Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa 1896-002/1927.es
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    Nuevas observaciones sobre las neuro-
    psicosis de defensa

    En un breve estudio, publicado en 1894, hube de re-
    unir bajo el nombre de «neuropsicosis de defensa», la
    histeria, las representaciones obsesivas y algunos ca-
    sos de locura alucinatoria, fundåndome en que los sin-
    tomas de todas estas afecciones son un producto del
    mecanismo psiquico de la defensa (inconsciente), sur-
    giendo, por lo tanto, a consecuencia de la tentativa de
    reprimir una representaci6n intolerable, penosamente
    opuesta al Yo del enfermo. En el libro que sobre la
    histeria (1) he publicado después en colaboracién con
    el doctor Breuer, he expuesto, con ayuda de varias ob-
    servaciones clinicas, el sentido en que ha de interpre-
    tarse este proceso psiquico de la «defensa» o la «re-
    presiôn», describiendo también el método psicoanali-
    tico, penoso pero seguro, de que me sirvo en estas
    investigaciones, las cuales constituyen, simultánea-
    mente, una terapia.

    Los resultados obtenidos en estos dos últimos años
    de trabajo, han robustecido mi inclinación a conside-
    rar la defensa como el nódulo del mecanismo psíqui-
    co de las mencionadas neurosis, y me han permitido,
    además, proporcionar a la teoría psicológica, una base
    clínica. Para mi propia sorpresa, he tropezado con al-

    (1) Véase el tomo X de estas «Obras completas».
    ー ②⑧⑥ 一

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    ENFÄY08.1892·JFIH

    gunas soluciones, sencillas pero precisamente deter-
    minadas, de los problemas de las neurosis, soluciones
    que me propongo exponer en el presente estudio. No
    pudiendo, integrar en 61, por su forzosa brevedad, las
    pruebas de mis afirmaciones, espero darles cabida en
    una préxima publicacién, mas amplia.

    I

    La etiología «específica» de la histeria

    Ya en otras ocasiones anteriores, hemos expuesto
    Breuer y yo la teoría de que los síntomas de la histe-
    ria sólo se nos hacen comprensibles cuando los refe-
    rimos a experiencias de efecto «traumático» o traumas
    psíquicos de carácter sexual. Lo que hoy me propongo
    agregar a lo ya expuesto, como resultado uniforme
    del análisis de trece casos de histeria, se refiere, por
    un lado, a la naturaleza de estos traumas sexuales, y
    por otro, al período de la vida individual en el que
    acaecen. Para la causación de la histeria no basta que
    en una época cualquiera de la vida, surja un suceso,
    relacionado en algún modo con la vida sexual, que
    llegue a hacerse patógeno por el desarrollo y la repre-
    sión de un afecto penoso.

    Es preciso que tales traumas sexuales sobrevengan
    en la temprana infancia del sujeto (la época anterior a
    la pubertad) y su contenido ha de consistir en una irri-
    tación real de los genitales en procesos análogos al
    coito).

    En todos los casos de histeria por mí analizados
    (entre ellos dos de histeria masculina), he hallado

    — 282 —

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    PPOF.J.FEEUD

    cumplida esta condiciön especifica de la histeria—la
    pasividad sexual en tiempos presexuales—, condiciön
    que a таз de disminuir considerablemente la signifi-
    cación etiológica de la disposición hereditaria, explica
    la frecuencia infinitamente mayor de la histeria en el
    sexo femenino, el cual ofrece, durante la infancia, ma-
    yores atractivos, a la agresión sexual.

    Contra este resultado se objetará, seguramente, que
    los atentados sexuales cometidos en sujetos infantiles
    aún impúberes, son demasiado frecuentes para poder
    concederles un serio valor etiológico. O también, que
    por tratarse de sujetos cuya sexualidad no está aún
    desarrollada, no pueden tener tales sucesos efecto al-
    guno. Por último, se alegará, la posibilidad de ser
    nosotros mismos los que sugerimos al paciente tales
    recuerdos durante el tratamiento y se nos prevendrá
    contra una aceptación demasiado crédulas de las ma-
    nifestaciones de estos enfermos, tan dados a fantasear.
    Y a estas dos últimas objeciones he de contestar, que
    para poder emitir algún juicio sobre este obscuro sec-
    tor, es necesario haberse servido alguna vez del único
    método susceptible de arrojar alguna luz sobre él, esto
    es, de la psicoanálisis, por medio de la cual logramos
    hacer consciente lo inconsciente. Las dos primeras,
    quedarán contestadas en lo esencial, con la observa-
    ción de que no son los sucesos mismos los que actúan
    fraumåticamente, sino su recuerdo, emergente
    cuando el individuo ha llegado ya a la madurez sexual.

    Mis trece casos de histeria eran todos graves y da-
    taban ya de muchos años, algunos de ellos a pesar
    de un largo tratamiento médico ineficaz. Los traumas
    infantiles que en ellos descubrió el análisis, eran todos
    de orden sexual у en ocasiones, de un carácter ex-
    traordinariamente repugnante. Entre los culpables de

    ー 988 一

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    EleÄyos. EA SM A මැ ම

    estos abusos de tan graves consecuencias, figuraban,
    en primer lugar, nifieras, nurses y ofras personas del
    servicio, a las cuales se abandona imprudentemente
    el cuidado de los nifios, y luego, con lamentable fre-
    cuencia, personas dedicadas ala ensefianza infantil.
    En siete de los trece casos indicados, se trataba, en
    cambio, de inocentes agresores infantiles, casi siem-
    pre hermanos que habían mantenido durante años en-
    teros, relaciones sexuales con sus hermanas poco me-
    nores que ellos. Por lo común, el origen de estas rela-
    ciones, era uno mismo: El hermano había sido objeto
    de un abuso sexual por parte de una persona pertene-
    ciente al sexo femenino, y despertada así, prematura-
    mente, su libido, había repetido años después con su
    hermana, exactamente las mismas prácticas a las que
    antes le habían sometido.

    La masturbación activa debe ser excluida de la lista
    de las influencias sexuales patógenas productoras de
    la histeria. El hecho de aparecer tan frecuentemente
    asociada a esta enfermedad, depende de ser, con ma-
    yor frecuencia de lo que se cree, una secuela del abu-
    so o la seducción. No es raro que los dos miembros
    de la pareja infantil enfermen ulteriormente de neuro-
    sis de defensa, mostrando el hermano representacio-
    nes obsesivas y la hermana una histeria, lo cual da al
    caso una apariencia de disposición neurótica familiar.
    Pero esta seudoherencia revela en seguida su inexac-
    titud. En uno de mis casos, se hallaban enfermos el
    hermano, la hermana y un primo algo mayor. El aná-
    lisis del hermano me descubrió que se reprochaba ob-
    sesivamente ser la causa de la enfermedad de su her-
    mana. Por su parte, él había sido pervertido por su
    primo, y éste a su vez, según me comunicó la familia,
    había sido víctima de la sexualidad de su niñera.

    — 239 —

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    PROF.6’.PPEUD

    No me es posible indicar con seguridad el limite de
    edad hasta el cual una influencia sexual puede consti-
    tuirse en factor etiolôgico de la histeria, pero dudo
    mucho que la pasividad sexual pueda ya suscitar una
    represión después de los ocho o los diez años, a me-
    nos que la capaciten para ello sucesos anteriores. El
    límite inferior alcanza tanto como la facultad de recor-
    dar, o sea hasta la tierna edad de año y medio o dos
    años. (Dos casos). En un cierto número de los casos
    analizados, el trauma sexual (o serie de traumas) ha-
    bía sobrevenido entre los tres y los cuatro años. Yo
    mismo me resistiría a creer estos extraños descubri-
    mientos, si el desarrollo de la neurosis ulterior no im-
    pusiera su aceptación. En todos los casos, hallamos
    una serie de costumbres patológicas, síntomas y fo-
    bias que sólo por medio de su referencia a tales expe-
    riencias infantiles, resultan explicables, y el enlace 16-
    gico de las manifestaciones neuróticas hace imposible
    rechazar dichos recuerdos de la niñez, fielmente con-
    servados. Claro está que sería inútil querer interrogar
    a un histérico sobre estos traumas infantiles fuera de
    la psicoanálisis, pues su huella no se encuentra jamás
    en la memoria consciente y sí sólo en los síntomas
    patológicos.

    Las experiencias y las excitaciones que preparan o
    motivan en el período posterior a la pubertad, la ex-
    plosión de la histeria, no hacen sino despertar la hue-
    lla mnémica de aquellos traumas infantiles, huella que
    tampoco se hace entonces consciente, pero provoca el
    desarrollo de afectos y la represión. Con este papel
    de los traumas ulteriores armoniza el hecho de que no
    aparecen sometidos a la estricta condicionalidad de
    los traumas infantiles, sino que pueden variar en in-
    tensidad y constitución, desde el verdadero abuso

    22 84D s

  • S.

    ENJÄYOF. 1892-1899

    sexual hasta la simple aproximación de igual ordén, la
    percepci6n de actos sexuales realizados por ofras per-
    sonas o la audiciôn de relatos de procesos sexuales (1).

    En mi primera comunicacién sobre las neurosis de
    defensa, quedó inexplicado cómo la tendencia del su-
    jeto hasta entonces sano, a olvidar una tal experiencia
    traumática podía producir realmente la represión pro-
    puesta y abrir con ello las puertas a la neurosis. Este
    resultado no podía depender de la naturaleza de la ex-
    periencia, puesto que otras personas permanecían sa-
    nas no obstante haber sufrido idéntico trauma. Así,
    pues, la histeria no quedaba totalmente explicada por
    la acción del trauma, debiéndose aceptar que ya antes
    del mismo existía en el sujeto una capacidad para la
    reacción histérica.

    En el lugar de esta indeterminada disposición histé-
    rica, podemos situar ahora, total o fragmentariamen-
    te, el efecto póstumo del trauma sexual infantil. La
    <represión» del recuerdo de una experiencia sexual
    penosa de los años de madurez sólo es alcanzada por
    personas en las que tal experiencia puede activar la
    acción de un trauma infantil (2).

    (1) En un ensayo sobre la neurosis de angustia, compren-
    dido en el presente volumen, hube de exponer, que <un primer
    contacto con el problema sexual podía provocar en las adoles-
    centes, la emergencia de una neurosis de angustia, combinada
    de un modo casi típico, con una histeria». Hoy sé, que la oca-
    sión en que surge esta angustia virginal no corresponde al pri-
    mer contacto con la sexualidad, sino que tales sujetos han pasa-
    do en su infancia, por una experiencia sexual pasiva, cuyo
    recuerdo es despertado en dicho primer contacto.

    (2) Una teoría psicológica de la represión habría de explicar-
    nos también por qué son las representaciones de contenido
    sexual las únicas que pueden ser reprimidas. He aquí algunas
    indicaciones: El representar de contenido sexual produce en los

    — 241 — 16

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    PFAF.S.FPEUD

    Las representaciones obsesivas tienen también,
    como premisa, una experiencia infantil de un orden
    distinto al de las descubiertas en los histéricos. La
    etiologia de ambas neurosis de defensa ofrece la si-
    guiente relación con la etiología de las dos neurosis
    simples: la neurastenia y la neurosis de angustia.
    Estas dos últimas afecciones son efectos inmediatos
    de las prácticas sexuales nocivas, cosa que ya expli-
    camos en un estudio sobre la neurosis de angustia,
    publicado en 1895. En cambio, las dos neurosis de
    defensa son consecuencias mediatas de influencias
    sexuales nocivas que han actuado antes de la madurez
    sexual, esto es, consecuencias de las huellas mnémi-
    cas psíquicas de tales influencias. Las causas actuales
    que producen la neurastenia y la neurosis de angustia,

    genitales procesos de excitación análogos a los de la propia
    experiencia sexual. Podemos suponer que esta excitación somá-
    fica se transforma en excitación psíquica. Por lo común, el efec-
    10 correspondiente es en la experiencia real, mucho más fuerte
    que en el recuerdo de la misma. Pero cuando la experiencia real
    ha sobrevenido en una época anterior a la madurez sexual y su
    recuerdo es despertado en tiempos posteriores a la misma, ac-
    tåa el recuerdo produciendo una excitación incomparablemente
    más intensa de la que en su día produjo la experiencia, pues en
    el intermedio, ha elevado la pubertad, de un modo extraordina-
    rio, la capacidad de reacción del aparato sexual. Esta relación
    inversa entre la experiencia real y el recuerdo es lo que parece
    integrar la condición de la represión. La vida sexual ofrece—por
    el retraso de la pubertad con respecto a las funciones psíqui-
    cas—la única posibilidad existente de una tal inversión de la
    eficacia relativa. Los traumas infantiles actúan a posteriori como
    experiencias recientes, pero ya desde lo inconsciente. Los lími-
    tes de este estudio me imponen aplazar para otra ocasión, más
    amplias explicaciones psicológicas. Sólo quiero indicar aún,
    que la época de «maduración sexual» a la que aquí me refiero,
    no coincide con la pubertad, sino que es anterior a ella (de los
    ocho a los diez años).

    — 242 —

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    ENSÄY08.1892-7899

    desempefian muchas veces al mismo tiempo, el papel
    de causas despertadoras de las neurosis de defensa.
    Por otro lado, las causas específicas de las neurosis
    de defensa pueden constituir la base de una neuraste-
    nia ulterior, no siendo, tampoco, raro, que una neu-
    rastenia o una neurosis de angustia sean mantenidas
    en lugar de por prácticas sexuales nocivas actuales,
    sólo por el recuerdo perdurable de traumas infan-
    tiles (1).

    I

    Esencia y mecanismo de la neurosis
    obsesiva.

    En la etiologfa de la neurosis obsesiva, tienen las
    experiencias sexuales de la temprana infancia la mis-
    ma significaciön que 2n la histeria, pero no se trata ya
    de la pasividad sexual, sino de agresiones de este or-

    (1) Adiciön en 1924: Todo este capitulo se halla dominado
    por un error, que mås tarde he reconocido y rectificado repeti-
    damente. Al escribirlo no sabiamos distinguir, de los recuerdos
    reales del sujeto, sus fantasfas sobre sus afios infantiles. En
    consecuencia, adscribimos a la seducciôn, como factor etiolôgi-
    co, una importancia y una generalidad de las que carece. Al su-
    perar este error fué cuando se nos hizo visible el campo de las
    manifestaciones espontåneas de la sexualidad infantil, que des-
    cribimos en nuestras «Aportaciones a una teoría sexual», publi-
    cadas en 1905 (véase el tomo II de esta colección). Sin embargo,
    no todo lo expuesto en el capítulo que antecede debe ser recha-
    zado, pues la seducción conserva aún un cierto valor etiológico.
    Así mismo, creo aún exactas algunas de las observaciones psi-
    cológicas en él desarrolladas.

    ー ⑨④⑧ 一

  • S.

    PRHRSGH- AR LY SA SP M ‏אס‎ = B

    den llevadas a cabo con placer o de una gozosa par-
    ticipacićn en actos sexuales, esto es, de actividad se-
    xual. De esta diferencia en las circunstancias etiol6gi-
    cas depende la mayor frecuencia de la neurosis obse-
    siva en el sexo masculino.

    Por otra parte, en el fondo de todos mis casos de
    neurosis obsesiva, he hallado sintomas histćricos, que
    el andlisis demostraba dependientes de una escena de
    pasividad sexual anterior a la intervenciôn sexual ac-
    tiva. A mi juicio, esta coincidencia es regular, y la
    agresion sexual prematura supone siempre una expe-
    riencia pasiva anterior. No me es posible presentar
    atin una exposicién definitiva de la etiologfa de la neu-
    rosis obsesiva. Pero tengo la impresićn de que el fac-
    tor que decide si de los traumas infantiles ha de surgir
    una histeria o una neurosis obsesiva, se halla relacio-
    nado con las circunstancias temporales de la libido.

    La esencia de la neurosis obsesiva puede encerrarse
    en una breve f6rmula: Las representaciones obsesivas
    son reproches iransformados, de retorno de la repre-
    sićn y referentes siempre a un acto sexual de la nifiez,
    ejecutado con placer. Para explicar esta férmula será
    necesario describir el curso tipico de una neurosis ob-
    sesiva.

    Los sucesos que contienen el germen de la neurosis
    se desarrollan en un primer periodo, al que podemos
    dar el nombre de periodo de la inmoralidad infantil.
    Primero, en la mds temprana infancia, tienen efecto
    las experiencias pasivas, que mds tarde hacen posible
    la represiôn, sobreviniendo luego los actos de agre-
    sión sexual contra el sexo contrario, los cuales moti-
    van ulteriormente los reproches.

    A este período pone fin la iniciación—a veces tam-
    bien adelantada—de la «maduración» sexual. Al re-

    zap

  • S.

    ENFAYOS. 7892-7899

    cuerdo de aquellos actos placenteros, se enlaza en-
    fonces, un reproche, y la conexiôn en que se hallan
    con las experiencias iniciales de pasividad, hace posi-
    ble—con frecuencia después de un esfuerzo conscien-
    te, recordado luego— su represión y sustitución por un
    síntoma primario de defensa. Los escrúpulos, la ver-
    gilenza, la desconfianza en sí mismo, son síntomas
    de este orden, con los cuales comienza el tercer perío-
    do, el de la salud aparente, y en realidad, de la defen-
    sa conseguida.

    El período siguiente, el de la enfermedad, se carac-
    teriza por el retorno de los recuerdos reprimidos, o
    sea, por el fracaso de la defensa, siendo aún indeciso
    si el despertar de dichos recuerdos es con mayor fre-
    cuencia, casual y espontáneo, o consecuencia y efec-
    to secundario de perturbaciones sexuales actuales.
    Los recuerdos reanimados y los reproches de ellos
    surgidos no pasan nunca a la conciencia sin sufrir
    grandes alteraciones, y así, aquello que se hace cons-
    ciente como representaciones y afectos obsesivos,
    sustituyendo para la vida consciente, al recuerdo pa-
    tógeno, son transacciones entre las representaciones
    reprimidas y las represoras.

    Para describir precisa y exactamente los procesos
    de la represión y de la formación de representaciones
    transaccionales habríamos de decidirnos a admitir hi-
    pótesis muy definidas sobre el substrato del suceder
    psíquico y de la conciencia, Mientras queramos evitar
    tales hipótesis, habremos de contentarnos con las si-
    guientes observaciones: Existen dos formas de neuro-
    sis obsesiva, según que el paso a la conciencia sea
    forzado tan sólo por el contenido mnémico de la ac-
    ción, base del reproche o también por el afecto conco-
    mitanie. El primer caso es el de las representaciones

    Sapa

  • S.

    PROF.S.FPEUD

    obsesivas tipicas, en las cuales el contenido atrae toda
    la atencion del enfermo, no sintiendo éste como afec-
    to sino un vago displacer en lugar del correspondien-
    te al reproche, ünico que armonizaria con el contenido
    de la representacion. Este contenido de la representa-
    ciôn obsesiva aparece doblemente deformado con rela-
    ciôn al acto infantil motivador, mostråndose sustituido
    lo pasado por algo actual, y reemplazado lo sexual por
    algo anålago, no sexual. Estas dos transformaciones
    son obra de la tendencia a la represión aún perduran-
    te, tendencia que hemos de atribuir al Yo. La influen-
    cia del recuerdo pat6geno reanimado se muestra en el
    hecho de que el contenido de la representación obse-
    siva es todavía tragmentariamente idéntico al repri-
    mido o se deduce de él de un modo lógico. Si con ayu-
    da del método psicoanalítico, reconstruímos la gé-
    nesis de una representación obsesiva, hallamos que
    de una impresión actual, parten dos procesos menta-
    les, uno de los cuales, el que integra el recuerdo re-
    primido, se demuestra tan correctamente lógico como
    el otro, a pesar de no ser capaz de conciencia ni sus-
    ceptible de rectificación. Cuando los resultados de es-
    tas dos operaciones psíquicas no coinciden, no tiene
    lugar la supresión lógica de la contradicción existente
    entre ambas, sino que al lado del resultado mental nor-
    mal, entra en la conciencia, a título de transacción
    entre la resistencia y el resultado mental patológico,
    una representación obsesiva aparentemente absurda.
    Cuando ambos procesos mentales dan el mismo re-
    sultado, se robustecen mutuamente, resultando, así,
    que un resultado mental normal se conduce como una
    representación obsesiva. Toda obsesión neurôtica
    emergente en lo psíquico tiene su origen en la repre-
    sión. Las representaciones obsesivas tienen, digámos-

    ー 246 一

  • S.

    ENIÄYOI.1892-lc599

    lo asi, curso psiquico forzoso, no por su propio valor,
    sino por la fuente de la que emanan o que las ha in-
    tensificado.

    La neurosis obsesiva toma una segunda forma,
    cuando lo que alcanza una representaci6n en la vida
    psiquica consciente, no es el contenido mnémico re-
    primido sino el reproche, reprimido también. El afecto
    correspondiente al reproche puede transformarse, por
    medio de un incremento psiquico, en cualquier ofro
    afecto displaciente. Sucedido esto, nada hay ya que
    se oponga a que el afecto sustitutivo se haga cons-
    ciente. De este modo, el reproche (de haber realizado
    en la niñez el acto sexual de que se trate) se transfor-
    ma fácilmente en vergiienza (de que otra persona lo
    sepa), en miedo hipocondríaco (de las consecuencias
    físicas de aquel acto), en miedo social (a la condena-
    ción social del delito cometido), en miedo а la tenta-
    ción (desconfianza justificada en la propia fuerza mo-
    ral de resistencia), en miedo religioso, etc. En todos
    estos casos, el contenido mnémico del acto motivo
    del reproche puede también hallarse representado en
    la conciencia o quedar completamente desvanecido,
    circunstancia esta última que dificulta extraordinaria-
    mente el diagnóstico. Muchos casos, que después
    de una investigación superficial se consideran como
    de hipocondría vulgar (neurasténica), pertenecen a
    este grupo de los afectos obsesivos. Así, la llamada
    «neurastenia periódica» o «melancolía periódica», re-
    sulta ser con insospechada frecuencia, una neurosis
    obsesiva de esta segunda forma, descubrimiento de
    no escasa importancia terapéutica.

    Al lado de estos síntomas transaccionales, que sig-
    nifican el retorno de lo reprimido y con ello el fraca-
    so de la defensa primitivamente conseguida, forma la

  • S.

    PROF.«5.FPEUD

    neurosis obsesiva ofros, de un origen totalmente dis-
    tinto. El Yo intenta, en efecto, defenderse de las ra-
    mificaciones del recuerdo inicialmente reprimido y
    crea en esta lucha defensiva, sintomas que podriamos
    reunir bajo el nombre de «defensa secundaria». Son
    estos sintomas en su totalidad, «medidas preventivas»,
    que prestan buenos servicios en la lucha contra las
    representaciones y los afectos obsesivos. Si estos ele-
    mentosauxiliares consiguen, efectivamente, en la Jucha
    defensiva, reprimir de nuevo los sintomas del retorno,
    impuestos al Yo, la obsesiôn se transferirå a las me-
    didas preventivas mismas y crearå una tercera forma
    de la neurosis obsesiva», los actos obsesivos. Estos
    actos no son nunca primarios ni contienen ofra cosa
    que una defensa y jamås una agresiôn. El analisis
    psfquico demuestra, que no obstante su singularidad,
    resultan siempre explicables refiriéndolos al recuerdo
    obsesivo contra el cual combaten (1).

    (1) Un solo ejemplo de los muchos que podriamos aducir:
    Un nifio de once afios, realizaba de un modo obsesivo, al ir a
    acostarse, el ceremonial siguiente: No se dormfa hasta después
    de haber contado a su madre, punto por punto, todos los suce-
    sos del dia; sobre la alfombra de la alcoba no debfa haber nin-
    gün trozo de papel ni cosa alguna semejante; la cama habfa de
    estar arrimada ala pared, con tres sillas delante, por el lado
    opuesto, y con las almohadas colocadas en una determinada
    forma. Por último, antes de decidirse a dormir, el infantil sujeto
    tenía que contraer y estirar violentamente las piernas varias ve»
    ces y colocarse luego de costado.—Todo esto se explicó del
    modo siguiente: Años antes, la niñera encargada de acostar al
    niño había aprovechado la ocasión, para echarse en la cama
    encima de él y abusar de él sexualmente. Cuando, luego, un su-
    ceso reciente despertó el recuerdo de tales escenas, se manifestó
    este recuerdo, en la conciencia, bajo la forma del ceremonial
    obsesivo antes descrito, cuyo sentido, fácil de adivinar, fué des-
    cubierto y comprobado por el análisis en todos sus puntos. La

    — 248 —

  • S.

    BAS: KO す っ ⑧ g f 800 මූ.

    La defensa secundaria contra las representacicnes
    obsesivas puede consistir en una violenta desviación
    del pensamiento hacia ofras ideas lo mds opuestas
    posible. Asi, en el caso de la especulación obsesiva,
    recae ésta sobre temas abstractos contrapuestos al
    cardcter, siempre concreto, de las representaciones re-
    primidas. En ofras ocasiones, intenta el enfermo do-
    minar cada una de sus ideas obsesivas por medio de
    un proceso mental lôgico y acogiéndose a sus recuer-
    dos conscientes, conducta que le lleva al examen y a
    la duda obsesivos. La preferencia que en este examen
    obsesivo, da el enfermo a la percepción sobre el re-
    cuerdo, le impulsa primero, y le fuerza después, a co-
    leccionar y conservar todos los objetos con los que
    entra en contacto. La defensa secundaria contra los
    afectos obsesivos da origen a una gran serie de medi-
    das preventivas, susceptibles de transformarse en ac-
    tos obsesivos. Tales medidas preventivas pueden cla-
    sificarse según su tendencia, en los siguientes grupos:
    Medidas de penitencia (ceremoniales molestos, ob-
    servación de los números), de preservación (fobias
    de todas clases, superstición, minuciosidad, incremen-
    to del síntoma primario de los escrúpulos), del miedo

    cama debía estar arrimada a la pared y tener delante tres sillas
    por el otro lado para que nadie pudiese tener acceso a ella. Las
    almohadas debían hallarse colocadas en un orden determinado
    para que este orden fuese distinto del de la noche del suceso. El
    contraer y estirar violentamente las piernas respondía al acto de
    separar a la persona echada sobre el sujeto, y la necesidad de
    ponerse de costado, al hecho de haber yacido entonces de es-
    paldas. La minuciosa confesión ante la madre, era la compensa-
    ción de haberle callado aquella y otras escenas sexuales, obede-
    ciendo a la prohibición de su corruptora. Por último, la limpieza
    absoluta de la alfombra de la alcoba significaba el deseo de que
    la madre no tuviera nada que reprocharle.

    ー 949 —

  • S.

    PROF.s-FPEUD

    a delatarse (colecci⑥n cuidadosa de todo papel escri-
    to, misantropfa), de aturdimiento (dipsomania). Entre
    todos estos actos e impulsos obsesivos, corresponde
    a las fobias el lugar mds importante.

    Hay casos en los que se puede observar c6mo la
    obsesiôn se transfiere, desde la representacién o el
    afecto, a la medida preventiva; en otros, oscila peri6-
    dicamente la obsesión entre el síntoma del retorno y
    el de la defensa secundaria. Por último, hay también
    casos en los que no se forma ninguna representación
    obsesiva, quedando inmediatamente representado el
    recuerdo reprimido, por la medida de defensa, aparen-
    temente primaria. En estos casos, es alcanzado de
    un salto, el estadio final de la neurosis, ulterior a la
    lucha defensiva. Los casos graves de esta afección,
    culminan en la fijación de los actos ceremoniales y la
    emergencia de la locura de duda o en una existencia
    extravagante del enfermo, condicionada por las fobias.

    El hecho de no encontrar crédito la representación
    obsesiva ni ninguno de sus derivados, procede, quizá,
    de que en la primera represión, quedó ya constituído
    el síntoma de la escrupulosidad, que ha adquirido tam-
    bién un carácter obsesivo. La seguridad de haber vi-
    vido moralmente durante todo el período de la defen-
    sa conseguida, hace imposible dar crédito al reproche
    que la representación obsesiva envuelve. Sólo espo-
    rádicamente, al emerger una nueva representación ob-
    sesiva o en estados melancólicos de agotamiento del
    Yo, logran crédito los síntomas patológicos del retor-
    no. El carácter «obsesivo» de los productos psíquicos
    aquí descritos, no tiene, en general, nada que ver con
    su aceptación como verdaderos, ni debe tampoco con-
    fundirse con aquel factor al que damos el nombre de
    «fuerza» o «intensidad» de una representación. Su ca-

    nav

  • S.

    කලණ NA F i ま ⑥ 4099

    räcter esencial es mds bien la imposibilidad de hacer-
    los desaparecer por medio de la actividad psiquica
    capaz de conciencia, cardcter que no varia por el he-
    cho de que la representación obsesiva aparezca más
    o menos clara e intensa.

    La causa de esta condición inatacable de la repre-
    sentación obsesiva o de sus derivados, es su cone-
    xión con el recuerdo infantil reprimido, pues una vez
    que conseguimos hacer consciente tal recuerdo, para
    lo cual parecen bastar los métodos psicoterápicos, se
    desvanece la obsesión.

    Ш

    Anålisis de un caso de paranoia crô-
    nica (1).

    Desde hace mucho tiempo, vengo sospechando, que
    también la paranoia—o algún grupo de casos pertene-
    ciente a la paranoia—es una neurosis de defensa, sur-
    giendo como la histeria y las representaciones obse-
    sivas, de la represión de recuerdos penosos, y siendo
    determinada la forma de sus síntomas por el conteni-
    do de lo reprimido. Peculiar a la paronoia, sería un
    mecanismo especial de la represión, como a la histe-
    ria, la represión por el proceso de la conversión en
    inervación somática, y a la neurosis obsesiva, la substi-
    tución (el desplazamiento a lo largo de ciertas catego-

    (1) Adición en 1924: Quizá más exactamente, de «dementia
    paranoides».

    ー 251 一

  • S.

    PROF.5.FPEUD

    rias asociativas). Varios casos por mi observados se
    mostraban favorables a esta observacién, pero no ha-
    bia encontrado ninguno que la demostrara totalmente,
    hasta que hace unos meses, la bondad del Dr. Breuer
    me permitió someter a la psicoanálisis, con un fin te-
    rapéutico, el caso de una mujer de treinfa y dos afios,
    muy inteligente, cuya enfermedad habia de diagnosti-
    carse de paranoia crénica. Me apresuro a exponer en
    este trabajo, los datos adquiridos en tal anålisis, por
    no tener probabilidades de estudiar la paranoia sino
    en casos aislados y esperar que estas observaciones
    aisladas muevan a algün psiquiatra a incorporar la
    teoria de la «defensa», a la viva discusién actual so-
    bre la naturaleza y el mecanismo de la paranoia. Por
    mi parte, con la observaciôn tinica aqui expuesta, no
    pretendo sino demostrar que se trata de un caso de
    psicosis de defensa, e indicar la posibilidad de que en
    el grupo de la «paranoia» existan ofros de igual natu-
    raleza.

    La sujeto de este caso es una señora de treinta y
    dos afios, casada hace tres y madre de un nifio de
    dos. Sus padres no padecieron enfermedad alguna
    nerviosa. En cambio, sus dos hermanas son neuróti-
    cas. Parece ser, que hacia los veinte años, padeció
    una depresión pasajera con obnubilación del juicio,
    pero posteriormente, gozó de salud y capacidad nor-
    males hasta que seis meses después del nacimiento de
    su hijo, se iniciaron en ella los primeros signos de su
    enfermedad actual. Comenzó por hacerse reservada y
    desconfiada, rehuyendo el trato con las hermanas de
    su marido y lamentándose de que los habitantes de la
    pequeña población de su residencia habían variado de
    conducta para con ella, mostrándose descorteses y ne-
    gandola toda consideración. Poco a poco, fueron ga-

    ー 282 一

  • S.

    ENSÄYOF. 1892-,899

    nando estas quejas en intensidad, aunque no en preci-
    sión: Se tenía contra ella algo que no podía adivinar.
    Pero no le cabía la menor duda de que todos parientes
    y amigos—la desconsideraban y hacían lo posible por
    irritarla. Por más que se rompía la cabeza para averi-
    guar el por qué de aquella mudanza, no lo conseguía.
    Algún tiempo después, empezó a quejarse de ser ob-
    servada de continuo por los vecinos, que adivinaban
    sus pensamientos y sabían todo lo que en su casa pa-
    saba. Una tarde, se le ocurrió de repente, que la es-
    piaban por la noche, mientras se desnudaba, y desde
    este momento, inició, al acostarse, toda una serie de
    complicadas medidas preventivas, no desnudándose
    sino a obscuras y después de meterse en la cama.
    Viendo que rehuía todo trato, aparecía constantemen-
    te deprimida y casi no se alimentaba, decidió la fami-
    lia llevarla a un balneario durante el verano de 1895,
    pero el efecto de la cura de aguas fué desastroso,
    pues se intensificaron los síntomas ya existentes y
    aparecieron otros nuevos. Ya en la primavera anterior,
    hallándose un día la sujeto sola con su doncella, ha-
    bía experimentado una singular sensación en el rega-
    Zo, pensando, al sentirla, que la muchacha que la
    acompañaba tenía en aquel momento un pensamiento
    indecoroso. Esta sensación se hizo durante el verano,
    casi continua. «Sentía sus genitales como si sobre
    ellos gravitase el peso de una mano». Después co-
    menzó a ver imágenes que la espantaban, alucinacio-
    nes de desnudos femeninos, especialmente, el regazo
    femenino de una mujer adulta, y a veces, también, ge-
    nitales masculinos. La imagen del regazo femenino y
    la sensación de peso sobre sus propios genitales apa-
    recían casi siempre unidas. Estas alucinaciones le
    eran especialmente penosas, pues surgían siempre

    s e

  • S.

    Pam OTE e OR GER DO

    que se hallaba con otra mujer, y las interpretaba supo-
    niendo que las desnudeces que veia pertenecian a la
    persona con quien se hallaba, la cual, a su vez, la veía
    a ella en igual forma. Simultáneamente a estas aluci-
    naciones visuales—que después de surgir durante la
    estancia en el balneario, desaparecieron por espacio
    de varios meses—comenzó a oir voces desconocidas,
    cuya procedencia no podía explicarse. Cuando iba
    por la calle, oía: Esa es Fulana.—Ahí va.—¿Dónde
    irá?—Se comentaban todos sus actos y ademanes, y
    a veces, oía amenazas y reproches. Todos estos sín-
    tomas se intensificaban cuando se hallaba en socie-
    dad o salía a la calle, todo lo cual la hizo encerrarse
    en su casa. Poco después comenzó a negarse a co-
    mer, alegando repugnancia y náuseas, desmejorándo-
    se así rápidamente.

    Todo esto lo supe cuando en el invierno de 1895,
    me fué confiada la enferma, para su tratamiento. Lo
    he expuesto al detalle, para hacer presente que se tra-
    ta de una forma muy frecuente de paranoia crónica,
    diagnóstico con el cual armonizan otros detalles sin-
    tomáticos que más adelante expondré. A! principio, no
    pude comprobar la existencia de delirios interpretado-
    res de las alucinaciones, bien porque la enferma me
    los ocultase, bien porque no hubieran surgido todavía.
    La sujeto conservaba intacta su inteligencia, siéndo-
    me únicamente referido, como detalle singular, la cir-
    cunstancia de haber hecho venir a su casa repetidas
    veces a su hermano, alegando tener que confiarle algo,
    pero sin llegar nunca a la anunciada confidencia. No
    hablaba nunca de sus alucinaciones, y en la última
    época tampoco se refería, sino muy raras veces, alas
    persecuciones de que era objeto.

    Lo que sobre esta enferma me propongo exponer,

    — 254 —

  • S.

    ENSÄYOS. 1892-7899

    se refiere principalmente a la etiologia del caso y al
    mecanismo de las alucinaciones. La etiologia se me
    revel6 al aplicar a la enferma, como si se fratase de
    una histérica, el método de Breuer para la investiga-
    ción y supresión de las alucinaciones. Al obrar asi,
    partí del supuesto de que en esta paranoia, debían
    existir, como en las otras dos neurosis de defensa por
    mí estudiadas, pensamientos inconscientes y recuer-
    dos reprimidos, susceptibles de ser atraídos a la con-
    ciencia, venciendo una determinada resistencia. La en-
    ferma confirmó en seguida esta hipótesis, comportán-
    dose en el análisis exactamente, como por ejemplo,
    una histérica, y produciendo, bajo la presión de mis
    manos (véanse mis estudios sobre la histeria) (1), ideas
    que no recordaba haber tenido, que no comprendía en
    un principio y que contradecían sus esperanzas. Que-
    daba, pues, demostrado, que también en un caso de
    paranoia, existían importantes ideas inconscientes,
    dándose así la posibilidad de reterir o también a la re-
    presión, la obsesión de la paranoia. Unicamente resul-
    taba singular el hecho de que la enferma oía interior-
    mente, a modo de alucinación, los datos procedentes
    de su inconsciente.

    Con respecto al origen de las alucinaciones visua-
    les, descubrí que la imagen del regazo femenino coin-
    cidía casi siempre, con la sensación de peso sobre
    sus propios genitales, peso que esta última vez era
    casi constante y se presentaba, muy frecuentemente,
    sola.

    Las primeras imágenes de desnudos femeninos ha-
    bfan surgido en el balneario pocas horas después de
    haber visto efectivamente, la sujeto, a otras bañistas

    (1) Tomo X de estas «Obras completas».
    — 255 —

  • S.

    PROF.«S.FPEUD

    desnudas en la piscina general. Eran, pues, simples
    reproducciones de una impresión real, habiendo de
    suponerse que si tales impresiones se reproducían, era
    porque la paciente había enlazado a ellas un intenso
    interés. Como explicación, manifestó la sujeto, que
    había sentido vergiienza por aquellas mujeres que se
    mostraban en tal forma, y. que desde entonces se
    avergonzaba de desnudarse ante cualquier persona.
    Habiendo de considerar este pudor como algo obsesi-
    vo, deducí, conforme al mecanismo de la defensa,
    que la paciente debía de mantener reprimido el recuer-
    do de un suceso en el que no se había avergonzado,
    y la invité a dejar emerger todas aquellas reminiscen-
    cias relacionadas con el tema del pudor. Rápidamen-
    te, reprodujo entonces, una serie de escenas, desde
    los diez y siete a los ocho años, en las que se había
    avergonzado de hallarse desnuda ante su madre, su
    hermana o el médico. Por último, esta serie de recuer-
    dos culminó en el de haberse desnudado una noche,
    teniendo seis años, ante su hermano, sin haber senti-
    do vergiienza ninguna. A mis preguntas, confesó que
    tal escena se había repetido muchas veces, pues du-
    rante varios años, habían tenido ella y su hermano la
    costumbre de mostrarse mutuemente sus desnudeces
    al ir a acostarse. Esta confesión me explicó su repen-
    tina idea obsesiva de que la espiaban mientras se des-
    nudaba para acostarse. Tratábase de un fragmento in-
    modificado del antiguo recuerdo reprochable, y la su-
    jeto sentía ahora la vergiienza que antes no había ex-
    perimentado.

    La sospecha de que también en este caso se trataba
    de relaciones sexuales infantiles, tan frecuentes en la
    etiología de la histeria, quedó confirmada por los pro-
    gresos del análisis, los cuales proporcionaron al mis-

    SB

  • S.

    Hr SB E, お 6-9 m- p» 8 ම

    mo tiempo la solución de ciertos detalles muy frecuen-
    fes en el cuadro de la paranoia. El principio de la en-
    fermedad coincidió con un disgusto entre su marido y
    su hermano, el cual se vió obligado a no volver a la
    casa. La sujeto, que había querido siempre mucho a
    su hermano, le echó extraordinariamente de menos du-
    rante este tiempo. Además, hablaba de un momento de
    su enfermedad en que «se lo explicó todo», esto es, en
    el que llegó al convencimiento de que sus sospechas
    de que todos la despreciaban y la herfan intencionada-
    mente, eran una realidad. Esta convicción se le impuso
    un día en que, hablando con su cufiada, oyó decir a
    ésta: «Si a mí me pasara algo semejante, no me pre-
    ocuparía lo más mínimo». Al principio no paró mien-
    fes la sujeto en estas palabras, pero después de irse
    su cufiada, le pareció que contenían un reproche,
    como si la hubiera querido tachar de despreocupada,
    y a partir de este momento, tuvo por seguro que todo
    el mundo la criticaba. Interrogada por mí sobre el mo-
    tivo que había tenido para suponer que su cufiada se
    refería a ella con aquellas palabras, me respondió que
    el tono con que las había pronunciado le había con-
    vencido de ello, si bien este convencimiento no surgió
    en el momento de oirlas, sino algün tiempo después,
    detalle característico de la paranoia. En el curso del
    análisis la obligué a recordar la conversación que
    había precedido a aquellas manifestaciones de su cu-
    fiada, resultando que esta última se había referido a
    los disgustos que sus hermanos habían originado en
    la familia, afiadiendo la observación siguiente: «En
    toda familia pasan cosas que deben ocultarse. Pero si
    a mí me sucediera algo semejante, me tendría sin cui-
    dado». La sujeto hubo de confesarme entonces que la
    causa verdadera de sus ideas de persecución, había

    — 257 — 17

  • S.

    PROF.F.FPEUD

    sido la primera frase: «En toda familia pasan cosas
    que deben ocultarse». Ahora bien; habiendo reprimido
    esta frase, que podía despertar en ella el recuerdo de
    sus relaciones infantiles con su hermano, y recordan-
    do tan sólo la segunda, carente de significación, tenía
    que enlazar a esta última la impresión de que su cuña-
    da la hacía objeto de un reproche, y como el conteni-
    do mismo de la frase no ofrecía punto alguno de apo-
    yo que justificase tal idea, hubo de fundamentarla en
    el tono con que había sido pronunciada. Hallamos
    aquí una prueba, probablemente típica, de que los
    errores de interpretación de la paranoia reposan sobre
    una represión.

    En el curso ulterior del análisis, quedó también ex-
    plicada la singular conducta de la suieto, al hacer ve-
    nir repetidamente a su hermano alegando la necesi-
    dad de comunicarle algo, para luego no cumplir tal
    anuncio. Según la propia enferma, obró así porque
    creía que sólo con verla, comprendería su hermano
    sus padecimientos. Siendo este hermano realmente la
    única persona que podía saber la etiología de su en-
    fermedad, resultaba que la sujeto había obrado a im-
    pulsos de un motivo que no comprendía, desde luego,
    conscientemente, pero que se demostraba plenamente
    justificado en cuanto se le adscribía un sentido incons-
    ciente.

    Conseguí después, llevar a la sujeto a la reproduc-
    ción de las diversas escenas en las que habían culmi-
    nado sus relaciones sexuales con su hermano (desde
    los seis a los diez años). Durante esta labor de repro-
    ducción, se presentó la sensación de peso en el rega-
    20, como sucede regularmente en el análisis de restos
    mnémicos histéricos. La visión de un regazo femeni-
    no desnudo (pero reducido ahora a proporciones in-

    ー 258 一

  • S.

    ENSÄYOJ.JFII-1899

    fantiles y sin los caracteres propios de la madurez se-
    xual, acompañaba o no a la sensación de peso, según
    que la escena correspondiente se había desarrollado
    con luz o en la obscuridad. También la aversión a los
    alimentos halló su explicación en un detalle repugnan-
    te de estos sucesos. Después de la reproducción de
    toda esta serie de escenas, desaparecieron la sensación
    de peso y las alucinaciones visuales, para no volvera
    surgir, por lo menos, hasta el día.

    Todo esto me descubrió que las alucinaciones des-
    critas no eran sino fragmentos del contenido de los
    sucesos infantiles reprimidos, o sea síntomas del re-
    torno de lo reprimido.

    Pasé entonces al análisis de las voces. Tratábase,
    ante todo, de aclarar por qué frases tan inocentes
    como las de «Ahí va Fulana».—«Está buscando casa»,
    etcétera, podían causar a la sujeto una impresión tan
    penosa, hailando, luego, la razón de que estas frases
    indiferentes hubiesen llegado a recibir una intensifica-
    ción alucinatoria. Desde luego, aparecía claro que ta-
    les «voces» no podían ser recuerdos alucinatoriamen-
    te reproducidos, como las imágenes y las sensacio-
    nes, sino más bien pensamientos que se habían hecho
    audibles.

    La primera vez que oyó voces fué en las siguientes
    circunstancias: Había leído con gran interés la bella
    narración de O. Ludwig, titulada «Die Heiterethei»,
    lectura que le había sugerido infinidad de pensamien-
    tos. Inmediatamente, había salido a pasear por la ca-
    rretera, y al pasar ante la casita de unos labradores,
    había oído unas voces que le decían: «Así era la casi-
    ta de la Heiterethei. Mira la fuente y el matorral. ¡Qué
    feliz era en su pobreza!» Luego le repitieron las voces
    pasajes enteros de su reciente lectura, pero sin que

    — 959 —

  • S.

    P90F«.F.FPEUD

    pudiera explicarse por qué la casa, el matorral y la
    fuente de la Heiterethei y los trozos menos importan-
    tes de toda la obra eran lo que precisamente se impo-
    nia a su atencién, con energia patolégica. Sin embar-
    go, no era dificil la solución del enigma. El análisis
    mostró, que durante la lectura, habían surgido en ella
    otros distintos pensamientos, siendo también otros
    pasajes de la obra los que más la habían interesado.
    Pero contra todo este material—analogías entre la pa-
    reja de la narración y la que ella formaba con su ma-
    rido, recuerdos de intimidades de su vida conyugal y
    de secretos de familia—; contra todo este material,
    repito, se había alzado una resistencia represora, pues
    él mismo se enlazaba, por una serie de asociaciones
    fácilmente evidenciables, a su repugnancia sexual, y
    así, en último término, al despertar de los antiguos
    sucesos infantiles. A consecuencia de esta censura
    ejercida por la represión, recibieron los referidos pa-
    sajes inocentes e idílicos, enlazados también con los
    rechazados, por el contraste y la vecindad, la intensi-
    ficación que les permitió hacerse audibles. La primera
    de las ocurrencias reprimidas se refería, por ejemplo,
    a las críticas que la vida solitaria de la heroína de la
    narración inspiraba a sus vecinos. No era difícil, para
    la paciente, establecer aquí una analogía entre el per-
    sonaje novelesco y su propia persona. También ella
    vivía en un pueblo, sin tratarse casi con nadie, y tam-
    bién se creía criticada por sus vecinos. Esta descon-
    fianza hacia sus vecinos, tenía un fundamento real.
    Al casarse, había ido a vivir con su marido, a una
    casa de varios pisos, instalando su alcoba en un cuar-
    to colindante al de otros inquilinos. En los primeros
    días de su matrimonio—sin duda por el despertar in-
    consciente del recuerdo de sus relaciones infantiles, en

    = =

  • S.

    NO FR 18 9 2- ゴ 809%

    las que habia jugado con su hermano a ser marido y
    mujer—, surgi6 en ella un gran pudor sexual, que la
    hacia preocuparse constantemente de que los vecinos
    pudieran oir alguna palabra o algún ruido a través del
    tabique, preocupación que acabó transformándose en
    desconfianza hacia los vecinos.

    Así, pues, las voces debían su génesis a la repre-
    sión de pensamientos, que en el fondo constituían re-
    proches con ocasión de um suceso análogo al trauma
    infantil, siendo, por lo tanto, síntomas del retorno de
    lo reprimido, y al mismo tiempo, consecuencias de
    una transacción entre la resistencia del Yo y el po-
    der de dicho retorno, transacción que en este caso, ha-
    bía producido una deformación absoluta de los ele-
    mentos correspondientes, resultando éstos irreconoci-
    bles. En otras ocasiones en que pude analizar las vo-
    ces oídas por esta enferma, resultaba menor la defor-
    mación, pero las palabras percibidas presentaban
    siempre una imprecisión muy diplomática, apareciendo
    profundamente escondida la alusión penosa y disfra-
    zada la coherencia de las distintas frases, por la elec-
    ción de giros desacostumbrados, etc., caracteres to-
    dos comunes a las alucinaciones auditivas de los pa-
    ranoicos y en los que veo la huella de la deformación
    causada por la transacción. La frase: «Ahí va Fulana.
    Está buscando casa», integraba la amenaza de que
    no curaría nunca, pues para someterse al tratamiento,
    se había instalado provisionalmente a Viena, y yo la
    había prometido que al terminar aquél, podría volver
    al pueblo en que residía con su marido.

    En algunos casos, percibía también la sujeto ame-
    nazas más precisas. Por lo que en general, sé de
    los paranoicos, me inclino a suponer una paraliza-
    ción paulatina de la resistencia que debilita los re-

    — 261 —

  • S.

    PROF.8.P1?EUD

    proches, resultando, asf, que la defensa acaba por fra-
    casar totalmente y que el reproche primitivo que el
    paciente queria ahorrarse, retorna sin modificaci6n
    alguna. De todos modos, no sé si se trata de un pro-
    0680 constante, ni si la censura contra los reproches
    puede faltar desde un principio o perseverar hasta
    el fin.

    Sólo me queda utilizar los datos adquiridos en el
    análisis de este caso de paranoia, para una compara-
    ción entre tal entermedad y la neurosis obsesiva. Tan-
    to en una como en otra, se nos muestra la represión
    como el nódulo del mecanismo psíquico, siendo, en
    ambos casos, lo reprimido, un suceso sexual infantil.
    Todas las obsesiones proceden también en esta para-
    noia, de la represión. Los síntomas de la paranoia son
    susceptibles de una clasificación análoga a la que
    llevamos a cabo con los de la neurosis obsesiva. Una
    parte de los síntomas—las ideas delirantes de descon-
    fianza y persecución—procede, de nuevo, de la de-
    fensa primaria. En la neurosis obsesiva, el reproche
    inicial ha sido reprimido por la formación del síntoma
    primario de la defensa, o sea, por la desconfianza en
    sí mismo. Con ello, queda reconocida la justicia del
    reproche. En la paranoia, el reproche es reprimido
    por un procedimiento al que podemos dar el nombre
    de proyección, transfiriéndose la desconfianza
    sobre otras personas.

    Otros síntomas del caso de paranoia descrito, de-
    ben ser considerados como síntomas del retorno delo
    reprimido, y muestran también, como los de la neuro-
    sis obsesiva, las huellas de la transacción que les ha
    permitido llegar a la conciencia, Así sucede con la idea
    de ser espiada al desnudarse y con las alucinaciones
    visuales, táctiles y auditivas. La idea citada entraña un

    — 262 —

  • S.

    a が S ④ FOS. Ltd 9 35-5 859 9

    contenido mnémico casi inmodificado, que sólo ado-
    lece de imprecisión. El retorno de lo reprimido en imá-
    genes visuales, se acerca más bien al carácter de la
    histeria que al de la neurosis obsesiva, si bien la his-
    teria acostumbra a repetir sin modificación alguna
    sus símbolos mnémicos, mientras que la alucinación
    mnémica paranoica experimenta una deformación aná-
    logaala que tiene efecto en la neurosis obsesiva.
    Así, en lugar de la imagen reprimida, surge una aná-
    loga actual (en nuestro caso el regazo de una mujer
    adulfa en lugar del de una nifia). En cambio, es abso-
    lutamente peculiar a la paranoia el retorno de los re-
    proches reprimidos en forma de alucinación auditiva,
    para lo cual tienen tales reproches que pasar por una
    doble deformación.

    El tercer grupo de los síntomas hallados en la neu-
    rosis obsesiva, o sea el de los síntomas de la defensa
    secundaria, no puede existir como tal en la paranoia,
    puesto qne los síntomas del retorno, encuentran crédi-
    1o sin que se alce contra ello defensa ninguna. Pero,
    en cambio, presenta la paranoia una tercera fuente de
    la formación de síntomas. Las ideas delirantes que la
    transacción lleva a la conciencia, plantean a la labor
    mental del Yo, la tarea de hacerlas admisibles sin ob-
    jeción alguna. Ahora bien; siendo por sí mismas in-
    modificables, tiene el Yo que adaptarse a ellas, y de
    este modo, corresponde aqui, a los síntomas de la de-
    fensa secundaria propia de la neurosis obsesiva, la
    manía de interpretación, que termina en una modifica-
    ción del Yo. Nuestro caso era incompleto en este pun-
    to, pues en la época de su tratamiento no mostró nin-
    guna de estas tentativas de interpretación, las cuales
    surgieron más tarde. Pero de todos modos, creo in-
    dudable que la aplicación de la psicoanálisis a este

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  • S.

    PROF.F.FPEUD

    estadio de la paranoia, ha de darnos un importante
    resultado. Hallaremos, en efecto, que la debilidad de
    la memoria de los paranoicos es de caråcter tenden-
    cioso, siendo motivada por la represiôn a cuyos fines
    coadyuva. Son, en efecto, reprimidos y sustituidos, a
    posteriori, aquellos recuerdos nada patågenos, que se
    hallan en contradicción con la modificación del Yo,
    imperiosamente exigida por los síntomas del retorno.

    = =