    en síntoma principal de la neurosis, y cuya determinación
    no pudo derivarse de las escenas de la pubertad ni de otras
    posteriores, pero que no admitían ser incluídas entre las
    sensaciones orgánicas normales ni entre los signos de ex-
    citación sexual, Habíamos, pues, de decidirnos a buscar la
    determinación de estos síntomas en otras escenas anterio-
    res, siguiendo de nuevo aquella idea salvadora que antes
    nos había conducido desde las primeras escenas traumáti-
    cas a las concatenaciones asociativas existentes detrás de
    ellas. Ahora bien; obrando así, se llegaba a la primera in-
    fancia, esto es, a una edad anterior al desarrollo de la vida
    sexual, circunstancia a la cual parecía enlazarse una renun-
    cia a la etiología sexual. ¿Pero no hay acaso un derecho
    a suponer que tampoco la infancia carece de leves excita-
    ciones sexuales y que quizá el ulterior desarrollo sexual es
    influído de un modo decisivo por sucesos infantiles? Aque-
    llos daños que recaen sobre un órgano aún imperfecto y
    una función en vías de desarrollo, suelen causar efectos
    más graves y duraderos que los sobrevenidos en edad más
    madura. Y quizá aquellas reacciones anormales a impre-
    siones de orden sexual con las que nos sorprenden los his-
    téricos en su pubertad, tengan, en general, como base, tales
    sucesos sexuales de la infancia, que habrían de ser, enton-
    ces, de naturaleza uniforme e importante. Llegaríamos, así,
    a la posibilidad de explicar como tempranamente adquirido

    ー 218 =

  • S.

    ‎O 0 > scc mM. D‏ א א

    ‎aquello que hasta ahora achacamos a una predisposiciôn,
    inexplicable, sin embargo, por la herencia. Y dado que los
    sucesos infantiles de contenido sexual, 5610 por medio de
    sus huellas mnémicas, pueden manifestar una
    acciôn psiquica, tendriamos aqui un complemento de
    aquel resultado del anålisis, segün el cual 5610 mediante la
    cooperaciôn de los recuerdos pueden surgir sintomas his-

    ‎téricos.

    ‎— 214 —

  • S.

    No es dificil adivinar que si he expuesto tan detallada-
    mente el proceso mental que antecede, es por ser el que
    después de tantas dilaciones, ha de llevarnos, por fin, a la
    meta. Llegamos, en efecto, al término de nuestra penosa
    labor analitica y hallamos ya cumplidas todas las aspira-
    ciones y esperanzas mantenidas en nuestro largo camino.
    Al penetrar con el analisis hasta la más temprana infancia,
    esto es, hasta el limite de la capacidad mnémica del hom-
    bre, damos ocasiôn al enfermo en todos los casos, para la
    reproducciôn de sucesos, que por sus peculiaridades y por
    sus relaciones con los sintomas patolôgicos ulteriores, han
    de ser considerados como la buscada etiologia de la neuro-
    sis. Estos sucesos infantiles son, nuevamente, de
    contenido sexual, pero de naturaleza mucho mås uni-
    forme que las escenas de la pubertad ültimamente halladas.
    No se trata ya en ellos, de la evocación del tema sexual
    por una impresion sensorial cualquiera, sino de experien-
    cias sexuales en el propio cuerpo, de un comercio se-
    xual (en un amplio sentido). Se me confesará que la
    importancia de tales escenas no precisa de más am-
    plia fundamentación. Nos limitaremos a añadir, que sus
    detalles nos revelan siempre aquellos factores determinan-
    tes que en las otras, posteriormente acaecidas y repro-
    ducidas con anterioridad, habíamos echado aún de menos.

    Sentamos, pues, la afirmación de que en el fondo de
    todo caso de histeria, se ocultan —pudiendo ser reproduci-

    ~~ 215 一

  • S.

    PROF.F.EPE»D

    dos por el anälisis no obstante el tiempo transcurrido, que
    supone, a veces, decenios enteros—uno o varios
    sucesos de precoz experiencia sexual,
    pertenecientes a la mås temprana infancia (1). Tengo este
    resultado por un importante hallazgo: por el descubrimien-
    to de una caput Nili de la neuropatologia, pero al
    emprender su discusiôn, vacilo entre iniciarla con la expo-
    siciôn del material de hechos reunido en mis analisis, o
    con el examen de la multitud de objeciones y de dudas que
    su mera enunciaciôn ha de haber hecho surgir. Escoge-
    ré esto ültimo, con lo cual podremos, quiza, examinar lue-
    go, más tranquilamente, los hechos.

    a) Aquellos que se muestran hostiles a una concep-
    ciôn psicolégica de la histeria y no quisieran renunciar a la
    esperanza de ver referidos un dia los sintomas de esta
    enfermedad a «sutiles modificaciones anatómicas», habien-
    do rechazado la hipôtesis de que las bases materiales de
    las modificaciones histéricas han de ser de igual naturaleza
    que las de nuestros procesos animicos normales; éstos, re-
    petimos, no podrån abrigar, naturalmente, confianza algu-

    "na en los resultados de nuestros análisis. La diferencia
    fundamental entre sus premisas y las nuestras nos desliga,
    en cambio, de la obligación de convencerles en una cues-
    tion aislada.

    Pero también otros, menos enemigos de las teorias psi-
    001681085 de la histeria, se inclinarán a preguntar, ante
    nuestros resultados analíticos, qué seguridades ofrece el
    empleo de la psicoanálisis y si no es muy posible que tales
    escenas, expuestas por el paciente, como recuerdos, no
    sean sino sugestiones del médico o puras invenciones y
    fantasías del enfermo. A esta objeción, habré de replicar,
    que los reparos de orden general, opuestos a la seguridad
    del método psicoanalítico, podrán ser examinados y desva-

    (1) Agregación en 1924: Véase la nota de la página 217.
    — 216 —

  • S.

    E N 5 4 ア o 5
    4 .
    necidos una vez que realicemos una exposicién completa
    de su técnica y de sus resultados. En cambio, los relativos
    a la autenticidad de las escenas sexuales infantiles pueden
    ya ser rebatidos hoy, con más de un argumento. En primer
    lugar, la conducta de los enfermos mientras reproducen
    estos sucesos infantiles, resulta inconciliable con la supo-
    siciôn de que dichas escenas no sean una realidad penosa-
    mente sentida y 8610 muy a disgusto recordada. Antes del
    empleo del andlisis, no saben los pacientes nada de tales
    escenas y suelen rebelarse cuando se les anuncia su emer-
    gencia. Sólo la intensa coerción del tratamiento llega a
    moverles a su reproducción; mientras atraen a su concien-
    cia tales sucesos infantiles, sufren bajo las más violentas
    sensaciones, avergonzándose de ellas y tratando de ocul-
    tarlas, y aun después de haberlos vivido de nuevo, de un
    modo tan convincente, intentan negarles crédito, haciendo
    constar que en su reproducción, no han experimentado,
    como en la de otros elementos olvidados, la sensación de
    recordar (1). 5
    Este último detalle me parece decisiva, pues no es
    aceptable que los enfermos aseguren tan resueltamente su
    incredulidad si por un motivo cualquiera, hubiesen inven-
    tado ellos mismos aquello a lo que así quieren despojar d
    todo valor. i
    La sospecha de que el mćdico impone al enfermo tales
    reminiscencias, sugiriéndole su representacion y su relato,
    es mas dificil de rebatir, pero me parece igualmente insos-
    tenible. No he conseguido jamäs imponer a un enfermo
    una escena por mi esperada, de manera que pareciese re-
    vivirla con todas sus sensaciones correspondientes. Quizås
    a otros les sea posible.

    (1) Agregación en 1924: Todo esto es exacto, pero me hace
    pensar que en la época en que fué escrito, no me habia libertado
    aûn de una estimaciôn exagerada de la realidad 6 insuficiente de la
    fantasfa.

    aa

  • S.

    RN su. dU m dM UD

    Existen, en cambio, toda una serie de garantías de la
    realidad de las escenas sexuales infantiles. En primer lu-
    gar, su uniformidad en ciertos detalles, consecuencia nece-
    saria de las premisas uniformemente repetidas de estos su-
    cesos, si no hemos de atribuirla a un previo acuerdo secre-
    to entre los distintos enfermos, y además, el hecho de
    describir a veces, los pacientes, como cosa inocente, suce-
    Sos cuya significación se ve que no comprenden, pues si
    no, quedarían espantados, o tocar, sin concederles valor,
    detalles que solo un hombre experimentado conoce y sabe
    estimar como sutiles rasgos característicos de la realidad.

    Tales circunstancias robustecen, desde luego, la impre-
    sión de que los enfermos han tenido que vivir realmente
    aquellas escenas infantiles que reproducen bajo la coerción
    del análisis. Pero la prueba más poderosa de la realidad de
    dichos sucesos nos es ofrecida por su relación con el con-
    tenido total del historial del enfermo. Del mismo modo que
    en los rompecabezas de los nifios se obtiene, después de
    algunas probaturas, la absoluta seguridad de qué trozo co-
    rresponde a un determinado hueco, pues sólo él completa
    la imagen y puede, simultáneamente, adaptar sus entrantes
    y salientes a los de los trozos ya colocados, cubriendo por
    completo el espacio libre; de este mismo modo, demues-
    tran las escenas infantiles ser, por su contenido, comple-
    mentos forzosos del conjunto asociativo y lógico de la
    neurosis, cuya génesis nos resulta comprensible —y a ve-
    ces, afiadiriamos, natural—una vez adaptados estos com-
    plementos.

    Aunque sin intención de situar este hecho en primer
    término, he de afiadir que en toda una serie de casos, re-
    sulta posible también una demostración terapéutica de la
    autenticidad de las escenas infantiles. Hay casos en los que
    se obtiene una curación total o parcial, sin tener que des-
    cender alos sucesos infantiles, y otros, en los que no se
    consigue resultado alguno terapéutico hasta alcanzar el

    eo

  • S.

    E N 5 a y o 5
    «M

    análisis su fin natural con el descubrimiento de los traumas
    más tempranos. A mi juicio, los primeros ofrecen el peli-
    gro de una recaída. Espero, en cambio, que un análisis
    completo signifique la curación radical de una histeria.
    Pero no nos adelantemos alas ensefianzas de la expe-
    riencia.

    Constituiría también una prueba inatacable de la auten-
    ticidad de los sucesos infantiles sexuales el que los datos
    suministrados en el análisis, por una persona, fueran con-
    firmados por otra, sometida también a tratamiento o ajena
    a él. Tales dos personas habrían tomado parte, por ejem-
    plo, en el mismo suceso infantil, habiendo mantenido, quizá,
    de nifios, relaciones sexuales. Semejantes relaciones infan-
    tiles no son, como en seguida veremos, nada raras, y es
    también, bastante frecuente, que ambos protagonistas en-
    fermen luego de neurosis, pero no obstante, considero
    como una casualidad, singularmente afortunada, el que de
    sólo diez y ocho casos, me haya sido posible encontrar en
    dos, una tal confirmación objetiva. En uno de ellos, fué el
    hermano mismo de la paciente, exento de todo trastorno
    neurótico, quien sin yo pedirselo, me refirió escenas se-
    xuales desarrolladas entre él y su hermana, no pertenecien-
    tes, desde luego, a su más temprana infancia, pero sí a
    una época posterior de su nifiez, y robusteció mi sospecha
    de que tales relaciones podían haberse iniciado en perío-
    dos anteriores. Otra vez, resultó que dos de las enfermas
    sometidas a tratamiento habían tenido en su infancia rela-
    ciones sexuales con una misma tercera persona masculina,
    habiéndose desarrollado algunas escenas «a trois». En am-
    bas pacientes, había surgido luego un mismo síntoma, que
    se derivaba de aquellos sucesos infantiles y testimoniaba
    de la indicada comünidad.

    b) Las experiencias sexuales infantiles, consistentes
    en la estimulación de los genitales, actos análogos al coito,
    etcétera, han de ser, pues, consideradas en un último aná-.

    — 219 —

  • S.

    PP UO RUM sh. FR UD

    lisis, como aquellos traumas de los cuales parten la reac-
    ciôn histérica contra los sucesos de la pubertad y el des-
    arrollo de sintomas histéricos. Contra esta afirmaciôn se
    alzarån, seguramente, desde distintos sectores, dos objecio-
    nes contrarias entre si. Dirån unos, que tales abusos
    sexuales realizados por adultos con nifios, o por nifios en-
    tre si, son muy raros para poder cubrir con ellos la condi-
    cionalidad de una neurosis tan frecuente como la histeria.
    Observarán, en cambio, otros, que estos sucesos son, por
    lo contrario, muy frecuentes, demasiado frecuentes, para
    poder adscribirles una significación etiológica. Objetarán,
    además, que no resultaría difícil hallar multitud de perso-
    nas, que recuerdan haber sido objeto en su niñez, de
    abusos sexuales y no han enfermado jamás de histeria. Por
    último, se nos opondrá, como más poderoso argumento, el
    de que en las capas sociales inferiores no surge, ciertamen-
    te, la histeria, con mayor frecuencia que en las superiores,
    mientras que todo hace suponer, que el precepto de la in-
    tangibilidad sexual de la infancia es transgredido con mu-
    cha mayor frecuencia entre los proletarios.

    Comenzaremos nuestra defensa por su parte más fácil.
    Me parece indudable que nuestros hijos se hallan más
    expuestos a ataques sexuales de lo que la escasa previsión
    de los padres hace suponer. Al tratar de documentarme
    sobre este tema, se me indicó por aquellos colegas a los
    que acudí en busca de datos, la existencia de varias publi-
    caciones de pediatría, en las que se denunciaba la frecuen-
    cia con que las nodrizas y niñeras hacían objeto de prácti-
    cas sexuales а los niños a ellas confiados, y recientemente,
    ha llegado a mi poder un estudio del doctor Stekel, de
    Viena, en el que se trata del «coito infantil> (Wiener medi-
    Zinische Blaetter, 18 Abril 1896). No he tenido tiempo de
    reunir otros testimonios literarios, pero aunque su número
    fuese hasta aquí muy limitado, sería de esperar, que una
    mayor atención a este tema, confirmase muy pronto la

    ー g

  • S.

    E N 5 4 0 0 5

    gran frecuencia de experiencias y actividades sexuales in-
    fantiles.

    Por último, los resultados de mis análisis pueden tam-
    bién hablar ya por sí mismos. En cada uno de los diez y
    ocho casos por mí tratados (histeria pura e histeria combi-
    nada con representaciones obsesivas, seis hombres y doce
    mujeres) he llegado, sin excepción alguna, al descubri-
    miento de tales sucesos sexuales infantiles. Según el ori-
    gen del estímulo sexual, pueden dividirse estos casos en
    tres grupos. En el primer grupo, se trata de atentados co-
    metidos una sola vez o veces aisladas, en sujetos infanti-
    les, femeninos en su mayor parte, por individuos adultos
    ajenos a ellos, que obraron disimuladamente y sin violen-
    cia, pero sin que pudiera hablarse de un consentimiento
    por parte del infantil sujeto, y siendo, para éste, un intenso
    sobresalto, la primera y principal consecuencia del suceso.
    El segundo grupo aparece formado por aquellos casos,
    mucho más numerosos, en los que una persona adulta de-
    dicada al cuidado del niño—niñera, institutriz, preceptor o
    pariente cercano—hubo de iniciarle en el comercio sexual
    y mantuvo con él, a veces durante años enteros, verdade-
    ras relaciones amorosas, desarrolladas también en dirección
    anímica. Por último, reunimos en el tercer grupo, las rela-
    ciones infantiles propiamente dichas, o sea las relacio-
    nes sexuales entre dos niños de sexo distinto, por lo
    general, hermanos, continuadas muchas veces más allá de
    la pubertad y origen de las más graves y persistentes con-
    secuencias para la pareja amorosa. En la mayor parte de
    mis casos, se descubrió la acción combinada de dos o más
    de estas etiologías, resultando en algunos, verdaderamente
    asombrosa, la acumulación de sucesos sexuales de distin-
    tos órdenes. Esta singularidad resulta fácilmente compren-
    sible si se tiene en cuenta que todos los casos por mí
    analizados, constituían neurosis muy graves, que amenaza-
    ban incapacitar totalmente al sujeto.

    ー Sat 一

  • S.

    po m (OUEN UN E СЛОН E ou

    Cuando se trata de relaciones sexuales entre dos niños,
    conseguimos alcanzar algunas veces la prueba de que el
    nifio—que desempefia también aquí el papel agresivo—ha-
    bía sido antes seducido por una persona adulta de sexo fe-
    menino e intentaba repetir luego, con su pareja infantil,
    bajo la presión de su libido prematuramente despertada y
    a consecuencia de la obsesión mnémica, aquellas mismas
    prácticas que le habían sido ensefiadas, sin introducir, por
    su parte, modificación alguna personal en las mismas.

    Me inclino, por lo tanto, a creer, que sin una previa
    seducción no es posible, para el nifio, emprender el camino
    de la agresión sexual. De este modo, las bases de las neu-
    rosis serían constituídas siempre por personas adultas, du-
    rante la infancia del sujeto, transmitiéndose luego los ni-
    fios entre sí, la disposición a enfermar más tarde, de histe-
    ria. Si tenemos en cuenta que las relaciones sexuales
    infantiles, favorecidas por la vida en común, son especial-
    mente frecuentes entre hermanos o primos, y suponemos
    que doce o quince años más tarde, surgen entre los jóvenes
    miembros de la familia, varios casos de enfermedad, ha-
    bremos de reconocer, que esta emergencia familiar de la
    neurosis resulta muy apropiada para inducirnos en error,
    haciéndonos ver una disposición hereditaria donde no
    existe más que una seu d 0 h ere n Cia y en realidad,
    una infección transmitida en la infancia.

    Examinemos ahora la otra objeción, basada precisamen-
    te en el reconocimiento de la frecuencia de los sucesos se-
    xuales infantiles y en la existencia de muchas personas
    que recuerdan tales escenas y no han enfermado de histe-
    ria. A esta objeción, habremos de replicar, en primer lu-
    gar, que la extraordinaria frecuencia de un factor etiológi-
    co no puede ser empleada como argumento contra su im-
    portancia etiológica. El bacilo de la tuberculosis flota en
    todas partes y es aspirado por muchos más hombres de

    ‚ los que luego enferman, sin que su importancia etiológica
    ー 222 一

  • S.

    E N S A M 0 5

    quede disminuida por el hecho de precisar de la coopera-
    ciôn de otros factores para provocar su efecto especifico.
    Para concederle la categoria de etiologia especifica basta
    con que la tuberculosis no sea posible sin su colaboraciôn.
    Lo mismo sucede en nuestro problema. Nada importa la
    existencia de muchos hombres que han vivido en su infan-
    cia, escenas sexuales, y no han enfermado luego de histe-
    ria, si en cambio, todos aquéllos que padecen esta enfer-
    medad han vivido tales escenas. El circulo de difusiôn de
    un factor etiolôgico puede ser muy bien más extenso que
    el de su efecto; lo que no puede ser es mas restringido.
    No todos los que entran en contacto con un enfermo de vi-
    ruela o se aproximan a él, contraen su enfermedad, y sin
    embargo, la ånica etiologia conocida de la viruela, es el
    contagio.

    Si la actividad sexual infantil fuese un suceso casi ge-
    neral, no podrfa concederse valor alguno a su descubri-
    miento en todos los casos examinados. Pero en primer lugar,
    semejante afirmaciön habria de ser muy exagerada, y en
    segundo, la aspiración 6110108168 de las escenas infantiles
    no se basa tan s6lo en la regularidad de su aparicion en la
    anamnesia de los histéricos, sino principalmente en el des-
    cubrimiento de enlaces asociativos y lógicos entre ellas y
    los síntomas histéricos, enlaces que la exposición de un
    historial clínico completo evidencia con meridiana claridad.

    ¿Cuáles pueden ser entonces los factores que la «etio-
    logía específica» de la histeria necesita para producir real-
    mente la neurosis? Es este un tema que deberá ser tratado
    aparte y por sí solo. De momento, me limitaré a señalar el
    punto de contacto en el que engranan los dos elementos de
    la cuestión, la etiología específica y la auxiliar. Habrá de
    tenerse en cuenta un cierto número de factores, la consti-
    tución hereditaria y personal, la importancia interna de los
    sucesos sexuales infantiles y, sobre todo, su acumulación.
    Unas breves relaciones sexuales con un niño cualquiera,

    ー 995 ー

  • S.

    $9 Up DEJES N. ED

    luego indiferente, serán mucho menos eficaces que las sos-
    tenidas durante varios afios con un hermano. En la etiolo-
    gía de las neurosis, las condiciones cuantitativas, alcanzan
    igual importancia que las cualitativas, constituyendo va-
    lores liminares que han ‘de ser traspasados para que la en-
    fermedad llegue a hacerse manifiesta. De todos modos, no
    tengo por completa la anterior serie etiológica, ni creo re-
    suelto con ella el problema de c6mo no es més frecuente
    la histeria entre las clases inferiores. (Recuérdese, ademas,
    la extraordinaria difusiôn de la histeria masculina en la cla-
    se obrera, afirmada por Charcot.) Pero debo también ad-
    vertir, que yo mismo sefialé, hace pocos afios, un factor
    hasta entonces poco atendido, al que atribuyo el papel
    principal en la provocaciôn de la histeria después de la pu-
    bertad. Expuse en tal ocasiôn, que la explosiôn de la his-
    teria puede ser atribuida casi siempreaun conflicto
    psiquico, en el que una representaciôn intolerable
    provoca la defensa del Yo e induce a la represiôn.
    Por entonces, no pude indicar en qué circunstancias logra
    esta tendencia defensiva del Yo el efecto patolôgico de re-
    chazar a lo inconsciente el recuerdo penoso para el Yo y
    crear en su lugar un sintoma histérico. Hoy puedo ya
    completar mis afirmaciones, afiadiendo, que la defen-
    sa consigue su intencién de expulsar
    de la conciencia la representaciôn in-
    tolerable, cuando la persona de que se
    trate, sana hasta entonces, integra, en
    calidad de recuerdos inconscientes, es-
    cenas sexuales infantiles, y cuando la
    representacién que ha de ser expulsa-
    da puede ser enlazada, lógica o asocia-
    tivamente, a un tal suceso infantil.
    Teniendo en cuenta, que la tendencia defensiva del Yo
    depende del desarrollo moral e intelectual de la persona,
    comprendemos ya perfectamente que en las clases popula-

    — 994 —

  • S.

    E N S ④ y o 5

    res sea la histeria mucho menos frecuente de lo que habria
    de permitir su etiologia especifica.

    Volvamos ahora a aquel ültimo grupo de objeciones,
    cuya réplica nos ha llevado tan lejos. Hemos oido y reco-
    nocido, que existen muchas personas que recuerdan clara-
    mente sucesos sexuales infantiles y, sin embargo, no han
    enfermado de histeria. Este argumento es, de por si, muy
    poco consistente, pero nos da pretexto para una importan-
    te observacién. Las personas de este orden no pueden,
    segün nuestra comprensiôn de la neurosis, enfermar de
    histeria, о, por lo menos, enfermar a consecuencia de las
    escenas conscientemente recordadas. En nuestros enfer-
    mos, dichos recuerdos no son nunca conscientes, y los cu-
    ramos, precisamente, de su histeria, haciendo conscientes
    sus recuerdos inconscientes de las escenas infantiles. En el
    hecho mismo de haber vivido tales sucesos no podiamos
    ni procisábamos modificar nada. Vemos, pues, que по se
    trata tan sólo de la existencia de los sucesos sexuales in-
    fantiles, sino también de una determinada condición psico-
    lógica. Tales escenas han de existir en calidad de re-
    cuerdos inconscientes, y sólo en cuanto y mien-
    tras lo son, pueden crear y mantener síntomas histéricos.
    De qué depende el que estos sucesos dejen tras de sí re-
    cuerdos conscientes o inconscientes, si de su contenido,
    de la época de su acaecimiento o de influencias posterio-
    res, son interrogaciones que plantean un nuevo problema,
    en el cual nos guardaremos muy bien de entrar por ahora.
    Haremos constar, únicamente, que el análisis nos ha apor-
    tado, como primer resultado, el principio de que los sín-
    tomas histéricos son derivados de re-
    cuerdos inconscientemente activos.

    c) Para mantener nuestras afirmaciones de que los su-
    cesos sexuales infantiles constituyen la condición funda-
    mental, o, por decirlo así, la disposición, de la histeria, si
    bien no crean inmediatamente los síntomas histéricos, sino

    us 15

  • S.

    PPOf.-5.FPEUD

    que permanecen en un principio inactivos, y sölo actüan
    de un modo patögeno ulteriormente, al ser despertados
    como recuerdos inconscientes en la época posterior a la
    pubertad; para mantener estas afirmaciones, repetimos,
    hemos de contrastarlas con las numerosas observaciones
    que sefialan ya la apariciôn de la histeria en la infancia an-
    terior a la pubertad. Las dificultades que aqui pudieran
    surgir quedan resueltas al examinar, con algün detenimien-
    to, los datos conseguidos en el análisis, sobre las circuns-
    tancias temporales de los sucesos sexuales infantiles. Ve-
    mos, entonces, que la eclosión de síntomas histéricos co-
    mienza, no por excepción, sino regularmente, en los gra-
    ves casos por nosotros analizados, hacia los ocho años, y
    que los sucesos sexuales que no muestran un efecto inme-
    diato se extienden cada vez más atrás, hasta los cuatro,
    los tres e incluso los dos años de la vida del sujeto. Dado
    que la cadena formada por los sucesos patógenos no apa-
    rece interrumpida en ninguno de los casos examinados, al
    cumplir ocho años el sujeto, hemos de suponer, que esta
    edad, en la que tiene efecto la segunda dentición, forma
    para la histeria, un límite, a partir del cual se hace imposi-
    ble su causación. Aquellos que no han vivido anteriormen-
    te sucesos sexuales, no pueden ya adquirir disposición al-
    guna a la histeria. En cambio, quienes los han vivido,
    pueden ya comenzar a desarrollar síntomas histéricos. La
    aparición aislada de la histeria anterior a este límite de
    edad (anterior a los ocho años) habría de interpretarse
    como un signo de madurez precoz. La existencia de dicho
    límite se halla probablemente enlazada a los procesos evo-
    lutivos del sistema sexual. El adelantamiento del desarro-
    llo sexual somático es un fenómeno frecuente y puede in-
    cluso pensarse en su impulsión por prematuros estímulos
    sexuales.

    Observamos, así, la necesidad de un cierto infantilismo,
    tanto de las funciones psíquicas como del sistema sexual,

    = dB =

  • S.

    E N 5 A x 0 5

    para que una experiencia sexual acaecida en este período,
    desarrolle luego, como recuerdo, un efecto patógeno. Sin
    embargo, no me atrevo a sentar afirmaciones más precisas
    sobre la naturaleza de este infantilismo psíquico ni sobre
    su limitación cronológica.

    d) Pudiera también preguntársenos, cómo es posible
    que el recuerdo de los sucesos sexuales infantiles desarro-
    lle tan magnos efectos patógenos, cuando el hecho mismo
    de vivirlos no provocó trastorno alguno. Realmente, no
    estamos habituados a observar que de una imagen mnémi-
    ca emanen fuerzas de las que careció la impresión real.
    Se advertirá además, con cuanta consecuencia se mantiene
    en la histeria, el principio de que sólo los recuerdos pue-
    den producir síntomas. Todas las escenas posteriores en
    las cuales nacen los síntomas, no son las verdaderamente
    eficaces, y los sucesos a los que corresponde eficacia au-
    téntica, no producen, en un principio, efecto alguno. Pero
    nos hallamos aquí ante una cuestión que podemos muy
    bien desglosar de nuestro tema. Sentimos, ciertamente, la
    necesidad de llevar a cabo una síntesis de toda la serie de
    singulares condiciones a cuyo conocimiento hemos llegado:
    Para la producción de un síntoma histérico, es necesario
    que exista una tendencia defensiva contra una representa-
    ción penosa; esta representación ha de hallarse enlazada,
    lógica y asociativamente, con un recuerdo inconsciente,
    por conducto de elementos intermedios más o menos nu-
    merosos, que por el momento, permanecen también in-
    conscientes; el contenido de dicho recuerdo inconsciente
    ha de ser, necesariamente, sexual, y consistir en un suceso
    acaecido en un determinado período infantil—; y no pode-
    mos por menos de preguntarnos cómo es posible que este
    recuerdo de un suceso inocuo en su día, tenga, a posteriori,
    el efecto anormal de llevar a un resultado patológico un
    proceso psíquico como el de la defensa, permaneciendo,
    por sí mismo, inconsciente en todo ello.

    ගෙන

  • S.

    PROF.«S.FPE»D

    No obstante, habremos de decirnos que se trata de un
    problema puramente psicológico, cuya solución hace nece-
    sarias ciertas hipótesis sobre los procesos psíquicos nor-
    males y sobre el papel que en ellos desempeña la concien-
    cia, pero que de momento puede quedar insolucionado, sin
    que ello disminuya el valor de nuestros descubrimientos
    sobre la etiología de los fenómenos histéricos.

  • S.

    111

    El problema antes planteado se refiere al mecanis-
    “mo de la producción de síntomas histéricos. Pero nos ve-
    mos obligados a exponer la causaciôn de estos sintomas
    sin atender a aquel mecanismo, circunstancia que ha de
    disminuir la claridad de nuestra exposición. Volvamos al
    papel desempeñado por las escenas sexuales infantiles.
    Temo haber hecho formar un concepto exagerado de su
    fuerza productora de síntomas. Haré, pues, resaltar, de
    nuevo, que todo caso de histeria presenta síntomas cuya
    determinación no procede de sucesos infantiles, sino de
    otros ulteriores y a veces, recientes, si bien otra parte de
    los síntomas depende, desde luego, de sucesos de las épo-
    cas más tempranas, A ella pertenecen, principalmente, las
    tan numerosas y diversas sensaciones y parestesias geni-
    tales y de otras partes del cuerpo, síndromes que correspon-
    den simplemente, al contenido sensorial de las escenas in-
    fantiles, alucinatoriamente reproducido y, muchas veces,
    dolorosamente intensificado.

    Otra serie de fenómenos histéricos mucho más corrien-
    tes, deseo doloroso de orinar, dolor al defecar, trastornos
    de la actividad intestinal, espasmos laríngeos y vómi-
    tos, perturbaciones digestivas y repugnancia a los ali-
    mentos, demostró ser también, en el análisis, y con
    sorprendente regularidad, derivación de los mismos suce-
    sos infantiles, quedando fácilmente explicada por peculiari-
    dades constantes de los mismos. Las escenas sexuales

    — 229 — ョ

  • S.

    Bo Up D m. au PRE SEEK, D

    infantiles son dificilmente imaginables para un hombre de
    sensibilidad sexual normal, pues contienen todas aquellas
    transgresiones conocidas por los libertinos o los impoten-
    tes, alcanzando en ellas un impropio empleo sexual la ca-
    vidad bucal y la terminaciôn del intestino. E! asombro que
    este descubrimiento produce, queda pronto reemplazado
    en el médico, por una comprensiôn total. De personas que
    no reparan en satisfacer en sujetos infantiles sus necesida-
    des sexuales, no puede esperarse que se detengan ante
    ciertas formas de tal satisfacciôn, pero ademas, la impoten-
    cia sexual de la infancia impone irremisiblemente aquellos
    actos subrogados a los que el adulto se rebaja en los casos
    de impotencia adquirida. Todas las extrañas condiciones
    en que la desigual pareja prosigue sus relaciones amoro-
    sas—el adulto que no puede sustraerse a la mutua depen-
    dencia concomitante a toda relaciôn sexual, pero que al
    mismo tiempo se halla investido de máxima autoridad y
    del derecho de castigo, y cambia constantemente de papel
    para conseguir la satisfacción de sus caprichos; el niño, in-
    defenso y abandonado a un tal arbitrio, precozmente des-
    pertada su sensibilidad y expuesto a todos los desenga-
    ños, interrumpido con frecuencia en el ejercicio de las fun-
    ciones sexuales que le sen encomendadas, por su incom-
    pleto dominio de las necesidades naturales; todas estas
    incongruencias tan grotescas como trágicas, quedan irn-
    presas en el desarrollo ulterior del individuo y en su
    neurosis, provocando un infinito número de efectos dura-
    deros, que merecería la pena de examinar minuciosa-
    mente. En aquellos casos en los cuales la relación erótica
    se ha desarrollado entre dos sujetos infantiles, el carác-
    ter de las escenas sexuales continúa siendo repulsivo,
    puesto que toda relación infantil de este orden, supone
    la previa iniciación de uno de los protagonistas por un
    adulto. Las consecuencias psíquicas de tales relaciones
    infantiles son extraordinariamente hondas. Los dos prota-

    E

  • S.

    E N 5 4 x o 5

    gonistas quedan unidos para toda su vida, por un 1820 in-
    visible.

    En ocasiones, son detalles accesorios de estas escenas
    sexuales infantiles los que en afios posteriores alcanzan un
    poder determinante, con respecto a los sintomas de la neu-
    rosis. Asi, en uno de los casos por mi examinados, la cir-
    cunstancia de haberse ensefiado al nifio a excitar con sus
    pies los genitales de una persona adulta, bast6, para fijar
    a través de años enteros, la atenciôn neurôtica del sujeto,
    en sus extremidades inferiores y su funcién, provocando,
    finalmente, una paraplejia. En otro caso, se trataba de una
    enferma cuyos ataques de angustia, que solian presentarse
    a determinadas horas del día, sólo se calmaban con la pre-
    sencia de una de sus hermanas, careciendo de tal eficacia
    el auxilio de las demás. La razón de esta preferencia hu-
    biera permanecido en el misterio, si el análisis no hubiese
    descubierto, que la persona que en su infancia la había he-
    cho objeto de atentados sexuales, preguntaba siempre si
    se hallaba en casa dicha hermaña, por la que temía, sin
    duda, ser sorprendida.

    La fuerza determinante de las escenas infantiles se
    oculta, a veces, tanto, que un análisis superficial no logra
    descubrirla. Creemos entonces haber hallado la explica-
    ción de un cierto síntoma en el contenido de alguna de las
    escenas posteriores, pero al tropezar luego, en el curso de
    nuestra labor, con una escena infantil de idéntico conte-
    nido, reconocemos, que la escena ulterior debe exclusiva-
    mente su capacidad de determinar síntomas a su coinciden-
    cia con la anterior. No queremos, por lo tanto, negar toda
    importancia a las escenas posteriores. Si se me planteara
    la labor de exponer aqui las reglas de la producción de
    síntomas histéricos, habría de reconocer como una de ellas,
    la de ser elegida para síntoma aquella representación que
    es hecha resaltar por la acción conjunta de varios factores
    y despertada simultáneamente desde diversos lados, regla

    ENG

  • S.

    PROF.F.FPE»,D

    que en otro lugar he tratado de expresar con el aserto de
    que los sintomas histéricos se hallan
    superdeterminados.

    Hemos dejado antes aparte, como tema especial, la re-
    laciôn entre la etiologia reciente y la infantil. Pero no que-
    remos abandonar la cuestión, sin transgredir, por lo menos,
    con una observación, nuestro anterior propósito. Ha de
    reconocerse la existencia de un hecho que desorienta
    nuestra comprensión psicológica de los fenómenos histéri-
    cos y parece advertirnos que nos guardemos de aplicar
    una misma medida a los actos psíquicos de los histéricos y -
    de los normales. Nos referimos a la desproporción com-
    probada en el histérico, entre el estímulo psiquicamente
    excitante y la reacción psíquica, desproporción que trata-
    mos de explicar con la hipótesis de una excitabilidad gene-

    _ral anormal 0, en un sentido fisiológico, suponiendo que
    los órganos cerebrales dedicados a la transmisión, presen-
    tan, en el enfermo, un especial estado químico o se han
    sustraído a la influencia coercitiva de otros centros supe-
    riores. No quiero negar que ambas teorías pueden propor-
    cionarnos en algunos casos, una explicación exacta de los
    fenómenos histéricos. Pero la parte principal del fenó-
    meno, la reacción histérica, anormal y exagerada, a los
    estímulos psíquicos, permite una distinta explicación, en
    cuyo apoyo pueden aducirse infinitos ejemplos extraídos
    del análisis. Esta explicación es como sigue: La reac-
    ción de los histéricos sólo aparente-
    mente es exagerada; tiene que parecér-
    noslo porque no conocemos sino una
    pequefia parte de los motivos a que

    -obedece.

    En realidad, esta reacción es proporcional al estímulo
    excitante, y por lo tanto, normal y psicológicamente com-
    prensible. Así lo descubrimos en cuanto el análisis agrega
    a los motivos manifiestos, conscientes en el enfermo,

    — 252 —

  • S.

    +

    E N 5 ④ y o 5

    aquellos otros motivos que han actuado sin que el enfermo
    los conociese ni pudiera, por lo tanto, comunicarlos.

    Podría llenar página tras página con la demostración

    del importante principio antes enunciado, en todos y cada
    uno de los elementos de la actividad psíquica total de los
    histéricos, pero habré de limitarme a exponer algunos
    ejemplos. Recuérdese la frecuente «susceptibilidad» psi-
    quica de los histéricos, que ante la menor desatención,
    reaccionan como si de una mortal ofensa se tratase. ¿Qué
    pensaríamos si observásemos tina tan elevada suscepti-
    bilidad ante motivos insignificantes, entre dos personas
    ‚normales, por ejemplo, en un matrimonio? Deduciriamos
    que la escena conyugal presenciada no era únicamente
    el resultado del último motivo insignificante, y que en el
    ánimo de los protagonistas habían ido acumulándose, poco
    a poco, materias detonantes que el último pretexto había
    hecho explotar en su totalidad.

    En la histeria, sucede lo mismo. No es la última, insig-
    nificante molestia, la que produce el llanto convulsivo, el
    ataque de desesperación y el intento de suicidio, contradi-
    ciendo el principio de la proporcionalidad entre el efecto y
    la causa. Lo que pasa es que dicha mínima mortificación
    actual ha despertado los recuerdos de múltiples e intensas
    ofensas anteriores, detrás de las cuales se esconde aún el
    recuerdo de una grave ofensa, jamás cicatrizada, recibida
    en la infancia. Igualmente, cuando una joven se dirige los
    más espantosos reproches por haber permitido que un mu-
    chacho acariciase secretamente su mano y contrae, a par-
    tir de aquel momento, una neurosis, puede pensarse en un
    principio, que se trata de una persona anormal, excéntrica
    € hipersensitiva, pero no tardaremos en cambiar de idea al
    mostrarnos el análisis, que aquel contacto recordó a la su-
    jeto otro, análogo, experimentado en su niñez y enlazado
    con circunstancias menos inocentes, de manera que sus re-
    proches se refieren, en realidad, a aquella antigua historia.

    CT 人

  • S.

    Dr dou SOA Ap ය්‌ Hu ‏א א‎ HD

    Por último, el enigma de los puntos histerégenos encuen-
    tra también aquí su explicación. Al tocar uno de los tales
    puntos, realizamos algo que no nos proponíamos. Des-
    pertamos un recuerdo que puede provocar un ataque de
    convulsiones, y cuando se ignora la existencia de un tal
    elemento psíquico intermedio, se ve en el ataque, un efec-
    to directo del contacto. Los enfermos comparten tal igno-
    rancia y caen, por lo tanto, en errores análogos, estable-
    ciendo constantemente «falsos enlaces» entre el último
    motivo consciente y el efecto dependiente de tantos ele-
    mentos intermedios. Pero cuando se ha hecho posible al
    médico reunir, para la explicación de una reacción histéri-
    ca, los motivos conscientes y los inconscientes, se ve obli-
    gado a reconocer que la reacción del enfermo, aparen-
    temente exagerada, es, casi siempre, proporcionada, y
    sólo anormal en su forma.

    Contra esta justificación de la reacción histérica a estí-
    mulos psíquicos, se objetará, con razón, que de todos mo-
    dos, no se trata de una reacción normal, pues los hombres
    sanos se conducen de muy distinto modo, sin que actúen
    en ellos, todas las excitaciones pasadas, cada vez que se
    presenta un nuevo estímulo. Se experimenta, así, la im-
    presión de que en los histéricos, conservan su eficacia
    todos los sucesos pretéritos a los que ya han reaccionado
    con tanta frecuencia y tan violentamente, pareciendo estos
    enfermos, incapaces de llevar a cabo una descarga de los
    estímulos psíquicos. Hay en esto algo de verdad. Pero no
    debe olvidarse que los antiguos sucesos vividos por los
    enfermos actúan, al ser estimulados por un motivo actual,
    como recuerdos inconscientes. Parece, así,
    me! la dificultad de descarga y la imposibilidad de
    ransformar una impresiön actual en un recuerdo inofensi-
    vo, dependieran precisamente de los caracteres peculiares
    de lo psiquico inconsciente. Como se ve, el resto del pro-
    blema es, nuevamente, psicologia, y psicologia de un or-

    ー ②⑤④ 一

  • S.

    E N 5 4 ⑧ o 5

    den muy distinto al estudiado hasta ahora por los filô-
    sofos.

    A esta psicologia, que hemos de crear para nuestras
    necesidades—a la futura psicologia de las neu-
    rosis—he de remitirme también al exponer, como final,
    algo en lo que se verá, quizá, al principio, un obstáculo a
    nuestra iniciada comprensiôn de la etiologia de la histeria.
    He de afirmar, en efecto, que la importancia 6110168108 de
    los sucesos sexuales infantiles no aparece limitada al terre-
    no de la histeria, extendiéndose también a la singular neu-
    rosis obsesiva e incluso, quizá, a la paranoia crónica y a
    otras psicosis funcionales. No puedo hablar aquí con la
    precisión deseable, porque el número de mis análisis de
    neurosis obsesivas es aún muy inferior al de histerias. Con
    respecto a la paranoia, sólo dispongo de un único análisis
    suficiente y algunos otros, fragmentarios. Pero lo que en
    estos casos he hallado, me ofrece garantías de exactitud y
    me promete resultados positivos en futuros análisis. Se
    recordará, quizá, que en ocasiones anteriores, he sostenido
    ya, la síntesis de la histeria y la neurosis obsesiva bajo el
    título de «neurosis de defensa», aunque no había llegado
    aún al descubrimiento de su común etiología infantil. Aña-
    diré ahora, que mis casos de representaciones obsesivas
    me han revelado todos un fondo de síntomas histéricos,
    en su mayoría, sensaciones y dolores, que podían ser refe-
    ridos precisamente a los más antiguos sucesos infantiles.
    ¿Qué es lo que determina que de las escenas sexuales in-
    fantiles haya de surgir luego, al sobrevenir los demas fac-
    tores patógenos, bien la histeria, bien la neurosis obsesiva
    o incluso la paranoia? Esta extensión de nuestros conoci-
    mientos parece disminuir el valor etiológico de dichas
    escenas, despojando de su especialidad a la relación etio-
    lógica.

    No me es posible dar todavía una respuesta precisa a
    esta interrogación, pues no cuento aún con datos suficien-

    ー 985 一

  • S.

    PROF.5.FPE»D

    tes. He observado, hasta ahora, que las representaciones
    obsesivas se revelan siempre en el anålisis, como re-
    proches, disfrazados y deformados, correspondientes a
    agresiones sexuales infantiles, siendo, por lo tanto, més fre-
    cuentes en los hombres que en las mujeres, y desarrollån-
    dose en aquéllos con mayor frecuencia que la histeria. De
    este hecho, puede deducirse, que el caråcter activo o pa-
    sivo del papel desempefiado por el sujeto en las escenas
    sexuales infantiles, ejerce una influencia determinante
    sobre la elecciôn de la neurosis ulterior. De todos modos,
    no quisiera disminuir con esto la influencia correspondien-
    te a la edad en que el sujeto vive dichas escenas infantiles
    y a otros distintos factores. Sobre este punto, habrán de
    decidir nuestros futuros anålisis. Pero una vez descubiertos
    los factores que rigen la elecciôn entre las diversas formas
    posibles de las neuropsicosis de defensa, se nos plantea-
    rå de nuevo un problema, puramente psicológico: el rela-
    tivo al mecanismo que estructura la forma elegida.

    Llego aquí al final de mi trabajo. Preparado a la con-
    tradicción, quisiera dar aún a mis afirmaciones un nuevo
    apoyo, antes de abandonarlas a su camino. Cualquiera que
    sea el valor que se conceda a mis resultados, he de rogar
    no se vea en ellos el fruto de una cómoda especulación.
    Reposan en una laboriosa investigación individual de cada
    enfermo, que en la mayoría de los casos, ha exigido cien
    o más horas de penosa labor. Más importante aún que la
    aceptación de mis resultados es, para mí, la del método del
    que me he servido, totalmente nuevo, difícil de desarrollar
    y, sin embargo, insustituible para nuestros fines científicos y
    terapéuticos. No es posible contradecir los resultados de
    esta modificación mía del método de Breuer, dejando a un
    lado este método y sirviéndose tan sólo de los hasta aquí
    habituales. Ello equivaldría a querer rebatir los descubri-
    mientos de la técnica histológica por medio de los datos
    logrados en la investigación macroscópica. Al abrirnos,

    — 956 о

  • S.

    E N S 4 M o 5

    este nuevo método de investigaciôn, el acceso a un nue-
    vo elemento del suceder psiquico, a los procesos mentales
    inconscientes о, según la expresión de Breuer, «incapa-
    ces de conciencia», nos ofrece la esperanza de
    una nueva y mejor comprensión de todas las perturbacio-
    nes psíquicas funcionales. No puedo creer que la psiquia-
    tría dilate por más tiempo el servirse de él.

    ー 987 一