La herencia y la etiología de las neurosis 1896-001/1927.es
  • S.

    La herencia y la etiologia de las neurosis

    Me dirijo especialmente a los alumnos de J. M. Char-
    cot, para presentarles algunas objeciones contra la teo-
    ria etiolôgica de las neurosis que nuestro común maes-
    tro nos ha trasmitido. ・

    Conocido es el papel atribuído a la herencia nervio-
    sa en esta teoría. Trataríase de la única causa verda-
    dera e indispensable de las afecciones neuróticas, no
    pudiendo aspirar'las demás influencias etiológicas sino
    a la categoría de agentes provocadores.

    Así, lo han afirmado, a más del mismo maestro, sus
    discípulos, Guinon, Gilles de la Tourette y Janet, por
    lo que respecta a la histeria, sosteniéndose también
    en Francia y un poco en todas partes, esta misma opi-
    nión, con relación a las demás neurosis, aunque por
    lo que se refiere a estos estados análogos a la histe-
    ria, no haya sido enunciada de un modo tan solemne
    y decidido.

    Hace ya mucho tiempo que vengo sospechando de
    la exactitud de esta teoría, pero me ha sido necesario
    esperar hasta encontrar en la práctica cotidiana del
    médico, hechos en que apoyarme. Ahora, mis obje-
    ciones son ya de dos órdenes: argumentos de hecho y
    otros producto de la especulación. Comenzaré por
    los primeros, ordenándolos según la importancia que
    les concedo.

    — 196 —

  • S.

    ENFÄYOF. läDleFDD

    a) A veces, se han creido nerviosas y demostrati-
    vas de una tendencia neuropática hereditaria, afeccio-
    nes extrañas al dominio de la neuropatología y que no
    dependen necesariamente de una enfermedad del sis-
    tema nervioso. Así, las neuralgias faciales y muchas
    cefalalgias que se creían nerviosas, siendo más bien
    consecuencias de alteraciones patológicas post-infec-
    ciosas y de supuraciones en el sistema cavitario fa-
    ringo-nasal. Por mi parte, estoy persuadido de que
    sería ventajoso para los enfermos el que nosotros, los
    neurólogos, abandonásemos más frecuentemente el
    tratamiento de tales afecciones a los rinólogos.

    b) Se ha aceptado como razón suficiente para su-
    poner en un enfermo, taras nerviosas hereditarias, to-
    das las afecciones nerviosas halladas en su familia,
    sin tener en cuenta su frecuencia ni su gravedad. Esta
    manera de ver las cosas parece contener una precisa
    separación entre las familias indemnes de toda predis-
    posición nerviosa y las familias sujetas a ella sin lí-
    mite ni restricción, siendo así, que los hechos abogan
    más bien en favor de la opinión contraria, según la
    cual existen transiciones y grados de disposición ner-
    viosa, sin que ninguna familia se halle en absoluto in-
    demne de ella.

    c) Nuestra opinión sobre el papel etiológico de la
    herencia en las enfermedades nerviosas habrá de ser,
    desde luego, el resultado de un examen estadístico im-
    parcial y no de una «petitio principii». En tanto este
    examen no haya sido realizado, deberá suponerse tan

    ー ⑨⑦ ト

  • S.

    p Eco OY ni Sa AREA ග්‌.

    posible la existencia de neuropatias adquiridas, como
    la de neuropatias hereditarias. Ahora bien, si puede
    haber neuropatias adquiridas por hombres no predis-
    puestos, no se podra negar, que las afecciones nervio-
    sas halladas en la familia del paciente, tengan, en
    parte, este origen, y entonces, no será tampoco posi-
    ble invocarlas como pruebas concluyentes de la dispo-
    sición hereditaria impuesta al enfermo por razón de
    su historia familiar, puesto que el diagnóstico retros-
    pectivo de las enfermedades de los ascendientes o de
    los familiares ausentes sólo raras veces tiene éxito.

    d) Aquellos que siguen a Fournier y a Erb en lo
    que respecta al papel etiológico de la sífilis en la ta-
    bes dorsal y en la parálisis progresiva, han visto que
    es preciso reconocer en la patogenia de ciertas enfer-
    medades, la colaboración de poderosas influencias
    etiológicas distintas de la herencia, impotente para pro-
    ducirlas por sí sola. Sin embargo, Charcot, fué hasta
    su última época—según lo demuestra una carta priva-
    da que de él poseo—absolutamente opuesto a la teoría
    de Fournier, la cual va hoy ganando cada día más te-
    rreno.

    e) Es indudable que ciertas neuropatías pueden
    desarrollarse en individuos perfectamente sanos y de
    familia irreprochable. Así se observa cotidianamente
    con respecto a la neurastenia de Beard. Si la neuras-
    tenia se limitase a los individuos predispuestos, no
    habría adquirido jamás la importancia y la extensión
    que le conocemos.

    f) En la patología nerviosa, hay la herencia simi-
    lar y la herencia llamada disimilar. Por lo que respec-
    ta ala primera, no hay nada que objetar, siendo in-
    cluso muy singular que en las afecciones dependien-
    tes de la herencia similar (enfermedad de Thomsen,

    ー ⑲⑧ —

  • S.

    ENFÄYOS.lFYZ-JFYY

    de Friedreich; miopatias, corea de Huntington, efc.),
    no se encuentra jamås la huella de ofra influencia etio-
    lôgica accesoria. Pero la herencia disimilar, mucho
    mds importante que la ofra, deja lagunas que seria
    necesario llenar, para llegar a una solucién satisfac-
    toria de los problemas etiológicos. Nos referimos al
    hecho de que los miembros de la misma familia se
    muestran visitados por. las neuropatías más diversas,
    funcionales y orgánicas, sin que pueda descubrirse
    una ley que dirija la substitución de una enfermedad
    por otra o el orden de su sucesión a través de las ge-
    neraciones. Al lado de los individuos enfermos, hay
    en estas familias, personas que permanecen sanas, y
    la teoría de la herencia disimilar no nos dice por qué
    estas últimas soportan la misma carga hereditaria sin
    sucumbir a ella, ni por qué los individuos enfermos
    han escogido, entre las afecciones que constituyen la
    gran familia neuropática, una determinada enfermedad
    en lugar de otra, la histeria en lugar de la epilepsia,
    la locura, etc. Como en la patogenia nerviosa no pue-
    de concederse lugar alguno al azar, habremos de re-
    conocer, que no es la herencia la que preside la elec-
    ción de la neuropatia que se desarrollará en el miem-
    bro de una familia afecto de predisposición, suponiendo,
    en cambio, la existencia de otras influencias etioló-
    gicas de una naturaleza menos incomprensible, in-
    fluencias que merecerán entonces el nombre de etio-
    logía específica de tal ocual afección nerviosa.
    Sin la existencia de este factor etiológico especial, la
    herencia no hubiera podido hacer nada, y si dicha
    etiología específica, hubiera sido substituida por otra
    influencia, se hubiera prestado a la producción de otra
    distinta neuropatía.

    ー ⑲⑨ —

    */

  • S.

    PROF.I.FPE»D

    11

    Tales causas especificas y determinantes de las neu-
    ropatias, han sido poco investigadas, por tener cau-
    tivada la atenciôn de los médicos la grandiosa pers-
    pectiva de la condición etiológica hereditaria.

    Sin embargo, merecen, ciertamente, que se les haga
    objeto de un asiduo estudio. Aunque su potencia pa-
    tógena no sea en general, sino accesoria a la de la
    herencia, ha de ser interesantísimo el conocimiento de
    esta etiología específica, que proporcionará a nuestra
    labor terapéutica un punto de ataque, mientras que la
    disposición hereditaria, fijada de antemano para el en-
    fermo, desde su nacimiento, detiene nuestros esfuer-
    Zos, mostrándose como un poder inabordable.

    Por mi parte, vengo entregándome desde hace años,
    a la investigación de la etiología de las grandes neu-
    rosis (estados nerviosos funcionales análogos a la
    histeria), y las líneas que siguen, contienen el resulta-
    do de estos estudios. Para evitar todo posible error
    de interpretación, expondré, en primer lugar, dos ob-
    servaciones sobre la nosografía de las neurosis y so-
    bre la etiología de las neurosis en general.

    Me ha sido necesario comenzar mi trabajo por una
    innovación nosográfica. He hallado razones suficien-
    tes para situar, al lado de la histeria, la neurosis ob-
    sesiva, como afección autónoma e independiente, aun-
    que la mayoría de los autores coloquen las obsesio-
    nes entre los síndromes de la degeneración mental o
    las confundan con la neurastenia. Por mi parte, he
    descubierto, examinando su mecanismo psíquico, que

    — 200 —

  • S.

    ENIAY08.lFFS-JFJY

    las obsesiones se hallan enlazadas a la histeria mds
    intimamente de lo que se cree.

    La histeria y la neurosis obsesiva forman el primer
    grupo de las grandes neurosis por mi estudiadas. El
    segundo contiene la neurastenia de Beard, que yo he
    descompuesto en dos estados funcionales, diferentes
    tanto por su etiología, como por su aspecto sinto-
    mático: la neurastenia propiamente dicha y la
    neurosis de angustia, denominación esta
    última, que dicho sea de paso, no acaba de satisfacer-
    me. En un estudio publicado en 1895, he expuesto las
    razones de esta separación, que creo necesaria.

    En cuanto a la etiología de las neurosis, pienso que
    se debe reconocer en teoría, que las influencias etioló-
    gicas, diferentes entre sí por su categoría y por el or-
    den de su relación con el efecto que producen, pueden
    agruparse en tres clases: Condiciones, cau-
    sas concurrentes y causas específi-
    cas. Las condiciones son indispensables para la pro-
    ducción de la afección de que se trate, pero su natura-
    leza es universal y se encuentran igualmente en la etio-
    logía de muchas otras enfermedades. Las causas con-
    currentes colaboran también en la causación de otras
    afecciones, pero no son, como las condiciones, indis-
    pensables para la producción de una determinada. Por
    último, las causas específicas son tan indispensable
    como las condiciones, pero no aparecen más que en
    la etiología de la afección de la cual son específicas.

    Pues bien; en la patogenia de las grandes neurosis,
    la herencia representa el papel de una condición,
    poderosa en todos los casos, y hasta indispensable
    en la mayor parte de los mismos. No podría, cierta-
    mente, prescindir de la colaboración de las causas es-
    pecíficas, pero su importancia queda demostrada por

    ー 20

  • S.

    PPOP.6.FPEUD

    el hecho de que las mismas causas, actuando sobre un
    individuo sano, no producirían ningún efecto patoló-
    gico manifiesto, mientras que su acción sobre una
    persona predispuesta hará surgir la neurosis, cuya in-
    tensidad y extensión, dependerán del grado de tal
    condición hereditaria.

    La acción de la herencia es, pues, comparable a la
    del hilo multiplicador en el circuito eléctrico, que exa-
    gera la desviación visible de la aguja, pero no puede
    jamás determinar su dirección.

    En las relaciones existentes entre la condición here-
    ditaria y las causas específicas de la neurosis, hay aún
    algo que anotar. La experiencia nos muestra algo que
    de antemano podíamos haber supuesto, o sea que no
    deben despreciarse en estas cuestiones de etiología,
    las cantidades relativas, por decirlo así, de las influen-
    cias etiológicas. Lo que no se hubiera adivinado es el
    el hecho siguiente, que parece resultar de mis obser-
    vaciones: La herencia y las causas específicas pueden
    reemplazarse en lo que respecta a su lado cuantitativo,
    y así, la concurrencia de una seria etiología específica
    con una disposición mediocre y la de una herencia ner-
    viosa muy intensa con una influencia específica ligera,
    producirán el mismo efecto patológico. De este modo,
    aquellas neurosis en las que en vano buscamos un gra-
    do apreciable de disposición hereditaria, no serán sino
    un extremo de la serie así constituída, siempre que di-
    cha falta se halle compensada por una poderosa in-
    fluencia específica.

    Como causas concurrentes o accesorias de las neu-
    rosis, podemos enumerar todos los agentes vulgares
    encontrados en otras ocasiones: las emociones mora-
    les, el agotamiento somático, las enfermedades agu-
    das, las intoxicaciones, los accidentes traumáticos, el

    =

  • S.

    ‎NAA KONE 3 8:9 9 8599‏ א

    ‎«surmenage» intelectual, etc. A mi juicio, ninguno de
    ellos, ni aun el ültimo, entra regular o necesariamente
    en la etiología de la neurosis, y sé muy bien, que
    enunciar esta opinión es situarse enfrente de una teo-
    ría considerada universal e irreprochable. Desde que
    Beard declaró, que la neurastenia era el fruto de nues-
    tra civilización moderna, sólo creyentes ha encontrado.
    Mas, por mi parte, me es imposible agregarme a esta
    opinión. LIn laborioso estudio de las neurosis me ha
    ensefiado que la etiología específica de las mismas se
    sustrajo al conocimiento de Beard.

    ‎No está en mi ánimo despreciar la importancia etio-
    lógica de tales agentes vulgares. Son muy varios y
    frecuentes, y siendo acusados casi siempre, por los
    enfermos mismos, se hacen más evidentes. que las
    causas específicas de las neurosis, etiología oculta o
    ignorada. Con gran frecuencia, desempefian la fun-
    ción de agentes provocadores, que hacen manifiesta
    la neurosis, hasta entonces latente, enlazándose a
    ellos un interés práctico, puesto que la consideración
    de estas causas vulgares, puede prestar puntos de
    apoyo a una terapia que no se proponga una curación
    radical y se contente con retrotraer la afección a su
    anterior estado de latencia.

    ‎Ahora bien; jamás se consigue comprobar una rela-
    ción constante y estricta entre una de estas causas
    vulgares y una determinada afección nerviosa. Así, la
    emoción moral se encuentra tanto en la etiología de
    la histeria, las obsesiones y la neurastenia, como en
    la de la epilepsia, la enfermedad de Parkinson, la dia-
    betis y otras muchas.

    ‎Las causas concurrentes vulgares pueden también
    reemplazar a la etiología específica en cuanto a la
    cantidad, pero jamás substituirla completamente. Hay

    ‎— 908 —

  • S.

    PPOF.5.FPEUD

    muchos casos en los que todas las influencias etiol6-
    gicas estån representadas por la condiciôn hereditaria
    y la causa especifica, faltando las causas vulgares.
    En los otros casos, los factores etiológicos indispen-
    sables no bastan, por su cantidad, para provocar la
    neurosis, resultando así, que durante mucho tiempo,
    puede ser mantenido un estado de salud aparente, que
    no es, en realidad, sino un estado de predisposición
    neurótica. Basta, entonces, que una causa vulgar aña-
    da su acción, para que la neurosis se haga manifiesta.
    Pero en tales condiciones, es preciso fener en cuenta,
    que la naturaleza del agente vulgar sobrevenido, es
    indiferente. Cualquiera que sea dicho agente—emo-
    ción, traumatismo, enfermedad infecciosa, etc.—el
    efecto patológico será el mismo, pues la naturaleza de
    la neurosis dependerá siempre de la causa específica
    preexistente.

    ¿Cuáles son, pues, estas causas específicas de la
    neurosis? ¿Es acaso una sola, o son varias? ¿Puede,
    quizá, comprobarse una relación etiológica constante
    entre tal causa y tal efecto neurôtico, de modo que a
    cada una de las grandes neurosis podamos adscribir
    una etiología particular?

    Apoyado en un examen laborioso de los hechos, he
    de afirmar, que esta ültima suposición corresponde
    exactamente a la realidad, que cada una de las gran-
    des neurosis enumeradas tiene por causa inmediata
    una perturbación particular de la economía nerviosa,
    y que estas modificaciones patológicas funcionales re-
    conocen, como origen común, la vida sexual del indi-
    viduo, sea un desorden de la vida sexual actual, sea
    sucesos importantes de la vida pretérita.

    No es ésta, en verdad, una afirmación nueva e inau-
    dita. Entre las causas de la nerviosidad se ha admiti-

    — 904 —

  • S.

    Elvsztyos. 1892-1899

    do siempre los desördenes sexuales, pero subordi-
    nändolos a la herencia, coordinändolos con los de-
    més agentes provocadores y restringiendo su influen-
    cia etiolögica a un nümero limitado de casos observa-
    dos. Los médicos han llegado incluso a adquirir la
    costumbre de no buscarlos si el enfermo no se refiere
    a ellos espontåneamente. En cambio, fundåndome yo
    en los resultados de mis investigaciones, elevo tales
    influencias sexuales a la categoria de causas especifi-
    cas, reconozco su accién en todos los casos de neu-
    rosis y encuentro, en fin, un paralelismo regular,
    prueba de una relación etiolögica particular entre la:
    naturaleza de la influencia sexual y la especie morbo-
    sa de la neurosis.

    Estoy seguro que esta teoría provocará una tempes-
    tad de contradicciones por parte de los médicos con-
    temporáneos. Pero no es éste el lugar de presentar los
    documentos y las experiencias que me han impuesto
    mi convicción, ni de explicar el verdadero sentido de
    la expresión un tanto vaga «desórdenes de la econo-
    mía nerviosa». Todo ello, será realizado con la ma-
    yor amplitud, en una obra que preparo sobre la ma-
    teria. En el presente estudio, me limitaré a enunciar
    mis resultados.

    La neurastenia propiamente dicha, de un aspecto
    clínico muy monótono en cuanto se separa de ella la
    neurosis de angustia (fatiga, sensación de casco, dis-
    pepsia flatulenta, estreñimiento, parestesias espinales,
    debilidad sexual, efc.), no reconoce, como etiología
    específica, más que el onanismo (inmoderado) o las
    poluciones espontáneas.

    La acción prolongada e intensa de esta perniciosa
    satisfacción sexual se basta para provocar la neurosis
    neurasténica o para imponer al sujeto el sello neuras-

    — 205 —

  • S.

    PROF.F.FLPEUD

    ténico especial, que se manifiesta més tarde, bajo la
    influencia de una causa ocasional accesoria. He halla-
    do también personas, que presentaban los signos de
    la constituciôn neurasténica y en las cuales no he con-
    seguido evidenciar la etiologfa citada, pero por lo me-
    nos, he logrado comprobar que la función sexual no
    se había desarrollado nunca en ellas hasta el nivel
    normal, pareciendo dotadas por herencia, de una
    constitución sexual análoga a la que en el neurasténi-
    co se produce a consecuencia del onanismo.

    La neurosis de angustia, cuyo cuadro clínico es
    mucho más rico (irritabilidad, estado de espera angus-
    tiada, fobias, ataques de angustia completos o rudi-
    mentarios, de miedo, de vértigo, temblores, sudores,
    congestión, disnea, taquicardid, etc.; diarrea crónica,
    vértigo crónico de locomoción, hiperestesia, insom-
    nios, etc.), se revela fácilmente como el efecto especí-
    fico de diversos desórdenes de la vida sexual, que no
    carecen de un carácter comün a todos. La abstinencia
    forzada, la irritación genital frustrada (no satisfecha
    por el acto sexual), el coito imperfecto o interrumpi-
    do, los esfuerzos sexuales que sobrepasan la capaci-
    dad psíquica del sujeto, etc., todos estos agentes, fre-
    cuentísimos en la vida moderna, coinciden en pertur-
    bar el equilibrio de las funciones psíquicas y somáti-
    cas en los actos sexuales, impidiendo la participación
    psíquica necesaria para libertar a la economía nervio-
    sa, de la tensión genésica.

    Estas observaciones, que contienen, quizá, el ger-
    men de una explicación teórica del mecanismo funcio-
    nal de la neurosis de angustia, muestran al mismo
    tiempo, que no es aún posible, hoy en día, desarrollar
    una exposición completa y verdaderamente científica
    de la materia, siendo previamente necesario abordar

    — 206 —

  • S.

    ENSÄY05. 18F2-1899

    el problema fisiolögico de la vida sexual, desde un
    punto de vista nuevo.

    Diré, por ültimo, que la patogénesis de la neuraste-
    nia y de la neurosis de angustia, puede prescindir de
    la concurrencia de una disposicién hereditaria. Asi lo
    comprueban, en efecto, mis observaciones cotidianas.
    Pero si la herencia concurre, ejercerd una formidable
    influencia sobre el desarrollo de la neurosis.

    Para la segunda clase de las grandes neurosis, la
    histeria y la neurosis obsesiva, la solución del proble-
    ma etiológico es sorprendentemente sencilla y unifor-
    me. Debo mis resultados al empleo de un nuevo mé-
    todo de análisis psíquico, al procedimiento explorador
    de J. Breuer, un tanto sutil, pero insustituíble por su
    eficacia para iluminar los obscuros caminos de la
    ideación inconsciente. Por medio de este procedimien-
    to—cuya descripción no hemos de emprender aquí (1)—
    se persiguen los síntomas histéricos hasta su origen,
    constituído siempre por un suceso de la vida sexual
    del individuo, muy apropiado para producir una emo-
    ción penosa. Explorando, paso a paso, el pretérito del
    enfermo, dirigidos siempre por el encadenamiento or-
    gánico de los síntomas, los recuerdos y los pensa-
    mientos en estado de vigilia, hemos conseguido llegar
    al punto de partida del proceso patológico y hemos
    comprobado que en el fondo de todos los casos some -
    tidos al análisis, existía, lo mismo, la acción de un
    agente que había de ser aceptada como causa espe-
    cífica de la histeria.

    Trátase, desde luego, de un recuerdo relativo a la
    vida sexual, pero que ofrece dos caracteres de máxima
    importancia. El suceso del cual ha conservado el suje-

    (1) Véase «La histeria». Tomo X de estas «Obras completas».
    ==

  • S.

    PROF.F.FPEUD

    to un recuerdo inconsciente, es una experiencia sexual
    precoz, con irritaciôn real de las partes genitales, se-
    guida de un abuso sexual practicado por otra persona,
    y el perfodo de la vida en el que 8086016 este suceso fu-
    nesto, es la infancia hasta la edad de ocho a diez afios,
    antes de haber llegado el nifio a la madurez sexual.

    Así, pues, la etiología específica de la histeria está
    constituida por una experiencia de pasivi-
    dad sexual anterior a la pubertad.

    Añadiremos, sin dilación, algunos hechos detallados
    y algunos comentarios al resultado enunciado, para
    evitar la desconfianza que sabemos han de despertar
    nuestras afirmaciones. Hemos podido practicar el aná-
    lisis psíquico completo de trece casos de histeria, tres
    de los cuales eran verdaderas combinaciones de la
    histeria con la neurosis obsesiva (y no histeria con
    obsesiones). En ninguno de ellos faltaba el suceso an-
    tes descrito, hallándose representado por un atentado
    brutal cometido por una persona adulta, o por una se-
    ducción menos rápida y menos repulsiva, pero condu-
    cente al mismo fin. De los trece casos, se trataba en
    siete, de relaciones entre suietos infantiles, esto es, de
    relaciones sexuales entre una niña y un niño algo ma-
    yor que ella, casi siempre su hermano, víctima a su
    vez de una seducción anterior. Estas relaciones habían
    continuado algunas veces, durante años enteros, has-
    ta la pubertad de los pequeños culpables, repitiendo
    siempre el niño, con su pareja, sin innovación alguna,
    las mismas prácticas de que antes había él sido objeto
    por parte de una criada o una institutriz, y que a causa
    de este origen, eran muchas veces de naturaleza repug-
    nante. En algunos casos concurrían las relaciones in-
    fantiles y el atentado o el abuso brutal reiterado.

    La fecha de la experiencia precoz era variable. En

    SOM

  • S.

    ENSAYOI. lögeslkfyg

    dos casos, comenzaba la serie a los dos afios (?) del
    infantil sujeto. Pero la edad mds frecuente era entre los
    cuatro y los cinco afios. Serå, quizå, un azar, pero mis
    observaciones те han dado la impresión de que una
    experiencia de pasividad sexual posterior a la edad
    de ocho o diez afios no puede ya servir de base a la
    constitución de una neurosis.

    ¿Cómo llegar a convencerse de la realidad de estas
    confesiones obtenidas en el análisis, que pretenden ser
    recuerdos conservados desde la primera infancia, y
    cómo precaverse contra la inclinación a mentir y la
    facilidad de invención atribuídas a los histéricos? Yo
    mismo me acusaría de credulidad censurable si no dis-
    pusiese de otras pruebas más concluyentes. Pero es
    que los enfermos no cuentan jamás estas historias es-
    pontáneamente, ni van nunca a ofrecer al médico en el
    curso del tratamiento el recuerdo completo de una tal
    escena. No se consigue despertar la huella física del
    suceso sexual precoz sino por medio de la más enér-
    gica presión del procedimiento analítico y en hicha
    contra una enorme resistencia. Es necesario arrancar
    el recuerdo trozo a trozo, y mientras el mismo des-
    pierta en su conciencia se muestran los pacientes in-
    vadidos por una emoción difícil de fingir.

    El suceso sexual precoz deja una huella imperece-
    dera en la historia del caso, apareciendo representado
    en ella por una multitud de síntomas y de rasgos par-
    ficulares, que no admiten otra explicación, siendo exi-
    gido de un modo perentorio por el encadenamiento
    sutil, pero sólido, de la estructura intrínseca de la neu-
    rosis. Por último, cuando no se penetra hasta dicho
    suceso, falla el efecto terapéutico del análisis, y de este
    modo, no hay más remedio que aceptarlo o refutarlo
    todo en conjunto.

    — 209 一 14

  • S.

    PROF.6.FPEUD

    ¿Puede comprenderse que una tal experiencia sexual
    precoz, sufrida por un individuo, cuyo sexo apenas se
    ha diferenciado todavía, llegue a constituirse en origen
    de una anormalidad psíquica persistente como la his-
    teria? ¿Y cómo armonizar una tal hipótesis con nues-
    tras ideas actuales sobre el mecanismo psíquico de
    esta neurosis? A la primera de estas interrogaciones
    podemos dar una respuesta satisfactoria: Precisamen-
    te por tratarse de un sujeto infantil, no produce en su
    fecha, la irritación, efecto alguno, pero su huella psí-
    quica perdura. Más tarde, cuando con la pubertad,
    queda desarrollada la reactividad de los órganos se-
    xuales hasta un nivel inconmensurable con relación al
    estado infantil, es reanimada esta huella psíquica in-
    consciente, y a causa de la transformación debida a la
    pubertad, despliega el recuerdo una potencia de la que
    careció totalmente el suceso mismo. El recuerdo actúa
    entonces como si fuese un suceso presente. Trátase,
    pues, por decirlo así, de una acción póstuma de un
    traumatismo sexual.

    Por lo que sabemos, este despertar del recuerdo se-
    xual después de la pubertad, habiendo acaecido el
    suceso mismo en una época muy anterior a tal perío-
    do, constituye la única posibilidad psicológica de que
    la acción inmediata de un recuerdo sobrepase la del
    suceso actual. Pero ha de tenerse en cuenta que se
    trata de una constelación anormal, que ataca un lado:
    débil del mecanismo psíquico y produce necesaria-
    mente un efecto psíquico patológico.

    A mi juicio, esta relación inversa entre el efecto psí-
    quico del recuerdo y el del suceso entraña la razón
    por la cual el recuerdo permanece inconsciente. :

    Llegamos, asi, a un problema psiquico muy comple-
    jo, pero que debidamente apreciado, promete arrojar

    — 210 —

  • S.

    ENSÄY08. lcgsslsyg

    algün dia una viva claridad sobre las cuestiones mäs
    delicadas de la vida psiquica.

    Las ideas aqui expuestas, teniendo como punto de
    partida el hecho de que el anålisis psiquico nos revela
    siempre, como causa especifica de la histeria, el re-
    cuerdo de una experiencia sexual precoz, no se hallan
    de acuerdo con la teoría psicológica de la neurosis
    sostenida por Janet, ni con ninguna otra, pero sí ar-
    monizan perfectamente con mis propias especulacio-
    nes sobre las neurosis de defensa.

    Todos los sucesos posteriores a la pubertad, a los
    cuales es preciso atribuir una influencia sobre el des-
    arrollo de la neurosis histérica y sobre la tormación
    de sus síntomas, no son, en realidad, sino cansas con-
    currentes, «agentes provocadores», como decía Char-
    cot, para el cual ocupaba la herencia nerviosa el pues-
    to que yo reclamo para la experiencia sexual precoz.
    Estos agentes accesorios no están sujetos a las con-
    diciones estrictas que pesan sobre las causas especí-
    ficas. El análisis demuestra de un modo irrefutable,
    que sólo por su facultad de despertar la huella psiqui-
    ca inconsciente del suceso infantil, gozan de una in-
    fluencia patógena en relación con la histeria. Su co-
    nexión con la huella patógena primaria es lo que lleva
    su recuerdo a lo inconsciente, facultándoles así para
    contribuir al desarrollo de una actividad psíquica sus-
    traída al poder de las funciones conscientes.

    La neurosis obsesiva proviene de una causa especí-
    fica muy análoga a la de la histeria. Encontramos
    también en ella, un suceso sexual precoz, acaecido
    antes de la pubertad, cuyo recuerdo es activado en
    esta época o después de ella, y los mismos razona-
    mientos y observaciones expuestos con ocasión de la
    histeria pueden aplicarse a los casos observados de

    ー ③①① 一

  • S.

    බී මැ නි. කී: DP RIES UN D

    esta neurosis (seis, tres de ellos muy puros). No hay
    más que una diferencia importante. En el fondo de la
    etiología histérica, hemos hallado un suceso de pasi-
    vidad sexual, una experiencia tolerada con indiferen-
    cia o con enfado o temor. En la neurosis obsesiva, se
    trata, por el contrario, de un suceso que ha causado
    placer, de una agresión sexual inspirada por el deseo
    (sujeto infantil masculino) o de una gozosa participa-
    ción en las relaciones sexuales (sujeto infantil femeni-
    no). Las ideas obsesivas, reconocidas por el análisis
    en su sentido íntimo, reducidas, por decirlo así, a su
    más simple expresión, no son sino reproches que el
    sujeto se dirige por el goce sexual anticipado, si bien
    reproches desfigurados por una labor psíquica incons-
    ciente de transformación y de substitución.

    El hecho mismo de que tales agresiones sexuales
    tengan lugar en una edad tan tierna, parece denunciar
    la influencia de una seducción anterior, de la cual es
    consecuencia la precocidad del deseo sexual. En los
    casos por mí analizados ha guedado siempre confir-
    mada esta sospecha. De este modo, queda explicado
    un hecho constante en estos casos de neurosis obse-
    siva, esto es, la complicación regular del cuadro sin-
    tomático por un cierto número de síntomas simple-
    mente histéricos.

    La importancia del elemento activo de la vida se-
    xual en la etiología de las obsesiones y la de la pasi-
    vidad en la patogenia de la histeria, parecen incluso
    revelar la razón de la conexión más íntima de la histe-
    ria con el sexo femenino y de la preferencia del mas-
    culino por la neurosis obsesiva. A veces hallamos dos
    neuróticos que en su infancia formaron una pareja de
    infantiles amantes, y en estos casos, el hombre pade-
    ce una neurosis de angustia y la mujer, una histeria.

    — 212 —
    `

  • S.

    ENSÄYO«5. 1892-7899

    Cuando se trata de hermano y hermana no es dificil
    incurrir en el error de atribuir ala herencia nerviosa
    Jo que no es sino un efecto de experiencias sexuales
    precoces.

    Existen, desde luego, casos aislados y puros de his-
    teria o de neurosis obsesiva, independientes de la neu-
    rastenia o de la neurosis de angustia, pero no es esto
    lo general. Por lo regular, la psiconeurosis se presen-
    ta como accesoria a las neurosis neurasténicas, como
    evocada por ellas, y sigue su frayectoria. Ello obede-
    ce a que las causas especificas de estas neurosis, 0
    sea los desórdenes actuales de la vida sexual, actúan
    al mismo tiempo, como causas accesorias de las psi-
    coneurosis, cuya causa específica—el recuerdo de la
    experiencia sexual precoz—despiertan y reaniman.

    Por lo que respecta ala herencia nerviosa, estoy
    aún muy lejos de saber evaluar justamente su influen-
    cia en la etiología de las psiconeurosis. Concedo que
    su presencia es indispensable en los casos graves y
    dudo que lo sea en los leves, pero estoy convencido
    de que por sí sola no puede producir las psiconeuro-
    sis, cuando su etiología específica—la irritación se-
    xual precoz—-falta. Llego incluso a opinar, que la cues-
    tión de determinar cuál de las neurosis—la histeria o
    la neurosis obsesiva—se desarrollará en un caso
    dado, no depende de la herencia, sino de un carácter
    especial de dicho suceso sexual precoz.

    — 215 —