S.
Nuevas observaciones sobre las neuro-
psicosis de defensaEn un breve estudio, publicado en 1894, hube de re-
unir bajo el nombre de «neuropsicosis de defensa», la
histeria, las representaciones obsesivas y algunos ca-
sos de locura alucinatoria, fundåndome en que los sin-
tomas de todas estas afecciones son un producto del
mecanismo psiquico de la defensa (inconsciente), sur-
giendo, por lo tanto, a consecuencia de la tentativa de
reprimir una representaci6n intolerable, penosamente
opuesta al Yo del enfermo. En el libro que sobre la
histeria (1) he publicado después en colaboracién con
el doctor Breuer, he expuesto, con ayuda de varias ob-
servaciones clinicas, el sentido en que ha de interpre-
tarse este proceso psiquico de la «defensa» o la «re-
presiôn», describiendo también el método psicoanali-
tico, penoso pero seguro, de que me sirvo en estas
investigaciones, las cuales constituyen, simultánea-
mente, una terapia.Los resultados obtenidos en estos dos últimos años
de trabajo, han robustecido mi inclinación a conside-
rar la defensa como el nódulo del mecanismo psíqui-
co de las mencionadas neurosis, y me han permitido,
además, proporcionar a la teoría psicológica, una base
clínica. Para mi propia sorpresa, he tropezado con al-(1) Véase el tomo X de estas «Obras completas».
ー ②⑧⑥ 一S.
ENFÄY08.1892·JFIH
gunas soluciones, sencillas pero precisamente deter-
minadas, de los problemas de las neurosis, soluciones
que me propongo exponer en el presente estudio. No
pudiendo, integrar en 61, por su forzosa brevedad, las
pruebas de mis afirmaciones, espero darles cabida en
una préxima publicacién, mas amplia.I
La etiología «específica» de la histeria
Ya en otras ocasiones anteriores, hemos expuesto
Breuer y yo la teoría de que los síntomas de la histe-
ria sólo se nos hacen comprensibles cuando los refe-
rimos a experiencias de efecto «traumático» o traumas
psíquicos de carácter sexual. Lo que hoy me propongo
agregar a lo ya expuesto, como resultado uniforme
del análisis de trece casos de histeria, se refiere, por
un lado, a la naturaleza de estos traumas sexuales, y
por otro, al período de la vida individual en el que
acaecen. Para la causación de la histeria no basta que
en una época cualquiera de la vida, surja un suceso,
relacionado en algún modo con la vida sexual, que
llegue a hacerse patógeno por el desarrollo y la repre-
sión de un afecto penoso.Es preciso que tales traumas sexuales sobrevengan
en la temprana infancia del sujeto (la época anterior a
la pubertad) y su contenido ha de consistir en una irri-
tación real de los genitales en procesos análogos al
coito).En todos los casos de histeria por mí analizados
(entre ellos dos de histeria masculina), he hallado— 282 —
S.
PPOF.J.FEEUD
cumplida esta condiciön especifica de la histeria—la
pasividad sexual en tiempos presexuales—, condiciön
que a таз de disminuir considerablemente la signifi-
cación etiológica de la disposición hereditaria, explica
la frecuencia infinitamente mayor de la histeria en el
sexo femenino, el cual ofrece, durante la infancia, ma-
yores atractivos, a la agresión sexual.Contra este resultado se objetará, seguramente, que
los atentados sexuales cometidos en sujetos infantiles
aún impúberes, son demasiado frecuentes para poder
concederles un serio valor etiológico. O también, que
por tratarse de sujetos cuya sexualidad no está aún
desarrollada, no pueden tener tales sucesos efecto al-
guno. Por último, se alegará, la posibilidad de ser
nosotros mismos los que sugerimos al paciente tales
recuerdos durante el tratamiento y se nos prevendrá
contra una aceptación demasiado crédulas de las ma-
nifestaciones de estos enfermos, tan dados a fantasear.
Y a estas dos últimas objeciones he de contestar, que
para poder emitir algún juicio sobre este obscuro sec-
tor, es necesario haberse servido alguna vez del único
método susceptible de arrojar alguna luz sobre él, esto
es, de la psicoanálisis, por medio de la cual logramos
hacer consciente lo inconsciente. Las dos primeras,
quedarán contestadas en lo esencial, con la observa-
ción de que no son los sucesos mismos los que actúan
fraumåticamente, sino su recuerdo, emergente
cuando el individuo ha llegado ya a la madurez sexual.Mis trece casos de histeria eran todos graves y da-
taban ya de muchos años, algunos de ellos a pesar
de un largo tratamiento médico ineficaz. Los traumas
infantiles que en ellos descubrió el análisis, eran todos
de orden sexual у en ocasiones, de un carácter ex-
traordinariamente repugnante. Entre los culpables deー 988 一
S.
EleÄyos. EA SM A මැ ම
estos abusos de tan graves consecuencias, figuraban,
en primer lugar, nifieras, nurses y ofras personas del
servicio, a las cuales se abandona imprudentemente
el cuidado de los nifios, y luego, con lamentable fre-
cuencia, personas dedicadas ala ensefianza infantil.
En siete de los trece casos indicados, se trataba, en
cambio, de inocentes agresores infantiles, casi siem-
pre hermanos que habían mantenido durante años en-
teros, relaciones sexuales con sus hermanas poco me-
nores que ellos. Por lo común, el origen de estas rela-
ciones, era uno mismo: El hermano había sido objeto
de un abuso sexual por parte de una persona pertene-
ciente al sexo femenino, y despertada así, prematura-
mente, su libido, había repetido años después con su
hermana, exactamente las mismas prácticas a las que
antes le habían sometido.La masturbación activa debe ser excluida de la lista
de las influencias sexuales patógenas productoras de
la histeria. El hecho de aparecer tan frecuentemente
asociada a esta enfermedad, depende de ser, con ma-
yor frecuencia de lo que se cree, una secuela del abu-
so o la seducción. No es raro que los dos miembros
de la pareja infantil enfermen ulteriormente de neuro-
sis de defensa, mostrando el hermano representacio-
nes obsesivas y la hermana una histeria, lo cual da al
caso una apariencia de disposición neurótica familiar.
Pero esta seudoherencia revela en seguida su inexac-
titud. En uno de mis casos, se hallaban enfermos el
hermano, la hermana y un primo algo mayor. El aná-
lisis del hermano me descubrió que se reprochaba ob-
sesivamente ser la causa de la enfermedad de su her-
mana. Por su parte, él había sido pervertido por su
primo, y éste a su vez, según me comunicó la familia,
había sido víctima de la sexualidad de su niñera.— 239 —
S.
PROF.6’.PPEUD
No me es posible indicar con seguridad el limite de
edad hasta el cual una influencia sexual puede consti-
tuirse en factor etiolôgico de la histeria, pero dudo
mucho que la pasividad sexual pueda ya suscitar una
represión después de los ocho o los diez años, a me-
nos que la capaciten para ello sucesos anteriores. El
límite inferior alcanza tanto como la facultad de recor-
dar, o sea hasta la tierna edad de año y medio o dos
años. (Dos casos). En un cierto número de los casos
analizados, el trauma sexual (o serie de traumas) ha-
bía sobrevenido entre los tres y los cuatro años. Yo
mismo me resistiría a creer estos extraños descubri-
mientos, si el desarrollo de la neurosis ulterior no im-
pusiera su aceptación. En todos los casos, hallamos
una serie de costumbres patológicas, síntomas y fo-
bias que sólo por medio de su referencia a tales expe-
riencias infantiles, resultan explicables, y el enlace 16-
gico de las manifestaciones neuróticas hace imposible
rechazar dichos recuerdos de la niñez, fielmente con-
servados. Claro está que sería inútil querer interrogar
a un histérico sobre estos traumas infantiles fuera de
la psicoanálisis, pues su huella no se encuentra jamás
en la memoria consciente y sí sólo en los síntomas
patológicos.Las experiencias y las excitaciones que preparan o
motivan en el período posterior a la pubertad, la ex-
plosión de la histeria, no hacen sino despertar la hue-
lla mnémica de aquellos traumas infantiles, huella que
tampoco se hace entonces consciente, pero provoca el
desarrollo de afectos y la represión. Con este papel
de los traumas ulteriores armoniza el hecho de que no
aparecen sometidos a la estricta condicionalidad de
los traumas infantiles, sino que pueden variar en in-
tensidad y constitución, desde el verdadero abuso22 84D s
S.
ENJÄYOF. 1892-1899
sexual hasta la simple aproximación de igual ordén, la
percepci6n de actos sexuales realizados por ofras per-
sonas o la audiciôn de relatos de procesos sexuales (1).En mi primera comunicacién sobre las neurosis de
defensa, quedó inexplicado cómo la tendencia del su-
jeto hasta entonces sano, a olvidar una tal experiencia
traumática podía producir realmente la represión pro-
puesta y abrir con ello las puertas a la neurosis. Este
resultado no podía depender de la naturaleza de la ex-
periencia, puesto que otras personas permanecían sa-
nas no obstante haber sufrido idéntico trauma. Así,
pues, la histeria no quedaba totalmente explicada por
la acción del trauma, debiéndose aceptar que ya antes
del mismo existía en el sujeto una capacidad para la
reacción histérica.En el lugar de esta indeterminada disposición histé-
rica, podemos situar ahora, total o fragmentariamen-
te, el efecto póstumo del trauma sexual infantil. La
<represión» del recuerdo de una experiencia sexual
penosa de los años de madurez sólo es alcanzada por
personas en las que tal experiencia puede activar la
acción de un trauma infantil (2).(1) En un ensayo sobre la neurosis de angustia, compren-
dido en el presente volumen, hube de exponer, que <un primer
contacto con el problema sexual podía provocar en las adoles-
centes, la emergencia de una neurosis de angustia, combinada
de un modo casi típico, con una histeria». Hoy sé, que la oca-
sión en que surge esta angustia virginal no corresponde al pri-
mer contacto con la sexualidad, sino que tales sujetos han pasa-
do en su infancia, por una experiencia sexual pasiva, cuyo
recuerdo es despertado en dicho primer contacto.(2) Una teoría psicológica de la represión habría de explicar-
nos también por qué son las representaciones de contenido
sexual las únicas que pueden ser reprimidas. He aquí algunas
indicaciones: El representar de contenido sexual produce en los— 241 — 16
S.
PFAF.S.FPEUD
Las representaciones obsesivas tienen también,
como premisa, una experiencia infantil de un orden
distinto al de las descubiertas en los histéricos. La
etiologia de ambas neurosis de defensa ofrece la si-
guiente relación con la etiología de las dos neurosis
simples: la neurastenia y la neurosis de angustia.
Estas dos últimas afecciones son efectos inmediatos
de las prácticas sexuales nocivas, cosa que ya expli-
camos en un estudio sobre la neurosis de angustia,
publicado en 1895. En cambio, las dos neurosis de
defensa son consecuencias mediatas de influencias
sexuales nocivas que han actuado antes de la madurez
sexual, esto es, consecuencias de las huellas mnémi-
cas psíquicas de tales influencias. Las causas actuales
que producen la neurastenia y la neurosis de angustia,genitales procesos de excitación análogos a los de la propia
experiencia sexual. Podemos suponer que esta excitación somá-
fica se transforma en excitación psíquica. Por lo común, el efec-
10 correspondiente es en la experiencia real, mucho más fuerte
que en el recuerdo de la misma. Pero cuando la experiencia real
ha sobrevenido en una época anterior a la madurez sexual y su
recuerdo es despertado en tiempos posteriores a la misma, ac-
tåa el recuerdo produciendo una excitación incomparablemente
más intensa de la que en su día produjo la experiencia, pues en
el intermedio, ha elevado la pubertad, de un modo extraordina-
rio, la capacidad de reacción del aparato sexual. Esta relación
inversa entre la experiencia real y el recuerdo es lo que parece
integrar la condición de la represión. La vida sexual ofrece—por
el retraso de la pubertad con respecto a las funciones psíqui-
cas—la única posibilidad existente de una tal inversión de la
eficacia relativa. Los traumas infantiles actúan a posteriori como
experiencias recientes, pero ya desde lo inconsciente. Los lími-
tes de este estudio me imponen aplazar para otra ocasión, más
amplias explicaciones psicológicas. Sólo quiero indicar aún,
que la época de «maduración sexual» a la que aquí me refiero,
no coincide con la pubertad, sino que es anterior a ella (de los
ocho a los diez años).— 242 —
S.
ENSÄY08.1892-7899
desempefian muchas veces al mismo tiempo, el papel
de causas despertadoras de las neurosis de defensa.
Por otro lado, las causas específicas de las neurosis
de defensa pueden constituir la base de una neuraste-
nia ulterior, no siendo, tampoco, raro, que una neu-
rastenia o una neurosis de angustia sean mantenidas
en lugar de por prácticas sexuales nocivas actuales,
sólo por el recuerdo perdurable de traumas infan-
tiles (1).I
Esencia y mecanismo de la neurosis
obsesiva.En la etiologfa de la neurosis obsesiva, tienen las
experiencias sexuales de la temprana infancia la mis-
ma significaciön que 2n la histeria, pero no se trata ya
de la pasividad sexual, sino de agresiones de este or-(1) Adiciön en 1924: Todo este capitulo se halla dominado
por un error, que mås tarde he reconocido y rectificado repeti-
damente. Al escribirlo no sabiamos distinguir, de los recuerdos
reales del sujeto, sus fantasfas sobre sus afios infantiles. En
consecuencia, adscribimos a la seducciôn, como factor etiolôgi-
co, una importancia y una generalidad de las que carece. Al su-
perar este error fué cuando se nos hizo visible el campo de las
manifestaciones espontåneas de la sexualidad infantil, que des-
cribimos en nuestras «Aportaciones a una teoría sexual», publi-
cadas en 1905 (véase el tomo II de esta colección). Sin embargo,
no todo lo expuesto en el capítulo que antecede debe ser recha-
zado, pues la seducción conserva aún un cierto valor etiológico.
Así mismo, creo aún exactas algunas de las observaciones psi-
cológicas en él desarrolladas.ー ⑨④⑧ 一
S.
PRHRSGH- AR LY SA SP M אס = B
den llevadas a cabo con placer o de una gozosa par-
ticipacićn en actos sexuales, esto es, de actividad se-
xual. De esta diferencia en las circunstancias etiol6gi-
cas depende la mayor frecuencia de la neurosis obse-
siva en el sexo masculino.Por otra parte, en el fondo de todos mis casos de
neurosis obsesiva, he hallado sintomas histćricos, que
el andlisis demostraba dependientes de una escena de
pasividad sexual anterior a la intervenciôn sexual ac-
tiva. A mi juicio, esta coincidencia es regular, y la
agresion sexual prematura supone siempre una expe-
riencia pasiva anterior. No me es posible presentar
atin una exposicién definitiva de la etiologfa de la neu-
rosis obsesiva. Pero tengo la impresićn de que el fac-
tor que decide si de los traumas infantiles ha de surgir
una histeria o una neurosis obsesiva, se halla relacio-
nado con las circunstancias temporales de la libido.La esencia de la neurosis obsesiva puede encerrarse
en una breve f6rmula: Las representaciones obsesivas
son reproches iransformados, de retorno de la repre-
sićn y referentes siempre a un acto sexual de la nifiez,
ejecutado con placer. Para explicar esta férmula será
necesario describir el curso tipico de una neurosis ob-
sesiva.Los sucesos que contienen el germen de la neurosis
se desarrollan en un primer periodo, al que podemos
dar el nombre de periodo de la inmoralidad infantil.
Primero, en la mds temprana infancia, tienen efecto
las experiencias pasivas, que mds tarde hacen posible
la represiôn, sobreviniendo luego los actos de agre-
sión sexual contra el sexo contrario, los cuales moti-
van ulteriormente los reproches.A este período pone fin la iniciación—a veces tam-
bien adelantada—de la «maduración» sexual. Al re-zap
S.
ENFAYOS. 7892-7899
cuerdo de aquellos actos placenteros, se enlaza en-
fonces, un reproche, y la conexiôn en que se hallan
con las experiencias iniciales de pasividad, hace posi-
ble—con frecuencia después de un esfuerzo conscien-
te, recordado luego— su represión y sustitución por un
síntoma primario de defensa. Los escrúpulos, la ver-
gilenza, la desconfianza en sí mismo, son síntomas
de este orden, con los cuales comienza el tercer perío-
do, el de la salud aparente, y en realidad, de la defen-
sa conseguida.El período siguiente, el de la enfermedad, se carac-
teriza por el retorno de los recuerdos reprimidos, o
sea, por el fracaso de la defensa, siendo aún indeciso
si el despertar de dichos recuerdos es con mayor fre-
cuencia, casual y espontáneo, o consecuencia y efec-
to secundario de perturbaciones sexuales actuales.
Los recuerdos reanimados y los reproches de ellos
surgidos no pasan nunca a la conciencia sin sufrir
grandes alteraciones, y así, aquello que se hace cons-
ciente como representaciones y afectos obsesivos,
sustituyendo para la vida consciente, al recuerdo pa-
tógeno, son transacciones entre las representaciones
reprimidas y las represoras.Para describir precisa y exactamente los procesos
de la represión y de la formación de representaciones
transaccionales habríamos de decidirnos a admitir hi-
pótesis muy definidas sobre el substrato del suceder
psíquico y de la conciencia, Mientras queramos evitar
tales hipótesis, habremos de contentarnos con las si-
guientes observaciones: Existen dos formas de neuro-
sis obsesiva, según que el paso a la conciencia sea
forzado tan sólo por el contenido mnémico de la ac-
ción, base del reproche o también por el afecto conco-
mitanie. El primer caso es el de las representacionesSapa
S.
PROF.S.FPEUD
obsesivas tipicas, en las cuales el contenido atrae toda
la atencion del enfermo, no sintiendo éste como afec-
to sino un vago displacer en lugar del correspondien-
te al reproche, ünico que armonizaria con el contenido
de la representacion. Este contenido de la representa-
ciôn obsesiva aparece doblemente deformado con rela-
ciôn al acto infantil motivador, mostråndose sustituido
lo pasado por algo actual, y reemplazado lo sexual por
algo anålago, no sexual. Estas dos transformaciones
son obra de la tendencia a la represión aún perduran-
te, tendencia que hemos de atribuir al Yo. La influen-
cia del recuerdo pat6geno reanimado se muestra en el
hecho de que el contenido de la representación obse-
siva es todavía tragmentariamente idéntico al repri-
mido o se deduce de él de un modo lógico. Si con ayu-
da del método psicoanalítico, reconstruímos la gé-
nesis de una representación obsesiva, hallamos que
de una impresión actual, parten dos procesos menta-
les, uno de los cuales, el que integra el recuerdo re-
primido, se demuestra tan correctamente lógico como
el otro, a pesar de no ser capaz de conciencia ni sus-
ceptible de rectificación. Cuando los resultados de es-
tas dos operaciones psíquicas no coinciden, no tiene
lugar la supresión lógica de la contradicción existente
entre ambas, sino que al lado del resultado mental nor-
mal, entra en la conciencia, a título de transacción
entre la resistencia y el resultado mental patológico,
una representación obsesiva aparentemente absurda.
Cuando ambos procesos mentales dan el mismo re-
sultado, se robustecen mutuamente, resultando, así,
que un resultado mental normal se conduce como una
representación obsesiva. Toda obsesión neurôtica
emergente en lo psíquico tiene su origen en la repre-
sión. Las representaciones obsesivas tienen, digámos-ー 246 一
S.
ENIÄYOI.1892-lc599
lo asi, curso psiquico forzoso, no por su propio valor,
sino por la fuente de la que emanan o que las ha in-
tensificado.La neurosis obsesiva toma una segunda forma,
cuando lo que alcanza una representaci6n en la vida
psiquica consciente, no es el contenido mnémico re-
primido sino el reproche, reprimido también. El afecto
correspondiente al reproche puede transformarse, por
medio de un incremento psiquico, en cualquier ofro
afecto displaciente. Sucedido esto, nada hay ya que
se oponga a que el afecto sustitutivo se haga cons-
ciente. De este modo, el reproche (de haber realizado
en la niñez el acto sexual de que se trate) se transfor-
ma fácilmente en vergiienza (de que otra persona lo
sepa), en miedo hipocondríaco (de las consecuencias
físicas de aquel acto), en miedo social (a la condena-
ción social del delito cometido), en miedo а la tenta-
ción (desconfianza justificada en la propia fuerza mo-
ral de resistencia), en miedo religioso, etc. En todos
estos casos, el contenido mnémico del acto motivo
del reproche puede también hallarse representado en
la conciencia o quedar completamente desvanecido,
circunstancia esta última que dificulta extraordinaria-
mente el diagnóstico. Muchos casos, que después
de una investigación superficial se consideran como
de hipocondría vulgar (neurasténica), pertenecen a
este grupo de los afectos obsesivos. Así, la llamada
«neurastenia periódica» o «melancolía periódica», re-
sulta ser con insospechada frecuencia, una neurosis
obsesiva de esta segunda forma, descubrimiento de
no escasa importancia terapéutica.Al lado de estos síntomas transaccionales, que sig-
nifican el retorno de lo reprimido y con ello el fraca-
so de la defensa primitivamente conseguida, forma laS.
PROF.«5.FPEUD
neurosis obsesiva ofros, de un origen totalmente dis-
tinto. El Yo intenta, en efecto, defenderse de las ra-
mificaciones del recuerdo inicialmente reprimido y
crea en esta lucha defensiva, sintomas que podriamos
reunir bajo el nombre de «defensa secundaria». Son
estos sintomas en su totalidad, «medidas preventivas»,
que prestan buenos servicios en la lucha contra las
representaciones y los afectos obsesivos. Si estos ele-
mentosauxiliares consiguen, efectivamente, en la Jucha
defensiva, reprimir de nuevo los sintomas del retorno,
impuestos al Yo, la obsesiôn se transferirå a las me-
didas preventivas mismas y crearå una tercera forma
de la neurosis obsesiva», los actos obsesivos. Estos
actos no son nunca primarios ni contienen ofra cosa
que una defensa y jamås una agresiôn. El analisis
psfquico demuestra, que no obstante su singularidad,
resultan siempre explicables refiriéndolos al recuerdo
obsesivo contra el cual combaten (1).(1) Un solo ejemplo de los muchos que podriamos aducir:
Un nifio de once afios, realizaba de un modo obsesivo, al ir a
acostarse, el ceremonial siguiente: No se dormfa hasta después
de haber contado a su madre, punto por punto, todos los suce-
sos del dia; sobre la alfombra de la alcoba no debfa haber nin-
gün trozo de papel ni cosa alguna semejante; la cama habfa de
estar arrimada ala pared, con tres sillas delante, por el lado
opuesto, y con las almohadas colocadas en una determinada
forma. Por último, antes de decidirse a dormir, el infantil sujeto
tenía que contraer y estirar violentamente las piernas varias ve»
ces y colocarse luego de costado.—Todo esto se explicó del
modo siguiente: Años antes, la niñera encargada de acostar al
niño había aprovechado la ocasión, para echarse en la cama
encima de él y abusar de él sexualmente. Cuando, luego, un su-
ceso reciente despertó el recuerdo de tales escenas, se manifestó
este recuerdo, en la conciencia, bajo la forma del ceremonial
obsesivo antes descrito, cuyo sentido, fácil de adivinar, fué des-
cubierto y comprobado por el análisis en todos sus puntos. La— 248 —
S.
BAS: KO す っ ⑧ g f 800 මූ.
La defensa secundaria contra las representacicnes
obsesivas puede consistir en una violenta desviación
del pensamiento hacia ofras ideas lo mds opuestas
posible. Asi, en el caso de la especulación obsesiva,
recae ésta sobre temas abstractos contrapuestos al
cardcter, siempre concreto, de las representaciones re-
primidas. En ofras ocasiones, intenta el enfermo do-
minar cada una de sus ideas obsesivas por medio de
un proceso mental lôgico y acogiéndose a sus recuer-
dos conscientes, conducta que le lleva al examen y a
la duda obsesivos. La preferencia que en este examen
obsesivo, da el enfermo a la percepción sobre el re-
cuerdo, le impulsa primero, y le fuerza después, a co-
leccionar y conservar todos los objetos con los que
entra en contacto. La defensa secundaria contra los
afectos obsesivos da origen a una gran serie de medi-
das preventivas, susceptibles de transformarse en ac-
tos obsesivos. Tales medidas preventivas pueden cla-
sificarse según su tendencia, en los siguientes grupos:
Medidas de penitencia (ceremoniales molestos, ob-
servación de los números), de preservación (fobias
de todas clases, superstición, minuciosidad, incremen-
to del síntoma primario de los escrúpulos), del miedocama debía estar arrimada a la pared y tener delante tres sillas
por el otro lado para que nadie pudiese tener acceso a ella. Las
almohadas debían hallarse colocadas en un orden determinado
para que este orden fuese distinto del de la noche del suceso. El
contraer y estirar violentamente las piernas respondía al acto de
separar a la persona echada sobre el sujeto, y la necesidad de
ponerse de costado, al hecho de haber yacido entonces de es-
paldas. La minuciosa confesión ante la madre, era la compensa-
ción de haberle callado aquella y otras escenas sexuales, obede-
ciendo a la prohibición de su corruptora. Por último, la limpieza
absoluta de la alfombra de la alcoba significaba el deseo de que
la madre no tuviera nada que reprocharle.ー 949 —
S.
PROF.s-FPEUD
a delatarse (colecci⑥n cuidadosa de todo papel escri-
to, misantropfa), de aturdimiento (dipsomania). Entre
todos estos actos e impulsos obsesivos, corresponde
a las fobias el lugar mds importante.Hay casos en los que se puede observar c6mo la
obsesiôn se transfiere, desde la representacién o el
afecto, a la medida preventiva; en otros, oscila peri6-
dicamente la obsesión entre el síntoma del retorno y
el de la defensa secundaria. Por último, hay también
casos en los que no se forma ninguna representación
obsesiva, quedando inmediatamente representado el
recuerdo reprimido, por la medida de defensa, aparen-
temente primaria. En estos casos, es alcanzado de
un salto, el estadio final de la neurosis, ulterior a la
lucha defensiva. Los casos graves de esta afección,
culminan en la fijación de los actos ceremoniales y la
emergencia de la locura de duda o en una existencia
extravagante del enfermo, condicionada por las fobias.El hecho de no encontrar crédito la representación
obsesiva ni ninguno de sus derivados, procede, quizá,
de que en la primera represión, quedó ya constituído
el síntoma de la escrupulosidad, que ha adquirido tam-
bién un carácter obsesivo. La seguridad de haber vi-
vido moralmente durante todo el período de la defen-
sa conseguida, hace imposible dar crédito al reproche
que la representación obsesiva envuelve. Sólo espo-
rádicamente, al emerger una nueva representación ob-
sesiva o en estados melancólicos de agotamiento del
Yo, logran crédito los síntomas patológicos del retor-
no. El carácter «obsesivo» de los productos psíquicos
aquí descritos, no tiene, en general, nada que ver con
su aceptación como verdaderos, ni debe tampoco con-
fundirse con aquel factor al que damos el nombre de
«fuerza» o «intensidad» de una representación. Su ca-nav
S.
කලණ NA F i ま ⑥ 4099
räcter esencial es mds bien la imposibilidad de hacer-
los desaparecer por medio de la actividad psiquica
capaz de conciencia, cardcter que no varia por el he-
cho de que la representación obsesiva aparezca más
o menos clara e intensa.La causa de esta condición inatacable de la repre-
sentación obsesiva o de sus derivados, es su cone-
xión con el recuerdo infantil reprimido, pues una vez
que conseguimos hacer consciente tal recuerdo, para
lo cual parecen bastar los métodos psicoterápicos, se
desvanece la obsesión.Ш
Anålisis de un caso de paranoia crô-
nica (1).Desde hace mucho tiempo, vengo sospechando, que
también la paranoia—o algún grupo de casos pertene-
ciente a la paranoia—es una neurosis de defensa, sur-
giendo como la histeria y las representaciones obse-
sivas, de la represión de recuerdos penosos, y siendo
determinada la forma de sus síntomas por el conteni-
do de lo reprimido. Peculiar a la paronoia, sería un
mecanismo especial de la represión, como a la histe-
ria, la represión por el proceso de la conversión en
inervación somática, y a la neurosis obsesiva, la substi-
tución (el desplazamiento a lo largo de ciertas catego-(1) Adición en 1924: Quizá más exactamente, de «dementia
paranoides».ー 251 一
S.
PROF.5.FPEUD
rias asociativas). Varios casos por mi observados se
mostraban favorables a esta observacién, pero no ha-
bia encontrado ninguno que la demostrara totalmente,
hasta que hace unos meses, la bondad del Dr. Breuer
me permitió someter a la psicoanálisis, con un fin te-
rapéutico, el caso de una mujer de treinfa y dos afios,
muy inteligente, cuya enfermedad habia de diagnosti-
carse de paranoia crénica. Me apresuro a exponer en
este trabajo, los datos adquiridos en tal anålisis, por
no tener probabilidades de estudiar la paranoia sino
en casos aislados y esperar que estas observaciones
aisladas muevan a algün psiquiatra a incorporar la
teoria de la «defensa», a la viva discusién actual so-
bre la naturaleza y el mecanismo de la paranoia. Por
mi parte, con la observaciôn tinica aqui expuesta, no
pretendo sino demostrar que se trata de un caso de
psicosis de defensa, e indicar la posibilidad de que en
el grupo de la «paranoia» existan ofros de igual natu-
raleza.La sujeto de este caso es una señora de treinta y
dos afios, casada hace tres y madre de un nifio de
dos. Sus padres no padecieron enfermedad alguna
nerviosa. En cambio, sus dos hermanas son neuróti-
cas. Parece ser, que hacia los veinte años, padeció
una depresión pasajera con obnubilación del juicio,
pero posteriormente, gozó de salud y capacidad nor-
males hasta que seis meses después del nacimiento de
su hijo, se iniciaron en ella los primeros signos de su
enfermedad actual. Comenzó por hacerse reservada y
desconfiada, rehuyendo el trato con las hermanas de
su marido y lamentándose de que los habitantes de la
pequeña población de su residencia habían variado de
conducta para con ella, mostrándose descorteses y ne-
gandola toda consideración. Poco a poco, fueron ga-ー 282 一
S.
ENSÄYOF. 1892-,899
nando estas quejas en intensidad, aunque no en preci-
sión: Se tenía contra ella algo que no podía adivinar.
Pero no le cabía la menor duda de que todos parientes
y amigos—la desconsideraban y hacían lo posible por
irritarla. Por más que se rompía la cabeza para averi-
guar el por qué de aquella mudanza, no lo conseguía.
Algún tiempo después, empezó a quejarse de ser ob-
servada de continuo por los vecinos, que adivinaban
sus pensamientos y sabían todo lo que en su casa pa-
saba. Una tarde, se le ocurrió de repente, que la es-
piaban por la noche, mientras se desnudaba, y desde
este momento, inició, al acostarse, toda una serie de
complicadas medidas preventivas, no desnudándose
sino a obscuras y después de meterse en la cama.
Viendo que rehuía todo trato, aparecía constantemen-
te deprimida y casi no se alimentaba, decidió la fami-
lia llevarla a un balneario durante el verano de 1895,
pero el efecto de la cura de aguas fué desastroso,
pues se intensificaron los síntomas ya existentes y
aparecieron otros nuevos. Ya en la primavera anterior,
hallándose un día la sujeto sola con su doncella, ha-
bía experimentado una singular sensación en el rega-
Zo, pensando, al sentirla, que la muchacha que la
acompañaba tenía en aquel momento un pensamiento
indecoroso. Esta sensación se hizo durante el verano,
casi continua. «Sentía sus genitales como si sobre
ellos gravitase el peso de una mano». Después co-
menzó a ver imágenes que la espantaban, alucinacio-
nes de desnudos femeninos, especialmente, el regazo
femenino de una mujer adulta, y a veces, también, ge-
nitales masculinos. La imagen del regazo femenino y
la sensación de peso sobre sus propios genitales apa-
recían casi siempre unidas. Estas alucinaciones le
eran especialmente penosas, pues surgían siempres e
S.
Pam OTE e OR GER DO
que se hallaba con otra mujer, y las interpretaba supo-
niendo que las desnudeces que veia pertenecian a la
persona con quien se hallaba, la cual, a su vez, la veía
a ella en igual forma. Simultáneamente a estas aluci-
naciones visuales—que después de surgir durante la
estancia en el balneario, desaparecieron por espacio
de varios meses—comenzó a oir voces desconocidas,
cuya procedencia no podía explicarse. Cuando iba
por la calle, oía: Esa es Fulana.—Ahí va.—¿Dónde
irá?—Se comentaban todos sus actos y ademanes, y
a veces, oía amenazas y reproches. Todos estos sín-
tomas se intensificaban cuando se hallaba en socie-
dad o salía a la calle, todo lo cual la hizo encerrarse
en su casa. Poco después comenzó a negarse a co-
mer, alegando repugnancia y náuseas, desmejorándo-
se así rápidamente.Todo esto lo supe cuando en el invierno de 1895,
me fué confiada la enferma, para su tratamiento. Lo
he expuesto al detalle, para hacer presente que se tra-
ta de una forma muy frecuente de paranoia crónica,
diagnóstico con el cual armonizan otros detalles sin-
tomáticos que más adelante expondré. A! principio, no
pude comprobar la existencia de delirios interpretado-
res de las alucinaciones, bien porque la enferma me
los ocultase, bien porque no hubieran surgido todavía.
La sujeto conservaba intacta su inteligencia, siéndo-
me únicamente referido, como detalle singular, la cir-
cunstancia de haber hecho venir a su casa repetidas
veces a su hermano, alegando tener que confiarle algo,
pero sin llegar nunca a la anunciada confidencia. No
hablaba nunca de sus alucinaciones, y en la última
época tampoco se refería, sino muy raras veces, alas
persecuciones de que era objeto.Lo que sobre esta enferma me propongo exponer,
— 254 —
S.
ENSÄYOS. 1892-7899
se refiere principalmente a la etiologia del caso y al
mecanismo de las alucinaciones. La etiologia se me
revel6 al aplicar a la enferma, como si se fratase de
una histérica, el método de Breuer para la investiga-
ción y supresión de las alucinaciones. Al obrar asi,
partí del supuesto de que en esta paranoia, debían
existir, como en las otras dos neurosis de defensa por
mí estudiadas, pensamientos inconscientes y recuer-
dos reprimidos, susceptibles de ser atraídos a la con-
ciencia, venciendo una determinada resistencia. La en-
ferma confirmó en seguida esta hipótesis, comportán-
dose en el análisis exactamente, como por ejemplo,
una histérica, y produciendo, bajo la presión de mis
manos (véanse mis estudios sobre la histeria) (1), ideas
que no recordaba haber tenido, que no comprendía en
un principio y que contradecían sus esperanzas. Que-
daba, pues, demostrado, que también en un caso de
paranoia, existían importantes ideas inconscientes,
dándose así la posibilidad de reterir o también a la re-
presión, la obsesión de la paranoia. Unicamente resul-
taba singular el hecho de que la enferma oía interior-
mente, a modo de alucinación, los datos procedentes
de su inconsciente.Con respecto al origen de las alucinaciones visua-
les, descubrí que la imagen del regazo femenino coin-
cidía casi siempre, con la sensación de peso sobre
sus propios genitales, peso que esta última vez era
casi constante y se presentaba, muy frecuentemente,
sola.Las primeras imágenes de desnudos femeninos ha-
bfan surgido en el balneario pocas horas después de
haber visto efectivamente, la sujeto, a otras bañistas(1) Tomo X de estas «Obras completas».
— 255 —S.
PROF.«S.FPEUD
desnudas en la piscina general. Eran, pues, simples
reproducciones de una impresión real, habiendo de
suponerse que si tales impresiones se reproducían, era
porque la paciente había enlazado a ellas un intenso
interés. Como explicación, manifestó la sujeto, que
había sentido vergiienza por aquellas mujeres que se
mostraban en tal forma, y. que desde entonces se
avergonzaba de desnudarse ante cualquier persona.
Habiendo de considerar este pudor como algo obsesi-
vo, deducí, conforme al mecanismo de la defensa,
que la paciente debía de mantener reprimido el recuer-
do de un suceso en el que no se había avergonzado,
y la invité a dejar emerger todas aquellas reminiscen-
cias relacionadas con el tema del pudor. Rápidamen-
te, reprodujo entonces, una serie de escenas, desde
los diez y siete a los ocho años, en las que se había
avergonzado de hallarse desnuda ante su madre, su
hermana o el médico. Por último, esta serie de recuer-
dos culminó en el de haberse desnudado una noche,
teniendo seis años, ante su hermano, sin haber senti-
do vergiienza ninguna. A mis preguntas, confesó que
tal escena se había repetido muchas veces, pues du-
rante varios años, habían tenido ella y su hermano la
costumbre de mostrarse mutuemente sus desnudeces
al ir a acostarse. Esta confesión me explicó su repen-
tina idea obsesiva de que la espiaban mientras se des-
nudaba para acostarse. Tratábase de un fragmento in-
modificado del antiguo recuerdo reprochable, y la su-
jeto sentía ahora la vergiienza que antes no había ex-
perimentado.La sospecha de que también en este caso se trataba
de relaciones sexuales infantiles, tan frecuentes en la
etiología de la histeria, quedó confirmada por los pro-
gresos del análisis, los cuales proporcionaron al mis-SB
S.
Hr SB E, お 6-9 m- p» 8 ම
mo tiempo la solución de ciertos detalles muy frecuen-
fes en el cuadro de la paranoia. El principio de la en-
fermedad coincidió con un disgusto entre su marido y
su hermano, el cual se vió obligado a no volver a la
casa. La sujeto, que había querido siempre mucho a
su hermano, le echó extraordinariamente de menos du-
rante este tiempo. Además, hablaba de un momento de
su enfermedad en que «se lo explicó todo», esto es, en
el que llegó al convencimiento de que sus sospechas
de que todos la despreciaban y la herfan intencionada-
mente, eran una realidad. Esta convicción se le impuso
un día en que, hablando con su cufiada, oyó decir a
ésta: «Si a mí me pasara algo semejante, no me pre-
ocuparía lo más mínimo». Al principio no paró mien-
fes la sujeto en estas palabras, pero después de irse
su cufiada, le pareció que contenían un reproche,
como si la hubiera querido tachar de despreocupada,
y a partir de este momento, tuvo por seguro que todo
el mundo la criticaba. Interrogada por mí sobre el mo-
tivo que había tenido para suponer que su cufiada se
refería a ella con aquellas palabras, me respondió que
el tono con que las había pronunciado le había con-
vencido de ello, si bien este convencimiento no surgió
en el momento de oirlas, sino algün tiempo después,
detalle característico de la paranoia. En el curso del
análisis la obligué a recordar la conversación que
había precedido a aquellas manifestaciones de su cu-
fiada, resultando que esta última se había referido a
los disgustos que sus hermanos habían originado en
la familia, afiadiendo la observación siguiente: «En
toda familia pasan cosas que deben ocultarse. Pero si
a mí me sucediera algo semejante, me tendría sin cui-
dado». La sujeto hubo de confesarme entonces que la
causa verdadera de sus ideas de persecución, había— 257 — 17
S.
PROF.F.FPEUD
sido la primera frase: «En toda familia pasan cosas
que deben ocultarse». Ahora bien; habiendo reprimido
esta frase, que podía despertar en ella el recuerdo de
sus relaciones infantiles con su hermano, y recordan-
do tan sólo la segunda, carente de significación, tenía
que enlazar a esta última la impresión de que su cuña-
da la hacía objeto de un reproche, y como el conteni-
do mismo de la frase no ofrecía punto alguno de apo-
yo que justificase tal idea, hubo de fundamentarla en
el tono con que había sido pronunciada. Hallamos
aquí una prueba, probablemente típica, de que los
errores de interpretación de la paranoia reposan sobre
una represión.En el curso ulterior del análisis, quedó también ex-
plicada la singular conducta de la suieto, al hacer ve-
nir repetidamente a su hermano alegando la necesi-
dad de comunicarle algo, para luego no cumplir tal
anuncio. Según la propia enferma, obró así porque
creía que sólo con verla, comprendería su hermano
sus padecimientos. Siendo este hermano realmente la
única persona que podía saber la etiología de su en-
fermedad, resultaba que la sujeto había obrado a im-
pulsos de un motivo que no comprendía, desde luego,
conscientemente, pero que se demostraba plenamente
justificado en cuanto se le adscribía un sentido incons-
ciente.Conseguí después, llevar a la sujeto a la reproduc-
ción de las diversas escenas en las que habían culmi-
nado sus relaciones sexuales con su hermano (desde
los seis a los diez años). Durante esta labor de repro-
ducción, se presentó la sensación de peso en el rega-
20, como sucede regularmente en el análisis de restos
mnémicos histéricos. La visión de un regazo femeni-
no desnudo (pero reducido ahora a proporciones in-ー 258 一
S.
ENSÄYOJ.JFII-1899
fantiles y sin los caracteres propios de la madurez se-
xual, acompañaba o no a la sensación de peso, según
que la escena correspondiente se había desarrollado
con luz o en la obscuridad. También la aversión a los
alimentos halló su explicación en un detalle repugnan-
te de estos sucesos. Después de la reproducción de
toda esta serie de escenas, desaparecieron la sensación
de peso y las alucinaciones visuales, para no volvera
surgir, por lo menos, hasta el día.Todo esto me descubrió que las alucinaciones des-
critas no eran sino fragmentos del contenido de los
sucesos infantiles reprimidos, o sea síntomas del re-
torno de lo reprimido.Pasé entonces al análisis de las voces. Tratábase,
ante todo, de aclarar por qué frases tan inocentes
como las de «Ahí va Fulana».—«Está buscando casa»,
etcétera, podían causar a la sujeto una impresión tan
penosa, hailando, luego, la razón de que estas frases
indiferentes hubiesen llegado a recibir una intensifica-
ción alucinatoria. Desde luego, aparecía claro que ta-
les «voces» no podían ser recuerdos alucinatoriamen-
te reproducidos, como las imágenes y las sensacio-
nes, sino más bien pensamientos que se habían hecho
audibles.La primera vez que oyó voces fué en las siguientes
circunstancias: Había leído con gran interés la bella
narración de O. Ludwig, titulada «Die Heiterethei»,
lectura que le había sugerido infinidad de pensamien-
tos. Inmediatamente, había salido a pasear por la ca-
rretera, y al pasar ante la casita de unos labradores,
había oído unas voces que le decían: «Así era la casi-
ta de la Heiterethei. Mira la fuente y el matorral. ¡Qué
feliz era en su pobreza!» Luego le repitieron las voces
pasajes enteros de su reciente lectura, pero sin que— 959 —
S.
P90F«.F.FPEUD
pudiera explicarse por qué la casa, el matorral y la
fuente de la Heiterethei y los trozos menos importan-
tes de toda la obra eran lo que precisamente se impo-
nia a su atencién, con energia patolégica. Sin embar-
go, no era dificil la solución del enigma. El análisis
mostró, que durante la lectura, habían surgido en ella
otros distintos pensamientos, siendo también otros
pasajes de la obra los que más la habían interesado.
Pero contra todo este material—analogías entre la pa-
reja de la narración y la que ella formaba con su ma-
rido, recuerdos de intimidades de su vida conyugal y
de secretos de familia—; contra todo este material,
repito, se había alzado una resistencia represora, pues
él mismo se enlazaba, por una serie de asociaciones
fácilmente evidenciables, a su repugnancia sexual, y
así, en último término, al despertar de los antiguos
sucesos infantiles. A consecuencia de esta censura
ejercida por la represión, recibieron los referidos pa-
sajes inocentes e idílicos, enlazados también con los
rechazados, por el contraste y la vecindad, la intensi-
ficación que les permitió hacerse audibles. La primera
de las ocurrencias reprimidas se refería, por ejemplo,
a las críticas que la vida solitaria de la heroína de la
narración inspiraba a sus vecinos. No era difícil, para
la paciente, establecer aquí una analogía entre el per-
sonaje novelesco y su propia persona. También ella
vivía en un pueblo, sin tratarse casi con nadie, y tam-
bién se creía criticada por sus vecinos. Esta descon-
fianza hacia sus vecinos, tenía un fundamento real.
Al casarse, había ido a vivir con su marido, a una
casa de varios pisos, instalando su alcoba en un cuar-
to colindante al de otros inquilinos. En los primeros
días de su matrimonio—sin duda por el despertar in-
consciente del recuerdo de sus relaciones infantiles, en= =
S.
NO FR 18 9 2- ゴ 809%
las que habia jugado con su hermano a ser marido y
mujer—, surgi6 en ella un gran pudor sexual, que la
hacia preocuparse constantemente de que los vecinos
pudieran oir alguna palabra o algún ruido a través del
tabique, preocupación que acabó transformándose en
desconfianza hacia los vecinos.Así, pues, las voces debían su génesis a la repre-
sión de pensamientos, que en el fondo constituían re-
proches con ocasión de um suceso análogo al trauma
infantil, siendo, por lo tanto, síntomas del retorno de
lo reprimido, y al mismo tiempo, consecuencias de
una transacción entre la resistencia del Yo y el po-
der de dicho retorno, transacción que en este caso, ha-
bía producido una deformación absoluta de los ele-
mentos correspondientes, resultando éstos irreconoci-
bles. En otras ocasiones en que pude analizar las vo-
ces oídas por esta enferma, resultaba menor la defor-
mación, pero las palabras percibidas presentaban
siempre una imprecisión muy diplomática, apareciendo
profundamente escondida la alusión penosa y disfra-
zada la coherencia de las distintas frases, por la elec-
ción de giros desacostumbrados, etc., caracteres to-
dos comunes a las alucinaciones auditivas de los pa-
ranoicos y en los que veo la huella de la deformación
causada por la transacción. La frase: «Ahí va Fulana.
Está buscando casa», integraba la amenaza de que
no curaría nunca, pues para someterse al tratamiento,
se había instalado provisionalmente a Viena, y yo la
había prometido que al terminar aquél, podría volver
al pueblo en que residía con su marido.En algunos casos, percibía también la sujeto ame-
nazas más precisas. Por lo que en general, sé de
los paranoicos, me inclino a suponer una paraliza-
ción paulatina de la resistencia que debilita los re-— 261 —
S.
PROF.8.P1?EUD
proches, resultando, asf, que la defensa acaba por fra-
casar totalmente y que el reproche primitivo que el
paciente queria ahorrarse, retorna sin modificaci6n
alguna. De todos modos, no sé si se trata de un pro-
0680 constante, ni si la censura contra los reproches
puede faltar desde un principio o perseverar hasta
el fin.Sólo me queda utilizar los datos adquiridos en el
análisis de este caso de paranoia, para una compara-
ción entre tal entermedad y la neurosis obsesiva. Tan-
to en una como en otra, se nos muestra la represión
como el nódulo del mecanismo psíquico, siendo, en
ambos casos, lo reprimido, un suceso sexual infantil.
Todas las obsesiones proceden también en esta para-
noia, de la represión. Los síntomas de la paranoia son
susceptibles de una clasificación análoga a la que
llevamos a cabo con los de la neurosis obsesiva. Una
parte de los síntomas—las ideas delirantes de descon-
fianza y persecución—procede, de nuevo, de la de-
fensa primaria. En la neurosis obsesiva, el reproche
inicial ha sido reprimido por la formación del síntoma
primario de la defensa, o sea, por la desconfianza en
sí mismo. Con ello, queda reconocida la justicia del
reproche. En la paranoia, el reproche es reprimido
por un procedimiento al que podemos dar el nombre
de proyección, transfiriéndose la desconfianza
sobre otras personas.Otros síntomas del caso de paranoia descrito, de-
ben ser considerados como síntomas del retorno delo
reprimido, y muestran también, como los de la neuro-
sis obsesiva, las huellas de la transacción que les ha
permitido llegar a la conciencia, Así sucede con la idea
de ser espiada al desnudarse y con las alucinaciones
visuales, táctiles y auditivas. La idea citada entraña un— 262 —
S.
a が S ④ FOS. Ltd 9 35-5 859 9
contenido mnémico casi inmodificado, que sólo ado-
lece de imprecisión. El retorno de lo reprimido en imá-
genes visuales, se acerca más bien al carácter de la
histeria que al de la neurosis obsesiva, si bien la his-
teria acostumbra a repetir sin modificación alguna
sus símbolos mnémicos, mientras que la alucinación
mnémica paranoica experimenta una deformación aná-
logaala que tiene efecto en la neurosis obsesiva.
Así, en lugar de la imagen reprimida, surge una aná-
loga actual (en nuestro caso el regazo de una mujer
adulfa en lugar del de una nifia). En cambio, es abso-
lutamente peculiar a la paranoia el retorno de los re-
proches reprimidos en forma de alucinación auditiva,
para lo cual tienen tales reproches que pasar por una
doble deformación.El tercer grupo de los síntomas hallados en la neu-
rosis obsesiva, o sea el de los síntomas de la defensa
secundaria, no puede existir como tal en la paranoia,
puesto qne los síntomas del retorno, encuentran crédi-
1o sin que se alce contra ello defensa ninguna. Pero,
en cambio, presenta la paranoia una tercera fuente de
la formación de síntomas. Las ideas delirantes que la
transacción lleva a la conciencia, plantean a la labor
mental del Yo, la tarea de hacerlas admisibles sin ob-
jeción alguna. Ahora bien; siendo por sí mismas in-
modificables, tiene el Yo que adaptarse a ellas, y de
este modo, corresponde aqui, a los síntomas de la de-
fensa secundaria propia de la neurosis obsesiva, la
manía de interpretación, que termina en una modifica-
ción del Yo. Nuestro caso era incompleto en este pun-
to, pues en la época de su tratamiento no mostró nin-
guna de estas tentativas de interpretación, las cuales
surgieron más tarde. Pero de todos modos, creo in-
dudable que la aplicación de la psicoanálisis a este— 965 —
S.
PROF.F.FPEUD
estadio de la paranoia, ha de darnos un importante
resultado. Hallaremos, en efecto, que la debilidad de
la memoria de los paranoicos es de caråcter tenden-
cioso, siendo motivada por la represiôn a cuyos fines
coadyuva. Son, en efecto, reprimidos y sustituidos, a
posteriori, aquellos recuerdos nada patågenos, que se
hallan en contradicción con la modificación del Yo,
imperiosamente exigida por los síntomas del retorno.= =
freud-1927-obras-11
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–264