Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad 1922-002/1929.es
  • S.

    Sobre algunos mecanismos neurôticos en
    los celos, la paranoia y la homosexualidad

    1922.
    A

    Los celos, como la tristeza, cuentan entre aquellos es-
    tados afectivos que hemos de considerar normales. De
    este modo, cuando parecen faltar en el caråcter y en la
    conducta de un individuo, deducimos justificadamente que
    han sucumbido a una enérgica represión y desempeñan,
    por consecuencia, en su vida anímica inconsciente, un
    papel tanto más importante. Los casos de celos anor-
    malmente intensos observados en el análisis, muestran
    tres distintos estratos o grados, que podemos calificar en
    la siguiente forma: 1.º, celos concurrentes o nor-
    males; 2.º, celos proyectados; y 3.º, celos deli-
    rantes.

    Sobre los celos normales poco puede decir el análisis.
    No es difícil ver que se componen esencialmente de la
    tristeza y el dolor por el objeto erótico que se cree perdi-
    do, de la ofensa narcisista en cuanto nos es posible dife-
    renciarla de los elementos restantes, y por último, de sen-
    timientos hostiles contra el rival preferido y de una
    aportación más o menos grande de autocrítica que quiere
    hacer responsable, al propio Yo, de la pérdida amorosa.
    Estos celos no son aunque los calificamos de normales,

    en =

  • S.

    PR UR SR DEER ORE U D

    completamente racionales, esto es, nacidos de circunstan-
    cias actuales, proporcionados a la situación real y domina-
    dos sin residuo alguno por el Yo consciente, pues de-
    muestran poseer profundas raíces en lo inconsciente,
    continúan impulsos muy tempranos de la afectividad in-
    fantil y proceden del complejo de Edipo o del complejo-fra-
    terno del primer período sexual. Es también singular que
    muchas personas los experimenten de un modo bisexual,
    apareciendo como causa eficiente de su intensificación
    en el hombre, además del dolor por la pérdida de la mujer
    amada y el odio contra el rival masculino, la tristeza por
    la pérdida del hombre inconscientemente amado y el odio
    contra la mujer considerada como rival. Sé también de un
    individuo que sufría extraordinariamente en sus ataques
    de celos y que confesaba deber sus mayores tormentos a
    su identificación consciente con la mujer infiel. La sensa-
    ción de abandono que experimentaba entonces y las imá-
    genes con las que describía su estado, diciendo sentirse
    como Prometeo, encadenado y entregado a la voracidad
    de los buitres, o arrojado en un nido de serpientes, eran
    referidas por el sujeto mismo a la impresión de varios ata-
    ques homosexuales de los que había sido objeto en su in-
    fancia.

    Los celos del segundo grado, o celos proyecta-
    dos, nacen, tanto en el hombre como en la mujer, de
    las propias infidelidades del sujeto o del impulso a come-
    terlas; relegado, por la represiôn, a lo inconsciente. Sabi-
    do es, que la fidelidad, sobre todo la exigida en el matri-
    monio, lucha siempre con incesantes tentaciones. Precisa-
    mente aquellos que niegan experimentar tales tentaciones,
    sienten tan enérgicamente su presiôn que suelen acudir a
    un mecanismo inconsciente para aliviarla, y alcanzan un
    tal alivio e incluso una absolución completa por parte de
    su conciencia moral, proyectando sus propios impulsos a
    la infidelidad sobre la persona a quien deben guardarla.

    — 278 —

  • S.

    s Na SU Y la „Tag ado. TEO 62 iq

    Este poderoso motivo puede luego servirse de las percep-
    ciones que delatan los impulsos inconscientes análogos de
    la otra persona y justificarse entonces con la reflexión de
    que aquélla no es, probablemente, mucho mejor (1).

    Las costumbres sociales han tenido en cuenta pruden-
    temente estos hechos y han dado un cierto margen al
    deseo de gustar de la mujer casada y al deseo de conquis-
    tar del hombre casado, esperando derivar así, fácilmente,
    la indudable inclinación a la infidelidad y hacerla inofensi-
    va. Determinan que ambas partes deben tolerarse mutua-
    mente estos pequeños avances hacia la infidelidad, y con-
    siguen, por lo general, que el deseo encendido por un
    objeto ajeno sea satisfecho en el objeto propio, lo que
    equivale a un cierto retorno a la fidelidad. Pero el celoso
    se niega a reconocer esta tolerancia convencional. No
    cree que sea posible una detención o un retorno en el ca-
    mino de la infidelidad, ni que el «flirt» constituya un se-
    guro contra la verdadera infidelidad. En el tratamiento de
    tales sujetos celosos ha de evitarse discutirles el material
    en el que se apoyan, y sólo puede intentarse modificar su
    interpretación del mismo.

    Los celos surgidos por una tal proyección tienen, des-
    de luego, un carácter casi delirante, pero no resisten a la
    labor analítica, que descubre las fantasías inconscientes
    subyacentes, cuyo contenido es la propia infidelidad. Mu-
    cho menos favorable resulta el caso de los celos del tercer
    grado o propiamente delirantes. También éstos
    nacen de tendencias infieles reprimidas, pero los objetos
    de las fantasías son de carácter homosexual. Los celos de-
    lirantes corresponden a una homosexualidad y ocupan con
    pleno derecho un lugar entre las formas clásicas de la pa-

    ⑩ CE. los versos de la canción de Desdémona:

    1 called him thou false one, what answered he then?
    YET court more women, you will couch with more men.

    — 279 —

  • S.

    ‎ausu BE U DB‏ ₪ ל" אש שרי

    ‎ranoia. Como tentativa de defensa contra un poderoso
    impulso homosexual podrían ser descritos (en el hombre),
    por medio de la siguiente fórmula: No soy y o quien le
    ama, es ella.

    ‎En un caso de celos delirantes habremos de estar pre-
    parados a encontrar celos de los tres grados y no única-
    mente del tercero.

    ‎B

    ‎Paranoia. Porrazones ya conocidas, la mayoría
    de los casos de paranoia se substrae a la investigación
    analítica. No obstante, me ha sido posible descubrir re-
    cientemente, por el estudio intenso de dos paranoicos, al-
    gunos datos nuevos.

    ‎El primer caso era el de un hombre joven aquejado de
    celos paranoicos plenamente desarrollados y relativos a
    su mujer, intachablemente fiel. Había pasado por un pe-
    ríodo tempestuoso, en el que su manía le había dominado
    sin interrupción, pero al acudir a mí no producía ya sino
    ataques precisamente separados, que duraban varios días
    y presentaban la singularidad de surgir siempre al día si-
    guiente de un coito conyugal, plenamente satisfactorio por
    lo demás, para ambas partes. Esta singularidad parece au-
    torizarnos a concluir que una vez satisfecha la libido hete-
    rosexual, los componentes homosexuales coexcitados se
    manifestaban en el ataque de celos.

    ‎El ataque extraía su material de la observación de
    aquellos signos, imperceptibles para toda otra persona, en
    los que podía haberse transparentado la coquetería natural
    de su mujer, totalmente inconsciente. Haber rozado con
    la mano, distraidamente, al señor que estaba a su lado,
    haber inclinado demasiado su rostro hacia él, o de haber
    sonreído con gesto más amable del suyo habitual cuando

    ‎— 280 —

  • S.

    Ewödyos.1906--92«

    se hallaba sola con su marido. Para todas estas manifesta-
    ciones de lo inconsciente en su mujer mostraba el marido
    una extraordinaria atención y sabía interpretarlas siempre
    exactamente, de manera que, en realidad, tenía siempre
    razón e incluso podía acogerse a la psicoanálisis para justi-
    ficar sus celos. En realidad, su anormalidad se reducía a
    observar lo inconsciente de su mujer más penetrantemen-
    te y a darle mayor importancia de lo que cualquier otra
    persona le hubiera atribuído.

    Recordamos que también los paranoicos perseguidos
    se comportan muy análogamente. Tampoco reconocen
    nada indiferente en la conducta de los demás y su «manía
    de relación» les lleva a valorar los más pequeños signos
    producidos por las personas con quienes tropiezan. El
    sentido de esta manía de relación es el de que esperan de
    todo el mundo algo como amor y aquellas personas no les
    muestra nada semejante: sonríen a sus propios pensa-
    mientos, juegan con el bastón o escupen en el suelo
    al pasar junto a ellos, cosas todas que nadie hace real-
    mente cuando se encuentra al lado de una persona que le
    inspira algún interés amistoso. Sólo lo hacemos cuando
    tal persona nos es completamente indiferente y no existe
    casi para nosotros, y dada la afinidad fundamental de los
    conceptos de «extraño» y «enemigo» no puede decirse
    que el paranoico se equivoque tanto, al sentir una tal indi-
    ferencia como hostilidad, en relación a su demanda de
    amor.

    Sospechamos ahora que hemos descrito muy insufi-
    cientemente la conducta del paranoico celoso o perseguido
    al decir que proyecta hacia el exterior, sobre otras perso-
    nas, aquello que no quiere percibir en su propio interior.

    Desde luego, realizan tal proyección, pero no proyec-
    tan, por decirlo así, al buen tun tun, o sea donde no
    existe nada semejante, sino que se dejan guiar por su
    conocimiento de lo inconsciente y desplazan sobre lo

    — 281 —

  • S.

    尸刀০户ءడء尸p覆끄p

    inconsciente de los demás la atención que desvían del suyo
    propio. Nuestro celoso reconoce la infidelidad de su mujer
    en lugar de la suya propia; ampliando gigantescamente en
    su conciencia la infidelidad de su mujer, consigue mante-
    ner inconsciente la suya. Si vemos en este ejemplo, un
    modelo, habremos de concluir, que también la hostilidad
    que el perseguido atribuye a los demás, es un reflejo de
    sus propios sentimientos hostiles contra ellas. Pero como
    el paranoico convierte en su perseguidor a la persona de
    su propio sexo que le es más querida, habremos de pre-
    guntarnos de dónde procede esta inversión del afecto, y la
    respuesta más próxima, sería la de que la ambivalencia
    sentimental, siempre existente, procuraría la base del
    odio, intensificado luego por el incumplimiento de las as-
    piraciones amorosas. La ambivalencia sentimental sirve
    así, al perseguido, para rechazar la homosexualidad, como
    los celos a nuestro paciente.

    Los sueños de nuestro celoso me produjeron una gran
    sorpresa. No surgían simultáneamente a la emergencia
    del ataque, pero sí aún bajo el dominio del delirio. No
    presentaban carácter delirante alguno y los impulsos ho-
    mosexuales subyacentes no se mostraban en ellos más
    disfrazados que en general. Mi escasa experiencia sobre
    los sueños de individuos paranoicos me inclinó a suponer,
    en general, que la paranoia no penetraba hasta los sueños.

    No era difícil descubrir los impulsos homosexuales de
    este paciente. Carecía de amistades y de intereses socia-
    les, dándonos así la impresión de que su delirio se había
    encargado de desarrollar sus relaciones con los hombres,
    como para reparar una omisión anterior. La faita de per-
    sonalidad del padre dentro de su familia y un vergonzoso
    trauma homosexual experimentado en años tempranos de
    su adolescencia, habían actuado conjuntamente para repri-
    mir su homosexualidad y mostrarla el camino de la subli-
    mación. Toda su adolescencia aparecía dominada por una

    — 289 —

  • S.

    E»s«yos.157»6-192«

    intensa adhesion a su madre, cuyo favorito era, y en esta
    relación hubo de desarrollar ya intensos celos del tipo
    normal. Al contraer, luego, matrimonio, impulsado princi-
    palmente por la idea de hacer rica a su madre, su deseo
    de una madre virginal se exteriorizó en dudas obsesivas
    Sobre la virginidad de su prometida. Durante los primeros
    años de su matrimonio no mostró celos ningunos. Más
    tarde, cometió una infidelidad entablando unas prolonga-
    das relaciones extraconyugales. Luego, al verse impulsa-
    do a romper estas relaciones por una determinada sospe-
    cha, surgieron en él celos del segundo tipo, o sea de
    proyección, que le permitían mitigar el remordimiento de
    su infidelidad. Estos celos se complicaron en seguida con
    la emergencia de impulsos homosexuales orientados hacia
    la persona de su propio suegro, constituyéndose así una
    plena paranoia celosa.

    Mi segundo caso no hubiera sido diagnosticado segu-
    ramente, fuera del análisis, de paranoia persecutoria, pero
    los resultados analíticos obtenidos me obligaron a ver,
    por lo menos, enel sujeto, un candidato a tal perturba-
    ción. Mostraba una amplísima ambivalencia con respecto
    a su padre, siendo, por un lado, el tipo perfecto del hijo
    rebelde, que se aparta manifiestamente, en todo, de los
    deseos e ideales del padre, y por otro, en un estrato más
    profundo, un hijo tan respetuoso y abnegado, que después
    de la muerte del padre e impulsado por una conciencia de
    culpabilidad, se prohibía el goce de la mujer. Sus relacio-
    nes reales con los hombres aparecían claramente situadas
    bajo el signo de la desconfianza; su clara inteligencia le
    llevaba a racionalizar esta actitud y sabía arreglárselas de
    manera que siempre acababa siendo engañado y explota-
    do por sus amigos y conocidos. Este caso me reveló que
    pueden existir ideas persecutorias clásicas sin que el mis-
    mo sujeto las dé crédito, ni valor alguno. Tales ideas
    emergían de cuando en cuando en el análisis y el sujeto

    こ us ー

  • S.

    DM ₪ RE ‏ל‎ CE: D

    mismo se burlaba de ellas, sin concederles la menor im-
    portancia. Esta singular circunstancia debe aparecer, se-
    guramente, en muchos casos de paranoia, resultando así
    que las ideas delirantes exteriorizadas por el enfermo al
    hacer explosión la enfermedad y en las que vemos produc-
    tos psíquicos recientes, pueden venir existiendo desde
    mucho tiempo atrás.

    Me parece muy importante el hecho de que el factor
    cualitativo constituído por la existencia de ciertos produc-
    tos neuróticos, demuestre entrañar menor importancia
    práctica que el factor cuantitativo representado por el
    grado de atención, o mejor dicho, de carga psíquica, que
    tales productos pueden atraer a sí. El examen de nuestro
    primer caso de paranoia celosa nos invitaba ya a esta
    misma valoración del factor cuantitativo, mostrándonos
    que la anormalidad consistía esencialmente en la exagera-
    da intensificación de la carga psíquica adscrita a las inter-
    pretaciones de lo inconsciente ajeno. El análisis de la hi
    teria nos ha revelado igualmente, hace ya mucho tiempo,
    un hecho análogo. Las fantasías patógenas, ramificacio-
    nes de los impulsos instintivos reprimidos, son toleradas
    durante un largo período al lado de la vida anímica nor-
    mal y no adquieren eficacia patógena hasta que una modi-
    ficación de la economía de la libido hace afluir a ellas una
    carga psíquica muy intensa, siendo entonces cuando sur-
    ge el conflicto que conduce a la producción de síntomas.
    Asi, pues, los progresos de nuestro conocimiento nos
    invitan cada vez más apremiantemente a situar en primer
    término el punto de vista económico. Habremos de pre-
    guntarnos también si el factor cuantitativo aquí acentuado
    no habrá de bastar para explicar aquellos fenómenos para
    los cuales se quiere introducir ahora el concepto de «Schal-
    tung» (Bleuler y otros). Bastaría suponer que un incre-
    mento de la resistencia en una de las direcciones del curso
    psíquico provoca tna sobrecarga en otra de sus direccio-

    — 284 —

  • S.

    Estyos.ivoo-igps

    nes, produciendo así la inclusión de la misma en dicho
    curso.

    Los dos casos de paranoia a que nos venimos refiriendo
    mostraban una oposición muy instructiva en cuanto a los
    sueños. Mientras que en nuestro primer caso aparecían
    éstos, como ya indicamos, totalmente libres de delirio, el
    otro paciente producía numerosos sueños persecutorios
    en los que podíamos ver premisas o productos substi-
    tutivos de las ideas delirantes de igual contenido. El per-
    seguidor, al que sólo lograba escapar con grandes angus-
    tias era, en general, un toro u otro símbolo semejante de
    la virilidad, reconocido algunas veces, en el mismo sueño,
    como una representación de la personalidad paterna. En
    una de las sesiones del tratamiento, me relató el paciente
    un sueño paranoico de transferencia, muy característico.
    Me veía afeitarme en presencia suya y advertía, por el
    olor, que yo usaba el mismo jabón que su padre. Esto lo
    hacía yo para forzarle a transferir sobre mi persona los im-
    pulsos correspondientes al complejo paterno. En la elec-
    ción de la situación soñada se demostraba claramente el
    poco valor atribuido por el paciente a sus fantasías para-
    noicas y el escaso crédito que les concedía, pues todos los
    días le era posible comprobar con sus propios ojos, que yo
    no podía ofrecerle la situación soñada, puesto que conser-
    vo la barba, no pudiendo enlazarse, por lo tanto, a seme-
    jante situación, la transferencia supuesta. Pero además, la
    comparación de los sueños de nuestros dos pacientes, nos
    enseña que el problema antes planteado de si la paranoia
    (u otra psiconeurosis) puede penetrar también o no, hasta
    el sueño, reposa en una concepción inexacta de este fenó-
    meno, El sueño se diferencia del pensamiento despierto
    en que puede acoger contenidos pertenecientes al dominio
    de lo reprimido, los cuales no deben surgir en dicho pen-
    samiento. Fuera de esto, no es más que una forma del
    pensamiento, una transformación del material men-

    ase

  • S.

    IFoP-s.ss5»o

    tal preconsciente, realizada por la elaboraciön onirica.
    Nuestra terminologfa de las neurosis no es aplicable a lo
    reprimido, que no puede ser histérico, ni obsesivo, ni pa-
    ranoico. En cambio, los otros elementos del material uti-
    lizado para la formaciôn del sueño, esto es, las ideas pre-
    conscientes, pueden ser normales o presentar el caråcter
    de una neurosis cualquiera. Las ideas preconscientes pue-
    den ser resultados de todos aquellos procesos patógenos
    en los que reconocemos la esencia de una neurosis. No
    hay motivo ninguno para pensar que tales ideas patoló-
    gicas no puedan transformarse en un sueño. Por lo tanto,
    un sueño puede corresponder a una fantasía histérica, a
    una representación obsesiva o a una idea delirante; esto
    es, puede ofrecernos uno de tales productos como resul-
    tado de su interpretación. Nuestra observación de los dos
    casos de paranoia aquí descritos nos mostró, en uno de
    ellos, sueños completamente normales no obstante ha-
    llarse el sujeto bajo el imperio del ataque, y en cambio,
    en el otro, sueños de contenido paranoico en un período
    en el que el individuo se burlaba aún de sus ideas deliran-
    tes. Así, pues, el sueño ha acogido, en ambos casos, los
    elementos rechazados por el pensamiento despierto. Pero
    tampoco esto ha de ser necesariamente lo general.

    C

    Homosexualidad. El reconocimiento del fac-
    tor orgånico de la homosexualidad no nos evita la obliga-
    ciôn de estudiar los procesos psiquicos de su génesis. El
    proceso tipico, comprobado ya en un gran número de
    casos, consiste en que algunos años después de la puber-
    tad, el adolescente, fijado hasta entonces intensamente a
    su madre, se identifica con ella y busca objetos erôticos

    ー we

  • S.

    Engyos.lgos-JIL«

    en los que le sea posible volver a encontrarse a sí mismo
    y a los cuales querrá entonces amar como la madre le ha
    amado a él. Como signo característico de este proceso,
    se establece generalmente, y para muchos años, la condi-
    ción erótica de que los objetos masculinos tengan aquella
    edad en la que se desarrolló en el sujeto la transforma-
    ción antes descrita. Hemos descubierto varios factores
    que contribuyen probablemente en distinta proporción a
    este resultado. En primer lugar, la fijación a la madre, que
    dificulta la transición a otro objeto femenino. La identilica-
    ción con la madre es un desenlace de esta adherencia al
    objeto y permite al mismo tiempo, al sujeto, mantenerse
    fiel, en un cierto sentido, a este primer objeto. Luego, la
    inclinación a la elección narcisista de objeto, más próxima
    y más fácil que la orientación hacia el otro sexo. Detrás
    de este factor se oculta otro de singular energía, o quizá
    coincide con él: la alta valoración concedida al órgano
    viril y la incapacidad de renunciar a su existencia en el
    objeto erótico. El desprecio a la mujer, su repulsa y hasta
    el horror a ella, se derivan generalmente del descubri-
    miento hecho en edad temprana de que la mujer carece
    de pene. Más tarde se nos muestra también como un po-
    deroso motivo de la elección de objeto homosexual el res-
    peto 0 el miedo al padre, toda vez que la renuncia a la
    mujer significa que el sujeto elude la competencia con el
    padre ( con todas las personas masculinas que lo repre-
    sentan). Los dos últimos motivos, la conservación de la
    condición del pene y la renuncia a la competencia con el
    padre, pueden ser adscritos al complejo de la castración.
    Así, pues, los factores de la etiología psíquica de la ho-
    mosexualidad descubiertos hasta ahora, son la adherencia
    a la madre, el narcisismo y el temor a la castración, fac-
    tores que, desde luego, no deben ser considerados espe-
    cíficos. A ellos se agrega luego la influencia de la inicia-
    ción sexual, responsable de una prematura fijación de la

    Sia

  • S.

    PFOF.«5.PPE»D

    libido, y la del factor orgånico, que favorece la adopciôn
    del papel pasivo en la vida erôtica.

    Pero no hemos creído nunca que este análisis de la
    génesis de la homosexualidad fuera completo. Asi, habre-
    mos hoy de señalar un nuevo mecanismo conducente a la
    elección homosexual de objeto, aunque no podamos toda-
    vía indicar en qué proporción contribuye a producir la ho-
    mosexualidad extrema, manifiesta y exclusiva. El material
    «de observación nos ha ofrecido varios casos en los que
    resultaba posible comprobar la emergencia infantil de
    enérgicos impulsos celosos, emanados del complejo ma-
    terno y orientados contra un rival, casi siempre contra un
    hermano mayor del individuo. Estos celos condujeron a
    actitudes intensamente hostiles y agresivas contra dicho
    hermano, llevadas hasta desearle la muerte, pero que su-
    -cumbieron luego a la evolución. Bajo el influjo de la edu-
    «cación y seguramente también a causa de la impotencia
    permanente de tales impulsos, quedaron éstos reprimidos

    -y transformados en tal forma, que las personas antes con-
    sideradas como rivales, se convirtieron en los primeros
    objetos eróticos homosexuales. Este desenlace de la fija-
    ción a la madre muestra múltiples relaciones interesantes
    «con otros procesos ya conocidos. Constituye, en primer
    lugar, una completa antítesis de la evolución de la para-
    noia persecutoria, en la cual las personas amadas se con-
    vierten en perseguidores odiados, mientras que en nues-
    tro caso actual, los rivales odiados se transforman en
    objetos amorosos. Se nos muestra también como una exa-
    „geración de aquel proceso que, según nuestras hipótesis,
    conduce a la génesis individual de los instintos socia-
    "les (1). En uno y otro lado, existen, al principio, impulsos
    celosos y hostiles que no pueden alcanzar satisfacción,

    (1) Cf. «Psicología de las masas y análisis del Yo», tomo IX de
    «esta edición castellana.

    ー 988 —

  • S.

    ENFAyos.7D»6-192«

    surgiendo entonces sentimientos amorosos y sociales de
    identificación, como reacciones contra los impulsos agre-
    sivos reprimidos.

    Este nuevo mecanismo de la elección de objeto homo-
    sexual, o sea su génesis como resultado de una rivalidad
    no dominada y de tendencias agresivas reprimidas, apa-
    rece mezclado, en algunos casos, con las condiciones ti-
    picas ya conocidas. La historia de algunos homosexuales
    nos revela que su transformación se inició después de una
    ocasión en que la madre hubo de alabar a otro niño, pre-
    sentándolo como modelo. Este hecho estimuló la tenden-
    cia a la elección narcisista de objeto, y después de una
    breve fase de intensos celos, quedó elegido el rival,
    como objeto erótico. Fuera de esto, el nuevo mecanismo
    se diferencia en que la transformación tiene lugar en años
    mucho más tempranos y en que la identificación con la
    madre retrocede a un último término. En los casos por mí
    observados, no condujo tampoco sino a una simple acti
    tud homosexual, que no excluía la heterosexualidad, ni
    provocaba un horror a la mujer.

    Sabemos ya, que un cierto número de individuos ho-
    mosexuales se distingue por un desarrollo especialmente
    considerable de los impulsos instintivos sociales y una
    gran atención a los intereses colectivos. Nos inclinaríamos
    quizá a explicar teóricamente esta circunstancia, por el
    hecho de que un hombre que ve en otros hombres, posi-
    bles objetos eróticos, tiene que conducirse, con respecto
    a la comunidad masculina, de un modo muy diferente al
    individuo que se ve forzado a ver, ante todo, en el hom-
    bre, un rival en la conquista de la mujer. Pero esta expli-
    cación tropieza con el hecho de que también en el amor
    homosexual existen los celos y la rivalidad y que la comu-
    nidad masculina comprende también a estos posibles riva-
    les. Pero aun prescindiendo de estos fundamentos espe-
    culativos, no puede ser indiferente, para esta relación en-

    ー 289 — 1

  • S.

    PEOP(I.FEEUD

    tre la homosexualidad y los sentimientos sociales, la
    circunstancia de que la elecciôn de objeto homosexual
    nazca, muchas veces, de un temprano vencimiento de la
    rivalidad con el hombre.

    Analiticamente, acostumbramos a ver en los senti-
    mientos sociales, la sublimacién de aptitudes homosexua-
    les con respecto al objeto. Por lo tanto, hemos de suponer
    que los homosexuales de tendencia social no han conse-
    guido separar, por completo, los sentimientos sociales, de
    Ja elecciôn de objeto.