Sobre la psicogénesis de un caso homosexualidad femenina 1920-001/1929.es
  • S.

    Sobre la psicogénesis de un caso de homo-
    sexualidad femenina

    1920.

    La homosexualidad femenina, tan frecuente, desde
    luego, como la masculina, aunque mucho menos ruidosa,
    no ha sido sélo desatendida por las leyes penales, sino
    también por la investigaciôn psicoanalitica. La exposiciôn
    de un caso, no muy marcado, en el que me fué posible
    descubrir, sin grandes lagunas y con gran seguridad, la
    historia psiquica de su génesis, puede por lo tanto aspirar
    a una cierta consideración. La discreción profesional exi-
    gida por un caso reciente, impone, naturalmente, a nues-
    tra comunicación, ciertas restricciones. Habremos, pues,
    de limitarnos a describir los rasgos más generales del
    historial, silenciando los detalles característicos en los que
    reposa su interpretación.

    Una muchacha de diez y ocho años, bonita, inteligen-
    te y de elevada posición social, ha despertado el disgusto
    y la preocupación de sus padres por el cariño con el que
    persigue a una señora de la «buena sociedad», unos diez
    años mayor que ella. Los padres pretenden que la tal se-
    fora no es más que una cocota a pesar de sus aristocrá-
    ticos apellidos. Saben que vive con una amiga suya, ca-
    sada, con la que sostiene relaciones íntimas, observando
    además una conducta muy ligera en su trato con los hom-
    bres, entre los cuales se le señalan varios favoritos. La

    — 199 —

  • S.

    PR නි... "5 ^ m wm

    muchacha no discute tales afirmaciones, pero no se deja
    influir por ellas lo más mínimo en su admiración hacia
    aquella sefiora, a pesar de no carecer, en modo alguno,
    de sentido moral. Ninguna prohibición ni vigilancia alguna
    logran impedirla aprovechar la menor ocasión favorable
    para correr al lado de su amada, seguir sus pasos, espe-
    rarla horas enteras a la puerta de su casa o en una parada
    del tranvia, enviarla flores, etc. Se ve que esta pasión ha
    devorado todos los demäs intereses de la muchacha. No
    se preocupa ya de su educaciôn intelectual, no concede
    valor alguno al trato social ni a las distracciones juveniles
    y sólo mantiene relación con algunas amigas que pueden
    servirla de confidentes o auxiliares. Los padres ignoran
    hasta dónde pueden haber llegado las relaciones de su
    hija con aquella señora, ni si han traspasado ya ciertos
    límites. No han observado nunca en la muchacha interés
    alguno hacia los jóvenes, ni complacencia ante sus home-
    najes; en cambio, ven claramente que su enamoramiento
    actual no hace sino continuar, en un mayor grado, la in-
    clinación que en los últimos años hubo de mostrar hacia
    otras personas femeninas y que des pert6 ya las sospechas
    y el rigor del padre.

    Dos aspectos de su conducta, aparentemente opuestos,
    despiertan, sobre todo, la contrariedad de los padres. La
    imprudencia con la que se muestra públicamente en com-
    pañía de su amiga malfamada, sin cuidado alguno a su
    propia reputación, y la tenacidad con que recurre a toda
    clase de engaños, para facilitar y encubrir sus entrevistas
    con ella. Reprochan, pues, a la muchacha, un exceso de
    franqueza, por un lado, y un exceso de disimulo, por otro-
    Un día, sucedió lo que no podía por menos de acaecer en
    tales circunstancias: el padre encontró a su hija acompa-
    fiada de la señora en cuestión, y al cruzarse con ellas, las
    dirigió una mirada colérica, que no presagiaba nada bue-
    no. Momentos después, se separaba la muchacha de su

    — 200 —

  • S.

    EN SAY 08. $90 6- 1974

    amiga, para arrojarse al foso por donde circulaba el tran-
    vía. Nuestra sujeto pagó esta tentativa de suicidio con
    largos días de cama, aunque, afortunadamente, no se pro-
    dujo lesión alguna permanente. A su restablecimiento, en-
    contró una situación mucho más favorable a sus deseos.
    Los padres no se atrevían a oponerse ya tan decididamente
    a ellos, y la señora, que hasta entonces había recibido
    fríamente sus homenajes, comenzó a tratarla con más ca-
    ño, conmovida por aquella enequivoca prueba de amor.

    Aproximadamente medio año después de este suceso,
    acudieron los padres al médico, encargándole de reinte-
    grar a su hija a la normalidad. La tentativa de suicidio les
    había demostrado que los medios coercitivos de la disci-
    plina familiar no eran suficientes para dominar la pertur-
    bación de la sujeto. Será conveniente examinar aquí, por
    separado, las posiciones respectivas del padre y de la
    madre, ante la conducta de la muchacha. El padre era un
    hombre serio, respetable y en el fondo, muy cariñoso,
    aunque la severidad que creía deber adoptar en sus fun-
    ciones paternas había alejado algo de él a sus hijos. Su
    conducta general para con su hija aparecía determinada
    por la influencia de su mujer. Al tener conocimiento, por
    vez primera, de las inclinaciones homosexuales de la mu-
    chacha, ardió en cólera e intentó reprimirlas con las más
    graves amenazas; en aquel período, debió oscilar su ánimo
    entre diversas interpretaciones, dolorosas todas, no sa-
    biendo si había de ver en su hija, una criatura viciosa, de-
    generada o simplemente enferma de una perturbación men-
    tal. Tampoco después del accidente llegó a elevarse aaque-
    lla reflexiva resignación que uno de nuestros colegas médi-
    cos, víctima de un análogo suceso en su familia, expresa-
    ba con la frase siguiente: «¡Qué le vamos hacer! Es una
    desgracia como otra cualquiera». La homosexualidad de
    su hija integraba algo que provocaba en él máxima indig-
    nación. Estaba decidido a combatirla con todos los medios

    ea

  • S.

    מ חי יפוס א ‎P “08 U‏ ואי ‎b MO‏

    y no obstante la poca estimaciôn de que en Viena goza la
    psicoandlisis, acudiö a ella en demanda de ayuda. Si este
    recurso fracasaba, tenía aún, en reserva, otro más enérgi-
    co; un rápido matrimonio habría de despertar los instintos
    naturales de la muchacha y ahogar sus inclinaciones contra
    naturaleza.

    La posición de la madre no resultaba tan transparen-
    te. Se trataba de una mujer joven aún, que no había re-
    nunciado todavía a gustar. No tomaba tan por lo trágico
    el capricho de su hija, e incluso, había gozado, durante
    algún tiempo, de la confianza de la muchacha en lo que se
    refería a su enamoramiento de aquella señora, y si había
    acabado por tomar partido contra él, se debía tan sólo a la
    publicidad con que la muchacha ostentaba sus sentimien-
    tos. Años atrás, había pasado por un período de enferme-
    dad neurótica, era objeto de una gran solicitud por parte
    de su marido y trataba a sus hijos muy desigualmente,
    mostrándose más bien dura con la muchacha y excesiva-
    mente cariñosa con sus otros tres hijos, el último de los
    cuales era ya un retoño tardío, que sólo contaba, por en-
    tonces, unos tres años. No resultaba nada fácil averiguar
    detalles más minuciosos sobre su carácter, pues por moti-
    vos que más tarde podrá comprender el lector, los infor-
    mes de la paciente sobre su madre adolecian siempre de
    una cierta reserva, que desaparecía en lo referente al
    padre.

    El médico que había de tomar a su cargo el tratamien-
    to analítico de la muchacha, tropezaba con varias dificul-
    tades. No hallaba constituída la situación exigida por el
    análisis, única en la que éste puede desarrollar su plena
    eficacia. El tipo ideal de tal situación queda constituido
    cuando un individuo, dependiente sólo de su propia volun-
    tad, se ve aquejado por un conflicto interno, al que no
    puede poner término por sí solo, y acude al analítico, en
    demanda de ayuda. El médico labora entonces de acuerdo

    — 202 —

  • S.

    ENFAY05.TIIF-lpst

    con una de las partes de la personalidad patolôgicamente
    disociada, en contra de la parte contraria. Las situaciones
    que difieren de ésta son siempre mås o menos desfavora-
    bles para el anålisis y afiaden a las dificultades internas
    del caso, otras nuevas. Las situaciones como la del pro-
    pietario que encarga al arquitecto una casa conforme a
    sus propios gustos y necesidades, o la del hombre piado-
    so que hace pintar al artista un lienzo votivo e incluir en
    él su retrato orante, no son compatibles con las condicio-
    nes de la psicoanålisis. No es nada raro que un marido
    acuda al médico con la pretensiôn siguiente: La nerviosi-
    dad de mi mujer ha alterado nuestras relaciones conyuga-
    les; cúrela usted, para que volvamos a poder ser un
    matrimonio feliz. Pero muchas veces, resulta imposible
    cumplir tal encargo, toda vez que no está en la mano del
    médico provocar el desenlace que llevó al marido a soli-
    citar su ayuda. En cuanto la mujer queda libre de sus in-
    hibiciones neuróticas, se separa de su marido, pues la
    continuación del matrimonio sólo se había hecho posible
    merced a tales inhibiciones. A veces son los padres quie-
    nes demandan la curación de un hijo, que se muestra ner-
    vioso y rebelde. Para ellos, un niño sano es un niño que
    no crea dificultad ninguna а los padres y sólo satisfaccio-
    nes les procura. El médico puede conseguir, en efecto, el
    restablecimiento del niño, pero después de su curación,
    sigue aquél sus propios caminos mucho más decididamen-
    te que antes y los padres reciben de él todavía mayor
    descontento. En resumen, no es indiferente que un hom-
    bre se someta al análisis por su propia voluntad o porque
    otros se lo impongan, ni que sea él mismo quien desee su
    modificación, o sólo sus familiares, que le aman, o en los
    que hemos de suponer un tal cariño.

    Nuestro caso integraba aún otros factores desfavora-
    bles. La muchacha no era una enferma—no sufría por mo-
    tivos internos ni se lamentaba de su estado—, y la labor

    Fe

  • S.

    p»oP.s.FPEko

    planteada no consistfa en resolver un conflicto neurötico,
    sino en transformar una de las variantes de la organiza-
    ciôn sexual genital, en otra distinta. Esta labor de modifi-
    car la inversión genital, u homosexualidad, no es nunca
    fácil. Mi experiencia me ha demostrado que sólo en cir-
    cunstancias especialmente favorables llega a conseguirse,
    y aun entonces, el éxito consiste únicamente en abrir, a la
    persona homosexualmente limitada, el camino hacia el
    otro sexo, vedado antes para ella, restableciendo su plena
    función bisexual. Queda entonces entregado plenamente
    a su voluntad el seguir o no dicho camino, abandonando
    aquel otro anterior, que atraía sobre ella el anatema de la
    sociedad, y así lo han hecho algunos de los sujetos por
    nosotros tratados. Pero hemos de tener en cuenta que
    también la sexualidad normal reposa en una limitación de
    la elección de objeto, y que en general, la empresa de
    convertir en heterosexual a un homosexual llegado a su
    completo desarrollo, no tiene muchas más probabilidades
    de éxito que la labor contraria, sólo que esta última no se
    intenta nunca, naturalmente, por evidentes motivos prác-
    ticos.

    Los éxitos de la terapia psicoanalítica en el tratamien-
    to de la homosexualidad no son, en verdad, muy numero-
    sos. Por lo regular, el homosexual no logra abandonar su
    objeto placiente; no se consigue convencerle de que una
    vez modificadas sus tendencias sexuales, volverá a hallar,
    en un objeto distinto, el placer que renuncie a buscar en
    sus objetos actuales. Si se pone en tratamiento, es, casi
    siempre, por motivos externos, esto es, por las desventa-
    jas y peligros sociales de su elección de objeto. y estos
    componentes del instinto de conservación se demuestran
    harto débiles en la lucha contra las tendencias sexuales.
    No es dificil entonces descubrir su proyecto secreto de
    procurarse, con el ruidoso fracaso de su tentativa de cura-
    ción, la tranquilidad de haber hecho todo lo posible para

    og

  • S.

    PR TY O SS... LO SEE

    combatir sus instintos, pudiendo asi entregarse a ellos, en
    adelante, sin remordimiento alguno. Cuando la demanda
    de curaciôn aparece motivada por el deseo de ahorrar un
    dolor a los padres o familiares del sujeto, el caso presen-
    ta ya un cariz mas favorable. Existen entonces, realmen-
    te, tendencias libidinosas que pueden desarrollar energías
    contrarias a la elección homosexual de objeto; pero su
    fuerza no suele tampoco bastar. Sólo en aquellos casos en
    que la fijación al objeto homosexual no ha adquirido aún
    intensidad suficiente, o en los que existen todavía ramifi-
    caciones y restos considerables de la elección de objeto
    heterosexual, esto es, dada una organización vacilante
    aún o claramente bisexual, puede fundarse alguna espe-
    ranza en la terapia psicoanalítica.

    Por todas estas razones, evité infundir a los padres de
    nuestra sujeto una esperanza de curación, declarándome
    dispuesto simplemente a estudiar, con todo cuidado, a la
    muchacha, durante algunas semanas o algunos meses,
    hasta poder pronunciarme sobre las probabilidades positi-
    vas de una continuación del análisis. En toda una serie
    de casos, el análisis se divide en dos fases, claramen-
    te delimitadas: en la primera, se procura el médico el
    conocimiento necesario del paciente, le da a conocer
    las hipótesis y los postulados del análisis y le expo-
    ne sus deducciones sobre la génesis de la enfermedad,
    basadas en el material revelado en el análisis. En la se-
    gunda fase, se apodera el paciente mismo de la materia
    que el analítico le ha ofrecido, labora con ella, recuerda
    aquella parte de lo reprimido que le es posible atraer a su
    conciencia e intenta vivir de nuevo la parte restante. En
    esta labor, puede confirmar, completar y rectificar las
    hipótesis del médico, comienza ya a darse cuenta, por el
    vencimiento de sus resistencias, de la modificación inte-
    rior a la que tiende el tratamiento y adquiere aquellas con-
    vicciones que le hacen independiente de la autoridad mé-

    ー 205 —

  • S.

    BARS MO GS OR W AE CM D

    dica. Estas dos fases no aparecen siempre claramente
    delimitadas en el curso del tratamiento analitico, pues para
    ello es preciso que la resistencia cumpla determinadas
    condiciones; pero cuando asi sucede, puede arriesgarse
    una comparación de tales fases con los dos capítulos co-
    rrespondientes de un viaje. El primero comprende todos
    los preparativos necesarios, tan complicados y dificultosos
    hoy, hasta que, por fin, sacamos el billete, pisamos el an-
    dén y conquistamos un sitio en el vagón. Tenemos enton-
    ces ya el derecho y la posibilidad de trasladarnos a un le-
    jano país, pero tanto trabajoso preparativo no nos ha acer-
    cado aún un solo kilómetro a nuestro fin. Para llegar a él,
    nos es preciso todavía cubrir el trayecto, de estación en es-
    tación, y esta parte del viaje resulta perfectamente com-
    parable a la segunda fase de nuestros análisis.

    El análisis que motiva el presente estudio transcurrió
    conforme a esta división en dos fases; pero no pasó del
    comienzo de la segunda. Sin embargo, una constelación
    especial de la resistencia me procuró una completa confir-
    mación de mis hipótesis y una visión suficiente del des-
    arrollo de la inversión de la sujeto. Pero antes de exponer
    los resultados obtenidos por el análisis, he de atender a
    algunos puntos a los que ya he aludido, o que se habrán
    impuesto al lector como primer objeto de su interés.

    Habíamos hecho depender, en parte, nuestro pronósti-
    co, del punto al que la muchacha hubiese llegado en la sa-
    tisfacción de sus instintos. Los datos obtenidos a este res-
    pecto, en el análisis, parecían favorables. Con ninguno de
    sus objetos eróticos había ido más allá de algunos besos
    y abrazos; su castidad genital, si se me permite la expre-
    sión, había permanecido intacta. Incluso aquella dama que
    había despertado en ella su último y más intenso amor, se
    había mostrado casi insensible a él y no había concedido
    nunca, a su enamorada, otro favor que el de besar su
    mano. La muchacha hacía, probablemente, de necesidad

    Å —

  • S.

    ENsAyos«-Oos-1924

    virtud, al insistir de continuo en la pureza de su amor y
    en su repugnancia fisica a todo acto sexual. Por otra par-
    te, no se equivocaba, quizå, al asegurar que su amada, re-
    ducida a su posición actual por adversas circunstancias
    familiares, conservaba aún, en ella, gran parte de la dig-
    nidad de su distinguido origen, pues en todas sus entre-
    vistas, la aconsejaba que renunciara a su inclinación hacia
    las mujeres, y hasta después de su tentativa de suicidio,
    la había tratado siempre fríamente, rechazando sus insi-
    núaciones.

    Una segunda cuestión interesante que en seguida traté
    de poner en claro, era la correspondiente a los propios
    motivos internos de la sujeto, en los cuales pudiera apo-
    yarse, quizá, el tratamiento analítico. La muchacha no in-
    tentó engañarme con la afirmación de que sentía la impe-
    riosa necesidad de ser libertada de su homosexualidad.
    Por el contrario, confesaba que no podía imaginar amor
    ninguno de otro género, si bien agregaba, que a causa de
    sus padres, apoyaría sinceramente la tentativa terapéuti-
    ca, pues le era muy doloroso ocasionarles tan gran pena.
    También esta manifestación me pareció, en un principio,
    favorable; no podía sospechar, en efecto, qué disposición
    afectiva inconsciente se escondía detrás de ella. Pero lo
    que después vino a enlazarse a este punto, fué precisa-
    mente lo que influyó de una manera decisiva sobre el
    curso del tratamiento y motivó su prematura interrupción.

    Los lectores no analíticos esperarán impacientemente,
    hace ya tiempo, una contestación a otras dos interroga-
    ciones. Esperarán, en efecto, la indicación de si esta mu-
    chacha homosexual presentaba claros caracteres somáti-
    cos del sexo contrario, y la de si se trataba de un caso de
    homosexualidad congénita o adquirida (ulteriormente des-
    arrollada).

    No desconozco la importancia que presenta la primera
    de estas interrogaciones. Pero creo que tampoco debe-

    — 807 —

  • S.

    PFAF.C.FPE»D

    mos exagerarla y olvidar, por ella, que en individuos nor-
    males, se comprueban también, con gran frecuencia, ca-
    racteres secundarios aislados del sexo contrario, y que en
    personas cuya elección de objeto no ha experimentado
    modificación alguna en el sentido de una inversión, des-
    cubrimos, a veces, claros caracteres somáticos del otro
    sexo. O dicho de otro modo, que la medida del
    hermafroditismo físico es altamente
    independiente en ambos sexos, de la
    del hermafroditismo psíquico. Como res-
    tricción de nuestras dos afirmaciones anteriores, haremos
    constar que tal independencia es mucho más franca en el
    hombre que en la mujer, en la cual coinciden, más bien,
    por lo regular, los signos somáticos y anímicos del carác-
    ter sexual contrario. Pero no me es posible contestar a la
    primera de las preguntas antes planteadas, por lo que a
    mi caso se refiere. El psicoanalítico acostumbra a eludir
    en determinados casos, un reconocimiento físico minucio-
    so de sus pacientes. De todos modos, puedo decir que la
    sujeto no mostraba divergencia alguna considerable del
    tipo físico femenino ni padecía tampoco trastornos de la
    menstruación. Pudiera, quizá, verse un indicio de una
    masculinidad somática en el hecho de que la muchacha,
    bella y bien formada, mostraba la alta estatura de su pa-
    dre y rasgos fisonómicos más bien acusados y enérgicos
    que suaves. También pudieran considerarse como indi-
    cios de masculinidad algunas de sus cualidades intelectua-
    les, tales como su penetrante inteligencia y la fría claridad
    de su pensamiento, en cuanto el mismo no se hallaba bajo
    el dominio de la pasión homosexual. Pero estas distincio-
    nes son más convencionales que científicas. Mucho más
    importante es, desde luego, la circunstancia de haber
    adoptado la muchacha, para con el objeto de su amor, un
    tipo de conducta completa y absolutamente masculino,
    mostrando la humildad y la magna supervaloración sexual

    — 208 —

  • S.

    E».54yos.-9q5-1974«

    del hombre enamorado, la renuncia a toda satisfacciôn
    narcisista y prefiriendo amar a ser amada. Por lo tanto,
    no sólo habia elegido un objeto femenino, sino que había
    adoptado con respecto a él, una actitud masculina.

    La otra interrogación relativa a si su caso correspon-
    día a una homosexualidad congénita o adquirida, quedará
    contestada con la exposición de la trayectoria evolutiva
    de su perturbación. Se demostrará también, al mismo
    tiempo, hasta qué punto es estéril e inadecuada tal inte-
    rrogación.

    u

    A una introducción tan amplia como la que precede no
    puedo enlazar ahora sino una breve y ligera exposición
    de la evolución de la libido en este caso. La muchacha
    había pasado en sus años infantiles y sin accidente alguno
    singular, por el proceso normal del complejo de Edipo fe-
    menino (1), comenzando luego a substituir al padre por
    uno de sus hermanos, poco menor que ella. No recordaba,
    ni el análisis descubrió tampoco, trauma sexual alguno co-
    rrespondiente a su temprana infancia. La comparación de
    los genitales del hermano con los suyos propios, iniciada
    aproximadamente al comienzo del período de latencia (ha-
    cia los cinco años o algo antes) dejó en ella una intensa
    impresión, cuyos efectos ulteriores pudo perseguir el aná-
    lisis a través de un largo período. No hallamos sino muy
    pocos indicios de onanismo infantil, o el análisis no se
    prolongó lo suficiente para aclarar este punto. El naci-
    miento de un segundo hermano, cuando la muchacha con-

    (1) No veo, en la introducción del término «complejo de Elec-
    tra», progreso ni ventaja alguna que aconsejen su adopción.

    — 209 — u

  • S.

    FEE KOGTE

    taba seis años, no manifestó ninguna influencia especial
    sobre su desarrollo. En los años escolares y en los inme-
    diatamente anteriores a la pubertad, fué conociendo pau-
    latinamente los hechos de la vida sexual, acogiéndolos
    con la mezcla normal de curiosidad y temerosa repulsa.
    Todos estos datos parecen harto deficizntes y no puedo
    garantizar que sean completos. Quizá fuera más rica en
    contenido la historia juvenil de la paciente, pero no me es
    posible asegurarlo. Como antes indicamos, el análisis
    hubo de ser interrumpido al poco tiempo, no proporcio-
    nándonos así, más que una anamnesia tan poco garantiza-
    ble como las demás conocidas de sujetos homosexua-
    les, justificadamente discutidas. La muchacha no había
    sido tampoco nunca neurótica, ni produjo síntoma histéri-
    co alguno en el análisis, de manera que tampoco se pre-
    sentó ocasión, en un principio, de investigar su historia in-
    fantil.

    Teniendo trece o catorce años, mostró una cariñosa
    preferencia, exageradamente intensa a juicio de todos sus
    familiares, por un chiquillo de tres años escasos, al que
    encontraba regularmente en paseo. Tanto cariño demos-
    traba a aquel niño, que los padres del mismo acaba-
    ron por trabar conocimiento con ella, iniciándose así una
    larga relación amistosa. De este suceso, puede deducirse
    que la sujeto se hallaba dominada en aquel período, por el
    intenso deseo de ser, a su vez, madre y tener un hijo.
    Pero poco tiempo después, se le hizo indiferente aquel
    niño, y comenzó a mostrar un agudo interés por las
    mujeres maduras, pero de aspecto aún juvenil, atrayén-
    dose por vez primera un severo castigo por parte de su
    padre.

    En el análisis, pudo comprobarse sin duda alguna, que
    esta transformación coincidió temporalmente con un suce-
    so familiar, del cual debemos esperar, por lo tanto, su ex-
    plicación. La sujeto, cuya libido aparecía orientada hacia

    — 210 —

  • S.

    ENZAYOs.iYos-sgzsd

    la maternidad, queda convertida, a partir de esta fecha,
    en una homosexual, enamorada de las mujeres maduras,
    continuando asi hasta mi intervenciôn. El tal suceso deci-
    sivo para nuestra comprensiôn del caso, fué un nuevo em-
    barazo de la madre y el nacimiento de un tercer hermano,
    cuando ella frisaba ya en los diez y seis años.

    La relacién cuyo descubrimiento expongo a continua-
    cion no es un producto de mis facultades imaginativas:
    me ha sido revelada por un material analitico tan fide-
    digno, que puedo garantizar su absoluta exactitud obje-
    tiva. Su descubrimiento dependiö principalmente de una
    serie de sueños enlazados entre si y fåcilmente interpre-
    tables.

    El andlisis revelaba inequivocamente, que la dama ob-
    jeto de su amor era un sucedåneo de la madre. No era,
    ciertamente, a su vez, madre, pero tampoco era el primer
    amor de la muchacha. Los primeros objetos de su inclina-
    ción a partir del nacimiento del último hermano, fueron,
    realmente, madres, mujeres entre treinta y treinta y cinco
    años, a las que conoció con sus hijos durante las vacacio-
    nes veraniegas o en su trato social dentro de la ciudad. El
    requisito de la maternidad fué abandonado después, por
    no ser perfectamente compatible con otro, más importante
    cada vez. Su adhesión especialmente intensa a su última
    amada, tenía aún otra causa, que la misma muchacha des-
    cubrió, un día, sin esfuerzo. La esbelta figura, la severa
    belleza y el duro carácter de aquella señora, recordaban a
    la sujeto la personalidad de su hermano mayor. De este
    modo, el objeto definitivamente escogido correspondía, no
    sólo a su ideal femenino, sino también a su ideal masculi-
    no, reuniendo así la satisfacción de sus deseos homose-
    xuales con la de sus deseos heterosexuales. Como es
    sabido, el análisis de homosexuales masculinos ha descu-
    bierto, en muchos casos, esta misma coincidencia, advir-
    tiéndosenos así, que no debemos representarnos la esencia

    ー 211 ~~

  • S.

    FFOF-s-FDE»D

    y la génesis de la inversiôn como algo sencillo, ni tampoco
    perder de vista la bisexualidad general del hombre (1).

    ¿Pero cómo explicamos que precisamente el naci-
    miento tardío de un hermano, cuando la sujeto había al-
    canzado ya su madurez sexual y abrigaba intensos deseos
    propios, la impulsara a orientar hacia su propia madre, y
    madre de aquel nuevo niño, su apasionada ternura, exte-
    riorizándola en un subrogado de la personalidad materna?
    Por todo lo que sabemos, hubiera debido suceder lo con-
    trario. Las madres suelen avergonzarse en tales circuns-
    tancias, ante sus hijas casaderas ya, y las hijas experimen-
    tan hacia la madre un sentimiento mixto de compasión,
    desprecio y envidia, que no contribuye, ciertamente, a in-
    tensificar su cariño hacia ella. La muchacha de nuestro
    caso tenía, en general, pocos motivos para abrigar un
    gran cariño hacia su madre, la cual, juvenilmente bella
    aún, veía en aquella hija, una molesta competidora, y en
    consecuencia, la posponía a los hijos, limitaba en lo posi-
    ble, su independencia y cuidaba celosamente de que per-
    maneciese lejana al padre. Estaba, pues, justificado que la
    muchacha experimentase desde un principio la necesidad
    de una madre más amable; pero lo que no es comprensi-
    ble es que esta necesidad surgiese precisamente en el
    momento indicado y bajo la forma de una pasión devora-
    dora.

    La explicación es como sigue: La muchacha se encon-
    traba en la fase de la reviviscencia del complejo de Edipo
    infantil en la pubertad, cuando sufrió su primera gran de-
    cepción. El deseo de tener un hijo, y un hijo de sexo
    masculino, se hizo en ella claramente consciente; lo que
    no podía hallar acceso a su conciencia era que tal hijo
    había de ser de su propio padre e imagen viva del mismo.

    (1) Cf. 1. Sadger: Jahresbericht über sexuelle Perversionen,
    Jahrbuch der Psychoanalyse, VI, 1914.

    ー 219 —

  • S.

    E«s«yos.1906-1FF·

    Pero entonces, sucediô que no fué ella quien tuvo el niño,
    sino su madre, compe:idora odiada en lo inconsciente. In-
    dignada y amargada ante esta traición, la sujeto se apartó
    del padre y en general del hombre. Después de este pri-
    mer doloroso fracaso rechazó su feminidad y tendió a dar
    a su libido otro destino.

    En todo esto, se condujo nuestra sujeto como muchos
    hombres, que después de un primer desengaño, se apar-
    tan duraderamente del sexo femenino infiel, haciéndose
    misóginos. De una de las personalidades de sangre real
    más atractivas y desgraciadas de nuestra época, se cuen-
    ta que se hizo homosexual a consecuencia de una infideli-
    dad de su prometida. No sé si es ésta la verdad histórica,
    pero tal rumor entraña indudablemente un trozo de verdad
    psicológica. Nuestra libido oscila normalmente toda la
    vida entre el objeto masculino y el femenino; el soltero
    abandona sus amistades masculinas al casarse y vuelve a
    ellas cuando el matrimonio ha perdido para él todo atrac-
    tivo. Claro es, que cuando la oscilación es tan fundamen-
    tal y tan definitiva como en nuestro caso, hemos de sos-
    pechar la existencia de un factor especial, que favorece
    decisivamente uno de los dos sectores, y que quizá no ha
    hecho más que esperar el momento oportuno para impo-
    ner, a la elección de objeto, sus fines particulares.

    Nuestra muchacha había, pues, rechazado de sí, des-
    pués de aquel desengaño, el deseo de un hijo, el amor al
    hombre y en general, su feminidad. En este punto, podían
    haber sucedido muchas cosas; lo que sucedió en realidad,
    fué lo más extremo. Se transformó en hombre y tomó
    como objeto erótico a la madre en lugar del padre (1). Su

    (1) No es tan rara la ruptura de una relación erótica, por iden-
    tificación del sujeto con el objeto de la misma, lo que corresponde a
    una especie de regresión al narcisismo. Una vez efectuada ésta, se
    puede orientar la libido, en una nueva elección de objeto, hacia el
    sexo contrario al elegido anteriormente.

    ー 218 —

  • S.

    DPOP.6.P-E«D

    relaciôn con la madre habia sido seguramente, desde un
    principio, ambivalente, resultando fácil, para la sujeto, re-
    avivar el amor anterior a su madre y compensar, con su
    ayuda, su hostilidad contra ella. Mas como con la madre
    real no era ciertamente asequible a su cariño, la trans-
    mutación sentimental descrita la impulsó a buscar un
    subrogado materno, al que poder consagrar su amor (1).

    A todo esto, vino a agregarse todavía, como «ventaja
    de la enfermedad», un motivo práctico, nacido de sus rela-
    ciones reales con la madre. Esta gustaba aún de ser cor-
    tejada y admirada por los hombres. Así, pues, si la mucha-
    cha se hacía homosexual, abandonaba los hombres a su
    madre, y por decirlo así, la dejaba el campo libre y supri-
    mía con ello algo que había provocado hasta entonces el
    disfavor materno (2).

    (1) Los desplazamientos de la libido aquí descritos son, cierta-
    mente, familiares a todo analítico, por la investigación de las anam-
    nesias de sujetos neuróticos. Unicamente, que en estos últimos, tie-
    nen efecto en temprana edad infantil, en la época del primer
    florecimiento de la vida erótica, mientras que en nuestro caso de
    una muchacha nada neurótica, se desarrollan en los primeros años
    siguientes a la pubertad, aunque también por completo inconscien-
    temente. ¿Habremos de esperar que esta época demuestre también
    algún día una decisiva importancia?

    (@ No habiendo mencionado aún tales procesos de «evasión»
    entre las causas de la homosexualida d ni en el mecanismo de la fija-
    ción de la libido, expondremos aquí una interesante observación
    analítica de este orden. Conocí en una ocasión, a dos hermanos ge-
    melos, dotados ambos de intensos impulsos libidinosos. Uno de
    ellos era muy afortunado con las mujeres y mantenía múltiples rela-
    ciones amorosas. El otro siguió, al principio sus pasos, pero luego
    le resultó desagradable rivalizar con su hermano y ser confundido
    con él en circunstancias íntimas, a causa de su mutua semejanza
    física, y resolvió esta situación haciéndose homosexual. De este
    modo, abandonó las mujeres a su hermano, apartándose de su cami-
    no. En otra ocesión, traté a un joven artista, de indudable disposi-
    ción bisexual, en el que la homosexualidad se había presentado coin-
    cidiendo con una imposibilidad de trabajar. Un solo impulso le apar-

    — 214 —

  • S.

    E«-54yos.19q6-1924

    La posición de la libido así establecida, quedó fortifi-
    cada al observar la muchacha cuán desagradable era al
    padre. Desde aquella primera reprimenda motivada por su
    adhesión excesivamente cariñosa a una mujer, sabía ya la
    sujeto un medio seguro para disgustarle y vengarse de él.
    Permaneció, pues, homosexual, por vengarse de su padre.
    No le causaba tampoco remordimiento alguno engañarle
    y mentirle de continuo. Con la madre, no se mostraba más
    disimulada de lo imprescindiblemente necesario para en-
    gañar al padre. Parecía obrar conforme a la ley del Talión:
    Tú me has engañado y ahora tienes que sufrir que yo te
    engañe. Tampoco las singulares imprudencias cometidas
    por una muchacha tan inteligente en general, pueden in-
    terpretarse de otra manera. El padre tenía que averiguar
    sus relaciones con la señora, pues de otro modo, no hu-
    biera satisfecho la sujeto sus impulsos vengativos. De este
    modo, cuidó muy bien de procurarse un encuentro con él,
    mostrándose públicamente con su amiga, por las calles
    cercanas a la oficina del padre. Ninguna de estas impru-
    dencias puede considerarse inintencionada. Es además,

    taba de la mujer y de su obra. El análisis, que logró reintegrarle a
    ambas, halló en su temor al padre, el motivo principal de las dos
    perturbaciones. En su imaginación, todas las mujeres pertenecían
    al padre, y el sujeto se refugiaba en los hombres, por respeto al
    mismo y para eludir toda rivalidad con él. Esta motivación de la
    elección homosexual de objeto debe ser frecuente. En los tiempos
    prehistóricos de la humanidad debió suceder algo análogo: Todas
    las mujeres pertenecían al padre y jefe de la horda primitiva. Entre
    hermanos no gemelos, esta «evasión» desempeña un importante pa-
    pel tembién en sectores distintos de la elección erótica. El hermano
    mayor estudia, por ejemplo, música, y logra distinguirse. El menor,
    de mayores dotes musicales, renunciará, no obstante, a su afición y
    no volverá a tocar un instrumento. Es éste un ejemplo aislado de
    un suceso muy frecuente, y la investigación de los motivos que con-
    ducen a la «evasión» en vez de a la aceptación de la competencia,
    descubre condiciones psíquicas muy complicadas.

    — 215 —

  • S.

    PRO OBS OB: る MA DD

    singular, que tanto el padre como la madre, se condujesen
    como si comprendiesen la secreta psicologia de la hija. La
    madre se mostraba tolerante, como si reconociese el favor
    que le habia hecho la hija dejåndole el campo libre; el
    padre ardia en cölera, como si se diese cuenta de las in-
    tenciones vengativas orientadas contra su persona.

    La inversión de la muchacha, recibió por último, su
    definitiva intensificación, al tropezar, en la señora indica-
    da, con un objeto que satisfacia simultáneamente la parte
    de su libido heterosexual adherida aún al hermano.

    111

    La exposiciôn lineal es poco adecuada para la descrip-
    ciôn de procesos psiquicos cuya trayectoria, harto compli-
    cada, se desarrolla en diversos estratos animicos. Me veo,
    pues, forzado a interrumpir la discusiôn del caso, para
    ampliar algunos de los puntos ya expuestos y profundizar
    el examen de otros.

    Hemos indicado, que en sus relaciones con su ültimo
    objeto erótico, adoptó la muchacha el tipo masculino del
    amor. Su humildad y su tierno desinterés, «che poco spe-
    ra e nulla chiedes, su felicidad cuando le era permitido
    acompañar a aquella señora y besar su mano al despedir-
    se de ella, su alegría al oir encomiar la belleza de su ami-
    ga, mientras que los elogios tributados a la suya propia
    parecian serle indiferentes, sus peregrinaciones a los lu-
    gares visitados alguna vez por su amada y la ausencia de
    más amplios deseos sensuales; todos estos caracteres,
    parecían corresponder más bien a la primera fogosa pa-
    sión de un adolescente por una artista famosa, a la que
    cree situada muy por encima de él, sin atreverse apenas

    ー 216 —

  • S.

    Ewszyos.1906-1524

    a elevar hasta ella su mirada, Esta coincidencia de la con-
    ducta amorosa de la sujeto con un «tipo de la elección
    masculina de objeto» anteriormente descrito por mí y re-
    ferido a una fijación erótica a la madre (1), llegaba hasta
    los menores detalles. Podía parecer singular que la sujeto
    no retrocediese ante la mala fama de su amada, aunque
    sus propias observaciones habían de convencerla de la
    veracidad de tales rumores, y a pesar de ser ella una mu-
    chacha bien educada y casta, que había evitado toda
    aventura sexual y que parecía sentir el aspecto antiestéti-
    co de toda grosera satisfacción sexual. Pero ya sus prime-
    ros caprichos amorosos habían tenido como objeto muje-
    res a las que no se podía atribuir una moral muy severa.
    La primera protesta del padre contra su elección amorosa
    había sido provocada por la obstinación con que la mucha-
    cha cultivaba el trato de una actriz de cinematógrafo, en
    una estación veraniega. A todo esto, no se trataba nunca
    de mujeres tachadas de homosexualidad, que hubieran
    podido ofrecerla una satisfacción de este orden; por lo
    contrario, pretendía, ilógicamente, a mujeres coquetas, en
    el sentido corriente de esta palabra. Una muchacha de su
    edad, francamente homosexual, que se puso gustosa a su
    disposición, fué rechazada por ella sin vacilación alguna.
    Pero la mala fama de su último amor había de constituir,
    precisamente, un requisito erótico para ella. El aspecto
    aparentemente enigmático de tal conducta desaparece al
    recordar, que también en aquel tipo masculino de la elec-
    ción de objeto, que derivamos de la fijación a la madre,
    es necesario, como condición de amor, que la amada tenga
    fama de liviana, pudiendo ser considerada, en último tér-
    mino, como una cocota. Cuando, más tarde, averiguó
    hasta qué punto merecía su amiga este calificativo, puesto

    (1) Véase el estudio titulado «Psicología de la vida erótica»,
    incluído en el presente volumen.

    — 217 —

  • S.

    DART ws EER ID

    que vivía sencillamente de la venta de su cuerpo, su reac-
    ción consistió en una gran compasión hacia ella y en el
    desarrollo de fantasías y propósitos de redimir a la mujer
    amada. Estas mismas tendencias redentoras atrajeron ya
    nuestra atención en la conducta de los hombras del tipo
    amoroso antes descrito, y ya intentamos exponer su deri-
    vación analítica en el estudio que a este tema dedi-
    camos.

    El análisis de la tentativa de suicidio, que hemos de
    considerar absolutamente sincera, pero que en definitiva,
    mejoró la posición de la sujeto, tanto con respecto a sus
    padres como para con la mujer amada, nos lleva a regio-
    nes muy distintas. La muchacha paseaba una tarde con su
    amiga por un lugar y a una hora en los cuales no era difi-
    cil tropezar con el padre en su regreso de la oficina. Asi
    sucedió en efecto, y al cruzarse con ellas, las dirigió el
    padre una mirada colérica. Momentos después, se arroja-
    ba la muchacha al foso por el que circulaba el tranvía. Su
    explicación de las causas inmediatas de su tentativa de
    suicidio nos parece admisible. Había confesado a la dama,
    que el caballero que las había mirado tan airadamente era
    su padre, el cual no quería tolerar su amistad con ella. La
    señora, altamente disgustada, la había ordenado que se
    separase de ella en el acto y no volviera a buscarla ni a
    dirigirle la palabra; aquello tenía que terminar alguna vez.
    Desesperada ante la idea de haber perdido para siempre
    a la mujer amada, intentó quitarse la vida. Pero el análisis
    permitió descubrir, detrás de esta interpretación de la
    sujeto, otra más profunda, confirmada por toda una serie
    de sueños. La tentativa de suicidio tenía, como era de es-
    perar, otros dos distintos aspectos, constituyendo un «au-
    tocastigo» y la realización de un deseo. En este último
    aspecto, significaba la realización de aquel deseo cuyo
    incumplimiento la había impulsado a la homosexualidad, o
    sea el de tener un hijo de su padre, pues ahora «iba aba-

    — 218 —

  • S.

    EUIAPOF.7906-lksif

    jo» o «paría» (sie kam nieder) por causa de su padre (1).
    El hecho de que su amiga la hubiese hablado exactamente
    como el padre, imponiéndola idéntica prohibicién, nos da
    el punto de contacto de esta interpretacion mås profunda
    con la interpretaciôn superficial y consciente de la mucha-
    cha. Con su aspecto de «autocastigo», nos revela la ten-
    tativa de suicidio, que la muchacha abrigaba, en su incons-
    ciente, intensos deseos de muerte contra el padre, por
    haberse opuesto a su amor, o más probablemente aún,
    contra la madre, por haber dado al padre el hijo por ella
    anhelado. La psicoanálisis nos ha descubierto, en efecto,
    que quizá nadie encuentra la energía psíquica necesaria
    para matarse, sino mata, simultáneamente, a un objeto
    con el cual se ha identificado, volviendo, así, contra si
    mismo, un deseo de muerte orientado hacia una distinta
    persona. El descubrimiento regular de tales deseos de
    muerte inconscientes, en los suicidas, no tiene por qué
    extrañarnos ni tampoco por qué envanecernos como una
    confirmación de nuestras hipótesis, pues el psiquismo in-
    consciente de todo individuo, se halla colmado de tales
    deseos de muerte, incluso contra las personas más queri-
    das (2). La identificación de la sujeto con su madre, la
    cual hubiera debido morir al dar a luz aquel hijo que ella
    (la muchacha) deseaba tener de su padre, da también al
    «autocastigo» la significación del cumplimiento de un
    deseo. No podemos ciertamente, extrañar, que en la de-
    terminación de un acto tan grave como el realizado por
    nuestra sujeto, colaborasen fantos y tan enérgicos mo-
    tivos.

    En la motivación expuesta por la muchacha, no inter-

    (1) Esta interpretación de los medios elegidos para el suicidio
    es ya familiar, hace mucho tiempo, a los analíticos. (Envenenarse
    = quedar embarazada; ahogarse=parir; arrojarse desde una altura
    =parir.)

    (2) Cf. Zeitgemässes über Krieg und Tod, Imago IV, 1915.

    — 219 —

  • S.

    P ‏סל‎ .0 SRS N E ODD

    viene el padre ni se menciona siquiera el temor justifica-
    do a su côlera. En la descubierta por el anålisis, le corres-
    ponde, en cambio, el papel principal. También para el
    curso y el desenlace del tratamiento, ‏ס‎ mejor dicho, de la
    exploración analítica, presentó la relación de la sujeto con
    su padre la misma importancia decisiva. Detrás de los ca-
    riñosos sentimientos filiales que parecían transparentarse
    en su declaración de que por amor a sus padres, apoyaría
    honradamente la tentativa de transformación sexual, se
    escondían tendencias hostiles y vengativas contrarias al
    padre, que la mantenían encadenada a la homosexualidad.
    Fortificada la resistencia en una tal posición, dejaba libre
    a la investigación psicoanalítica un amplio sector. El aná-
    lisis transcurrió casi sin indicios de resistencia, con una
    viva colaboración intelectual de la analizada, pero también
    sin despertar en ella emoción alguna. En una ocasión en
    que hube de explicarla una parte importantísima de nues-
    tra teoría, íntimamente relacionada con su caso, exclamó
    con acento inimitable: ¡Qué interesante es todo eso!
    —сото una señora de la buena sociedad, que visita un
    museo y mira a través de sus impertinentes, una serie de
    objetos que le tienen completamente sin cuidado. Su aná-
    lisis hacia una impresión análoga a la de un tratamiento
    hipnótico, en el cual la resistencia se retira igualmente
    hasta un cierto límite, donde luego se demuestra invenci-
    ble. Esta misma táctica—rusa, pudiéramos decir—es se-
    guida muy frecuentemente por la resistencia en algunos
    casos de neurosis obsesiva; los cuales procuran así, du-
    rante algún tiempo, clarísimos resultados y permiten una
    profunda visión de la causación de los síntomas. Pero en
    estos casos, comenzamos a extrañar que tan importantes
    progresos de la investigación analítica no traigan consigo
    la más pequeña modificación de las obsesiones e inhibi-
    ciones de los enfermos, hasta que, por fin, observamos
    que todo lo conseguido adolece de un vicio de nulidad: la

    ー 290 —

  • S.

    ENsdyos,lIc--TYFH

    reserva mental del sujeto, detrås de la cual se siente com-
    pletamente segura la neurosis, como deträs de un parape-
    to inexpugnable. «Todo esto estaria muy bien—se dice el
    enfermo, a veces también conscientemente—si yo creyese
    lo que este sefior me dice; pero no le creo una palabra, y
    mientras así sea, no tengo por qué modificarme en nada».
    Cuando luego nos acercamos a la motivacion de esta
    duda, es cuando se inicia seriamente nuestra lucha con la
    resistencia.

    En nuestra muchacha, no era la duda, sino el factor
    afectivo constituido por sus deseos de venganza contra el
    padre, el que determinaba su fria reserva y el que dividiô
    claramente, en dos fases, el análisis e hizo que los resul-
    tados de la primera fase fuesen tan visibles y completos.
    Parecía también, como si en ningún momento hubiera sur-
    gido en ella nada análogo a una transferencia afectiva
    sobre la persona del médico. Pero esto es, naturalmente,
    un contrasentido. El analizado tiene que adoptar, inevita-
    blemente, alguna actitud afectiva con respecto al médico,
    y por lo general, repite en ella una relación infantil. En
    realidad, la sujeto transfirió sobre mí la total repulsa del
    hombre, que la dominaba desde su desengaño por la trai-
    ción del padre. La hostilidad contra el hombre encuentra,
    por lo general, grandes facilidades para satisfacerse en la
    persona del médico, pues no necesita provocar emociones
    tempestuosas y le basta con exteriorizarse simplemente
    en una oposición a todos sus esfuerzos terapéuticos y en
    la conservación de la enfermedad. Sé, por experiencia,
    cuán difícil es llevar a los analizados a la comprensión de
    esta sintomatología muda y hacer consciente esta hostili-
    dad latente, a veces extraordinariamente intensa, sin po-
    ner en peligro el curso ulterior del tratamiento. Asf, pues,
    interrumpi el análisis en cuanto reconocí la actitud hostil |
    de la muchacha contra su padre y aconsejé, que si se tenía
    algún interés en proseguir la tentativa terapéutica analítica,

    Ser

  • S.

    PPO,.·I.FFEUD

    se encomendase su continuaciôn a una doctora. La mu-
    chacha habia prometido, entre tanto, a su padre, renun-
    ciar, por lo menos, a todo trato con aquella sefiora y no
    sé si mi consejo, cuya motivación es evidente, habrá sido
    seguido.

    Una única vez, sucedió, en este análisis, algo que
    puede ser considerado como una transferencia positiva y
    como una reviviscencia extraordinariamente debilitada del
    apasionado amor primitivo al padre. Tampoco esta mani-
    festación aparecía libre de otros motivos diferentes, pero
    la menciono porque plantea un problema muy interesante,
    relativo a la técnica analítica. En un cierto período no muy
    alejado del principio del tratamiento, produjo la muchacha
    una serie de sueños, normalmente deformados y expresa-
    dos en correcto lenguaje onírico, pero fáciles de interpre-
    tar. Sin embargo, una vez interpretado su contenido, re-
    sultaban harto singulares. Anticipaban la curación de la
    inversión por el tratamiento analítico, expresaban la ale-
    gría de la sujeto por los horizontes que se abrían ante
    ella, confesaban un deseo de lograr el amor de un hom-
    bre y tener hijos y podían, por lo tanto, ser considerados
    como una satisfactoria preparación a la transformación
    deseada. Pero todo esto aparecía en manifiesta contradic-
    ción con las declaraciones de la sujeto en estado de vigi-
    lia. No me ocultaba que pensaba casarse, pero sólo para
    escapar a la tiranía del padre y vivir ampliamente sus ver-
    daderas inclinaciones. Despreciativamente, decía que ya
    sabría arreglårselas ella con el marido, y que, en último
    caso, como lo demostraba el ejemplo de su amiga, no era
    imposible mantener simultáneamente relaciones sexua-
    les con un hombre y con una mujer. Guiado por algún
    pequeño indicio, la comuniqué un día, que no prestaba
    ninguna fe a tales sueños, los cuales eran mentirosos o
    disimulados, persiguiendo tan sólo la intención de enga-
    fiarme, como ella solía engañar a su padre. Los hechos me

    — = —

  • S.

    s«F«Yo.5.-qu-1924

    dieron la razön, pues a partir de este momento, no volvie-
    ron a presentarse tales suefios. Creo, sin embargo, que a
    mas de este propösito de engafiarme, integraban también
    estos suefios, el de ganar mi estimaciôn, constituyendo
    una tentativa de conquistar mi interés y mi buena opinión,
    quizá tan sólo para defraudarme más fundamentalmente
    luego.

    Me figuro que la afirmación de la existencia de tales
    sueños engañosos despertará en algunos individuos, que
    se dan a sí mismos el nombre de analíticos, una tempes-
    tuosa indignación: «De manera que también lo incons-
    ciente puede mentir; lo inconsciente, el verdadero nódulo
    de nuestra vida anímica, mucho más cercano a lo divino
    que nuestra pobre conciencia. ¿Cómo podremos entonces
    edificar sobre las interpretaciones del análisis y la seguri-
    dad de nuestros conocimientos?» Contra esto, habremos
    de decir, que el reconocimiento de tales sueños mentiro-
    sos no constituye ninguna novedad revolucionaria. Sé
    muy bien, que la humana necesidad de misticismo, es in-
    agotable y provoca incesantes tentativas de reconquistar
    el dominio que le ha sido arrebatado por nuestra «inter-
    pretación de los sueños»; pero en el caso que nos ocupa,
    hallamos en seguida una explicación satisfactoria. El suefio
    no es lo «inconsciente», es la forma en la cual pudo ser
    fundida, merced a las condiciones favorables del estado
    de reposo, una idea procedente de lo preconsciente o re-
    sidual de la conciencia del estado de vigilia. En el estado
    de reposo, encuentra tal idea el apoyo de impulsos opta-
    tivos inconscientes y experimenta con ello la deformación
    que le impone la «elaboración onírica», regida por los me-
    canismos imperantes en lo inconsciente. En nuestra suje-
    to, la intención de engafiarme como solía engafiar a su
    padre, procedía, seguramente, de lo preconsciente, si es
    que no era consciente por completo. Tal intención podía
    lograrse enlazando a mi persona el deseo inconsciente de

    ー sas —

  • S.

    PO ERE m |

    agradar al padre (0 a un subrogado suyo), y creó asi un
    sueño mentiroso. Ambas intenciones, la de engañar al
    padre y la de agradarle, proceden del mismo complejo; la
    primera nace de la represión de la segunda, y 6518 es re-
    ferida a aquélla por la elaboración onírica. No puede,
    pues, hablarse de una degradación de lo inconsciente, ni
    de una disminución de la confianza en los resultados de
    nuestro análisis.

    No quiero dejar pasar la ocasión de manifestar mi
    asombro ante el hecho de que los hombres puedan vivir
    fragmentos tan amplios y significativos de su vida erótica
    sin advertir gran cosa de ellos e incluso sin sospecharlos
    10 más mínimo, o se equivoquen tan fundamentalmente al
    enjuiciarlos cuando emergen en su conciencia. Esto no su-
    cede solamente bajo las condiciones de la neurosis, en la
    cual nos es ya familiar este fenómeno, sino que parece
    muy corriente también en individuos normales. En nues-
    tro caso, hallamos una muchacha que desarrolla un apa-
    sionado amor a otras mujeres, el cual despierta, desde
    luego, el disgusto de sus padres, pero no es apenas toma-
    do en serio, por ellos, en un principio. Ella misma sabe,
    probablemente, cuán dominada se halla por tal pasión,
    pero no advierte sino muy débilmente las sensaciones co-
    rrespondientes a un intenso enamoramiento, hasta que
    una determinada prohibición provoca una reacción excesi-
    va, que revela, a todas las partes interesadas, la existen-
    cia de una devoradora pasión de energía elemental. Tam-
    poco ha advertido núnca, la muchacha, ninguna de las
    premisas necesarias para la explosión de una tal tormenta
    anímica. Otras veces, hallamos muchachas o mujeres
    aquejadas de graves depresiones, que a nuestra interro-
    gación sobre la causa posible de su estado, responden ha-
    ber sentido un cierto interés por una determinada perso-
    na, pero que tal inclinación no se había hecho muy pro-
    funda en ellas, habiendo desaparecido rápidamente, al

    ー 224 —

  • S.

    E«s-t)-0«5.19475--924

    verse obligadas a renunciar a ella. Y, sin embargo, aque-
    Ма renuncia, tan fåcilmente soportada en apariencia, ha
    constituido la causa de la grave perturbación que les
    aqueja. O tropezamos con hombres que han roto fåcilmen-
    te unas relaciones amorosas superficiales, con mujeres a
    las que no creían amar, y que sólo por los fenómenos
    consecutivos a la ruptura, se dan cuenta de que las ama-
    ban apasionadamente. Por último, también nos han causa-
    do asombro los efectos insospechados que pueden ema-
    nar de la provocación de un aborto, al cual se había deci-
    dido la sujeto sin remordimiento ni vacilación algunos.
    Nos vemos, así, forzados a dar la razón a los poetas, que
    nos describen, preferentemente, personas que aman sin
    saberlo, no saben si aman o creen odiar a quien en reali-
    dad adoran. Parece como si las noticias que nuestra con-
    ciencia recibe de nuestra vida erótica fueran especialmente
    susceptibles de ser mutiladas o falseadas. En los desarro-
    llos que preceden, no he omitido, naturalmente, descontar
    la parte de un olvido ulterior.

    IV

    Volvamos ahora a la discusiôn del caso, antes inte-
    rrumpida. Nos hemos procurado una visión general de
    las energías que apartaron la libido de la muchacha de
    la disposición normal correspondiente al complejo de E:
    po y la condujeron a la homosexualidad. Hemos exami-
    nado, asimismo, los caminos psíquicos seguidos en este
    proceso. A la cabeza de tales fuerzas impulsoras, apa-
    recia la impresión producida en la sujeto, por el naci-
    miento del menor de sus hermanos, siéndonos ав! posible

    ー 225 ~~ 15

  • S.

    6 400 ₪1. ‏בש‎ , ИВО ВУ

    clasificar este caso como una inversión tardíamente ad-
    quirida.

    Ahora bien; en este punto, atrae nuestra atenciôn una
    circunstancia con la que tropezamos también en otros mu-
    chos casos de explicaciôn psicoanalitica de un proceso
    animico. En tanto que perseguimos regresivamente la
    evoluciôn, partiendo de su resultado final, vamos estable-
    ciendo un encadenamiento ininterrumpido y consideramos
    totalmente satisfactorio 6 incluso completo el conocimien-
    to adquirido. Pero si emprendemos el camino inverso,
    partiendo de las premisas descubiertas por el andlisis, e
    intentamos perseguir su trayectoria hasta el resultado,
    desaparece nuestra impresión de una concatenación nece-
    saria e imposible de establecer en otra forma. Adverti
    mos, en seguida, que el resultado podía haber sido distin-
    to y que también hubiéramos podido llegar igualmente a
    comprenderlo y explicarlo. Así, pues, la síntesis no es tan
    satisfactoria como el análisis, o dicho de otro modo: el co-
    nocimiento de las premisas no nos permite predecir la na-
    turaleza del resultado.

    No es difícil hallar las causas de esta singularidad des-
    concertante. Aunque conozcamos por completo los facto-
    res etiológicos determinantes de un cierto resultado, no
    conocemos más que su peculiaridad cualitativa y no su
    energía relativa. Algunos de ellos habrán de ser sojuzga-
    dos por otros, más fuertes, y no participarán en el resul-
    tado final. Pero no sabemos nunca, de antemano, cuáles
    de los factores determinantes resultarán ser los más fuer-
    tes y cuáles los más débiles. Sólo al final podemos decir
    que los que se han impuesto eran los más fuertes. Así,
    pues, analiticamente, puede descubrirse siempre, con toda
    seguridad, la causación, siendo, en cambio, imposible, toda
    predicción sintética. De este modo, no habremos de afir-
    mar que toda muchacha, cuyos deseos amorosos emana-
    dos de la disposición correspondiente al complejo de Edipo

    — 9%

  • S.

    Ewsgyos,19-s-7924

    en los afios de la pubertad, queden defraudados, se refu-
    gie en la homosexualidad. Por lo contrario, creemos mucho
    mås frecuentes otras distintas reacciones a este trauma.
    Pero entonces habremos de suponer, que en el resultado
    de nuestro caso han intervenido decisivamente otros fac-
    tores especiales, ajenos al trauma, y probablemente de
    naturaleza más interna. No es tampoco dificil señalar
    cuáles.

    Como es sabido, también el individuo normal precisa
    un cierto tiempo para decidir definitivamente el sexo sobre
    el cual ha de recaer su elección de objeto. En ambos
    sexos, son muy frecuentes, durante los primeros años
    siguientes a la pubertad, ciertas inclinaciones homosexua-
    les, que se exteriorizan en amistades excesivamente in-
    tensas, de un cierto matiz sensual. Así sucedió también
    en nuestra muchacha, pero tales tendencias mostraron en
    ella, una energía y una persistencia poco corrientes. Ade-
    más, estos primeros brotes de su ulterior homosexualidad
    emergieron siempre en su vida consciente, mientras que la
    disposición emanada del complejo de Edipo hubo de per-
    manecer inconsciente, exteriorizándose tan sólo en indicios
    tales como su cariño al niño encontrado en paseo. Duran-
    te sus años escolares, estuvo enamorada de una profesora
    muy rigurosa y totalmente inasequible, o sea de un claro
    subrogado materno. Ya mucho antes del nacimiento de su
    hermano menor, y por lo tanto también de las primeras
    reprimendas paternas, había mostrado un vivo interés por
    algunas mujeres. Su libido seguía, pues, desde época muy
    temprana, dos distintos cursos, de los cuales, el más su-
    perficial puede ser considerado, desde luego, homosexual,
    contituyendo, quizá, la continuación directa e invariada de
    una fijación infantil a la madre. Nuestro análisis se ha li-
    mitado a descubrir, probablemente, el proceso que en una
    ocasión favorable condujo la corriente libidinosa hetero-
    sexual a una confluencia con la homosexual manifiesta.

  • S.

    DEoF.s.F-IE»D

    El análisis descubrió también que la muchacha integra-
    ba, desde sus años infantiles, un «complejo de masculini-
    dad» enérgicamente acentuado. Animada, traviesa, com-
    bativa y nada dispuesta a dejarse superar por su hermano
    inmediatamente menor, desarrolló, desde la fecha de su
    primera visión de los genitales del hermano, una intensa
    «envidia del pene», cuyas ramificaciones llenaban aún su
    pensamiento. Era una apasionada defensora de los dere-
    chos femeninos, encontraba injusto que las muchachas no
    gozasen de las mismas libertades que los muchachos y se
    rebelaba en general contra el destino de la mujer. En la
    época del análisis, las ideas del embarazo y del parto le
    eran especialmente desagradables, en gran parte, a mi
    juicio, por la deformación física concomitante a tales esta-
    dos. Su narcisismo juvenil, que no se exteriorizaba ya
    como orgullo por su belleza, se manifestaba aún en esta
    defensa. Diversos indicios hacían suponer en ella una
    tendencia al placer sexual visual y al exhibicionismo, muy
    intensa en épocas anteriores. Aquellos que no quieran
    ver restringidos los derechos de la adquisición en la etio-
    logía, harán observar, que esta conducta de la mucha-
    cha era precisamente la que había de ser determinada
    por la acción conjunta del disfavor materno y de la com-
    paración de sus genitales con los del hermano, dada
    una intensa fijación a la madre. También existe aquí una
    posibilidad de reducir al efecto de una influencia exte-
    rior, tempranamente eficaz, algo que nos hubiésemos
    inclinado a considerar como una peculiaridad constitu-
    cional. Pero también una parte de esta adquisición—si
    es que realmente tuvo lugar—habrá de ser atribuida a la
    constitución congénita. Así se mezcla y se funde cons-
    tantemente en la práctica, aquello que en teoría quisiéra-
    mos separar como antitético, o sea la herencia y la adqui-
    sición.

    Una conclusión anterior y provisional del análisis nos

    ー 998 —

  • S.

    ENsAkos.lgos-1924

    habia llevado a afirmar que se trataba de un caso de ad-
    quisicién tardia de la homosexualidad. Pero nuestro nuevo
    examen del material, nos conduce más bien a la conclu-
    sión de la existencia de una homosexualidad congénita,
    que habría seguido la trayectoria habitual, no fijándose ni
    exteriorizándose de un modo inconfundible, hasta des-
    pués de la pubertad. Cada una de estas clasificaciones no
    responde sino a una parte de lo descubierto por la obser-
    vación, desatendiendo la otra parte. Lo exacto será no
    conceder gran valor a esta cuestión.

    La literatura de la homosexualidad acostumbra a no
    separar los problemas de la elección de objeto, de los co-
    rrespondientes a los caracteres sexuales somáticos y psi-
    quicos, como si la solución dada a uno de estos puntos
    trajese necesariamente consigo la de los restantes. Pero
    la experiencia nos enseña todo lo contrario: un hombre en
    el que predominen las cualidades masculinas y cuya vida
    erótica siga también el tipo masculino, puede, sin embar-
    go, ser invertido en lo que respecta al objeto, y amar
    únicamente a los hombres y no a las mujeres. En cambio,
    un hombre en cuyo carácter predominan las cualidades
    femeninas y que se conduzca en el amor como una mujer,
    debía ser impulsado, por esta disposición femenina, a
    hacer recaer sobre los hombres su elección de objeto, y
    sin embargo puede ser, muy bien, heterosexual, y no
    mostrar, con respecto al objeto, un grado de inversión
    mayor que el corrientemente normal. Lo mismo puede de-
    cirse de las mujeres; tampoco en ellas aparecen estrecha
    mente relacionados el carácter sexual y la elección de
    objeto. Así, pues, el enigma de la homosexualidad no es
    tan sencillo como suele afirmarse, tendenciosamente, en
    explicaciones como la que sigue: Un alma femenina, y
    que por lo tanto ha de amar al hombre, ha sido infundida,.
    para su desgracia, en un cuerpo masculino, o inversa-
    mente, un alma masculina, irresistiblemente atraída por la

    — 999 —

  • S.

    PFoF.-5.FPE»D

    mujer, se halla desdichadamente ligada a un cuerpo fe-
    menino. Tråtase más bien de tres series de caracteres

    Caracteres sexuales somáticos — Carácter sexual psíquico

    (Hermafroditismo físico) actina | masculina
    emenina

    Tipo de la elección de objeto

    que varían con cierta independencia unos de otros y apare-
    cen en todo individuo diversamente combinados. La litera-
    tura tendenciosa ha dificultado la visión de estas relaciones
    presentando en primer término, por motivos prácticos, la
    elección de objeto, singular tan sólo para el profano, y es-
    tableciendo una relación demasiado estrecha entre tal
    elección y los caracteres sexuales somáticos. Pero, ade-
    más, se cierra el camino que conduce a un más profundo
    conocimiento de aquello a lo que se da uniformemente el
    nombre de homosexualidad, al rebelarse contra dos he-
    chos fundamentales descubiertos por la investigación psi-
    coanalitica. En primer lugar, el de que los hombres ho-
    mosexuales han pasado por una fijación especialmente
    intensa a la madre; y en segundo, el de que todos los
    normales dejan reconocer, al lado de su heterosexualidad
    manifiesta, una considerable magnitud de homosexualidad
    latente o inconsciente. Teniendo en cuenta estos descu-
    brimientos, desaparece, claro está, la posibilidad de admi-
    tir un «tercer sexo» creado por la naturaleza en un mo-
    mento de capricho.

    La psicoanálisis no está precisamente llamada a resol-
    ver el problema de la homosexualidad. Tiene que conten-
    tarse con descubrir los mecanismos psíquicos que han de-
    terminado la decisión de la elección de objeto y perseguir
    los caminos que enlazan tales mecanismos con las dispo-
    siciones instintivas. En este punto, abandona el terreno a
    la investigación biológica, a la cual han aportado ahora los
    experimentos de Steinach, tan importantes conclusiones

    12 Qui ー

  • S.

    Exszyos.igOF-19Kd

    sobre el influjo ejercido por la primera serie de caracteres
    antes establecida, sobre las otras dos. La psicoanålisis se
    alza sobre el mismo terreno que la biologia, al aceptar,
    como premisa, una bisexualidad original del individuo hu-
    mano (о animal). Pero no puede explicar la esencia de
    aquello que en sentido convencional o biológico lama-
    mos masculino y femenino; acoge ambos conceptos y los
    sitåa en la base de sus trabajos. Al intentar una mayor
    reducciôn, la masculinidad se le convierte en actividad y
    la feminidad en pasividad, y esto es muy poco. Anterior-
    mente, he intentado exponer hasta qué punto podemos
    esperar que la labor analitica pueda procurarnos un medio
    de modificar la inversión. Si comparamos el influjo anali-
    tico a las magnas transformaciones logradas por Steinach
    en sus operaciones, habremos de reconocer su insignifi
    cancia. Sin embargo, sería prematuro o exagerado conce-
    bir ya la esperanza de una terapia generalmente aplicable
    de la inversión. Los casos de homosexualidad masculina
    tratados con éxito por Steinach cumplían la condición, no
    siempre dada, de presentar un marcado hermafroditismo
    somático. Por otro lado, no se ve aún claramente, la posi-
    bilidad de una terapia análoga de la homosexualidad feme-
    nina. Si hubiera de consistir en la ablación de los ovarios
    probablemente hermafroditas y el injerto de otros de su-
    puesta unisexualidad, no podría esperarse de ella, cierta-
    mente, grandes aplicaciones prácticas. Un individuo feme-
    nino que se ha sentido masculino y ha amado en forma
    masculina, no se dejará imponer el papel femenino, si ha
    de pagar esta transformación, no siempre ventajosa, con
    la renuncia a la maternidad.

    っ abs