La sexualidad en la etiología de las neurosis 1898-001/1928.es
  • S.

    La sexualidad en la etiologia de las
    neurosis

    Minuciosas investigaciones realizadas estos últimos
    años, me han llevado al convencimiento de que las causas
    más inmediatas y prácticamente importantes de todo caso
    de enfermedad neurótica han de ser buscadas en factores
    de la vida sexual. Esta teoría no es totalmente nueva. Des-
    de siempre, y por todos los autores, se ha concedido a los
    factores sexuales una cierta importancia en la etiología de
    las neurosis, y algunas corrientes inferiores de la medicina,
    han reunido también, siempre, la curación de los «trastor-
    nos sexuales» y de la «debilidad nerviosa» en una sola pro-
    mesa. No será, pues, difícil discutir a esta teoría, la origi-
    nalidad, si alguna vez se renuncia a negar su exactitud.

    En algunos breves trabajos publicados durante estos
    últimos años en las revistas «Neurologisches Zentralblatt»,
    «Revue neurologique» y «Wiener Klinischer Rundschau»,
    he tratado de indicar el material y los puntos de vista que
    ofrecen un apoyo científico a la teoría de la «etiología se-
    xual de las neurosis». Lo que no he llevado aún a cabo, es
    una exposición detallada de tal teoría, porque al tratar de
    explicar el conjunto de datos efectivamente comprobados,
    se nos plantean de continuo nuevos problemas, cuya solu-
    ción exige una labor preparatoria aún no realizada. No me
    parece, en cambio, prematura, una tentativa de orientar
    hacia los resultados de mis investigaciones, el interés del

    SB

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    E N 5 4 у 0 5

    médico pråctico, para convencerle, a un mismo tiempo, de
    la exactitud de mis afirmaciones y de las ventajas que su
    conocimiento puede aportarle en el ejercicio de su acti-
    vidad.

    Sé muy bien, que se intentarå apartar al médico de este
    camino, empleando argumentos moralistas. Para adquirir
    la convicción de que las neurosis de sus enfermos tienen
    realmente una relación con la vida sexual de los mismos,
    habrå de interrogarles insistentemente sobre su vida sexual,
    hasta lograr un completo y sincero esclarecimiento, y en
    esta investigación se ve un peligro, tanto para el individuo
    como para la sociedad. El médico —se dice—no tiene de-
    recho a penetrar en los secretos sexuales de sus pacientes,
    lastimando su pudor, sobre todo cuando se trata de perso-
    nas del sexo femenino. Su torpe intervención no puede
    sino destruir la felicidad familiar, ofender la inocencia de
    los pacientes jóvenes y suplantar la autoridad de sus pa-
    dres; dar, en fin, a su propia relación con los enfermos
    adultos, un carácter embarazoso y forzado. Constituye,
    pues, para él, un deber de carácter ético, permanecer aje-
    no a toda cuestión sexual.

    Todo esto no es sino la expresión de una mojigatería
    indigna del médico, mal encubierta con deleznables argu-
    mentos. Si realmente se reconoce a los factores de la vida
    sexual la categoría de causas patógenas, su estudio y dis-
    cusión constituirán, para el médico, un deber ineludible.
    Al obrar así, no se hace reo de un mayor atentado contra
    el pudor que al reconocer, por ejemplo, los órganos geni-
    tales de una paciente, para curar una afección local. De
    mujeres ya maduras, residentes en lugares alejados de la
    capital, se oye contar aún, alguna vez, que han preferido
    irse agotando en repetidas hemorragias genitales, a con-
    sentir un reconocimiento médico. La influencia educativa
    ejercida por los médicos ha logrado, en el curso de una
    generación, que entre las mujeres de hoy, sean ya muy

    ම. TEA

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    -

    | ‏א‎ JO UP ET GM ‏מ א ד‎ wq

    raros tales casos de resistencia, y si aún surge alguno, es
    considerado como una ridícula gazmofieria. ¿Vivimos aca-
    so en Turquia—preguntaria el marido—donde las mujeres
    enfermas sólo pueden mostrar al médico el brazo, pasán-
    dolo a través de un agujero de la pared?

    No es exacto que el examen y la revelación de las cir-
    cunstancias sexuales den al médico un peligroso poder
    sobre el paciente. La misma objeción hubiera podido opo-
    nerse a la narcosis, que despoja al enfermo de su concien-
    cia y de su voluntad y le entrega en manos del médico sin
    que sepa cuándo las recobrará, ni si las recobrará siquie-
    ra. Y sin embargo, se ha hecho indispensable, por los
    servicios insustituíbles que presta a la terapia, habiendo
    agregado el médico a sus ya graves deberes, la responsa-
    bilidad de su empleo.

    El médico puede siempre causar daños, cuando carece
    de habilidad o de conciencia, pero lo mismo en cualquiera
    de sus intervenciones profesionales, que en la investiga-
    ción de la vida sexual. Naturalmente, aquellos que después
    de un severo examen de su personalidad, no se concedan
    el tacto, la severidad y la discreción necesarias para el
    examen de los neuróticos, y sepan que los descubrimientos
    de orden sexual han de despertar en ellos un voluptuoso
    cosquilleo en lugar de un riguroso interés científico, harán
    muy bien en permanecer alejados del tema de la etiología
    de las neurosis. Por nuestra parte, sólo les pedimos, ade-
    más, que no se dediquen al tratamiento de enfermos ner-
    viosos.

    Tampoco es exacto que los enfermos opongan obs-
    táculos insuperables a una investigación de la vida sexual.
    Los adultos suelen poner término en seguida, a sus vaci-
    laciones, reflexionando que el médico puede saberlo todo.
    Para muchas mujeres, forzadas a ocultar en la vida de re-
    lación, sus impulsos sexuales, constituye un alivio adver-
    tir que el médico antepone a todo su curación, estándoles

    ー s④0 ෴

  • S.

    É (AW 5 a y o 5

    permitido adoptar por fin, alguna vez, una franca actitud,
    puramente humana, ante las cosas sexuales. En la concien-
    cia vulgar, parece haber existido siempre un obscuro cono-
    cimiento de la importancia de los factores sexuales para la
    génesis de la nerviosidad. En mi consulta, he presenciado
    numerosas escenas del tenor siguiente: Se nos presenta
    un matrimonio. Uno de los cónyuges padece de neurosis.
    Al cabo de muchos rodeos y de reflexiones, tales como la
    de que si el médico quiere alcanzar algún éxito en estos
    casos, ha de prescindir de ciertas convenciones, etc., les
    comunicamos nuestra sospecha de que el motivo de la en-
    fermedad reposa en ciertas prácticas sexuales, antinatura-
    les y dañosas, adoptadas por ellos después del último
    parto de la mujer. Ante estas palabras, uno de los cónyu-
    ges se dirige al otro, y le dice: ¿Lo ves? Ya te dije que
    eso me haría enfermar. Y el interpelado responde: Tam-
    bién yo lo pensaba, pero ¿qué íbamos a hacer?

    En otras distintas circunstancias, por ejemplo, cuando
    se trata de muchachas jóvenes, a las que se educa gene-
    ralmente en un encubrimiento sistemático de su vida se-
    xual, ha de contentarse el médico con una menor sinceri-
    dad. Cuidará entonces de no afrontar la cuestión sexual
    sin una minuciosa preparación, de manera que no haya de
    demandar de la enferma esclarecimiento alguno previo,
    sino tan sólo la confirmación de sus hipótesis. Aquellos que
    consientan ceñirse a mis indicaciones sobre la forma de
    traducir al lenguaje etiológico la morfologia de las neuro-
    sis, no precisarán acudir, en gran medida, a las confesio-
    nes de los pacientes. Con la descripción de sus síntomas
    patológicos —desarrollada siempre de buen grado—les re-
    velarán los enfermos, por lo general, los factores sexuales |
    que detrás de tales síntomas se esconden.

    Sería muy ventajoso que los enfermos se dieran mejor
    cuenta de la seguridad con la que el médico puede ya in-
    terpretar los trastornos nerviosos que les aquejan y dedu-

    ー 241 一 ⑯

  • S.

    mo DUM d rs 6. ‏לא וח‎ AED,

    cir su etiología sexual. Ello les llevaría a prescindir de toda
    ocultación desde el momento en que se decidieran a pedir el
    auxilio de la ciencia. A todos interesa que también en las
    cuestiones sexuales se llegue a observar entre los hombres,
    como un deber, una mayor sinceridad. Con ello, ganaría
    mucho la moral sexual. Actualmente, todos, enfermos y
    sanos, nos hacemos reos de hipocresía en este orden de
    cosas. La general sinceridad habría de traer consigo una
    mayor tolerancia, a todos conveniente.

    Algunos de los problemas debatidos por los neurólogos
    no han logrado atraer aún el interés de los médicos. Así,
    la estricta diferenciación de la histeria y la neurastenia, la
    distinción de una histero-neurastenia, la adscripción de las
    representaciones obsesivas a la neurastenia o su recono-
    cimiento como una neurosis especial, etc., etc. En reali
    dad, tales diferenciaciones pueden serles indiferentes en
    tanto no enlacen a ellas un conocimiento más profundo de
    la enfermedad y una norma terapéutica y se limiten a
    aconsejar al paciente, eu todos los casos, una cura hidro-
    terápica, o a decirle que su dolencia es puramente imagi-
    naria. No así, en cambio, si aceptan nuestros puntos de
    vista sobre las relaciones causales de la sexualidad con la
    neurosis. Despierta entonces un nuevo interés hacia la sin-
    tomatología de los diversos casos neuróticos y adquiere
    gran importancia práctica saber disociar con exactitud los
    componentes del complicado cuadro patológico y dar a
    cada uno su nombre exacto. Resulta, en efecto, fácil, tra-
    ducir en etiología la morfología de las neurosis, y de este
    conocimiento etiológico se derivan, por sí mismas, nuevas
    indicaciones terapéuticas.

    El examen minucioso de los síntomas nos permite siem-
    pre establecer un importante diagnóstico diferencial, mos-
    trándonos si el caso de que se trate presenta los caracteres
    de la neurastenia o los de una psiconeurosis (histeria, re-
    presentaciones obsesivas). (Surgen también, con extraor-

    — 242 —

  • S.

    E N 5 А M [^] 5

    «папа frecuencia, casos mixtos, en los cuales, los signos
    de la neurastenia aparecen unidos a los de una psiconeu-
    rosis, pero, de ellos, trataremos más adelante). El examen
    del enfermo, sólo en las neurastenias nos descubre ya los
    factores etiológicos sexuales, que en estos casos, son co-
    nocidos por el paciente y pertenecen a la actualidad, o
    mejor dicho, al período que se extiende a partir de la épo-
    ca de su madurez sexual (aunque, de todos modos, no pue-
    da aplicarse a todos los casos esta limitación). En las psi-
    coneurosis, tal examen nos proporciona escaso rendimien-
    to. Sólo nos facilita, eventualmente, el conocimiento de
    factores a los que hemos de reconocer la categoría de mo-
    tivos patógenos ocasionales y que pueden tener o no una
    relación con la vida sexual del sujeto. En el primer caso,
    resultan iguales a los factores etiológicos de la neurastenia,
    no presentando, por lo tanto, un carácter específico en lo
    que se refiere a la causación de la neurosis. Y sin embar-
    go, también la etiología de las psiconeurosis reposa siem-
    pre, nuevamente, en la sexualidad. Dando un singular ro-
    deo, del que más tarde hablaremos, logramos llegar al
    conocimiento de esta etiología y a comprender que el
    enfermo no supiera decirnos nada de ella. Los sucesos y
    las influencias existentes en el fondo de toda psiconeuro-
    sis, no pertenecen a la actualidad, sino a una época muy
    pretérita de la vida del sujeto, a su primera infancia, ha-
    biendo sido olvidados luego, aunque sólo en un cierto sen-
    tido, por el enfermo.

    Todos los casos de neurosis poseen, pues, una etiolo-
    gia sexual, pero tal etiologia se halla constituída por suce-
    sos actuales, en las neurastenias, e infantiles en las psico-
    neurosis, siendo ésta la primera antítesis importante en la
    etiología de las neurosis. Una segunda antítesis se deriva
    de la diferencia que presenta el cuadro sintomático de la
    neurastenia. En esta enfermedad, hallamos, por un lado,
    casos que presentan, en primer término, ciertos trastornos

    ー 945 一

  • S.

    PPOP.Z.FPEUD

    caracteristicos de la neurastenia—pesadez de cabeza, fati-
    ga, dispepsia, estrefiimiento, irritacién espiritual, etc.—,
    existiendo, en cambio, otros en los que el cuadro sintomå-
    tico aparece formado por sindromes distintos, relaciona-
    dos todos con la «angustia» como perturbaciôn central
    (sobresalto, inquietud, temores, ataques de angustia rudi-
    mentarios y suplementarios, vértigo locomotor, agorafo-
    bia, insomnios, hiperesteria, etc.) Dejando al primero de
    estos tipos de neurastenia, el nombre de tal, hemos dado
    al segundo, el de «neurosis de angustia», diferenciación
    que hubimos de justificar ya en un trabajo anterior, en el
    que intentamos también explicar la general aparicion con-
    junta de ambas neurosis. Para nuestros fines actuales, nos
    bastarå hacer resaltar, que ala diferencia sintomåtica de
    estas dos formas de neurosis corresponde una diferente
    etiologia. La neurastenia es imputable siempre a un cierto
    estado del sistema nervioso, surgido a consecuencia de la
    masturbaciôn excesiva o de continuadas poluciones espon-
    tåneas. En la génesis de la neurosis de angustia, hallamos
    con regularidad, influjos sexuales, que presentan, como
    carácter común, la continencia o la satisfacción incomple-
    ta; así, el coito interrumpido, la abstinencia en individuos
    de libido muy intensa, las llamadas excitaciones frustra-
    das, etc. En un breve ensayo, en el que intentamos intro-
    ducir en la morfología de las neurosis, la neurosis de an-
    gustia, formulamos ya el principio de que la angustia es, en
    general, libido desviada de sus fines.

    En los casos mixtos, en los cuales surgen conjunta-
    mente, síntomas de neurastenia y de neurosis de angustia,
    nos atenemos al principio, empíricamente descubierto, de
    que una mezcla de neurosis, corresponde a una acción
    conjunta de varios factores etiológicos. Este principio re-
    sulta siempre confirmado en la práctica y sería interesan-
    te examinar con cuánta frecuencia quedan enlazados orgá-
    nicamente entre si estos factores etiológicos por la cone-

    e DN —

  • S.

    E N S A Xi o 5

    xión de los procesos sexuales, por ejemplo, el coito inte-
    rrumpido o la potencia insuficiente del hombre, con la
    masturbación.

    Una vez seguramente diagnosticado un caso de neuro-
    sis neurasténica y exactamente agrupados sus síntomas,
    podemos ya traducir la sintomática en etiología y pedir
    luego, al enfermo, la confirmación de nuestras hipótesis. Sin
    dejarnos desorientar por su negativa inicial, insistiremos
    en nuestras deducciones, y nuestra firme convicción acabará
    por vencer toda resistencia, En esta labor, reunimos ma-
    teria suficiente para componer un tratado altamente ins-
    tructivo sobre la vida sexual del hombre y se nos impone,
    cada vez más, la necesidad de libertar a la ciencia sexual
    de la interdicción que sobre ella pesa. Teniendo en cuenta
    que las pequeñas desviaciones de la normalidad sexual
    son demasiado frecuentes para conceder un valor a su des-
    cubrimiento, sólo aceptaremos del enfermo neurótico, como
    explicación de su dolencia, una grave y duradera anorma-
    lidad de su vida sexual, sin que esta insistencia nuestra en
    la rebusca de una etiología sexual, pueda nunca decidir a
    un enfermo psiquicamente normal, a atribuirse, como algu-
    na vez se ha sospechado, pecados sexuales imaginarios.

    Siguiendo con nuestro paciente este procedimiento,
    adquirimos, además, la convicción de que la teoría de la
    etiología sexual de la neurastenia carece de excepciones.
    Esta convicción ha llegado a ser en mí, tan absoluta, que
    el resultado negativo del examen toma a mis ojos un valor
    diagnóstico, haciéndome suponer, que tales casos no pue-
    den serlo de neurastenia. De este modo, he llegado a
    diagnosticar; varias veces, una parálisis progresiva, en lu-
    gar de una neurastenia, por no haberme sido posible com-
    probar que el enfermo se entregase a una masturbación
    excesiva, premisa necesaria de mi teoría, y el curso ulte-
    rior de estos casos me ha dado siempre la razón. En otro
    enfermo, que sin presentar claras modificaciones orgáni-

    — 245 —

  • S.

    PROF.I.FPE»D

    cas, se quejaba de dolores de cabeza y dispepsia, y oponia
    a mis sospechas sexuales una firme y constante negativa,
    de cuya sinceridad no podia dudarse, se me ocurriô diag-
    nosticar una supuracién latente en una de las cavidades
    nasales, y un rinôlogo confirm⑥ totalmente este diagnésti-
    co, deducido del examen sexual negativo, curando total-
    mente al enfermo por medio de una operaciôn en la que
    hubo de provocar la salida de una gran cantidad de pus
    fétido contenido en la cavidad de Highmor.

    La existencia de «casos negativos» puede quedar tam-
    bién fingida por otras circunstancias. Hallamos, en efecto,
    casos en los que el examen revela una vida sexual normal,
    tratándose, no obstante, de enfermos cuya neurosis presen-
    ta, a primera vista, todos los caracteres de una neurastenia
    0 una neurosis de angustia. Pero una más penetrante in-
    vestigación acaba siempre por descubrirnos la verdad. De-
    trás de tales casos, en los que al principio creimos ver una
    neurastenia, se esconde una psiconeurosis, una histeria o
    una neurosis obsesiva. Especialmente la histeria, que tan-
    tas afecciones orgánicas imita, puede fácilmente fingir una
    de las formas de las neurosis actuales, elevando sus sín-
    dromes a la categoría de síntomas histéricos. Tales histe-
    rias de forma neurasténica no son nada raras, Sin embar-
    go, no debe creerse que el arbitrio de acogerse a las psi-
    coneurosis en los casos de neurastenias con examen
    sexual negativo se halla exento de toda dificultad. Para es-
    tablecer el nuevo diagnóstico hemos de recurrir al único
    método que puede llevarnos sin error al descubrimiento de
    una histeria, esto es, a la psicoanálisis, de la que más ade-
    lante hablaremos.

    Aun aquellos que se hallen dispuestos a tener en cuen-
    ta en sus enfermos neurasténicos, la etiología sexual, se
    inclinarán, quizás, a juzgarnos unilaterales al ver que no
    invitamos al médico a atender también a los demás facto-
    res citados por los tratadistas como causas de la neuraste-

    = =

  • S.

    E N 5 4 ア 0 5

    nia. Asi, pues, hemos de hacer constar, que 6818 muy le.
    jos de nuestro änimo substituir totalmente dichos factores
    por la etiologia sexual y negarles, de este modo, toda in-
    fluencia. Nos limitamos a afirmar, que a todos los factores
    etiolôgicos reconocidos por los tratadistas en la génesis de
    la neurastenia, deben agregarse los sexuales, desatendidos
    hasta hoy. Ahora bien, estos factores sexuales, ocupan, a
    nuestro juicio, en la serie etiolégica, una situaciôn pre-
    minente, por ser los únicos que se presentan en todo caso
    de neurastenia, sin excepciôn alguna, y los únicos capaces
    de producir la neurosis por sí solos, quedando así rebaja-
    dos los demás factores a la categoría de una etiología auxi-
    liar y suplementaria. Sólo estos factores sexuales permiten
    al médico descubrir relaciones indudables entre su diversi-
    dad y la variedad de los cuadros patológicos. En cambio,
    aquellos casos en los que el sujeto ha enfermado de neu-
    rastenid supuestamente a consecuencia del exceso de tra-
    bajo, de emociones intensas, de una infección tífica, etc.,
    no muestran en sus síntomas nada común, ni me permiten
    deducir, de la etiología, el probable cuadro sintomático o,
    “inversamente, de los síndromes, la causa etiológica.

    Las causas sexuales son también las que antes ofrecen
    al médico un punto de apoyo para su acción terapéutica.
    La herencia es indudablemente un factor importante cuan-
    do realmente existe, pues permite la emergencia de graves
    efectos patológicos, en casos que sin ella, hubieran sido
    leves. Pero la herencia resulta inaccesible al influjo del
    médico. Cada individuo trae consigo al mundo determina-
    das predisposiciones, contra las que nada podemos. Sin
    embargo, tampoco debemos olvidar, que precisamente en
    la etiología de las neurastenias ha de negarse a la heren-
    cia el primer puesto. La neurastenia (en sus dos formas)
    pertenece a aquellas afecciones que todo individuo exento
    de taras hereditarias puede adquirir sin dificultad. Si así no
    fuera, sería increíble su extraordinario incremento actual,

    ー 947 ヘ

  • S.

    PPOF. s. MA ME 1.0.

    tan lamentado por todos los tratadistas. Por lo gue respec-
    ta a la civilizaciön, a la cual se suele atribuir la causaciön
    de la neurastenia, quizå tengan también razon los autores
    (aunque en un distinto sentido del que afirman), pero el
    estado de nuestra civilizaciôn es igualmente inmodificable
    por la acciôn individual, siendo, ademås, un factor cuya
    influencia general sobre los miembros de una misma socie-
    dad no explica nunca la elecciôn de la forma patolôgica.
    El médico no neurasténico se halla bajo la misma influen-
    cia supuestamente nefasta, de la civilizaciôn, que el enfer-
    mo neurasténico al que ha de tratar. La importancia de
    las influencias agotadoras queda subsistente, con la restric-
    ciôn antes indicada. En cambio, se abusa extraordinaria-
    mente del «surmenage», como factor etiolôgico de la neu-
    rosis. Es exacto que el individuo predispuesto a la neuras-
    tenia por sus dafiosas pråcticas sexuales, soporta mal el
    trabajo intelectual y los esfuerzos psiquicos de la vida,
    pero el trabajo y la excitaciôn, por si solos, no conducen
    a nadie a la neurosis. Por el contrario, el trabajo intelectual
    es una excelente protecciôn contra las enfermedades neu-
    rôticas. Precisamente los trabajadores intelectuales mas
    resistentes son respetados por la neurastenia, y el <surme-
    nage» a que los neurasténicos achacan su enfermedad, no
    merece casi nunca, ni por su cantidad, ni por su calidad,
    el nombre de «trabajo intelectual». Los médicos habrän de
    acostumbrarse a explicar al empleado que dice haberse
    matado a trabajar en su oficina, o a la mujer a quien se
    hace excesivamente pesado el gobierno de su casa, que no
    han enfermado por haber intentado realizar sus deberes,
    fåciles en realidad, para un cerebro civilizado, sino por ha-
    ber descuidado y estropeado groseramente, mientras tanto,
    su vida sexual.

    S6lo la etiologia sexual nos facilita, ademas, la com-
    prensiôn de todos los detalles de los historiales clinicos de
    los neurasténicos, descubriéndonos las causas de sus enig-

    ー 946 ー

  • S.

    E N 5 A A の S.

    máticas mejorías en pleno curso de la enfermedad y de sus
    agravaciones, no menos incomprensibles, relacionadas ha-
    bitualmente, por los enfermos y los médicos, con la terapia
    emprendida. En mi colección, que abarca más de doscien-
    tos casos, encuentro el de un individuo, que después de
    una cura en el establecimiento de Woerishofen, pasó un
    ano entero extraordinariamente mejorado. Al cabo de este
    tiempo, recayó, y acudió de nuevo al citado balneario, con
    la esperanza de nueva mejoría, sin obtener esta vez alivio
    alguno. Una ojeada a la crónica familiar de este enfermo
    nos resolvió el doble enigma. Seis meses y medio después
    de su primer retorno de Woerishofen, tuvo su mujer un
    nifio. Resulta, pues, que al separarse de su mujer para
    emprender la cura, se encontraba aquélla al principio de un
    embarazo aün ignorado, y a su retorno, pudo el sujeto
    practicar con ella, un comercio sexual normal. Pero cuan-
    do después del parto, volvió a realizar el coito interrumpi-
    do, surgió de nuevo la neurosis, y la nueva cura no dió
    resultado alguno, toda vez, que al volver a su casa, hubo
    de continuar la práctica patógena.

    Otro caso análogo, en el que también se hizo posible
    aclarar un inesperado efecto de la terapia, resultó aún más
    instructivo, por presentar una enigmática transformación de
    los síntomas de la neurosis. Un joven nervioso había sido
    enviado por su médico a un establecimiento hidroterápico
    excelentemente dirigido, en busca de alivio de una neuras-
    tenia típica. EI estado del enfermo comenzó en seguida a
    mejorar visiblemente, haciendo esperar que nuestro sujeto
    abandonaría el balneario convertido en partidario entusias-
    ta de la hidroterapia. Pero en la sexta semana, sobrevino
    un cambio. El enfermo «no toleraba ya el agua», se halla-
    ba cada vez más nervioso, y al cabo de dos semanas más,
    abandonó el establecimiento. Cuando luego acudió a mí,
    quejándose de un tal engafio de la terapia, hice que me
    enterase de los síntomas que le habían atacado enmedio

    ー ②④⑨ ー

  • S.

    «PPOP.F.PEEZ«D

    de la cura, comprobando en ellos un cambio singular. Al
    llegar al balneario, sufria pesadez de cabeza, dispepsia y
    cansancio, y los sintomas que interrumpieron la cura ha-
    bian sido excitaciôn, ataques de opresiôn, vértigos al an-
    dar € insomnios. Pude entonces decirle lo siguiente: «Es
    usted injusto con la hidroterapia. Como usted sabe muy
    bien, su enfermedad se debe a una continuada masturba-
    ciôn. En el balneario, ha cesado usted de practicar este
    género de satisfacción sexual y ha obtenido con ello una
    rápida mejoría. Pero cuando ya empezaba a sentirse bien,
    ha cometido usted la imprudencia de entablar, quizá con
    una señora del mismo balneario, unas relaciones que sólo
    podían conducir a excitaciones sexuales sin satisfacción
    ulterior. Tales relaciones, y no una repentina intolerancia
    de la hidroterapia, le han hecho recaer en su enfermedad.
    De su actual estado, deduzco, además, que todavía conti-
    núa usted viendo, aquí en la capital, a dicha señora». El
    enfermo confirmó punto por punto, mis palabras.

    La terapia actual de la neurastenia, tal y como es prac-
    ticada en los mejores balnearios, tiende a conseguir el ali-
    vio de los estados nerviosos, tonificando y tranquilizando
    al paciente. A mi juicio, sólo puede reprochársele el des-
    atender las condiciones sexuales del caso. Mi experiencia
    me inclina a desear que los médicos directores de tales es-

    ` tablecimientos se den clara cuenta de que sus enfermos no
    son víctimas de la civilización o de la herencia, sino--sit
    venia verbo —inválidos de la sexualidad. De este
    modo, se explicarían mejor, tanto sus éxitos como sus fra-
    casos, y tenderán, además, a alcanzar nuevos resultados
    positivos, encomendados hoy al azar o ala conducta es-
    pontánea del enfermo. Cuando se saca de su casa a una
    mujer aquejada de angustia y neurastenia y se la envía a
    un balneario, en el cual, libre de todo cuidado, se la some-
    te a un régimen de baños, ejercicios gimnásticos y ali-
    mentación adecuada, se tenderá a ver, en la brillante me-
    jo ONO ー

  • S.

    E N S 4 at 0 5

    joria conseguida en algunas semanas ‏ס‎ meses, un resultado
    del reposo gozado por la enferma y de la tonificacion obra
    de la hidroterapia. Puede ser; pero pensando asi, se olvida,
    que al alejar a la paciente de su casa, se ha producido
    también una interrupciôn del comercio conyugal y que esta
    exclusi6n de la causa pat6gena es la que hace posible con-
    seguir una mejoría con el auxilio de una terapia adecuada.
    El olvido de este punto de vista etiológico queda luego
    vengado por la efímera duración de la mejoría obtenida.
    Al poco tiempo de reanudar la paciente su vida habitual,
    vuelven a surgir los síntomas patológicos, obligándola, pe-
    riódicamente, a pasar una temporada en tales estableci-
    mientos, o a orientar hacia otros medios sus esperanzas de
    curación. Resulta, pues, indudable, que en los casos de
    neurastenia, la acción terapéutica debe atacar directamen-
    te las circunstancias en que el paciente vive y no aquellas
    a las que es transferido en el balneario.

    En otros casos, nuestra teoría etiológica puede dar al
    médico de balneario la clave de los fracasos sufridos por la
    hidroterapia y proporcionarle el medio de evitarlos. La
    masturbación es en las muchachas púberes y en los hom-
    bres maduros, mucho más frecuente de lo que se cree, y
    resulta dañosa, no sólo por dar origen a síntomas neuras-
    ténicos, sino por mantener a los enfermos bajo el peso de
    un secreto vergonzoso. El médico no acostumbrado a tra-
    ducir en masturbación la neurastenia, atribuye el estado
    patológico a la anemia, a una alimentación insuficiente o
    al «surmenage», y encomienda la curación del enfermo a
    una terapia adecuada a tales causas. Mas para su sorpre-
    sa, alternan en el paciente, períodos de mejoría con otros
    de profundo ensombrecimiento e intensificación de todos
    los síntomas. El resultado de un tal tratamiento es siempre
    dudoso. Si el médico supiera que el enfermo lucha todo el
    tiempo con su hábito sexual, cayendo en una lúgubre de-
    sésperaciôn cuando se ha visto obligado a ceder a él una

    ー ME.

  • S.

    PROF.F.PEE«D

    vez mäs, y si poseyera el medio de arrancarle su secreto,
    disminuir su gravedad a los ojos del paciente y apoyarle
    en su lucha contra la costumbre patégena, el éxito tera-
    péutico quedaria asegurado.

    La deshabituaciôn del onanismo es una de las nuevas
    labores que el reconocimiento de la etiologia sexual plan-
    tea al médico y sölo puede llevarse a cabo, como todas las
    demas curas de este género, en un establecimiento médico
    y bajo la continua vigilancia del terapeuta. Abandonado a
    si mismo, el masturbador recurre a la cómoda satisfacción
    habitual siempre que experimenta alguna contrariedad. El
    tratamiento médico no puede proponerse aquí, otro fin,
    que conducir de nuevo al neurasténico, tonificado por una
    adecuada terapia auxiliar, al comercio sexual normal, pues
    la necesidad sexual despertada una vez y satisfecha du-
    rante un largo período, no se deja ya acallar y sí unicamen-
    te derivar por otro camino. Esta observación puede apli-
    carse también a las demás curas de abstinencia, cuyos
    resultados positivos seguirán siendo aparentes y efímeros
    mientras el médico se limite a quitar al enfermo el medio
    narcótico, sin preocuparse de la fuente de la que surge la
    necesidad imperativa del mismo. El «hábito» no es sino
    una mera locución sin valor aclaratorio alguno. No todos
    los individuos que han tenido ocasión de tomar durante al-
    gún tiempo, morfina, cocaína, etc., contraen la toxicoma-
    nía correspondiente. Una minuciosa investigación nos re-
    vela generalmente, que estos narcóticos se hallan destina-
    dos a compensar—directa o indirectamente—la falta de
    goces sexuales, y en aquellos casos en los que no es ya
    posible restablecer una vida sexual normal, puede esperar-
    se con seguridad, una recaída.

    La etiología de la neurosis de angustia plantea el mé-
    dico otra nueva labor, consistente en mover al enfermo a
    abandonar todas las formas perjudiciales del comercio se-
    xual y a iniciar relaciones sexuales normales. Este deber

    — 252 —

  • S.

    E N S A x 0 5

    incumbe, naturalmente, al médico de cabecera, el cual irro-
    garå graves perjuicios a sus clientes si se considera dema-
    siado distinguido para ocuparse de tales asuntos.

    Tratandose aqui, generalmente, de parejas matrimonia-
    les, los esfuerzos del médico no tardan en tropezar con la
    tendencia malt husiana a limitar el número de embarazos.
    Es indudable que en nuestra clase media, van adquiriendo
    estas tendencias cada vez mayor difusién. He encontrado
    matrimonios que comenzaron a ponerlas en pråctica des-
    pués del nacimiento de su primer hijo, y otros que las ob-
    servaron ya la noche de bodas. El problema del malthusia-
    nismo es muy amplio y harto complicado para que poda-
    mos discutirlo aqui con el detenimiento que requeriria la
    terapia de las neurosis. Habremos, pues, de limitarnos
    a indicar cuál es la mejor actitud que pueden adoptar ante
    61, aquellos médicos que reconozcan la etiología sexual de
    la neurosis.

    Lo más equivocado sería, desde luego, no tenerlo en
    cuenta, cualquiera que fuera la razón alegada. Lo que es
    necesario no puede estar por bajo de mi dignidad médica,
    e indudablemente, es necesario auxiliar, con el consejo
    médico, a un matrimonio que se propone limitar el número
    de concepciones, si no se quiere exponer a uno de los cón-
    yuges, 0 a ambos, a la neurosis. Es indiscutible, que las pre-
    venciones malthusianas, pueden llegar a ser alguna vez,
    en un matrimonio, de absoluta necesidad, y teóricamente,
    constituiría uno de los mayores triunfos de la humanidad y
    una de las más importantes liberaciones de la coerción na-
    tural a la que nuestra especie se halla sometida, conseguir
    elevar el acto de la concepción, que tanta responsabilidad
    entraña, a la categoría de acto voluntario e intencionado,
    desligándolo de su amalgama con la precisa satisfacción de
    una necesidad natural.

    El médico prudente tomará, pues, a su cargo, decidir
    en qué circunstancias está justificado el empleo de medios

    — לתל ==

  • S.

    PPok-S.FPE»D

    preventivos de la concepciön, y habrä de explicar cuäles
    de estos medios son perjudiciales y cuäles inofensivos.
    Perjudicial es todo lo que se oponga al logro de la satis-
    facciôn sexual. Mas por ahora, no poseemos medio alguno
    preventivo de la concepción, que satisfaga todas las condi-
    ciones justificadamente exigidas, esto es, que siendo có-
    modo y seguro, no disminuya la sensación de placer del
    coito, ni ofenda la sensibilidad de la mujer. Se plantea
    aquí, a los médicos, una labor práctica, cuya solución
    compensaría sus esfuerzos. Aquel que llenase esta laguna
    de nuestra técnica médica habría logrado conservar a infi-
    nitos seres humanos la salud y el goce de la vida, si bien
    iniciando, al mismo tiempo, una decisiva transformación
    de nuestras circunstancias sociales.

    No terminan aquí las sugestiones emanadas del recono-
    cimiento de la etiología sexual de las neurosis. El resulta-
    tado principal que se nos hace posible alcanzar en favor de
    los neurasténicos, tiene un carácter profiláctico. Si la mas.
    turbación es la causa de la neurastenia en la juventud, y
    adquiere luego también, por la consiguiente disminución
    de la potencia, una importancia etiológica con respecto a
    la neurosis de angustia, su evitación habrá de constituir
    una labor a la que deberá prestarse mayor atención que
    hasta hoy. Teniendo en cuenta los perjuicios generales,
    más o menos visibles, causados por la neurastenia, cada
    vez más difundida, según los tratadistas, habremos de re-
    conocer un interés social en que los hombres con-
    serven intacta su potencia al iniciar el
    comercio sexual. Pero en las cuestiones profilác-
    ticas, es casi impotente el esfuerzo individual. La colectivi-
    dad ha de tomar interés en ellas y dar su aquiescencia a la
    adopción de medidas generales. Por ahora, nos hallamos
    muy lejos de toda posibilidad de un tal auxilio, y en este
    sentido, sí puede hacerse responsable a nuestra civiliza-
    ción de la difusión de la neurastenia. Antes de lograr el

    ー 954 一

  • S.

    B N 5 A ア 0 5

    apoyo de la colectividad para esta labor profiläctica, ten-
    drån que variar mucho las cosas. Habrå de romperse la
    resistencia de toda una generaciôn de médicos, que no
    quieren recordar su propia juventud; habrá de vencerse el
    orgullo de los padres, que no quieren descender ante sus
    hijos al nivel de la humanidad, y habrá de combatirse el
    incomprensivo pudor de las madres, que consideran hoy
    como una fatalidad inexcrutable, pero inmerecida, el que
    «precisamente sus hijos hayan enfermado de los nervios».
    Pero ante todo, ha de hacerse lugar en la opinión pública,
    a la discusión de los problemas de la vida sexual, ha de
    poderse hablar de ellos sin ser acusado de perturbar la tran-
    quilidad pública o de especular con los más bajos instintos.
    Todo esto plantea ya trabajo para un siglo entero durante
    el cual aprendería nuestra civilización a tolerar las aspira-
    ciones de nuestra sexualidad.

    El valor de una exacta diferenciación diagnóstica de
    las psiconeurosis y la neurastenia reposa también en el
    hecho de que las primeras reclaman una distinta orientación
    práctica y medidas terapéuticas especiales. Las psiconeuro-
    sis surgen en dos diferentes condiciones; bien independien-
    temente, bien acompañando a las neurosis actuales (neu-
    rastenia y neurosis de angustia). En este último caso, nos
    hallamos ante un nuevo tipo, muy frecuente, de neurosis
    mixtas. La etiología de la neurosis actual se convierte en
    etiología auxiliar de la psiconeurosis, resultando un cuadro
    patológico, en el que predomina, quizá, la neurosis de an-
    gustia, pero que contiene, además, rasgos de neurastenia
    propiamente dicha, histeria y neurosis obsesiva. Ante una
    tal mezcla, no es conveniente renunciar a una separación
    de los distintos cuadros patológicos neuróticos, siendo fá-
    cil explicarse el caso en la forma siguiente: El desarrollo
    predominante de la neurosis de angustia demuestra que la
    enfermedad ha surgido bajo la influencia etiológica de un
    daño sexual actual. Ahora bien, el sujeto se hallaba, ade-

    — 208 一

  • S.

    ₪ ‏האר‎ EN REN END

    mas, predispuesto a una o varias psiconeurosis, por una
    etiologia especial, y hubiera enfermado alguna vez de psi-
    coneurosis, bien espontåneamente, bien al sobrevenir algtin
    factor debilitante. Asi, pues, la etiologia auxiliar que atin
    faltaba para la emergencia de la psiconeurosis, ha sido
    agregada por la etiologia actual de la neurosis de angustia.

    Para tales casos, se ha impuesto justificadamente, como
    pråctica terapéutica, la de prescindir de los componentes
    psiconeurôticos del cuadro patolôgico y tratar tan sélo la
    neurosis actual. En muchos de ellos se consigue dominar
    también la neurosis adjunta, combatiendo adecuadamente
    la neurastenia. En cambio, aquellos otros casos de psico-
    neurosis, que surgen espontåneamente o permanecen como
    restos independientes, después del curso de una enferme-
    dad mixta de neurastenia y psiconeurosis, han de ser en-
    juiciados de un modo muy distinto. Al hablar de una emer-
    gencia «espontánea» de una psiconeurosis, no quiero decir
    que en la investigación anamnésica correspondiente, eche-
    mos de menos todo factor etiológico. Así, puede, en efecto,
    suceder, pero puede también señalársenos un factor indi-
    ferente, por ejemplo, una emoción, la debilidad consiguien-
    te a una enfermedad orgánica, etc. Pero ha de tenerse en
    cuenta en todos los casos, que la verdadera etiología de
    las psiconeurosis no reside en estos meros agentes provo-
    cadores, siendo inaprehensible por el procedimiento anam-
    nésico habitual.

    A esta laguna, que se ha intentado cegar con la hipó-
    tesis de una disposición neuropática especial, se debe que
    la terapia de tales estados patológicos no presentara hasta
    ahora, grandes probabilidades de éxito. La disposición
    neuropática misma era interpretada como un signo de de-
    generación general, esgrimiéndose, así, de continuo, esta
    última palabra, contra los pobres enfermos a quienes el
    médico no sabía ayudar. La disposición neuropática existe,
    desde luego, pero hemes de negar, terminantemente, que

    ー 956 一

  • S.

    D

    E N 5 4 ア O 5

    baste para generar la psiconeurosis. Tampoco es cierto que
    la coincidencia de la disposici⑥n neuropåtica con causas
    provocadoras sobrevenidas en la vida ulterior, constituya
    una etiologia suficiente de las psiconeurosis. Se ido dema-
    siado lejos en la atribuciôn de los destinos patolôgicos del
    individuo a la vida de sus ascendientes, olvidando en ello,
    que entre la concepcion y la madurez del sujeto se extien-
    de un largo e importante periodo, la nifiez, en el cual pue-
    den ser adquiridos los gérmenes de la enfermedad ulterior.
    Asi, sucede, efectivamente, en la psiconeurosis. Su verda-
    dera etiologia se halla en sucesos acaecidos en la infancia
    del individuo, y precisa y exclusivamente, en impresiones
    relativas ala vida sexual. Es un error desatender por com-
    pleto, como se viene haciendo, la vida sexual de los nifios,
    capaces, segün mi repetida y constante experiencia, de
    todas las funciones sexuales psiquicas y de muchas soma-
    ticas. Asi como los genitales exteriores y las dos glandulas
    seminales no constituyen todo el aparato sexual del hom-
    bre, tampoco su vida sexual comienza sölo con la puber-
    tad, como una observacion superficial pudiera fingirnos.
    Es, en cambio, exacto, que la organizaciôn y el desarrollo
    de la especie humana tienden a evitar una amplia actividad
    sexual durante la infancia. Parece como si las fuerzas ins-
    tintivas sexuales del hombre hubieran de ir almacenando-
    se, para actuar, luego, al desencadenarse en la pubertad,
    al servicio de grandes fines culturales. (Wilh. Fliess.) Esta
    circunstancia nos explica quizå, por qué las experiencias
    sexuales de la infancia han de tener un efecto patégeno.
    Pero la accién que tales experiencias desarrollan en la
    época de su acaecimiento, es insignificante, siendo mucho
    más intensa su acción ulterior, que puede iniciar-
    se en épocas más tardías de la vida individual. Esta acción
    ulterior, parte, luego, de las huellas psíquicas dejadas por
    los sucesos sexuales infantiles. En [el intervalo entre tales
    impresiones y su reproducción (о más bien, la intensifica-

    — 257 一 17

  • S.

    PPOP-s.FPE»D

    ciön de los impulsos libidinosos de ellas emanados) tanto
    el aparato sexual somåtico como el aparato psiquico han
    experimentado un importante desarrollo, y de este modo,
    la acción de aquellas tempranas experiencias sexuales pro-
    voca una reacción psíquica anormal, surgiendo productos
    psicopatológicos.

    Podemos ya indicar los factores principales en los que
    se apoya la teoría de las psiconeurosis: la acción ulterior y
    el infantilismo del aparato sexual y del instrumento psiqui-
    co. Para facilitar una verdadera comprensión del mecanis-
    mo de la génesis de las psiconeurosis se haría precisa una
    más amplia exposición. Ante todo, sería inevitable presen-
    tar determinadas hipótesis, que creo totalmente nuevas,
    sobre la composición y el funcionamiento del aparato psí-
    quico. En un libro que ahora preparo, sobre la «interpreta-
    ción de los sueños», tendré ocasión de plantear tales fun-
    damentos de una psicología de las neurosis. El sueño per-
    tenece, en efecto, a aquella misma serie de productos
    psicopatológicos en la que incluímos las ideas histéricas
    fijas, las representaciones obsesivas y las ideas delirantes.

    Los fenómenos de la psiconeurosis, emanados de hue-
    llas psíquicas inconscientes bajo el influjo de la acción ul-
    terior de las impresiones sexuales infantiles, resultan, a
    consecuencia de este origen mismo, accesibles a la psico-
    terapia, si bien por caminos distintos del único hasta ahora
    conocido, o sea la sugestión con o sin hipnosis. Partiendo
    del procedimiento «catártico», iniciado por Breuer, hemos
    dado forma, en los últimos años, a un nuevo método tera-
    péutico, el método «psicoanalítico», al que debemos nu-
    merosos éxitos y cuya eficacia esperamos aumentar aún
    considerablemente. En la obra titulada «Estudios sobre la
    histeria» publicada en colaboración con J. Breuer en 1895,
    incluimos ya una primera comunicación de la técnica y el
    alcance de este método. Pero desde entonces, he introdu-
    cido en él diversas modificaciones que lo han perfecciona-

    SABE

  • S.

    E N 5 4 が o S

    do mucho. Por aquella época nos limitåbamos a afirmar
    modestamente, que sólo podíamos tender a la supresión
    de los síntomas histéricos y no a la curación de la histeria
    misma. Hoy puedo ya asegurar, que el método por mí es-
    tablecido encierra la posibilidad de curar, tanto la histeria
    como las representaciones obsesivas. Me ha interesado,
    pues, vivamente, leer en las publicaciones de mis colegas,
    que el ingenioso método descubierto por Breuer y Freud
    había fracasado en tal o cual caso, o que no cumplía lo que
    parecía prometer. Estas frases me hacían una impresión
    semejante a la del hombre que lee en un periódico, la noti-
    cia de su muerte, pero al que su mejor conocimiento con-
    serva la tranquilidad. El método psicoanalítico es tan difí-
    cil, que ha de ser previamente aprendido su desarrollo y
    no puedo recordar que ninguno de mis críticos haya acudi-
    do a mí en demanda de explicaciones, ni creo tampoco que
    se haya ocupado de él, como yo, con intensidad suficiente
    para descubrirlo por sí mismo. Las indicaciones contenidas
    en los «Estudios sobre la histeria» son totalmente insufi-
    cientes para facilitar al lector el dominio de esta técnica, y
    no tienden tampoco en modo alguno, a semejante fin.

    La terapia psicoanalítica no es, por ahora, generalmen-
    te aplicable, presentando, que yo sepa, las siguientes limi-
    taciones: Exige una determinada madurez intelectual en
    los enfermos, siendo, por lo tanto, inútil, en los niños y en
    los adultos mentalmente débiles o incultos. Cuando se tra-
    ta de personas de mucha edad, la duración del tratamiento,
    correlativa a la cantidad de material acumulado, resultaría
    excesiva, coincidiendo acaso su fin, con el comienzo de un
    período de la vida en el que no se concede ya gran valor
    a la salud nerviosa. Por último, sólo es posible cuando el
    enfermo conserva un estado psíquico normal, partiendo del
    cual puede dominarse el material patológico. Durante una
    grave crisis histérica o una manía o melancolía interpola-
    das, los medios psicoanalíticos no logran resultado alguno:

    — 259 —

  • S.

    pump DOP SH GR EE |

    Tales casos, sólo pueden ser sometidos a nuestro método
    después de haber conseguido apaciguar, con los medios
    acostumbrados, los fenómenos tormentosos. Prácticamen-
    te, se obtienen mejores resultados en los casos crónicos
    de psiconeurosis, que en las de crisis aguda, en los cuales
    lo principal es obtener una rápida derivación. De este
    modo, el terreno más favorable para la nueva terapia, está
    constituído por las fobias histéricas y las distintas formas
    de la neurosis obsesiva.

    Esta limitación de nuestro método se explica en gran
    parte por las condiciones en que hemos tenido que des-
    arrollarlo. El material clínico de que disponemos está for-
    mado por nerviosos crónicos, pertenecientes a la clase
    cultivada. Creo muy posible la constitución de procedi-
    mientos suplementarios para sujetos infantiles y para el
    público de los hospitales. He de indicar también, que, has-
    ta ahora, sólo he probado mi terapia en graves casos de
    histeria y de neurosis obsesiva. No sé, por lo tanto, cuál
    sería su eficacia en aquellos casos leves que parecen curar
    al cabo de algunos meses de un tratamiento cualquiera.
    Como es natural, una terapia nueva, que exige múltiples
    sacrificios, no podía contar sino con enfermos que habían
    ensayado ya sin resultado los procedimientos oficialmente
    reconocidos o cuyo estado justificaba el temor de que tales
    métodos, más cómodos y breves, resultarían ineficaces.
    De este modo, me he visto obligado a afrontar desde un
    principio, con un instrumento aún imperfecto, las más difi-
    ciles tareas. En compensación, los resultados obtenidos,
    presentan, así, una mayor fuerza probatoria.

    Las dificultades principales que aún se oponen a la te-
    rapia psicoanalítica no se deben ya a sus propias caracte-
    rísticas, sino a la incomprensión de la esencia de las psi-
    coneurosis, tanto por parte de los médicos como del públi-
    co en general. Esta absoluta ignorancia justifica que los
    médicos se crean con derecho a consolar a los enfermos

    => UA p

  • S.

    5 N S A x 0 5

    con vanas seguridades o a hacerles aceptar inütiles medi-
    das terapéuticas. «Venga usted a pasar seis semanas a mi
    sanatorio y desaparecerån sus sintomas» (miedo a los via-
    jes, representaciones obsesivas, etc.) En realidad, tales
    establecimientos son indispertsables para el apaciguamien-
    to de los ataques agudos emergentes en el curso de una
    psiconeurosis, mas para la curacion de los estados crénicos,
    resultan totalmente ineficaces, y tanto los sanatorios mas
    distinguidos, supuestamente dotados de una direccion cien-
    tifica, como los balnearios mas vulgares.

    Seria mås digno y mås tolerable para el enfermo, que
    el médico dijese la verdad, tal y como todos los dias se le
    impone: Las psiconeurosis no son nunca enfermedades
    leves. Una vez iniciada una histeria, nadie puede predecir
    cuándo terminará. Por lo general, se consuela al enfermo
    con la vana profecía de que su dolencia desaparecerá un
    día, de repente. La curación no es, con frecuencia, sino un
    acuerdo de tolerancia recíproca establecido entre el hombre
    sano y el enfermo que en sí lleva el paciente, o resulta de
    la transformación de un síntoma en una fobia. La histeria
    trabajosamente ocultada, de una muchacha, reaparece,
    después de una breve interrupción durante los primeros
    tiempos felices del matrimonio, siendo ahora el marido, como
    antes la madre, quien se encarga de silenciar, por interés
    propio, la enfermedad. Cuando la enfermedad no trae con-
    sigo una incapacidad manifiesta, produce, siempre, por lo
    menos, una imposibilidad de desplegar libremente las ener-
    gías psíquicas. Las representaciones obsesivas retornan una
    y otra vez a través de toda la vida, y la terapia se ha demos-
    trado, hasta ahora, impotente contra las fobias y otras li-
    mitaciones de la voluntad. Todo esto es ocultado a los pro-
    fanos, y de este modo, el padre de una muchacha histérica
    se espanta cuando, ha de prestar, por ejemplo, su aquies-
    cencia a un tratamiento de un año de duración, para una
    enfermedad cuyos primeros signos han parecido desvane-

    — 261 —

  • S.

    PROF.I.PPEUD

    cerse al cabo de unos meses. El profano se halla intima-
    mente convencido de la superfluidad de todas estas psico-
    neurosis y no soporta con paciencia el curso de la enfer-
    medad ni se muestra dispuesto a los sacrificios exigidos
    por la terapia. Si ante un tifus de tres semanas de duracién,
    o la fractura de una pierna, cuya curaciön exige seis meses,
    se conduce más comprensivamente, y si al advertir en sus
    hijos, la primeras huellas de una desviación de la columna
    vertebral, acepta, en el acto, un tratamiento ortopédico que
    ha de durar años enteros, esta diferente actitud se debe a
    una mejor comprensión de los médicos, que transfieren
    honradamente su saber al profano. La sinceridad de los
    médicos y la docilidad de los profanos se extenderá tam-
    bién a las psiconeurosis una vez que el conocimiento de la
    esencia de estas afecciones llegue a ser del dominio médi-
    co común. De todos modos, el tratamiento radical psicote-
    rápico de las mismas necesitará siempre una preparación
    especial y será incompatible con el ejercicio de otra acti-
    vidad médica. En cambio, tales especialistas médicos, nu-
    merosos seguramente en lo futuro, hallarán ocasión de
    brillantes éxitos y llegarán a un profundo conocimiento de
    - la vida anímica de los hombres.

    — 262 —