S.
Sobre la psicogénesis de un caso de homo-
sexualidad femenina1920.
La homosexualidad femenina, tan frecuente, desde
luego, como la masculina, aunque mucho menos ruidosa,
no ha sido sélo desatendida por las leyes penales, sino
también por la investigaciôn psicoanalitica. La exposiciôn
de un caso, no muy marcado, en el que me fué posible
descubrir, sin grandes lagunas y con gran seguridad, la
historia psiquica de su génesis, puede por lo tanto aspirar
a una cierta consideración. La discreción profesional exi-
gida por un caso reciente, impone, naturalmente, a nues-
tra comunicación, ciertas restricciones. Habremos, pues,
de limitarnos a describir los rasgos más generales del
historial, silenciando los detalles característicos en los que
reposa su interpretación.Una muchacha de diez y ocho años, bonita, inteligen-
te y de elevada posición social, ha despertado el disgusto
y la preocupación de sus padres por el cariño con el que
persigue a una señora de la «buena sociedad», unos diez
años mayor que ella. Los padres pretenden que la tal se-
fora no es más que una cocota a pesar de sus aristocrá-
ticos apellidos. Saben que vive con una amiga suya, ca-
sada, con la que sostiene relaciones íntimas, observando
además una conducta muy ligera en su trato con los hom-
bres, entre los cuales se le señalan varios favoritos. La— 199 —
S.
PR නි... "5 ^ m wm
muchacha no discute tales afirmaciones, pero no se deja
influir por ellas lo más mínimo en su admiración hacia
aquella sefiora, a pesar de no carecer, en modo alguno,
de sentido moral. Ninguna prohibición ni vigilancia alguna
logran impedirla aprovechar la menor ocasión favorable
para correr al lado de su amada, seguir sus pasos, espe-
rarla horas enteras a la puerta de su casa o en una parada
del tranvia, enviarla flores, etc. Se ve que esta pasión ha
devorado todos los demäs intereses de la muchacha. No
se preocupa ya de su educaciôn intelectual, no concede
valor alguno al trato social ni a las distracciones juveniles
y sólo mantiene relación con algunas amigas que pueden
servirla de confidentes o auxiliares. Los padres ignoran
hasta dónde pueden haber llegado las relaciones de su
hija con aquella señora, ni si han traspasado ya ciertos
límites. No han observado nunca en la muchacha interés
alguno hacia los jóvenes, ni complacencia ante sus home-
najes; en cambio, ven claramente que su enamoramiento
actual no hace sino continuar, en un mayor grado, la in-
clinación que en los últimos años hubo de mostrar hacia
otras personas femeninas y que des pert6 ya las sospechas
y el rigor del padre.Dos aspectos de su conducta, aparentemente opuestos,
despiertan, sobre todo, la contrariedad de los padres. La
imprudencia con la que se muestra públicamente en com-
pañía de su amiga malfamada, sin cuidado alguno a su
propia reputación, y la tenacidad con que recurre a toda
clase de engaños, para facilitar y encubrir sus entrevistas
con ella. Reprochan, pues, a la muchacha, un exceso de
franqueza, por un lado, y un exceso de disimulo, por otro-
Un día, sucedió lo que no podía por menos de acaecer en
tales circunstancias: el padre encontró a su hija acompa-
fiada de la señora en cuestión, y al cruzarse con ellas, las
dirigió una mirada colérica, que no presagiaba nada bue-
no. Momentos después, se separaba la muchacha de su— 200 —
S.
EN SAY 08. $90 6- 1974
amiga, para arrojarse al foso por donde circulaba el tran-
vía. Nuestra sujeto pagó esta tentativa de suicidio con
largos días de cama, aunque, afortunadamente, no se pro-
dujo lesión alguna permanente. A su restablecimiento, en-
contró una situación mucho más favorable a sus deseos.
Los padres no se atrevían a oponerse ya tan decididamente
a ellos, y la señora, que hasta entonces había recibido
fríamente sus homenajes, comenzó a tratarla con más ca-
ño, conmovida por aquella enequivoca prueba de amor.Aproximadamente medio año después de este suceso,
acudieron los padres al médico, encargándole de reinte-
grar a su hija a la normalidad. La tentativa de suicidio les
había demostrado que los medios coercitivos de la disci-
plina familiar no eran suficientes para dominar la pertur-
bación de la sujeto. Será conveniente examinar aquí, por
separado, las posiciones respectivas del padre y de la
madre, ante la conducta de la muchacha. El padre era un
hombre serio, respetable y en el fondo, muy cariñoso,
aunque la severidad que creía deber adoptar en sus fun-
ciones paternas había alejado algo de él a sus hijos. Su
conducta general para con su hija aparecía determinada
por la influencia de su mujer. Al tener conocimiento, por
vez primera, de las inclinaciones homosexuales de la mu-
chacha, ardió en cólera e intentó reprimirlas con las más
graves amenazas; en aquel período, debió oscilar su ánimo
entre diversas interpretaciones, dolorosas todas, no sa-
biendo si había de ver en su hija, una criatura viciosa, de-
generada o simplemente enferma de una perturbación men-
tal. Tampoco después del accidente llegó a elevarse aaque-
lla reflexiva resignación que uno de nuestros colegas médi-
cos, víctima de un análogo suceso en su familia, expresa-
ba con la frase siguiente: «¡Qué le vamos hacer! Es una
desgracia como otra cualquiera». La homosexualidad de
su hija integraba algo que provocaba en él máxima indig-
nación. Estaba decidido a combatirla con todos los mediosea
S.
מ חי יפוס א P “08 U ואי b MO
y no obstante la poca estimaciôn de que en Viena goza la
psicoandlisis, acudiö a ella en demanda de ayuda. Si este
recurso fracasaba, tenía aún, en reserva, otro más enérgi-
co; un rápido matrimonio habría de despertar los instintos
naturales de la muchacha y ahogar sus inclinaciones contra
naturaleza.La posición de la madre no resultaba tan transparen-
te. Se trataba de una mujer joven aún, que no había re-
nunciado todavía a gustar. No tomaba tan por lo trágico
el capricho de su hija, e incluso, había gozado, durante
algún tiempo, de la confianza de la muchacha en lo que se
refería a su enamoramiento de aquella señora, y si había
acabado por tomar partido contra él, se debía tan sólo a la
publicidad con que la muchacha ostentaba sus sentimien-
tos. Años atrás, había pasado por un período de enferme-
dad neurótica, era objeto de una gran solicitud por parte
de su marido y trataba a sus hijos muy desigualmente,
mostrándose más bien dura con la muchacha y excesiva-
mente cariñosa con sus otros tres hijos, el último de los
cuales era ya un retoño tardío, que sólo contaba, por en-
tonces, unos tres años. No resultaba nada fácil averiguar
detalles más minuciosos sobre su carácter, pues por moti-
vos que más tarde podrá comprender el lector, los infor-
mes de la paciente sobre su madre adolecian siempre de
una cierta reserva, que desaparecía en lo referente al
padre.El médico que había de tomar a su cargo el tratamien-
to analítico de la muchacha, tropezaba con varias dificul-
tades. No hallaba constituída la situación exigida por el
análisis, única en la que éste puede desarrollar su plena
eficacia. El tipo ideal de tal situación queda constituido
cuando un individuo, dependiente sólo de su propia volun-
tad, se ve aquejado por un conflicto interno, al que no
puede poner término por sí solo, y acude al analítico, en
demanda de ayuda. El médico labora entonces de acuerdo— 202 —
S.
ENFAY05.TIIF-lpst
con una de las partes de la personalidad patolôgicamente
disociada, en contra de la parte contraria. Las situaciones
que difieren de ésta son siempre mås o menos desfavora-
bles para el anålisis y afiaden a las dificultades internas
del caso, otras nuevas. Las situaciones como la del pro-
pietario que encarga al arquitecto una casa conforme a
sus propios gustos y necesidades, o la del hombre piado-
so que hace pintar al artista un lienzo votivo e incluir en
él su retrato orante, no son compatibles con las condicio-
nes de la psicoanålisis. No es nada raro que un marido
acuda al médico con la pretensiôn siguiente: La nerviosi-
dad de mi mujer ha alterado nuestras relaciones conyuga-
les; cúrela usted, para que volvamos a poder ser un
matrimonio feliz. Pero muchas veces, resulta imposible
cumplir tal encargo, toda vez que no está en la mano del
médico provocar el desenlace que llevó al marido a soli-
citar su ayuda. En cuanto la mujer queda libre de sus in-
hibiciones neuróticas, se separa de su marido, pues la
continuación del matrimonio sólo se había hecho posible
merced a tales inhibiciones. A veces son los padres quie-
nes demandan la curación de un hijo, que se muestra ner-
vioso y rebelde. Para ellos, un niño sano es un niño que
no crea dificultad ninguna а los padres y sólo satisfaccio-
nes les procura. El médico puede conseguir, en efecto, el
restablecimiento del niño, pero después de su curación,
sigue aquél sus propios caminos mucho más decididamen-
te que antes y los padres reciben de él todavía mayor
descontento. En resumen, no es indiferente que un hom-
bre se someta al análisis por su propia voluntad o porque
otros se lo impongan, ni que sea él mismo quien desee su
modificación, o sólo sus familiares, que le aman, o en los
que hemos de suponer un tal cariño.Nuestro caso integraba aún otros factores desfavora-
bles. La muchacha no era una enferma—no sufría por mo-
tivos internos ni se lamentaba de su estado—, y la laborFe
S.
p»oP.s.FPEko
planteada no consistfa en resolver un conflicto neurötico,
sino en transformar una de las variantes de la organiza-
ciôn sexual genital, en otra distinta. Esta labor de modifi-
car la inversión genital, u homosexualidad, no es nunca
fácil. Mi experiencia me ha demostrado que sólo en cir-
cunstancias especialmente favorables llega a conseguirse,
y aun entonces, el éxito consiste únicamente en abrir, a la
persona homosexualmente limitada, el camino hacia el
otro sexo, vedado antes para ella, restableciendo su plena
función bisexual. Queda entonces entregado plenamente
a su voluntad el seguir o no dicho camino, abandonando
aquel otro anterior, que atraía sobre ella el anatema de la
sociedad, y así lo han hecho algunos de los sujetos por
nosotros tratados. Pero hemos de tener en cuenta que
también la sexualidad normal reposa en una limitación de
la elección de objeto, y que en general, la empresa de
convertir en heterosexual a un homosexual llegado a su
completo desarrollo, no tiene muchas más probabilidades
de éxito que la labor contraria, sólo que esta última no se
intenta nunca, naturalmente, por evidentes motivos prác-
ticos.Los éxitos de la terapia psicoanalítica en el tratamien-
to de la homosexualidad no son, en verdad, muy numero-
sos. Por lo regular, el homosexual no logra abandonar su
objeto placiente; no se consigue convencerle de que una
vez modificadas sus tendencias sexuales, volverá a hallar,
en un objeto distinto, el placer que renuncie a buscar en
sus objetos actuales. Si se pone en tratamiento, es, casi
siempre, por motivos externos, esto es, por las desventa-
jas y peligros sociales de su elección de objeto. y estos
componentes del instinto de conservación se demuestran
harto débiles en la lucha contra las tendencias sexuales.
No es dificil entonces descubrir su proyecto secreto de
procurarse, con el ruidoso fracaso de su tentativa de cura-
ción, la tranquilidad de haber hecho todo lo posible paraog
S.
PR TY O SS... LO SEE
combatir sus instintos, pudiendo asi entregarse a ellos, en
adelante, sin remordimiento alguno. Cuando la demanda
de curaciôn aparece motivada por el deseo de ahorrar un
dolor a los padres o familiares del sujeto, el caso presen-
ta ya un cariz mas favorable. Existen entonces, realmen-
te, tendencias libidinosas que pueden desarrollar energías
contrarias a la elección homosexual de objeto; pero su
fuerza no suele tampoco bastar. Sólo en aquellos casos en
que la fijación al objeto homosexual no ha adquirido aún
intensidad suficiente, o en los que existen todavía ramifi-
caciones y restos considerables de la elección de objeto
heterosexual, esto es, dada una organización vacilante
aún o claramente bisexual, puede fundarse alguna espe-
ranza en la terapia psicoanalítica.Por todas estas razones, evité infundir a los padres de
nuestra sujeto una esperanza de curación, declarándome
dispuesto simplemente a estudiar, con todo cuidado, a la
muchacha, durante algunas semanas o algunos meses,
hasta poder pronunciarme sobre las probabilidades positi-
vas de una continuación del análisis. En toda una serie
de casos, el análisis se divide en dos fases, claramen-
te delimitadas: en la primera, se procura el médico el
conocimiento necesario del paciente, le da a conocer
las hipótesis y los postulados del análisis y le expo-
ne sus deducciones sobre la génesis de la enfermedad,
basadas en el material revelado en el análisis. En la se-
gunda fase, se apodera el paciente mismo de la materia
que el analítico le ha ofrecido, labora con ella, recuerda
aquella parte de lo reprimido que le es posible atraer a su
conciencia e intenta vivir de nuevo la parte restante. En
esta labor, puede confirmar, completar y rectificar las
hipótesis del médico, comienza ya a darse cuenta, por el
vencimiento de sus resistencias, de la modificación inte-
rior a la que tiende el tratamiento y adquiere aquellas con-
vicciones que le hacen independiente de la autoridad mé-ー 205 —
S.
BARS MO GS OR W AE CM D
dica. Estas dos fases no aparecen siempre claramente
delimitadas en el curso del tratamiento analitico, pues para
ello es preciso que la resistencia cumpla determinadas
condiciones; pero cuando asi sucede, puede arriesgarse
una comparación de tales fases con los dos capítulos co-
rrespondientes de un viaje. El primero comprende todos
los preparativos necesarios, tan complicados y dificultosos
hoy, hasta que, por fin, sacamos el billete, pisamos el an-
dén y conquistamos un sitio en el vagón. Tenemos enton-
ces ya el derecho y la posibilidad de trasladarnos a un le-
jano país, pero tanto trabajoso preparativo no nos ha acer-
cado aún un solo kilómetro a nuestro fin. Para llegar a él,
nos es preciso todavía cubrir el trayecto, de estación en es-
tación, y esta parte del viaje resulta perfectamente com-
parable a la segunda fase de nuestros análisis.El análisis que motiva el presente estudio transcurrió
conforme a esta división en dos fases; pero no pasó del
comienzo de la segunda. Sin embargo, una constelación
especial de la resistencia me procuró una completa confir-
mación de mis hipótesis y una visión suficiente del des-
arrollo de la inversión de la sujeto. Pero antes de exponer
los resultados obtenidos por el análisis, he de atender a
algunos puntos a los que ya he aludido, o que se habrán
impuesto al lector como primer objeto de su interés.Habíamos hecho depender, en parte, nuestro pronósti-
co, del punto al que la muchacha hubiese llegado en la sa-
tisfacción de sus instintos. Los datos obtenidos a este res-
pecto, en el análisis, parecían favorables. Con ninguno de
sus objetos eróticos había ido más allá de algunos besos
y abrazos; su castidad genital, si se me permite la expre-
sión, había permanecido intacta. Incluso aquella dama que
había despertado en ella su último y más intenso amor, se
había mostrado casi insensible a él y no había concedido
nunca, a su enamorada, otro favor que el de besar su
mano. La muchacha hacía, probablemente, de necesidadÅ —
S.
ENsAyos«-Oos-1924
virtud, al insistir de continuo en la pureza de su amor y
en su repugnancia fisica a todo acto sexual. Por otra par-
te, no se equivocaba, quizå, al asegurar que su amada, re-
ducida a su posición actual por adversas circunstancias
familiares, conservaba aún, en ella, gran parte de la dig-
nidad de su distinguido origen, pues en todas sus entre-
vistas, la aconsejaba que renunciara a su inclinación hacia
las mujeres, y hasta después de su tentativa de suicidio,
la había tratado siempre fríamente, rechazando sus insi-
núaciones.Una segunda cuestión interesante que en seguida traté
de poner en claro, era la correspondiente a los propios
motivos internos de la sujeto, en los cuales pudiera apo-
yarse, quizá, el tratamiento analítico. La muchacha no in-
tentó engañarme con la afirmación de que sentía la impe-
riosa necesidad de ser libertada de su homosexualidad.
Por el contrario, confesaba que no podía imaginar amor
ninguno de otro género, si bien agregaba, que a causa de
sus padres, apoyaría sinceramente la tentativa terapéuti-
ca, pues le era muy doloroso ocasionarles tan gran pena.
También esta manifestación me pareció, en un principio,
favorable; no podía sospechar, en efecto, qué disposición
afectiva inconsciente se escondía detrás de ella. Pero lo
que después vino a enlazarse a este punto, fué precisa-
mente lo que influyó de una manera decisiva sobre el
curso del tratamiento y motivó su prematura interrupción.Los lectores no analíticos esperarán impacientemente,
hace ya tiempo, una contestación a otras dos interroga-
ciones. Esperarán, en efecto, la indicación de si esta mu-
chacha homosexual presentaba claros caracteres somáti-
cos del sexo contrario, y la de si se trataba de un caso de
homosexualidad congénita o adquirida (ulteriormente des-
arrollada).No desconozco la importancia que presenta la primera
de estas interrogaciones. Pero creo que tampoco debe-— 807 —
S.
PFAF.C.FPE»D
mos exagerarla y olvidar, por ella, que en individuos nor-
males, se comprueban también, con gran frecuencia, ca-
racteres secundarios aislados del sexo contrario, y que en
personas cuya elección de objeto no ha experimentado
modificación alguna en el sentido de una inversión, des-
cubrimos, a veces, claros caracteres somáticos del otro
sexo. O dicho de otro modo, que la medida del
hermafroditismo físico es altamente
independiente en ambos sexos, de la
del hermafroditismo psíquico. Como res-
tricción de nuestras dos afirmaciones anteriores, haremos
constar que tal independencia es mucho más franca en el
hombre que en la mujer, en la cual coinciden, más bien,
por lo regular, los signos somáticos y anímicos del carác-
ter sexual contrario. Pero no me es posible contestar a la
primera de las preguntas antes planteadas, por lo que a
mi caso se refiere. El psicoanalítico acostumbra a eludir
en determinados casos, un reconocimiento físico minucio-
so de sus pacientes. De todos modos, puedo decir que la
sujeto no mostraba divergencia alguna considerable del
tipo físico femenino ni padecía tampoco trastornos de la
menstruación. Pudiera, quizá, verse un indicio de una
masculinidad somática en el hecho de que la muchacha,
bella y bien formada, mostraba la alta estatura de su pa-
dre y rasgos fisonómicos más bien acusados y enérgicos
que suaves. También pudieran considerarse como indi-
cios de masculinidad algunas de sus cualidades intelectua-
les, tales como su penetrante inteligencia y la fría claridad
de su pensamiento, en cuanto el mismo no se hallaba bajo
el dominio de la pasión homosexual. Pero estas distincio-
nes son más convencionales que científicas. Mucho más
importante es, desde luego, la circunstancia de haber
adoptado la muchacha, para con el objeto de su amor, un
tipo de conducta completa y absolutamente masculino,
mostrando la humildad y la magna supervaloración sexual— 208 —
S.
E».54yos.-9q5-1974«
del hombre enamorado, la renuncia a toda satisfacciôn
narcisista y prefiriendo amar a ser amada. Por lo tanto,
no sólo habia elegido un objeto femenino, sino que había
adoptado con respecto a él, una actitud masculina.La otra interrogación relativa a si su caso correspon-
día a una homosexualidad congénita o adquirida, quedará
contestada con la exposición de la trayectoria evolutiva
de su perturbación. Se demostrará también, al mismo
tiempo, hasta qué punto es estéril e inadecuada tal inte-
rrogación.u
A una introducción tan amplia como la que precede no
puedo enlazar ahora sino una breve y ligera exposición
de la evolución de la libido en este caso. La muchacha
había pasado en sus años infantiles y sin accidente alguno
singular, por el proceso normal del complejo de Edipo fe-
menino (1), comenzando luego a substituir al padre por
uno de sus hermanos, poco menor que ella. No recordaba,
ni el análisis descubrió tampoco, trauma sexual alguno co-
rrespondiente a su temprana infancia. La comparación de
los genitales del hermano con los suyos propios, iniciada
aproximadamente al comienzo del período de latencia (ha-
cia los cinco años o algo antes) dejó en ella una intensa
impresión, cuyos efectos ulteriores pudo perseguir el aná-
lisis a través de un largo período. No hallamos sino muy
pocos indicios de onanismo infantil, o el análisis no se
prolongó lo suficiente para aclarar este punto. El naci-
miento de un segundo hermano, cuando la muchacha con-(1) No veo, en la introducción del término «complejo de Elec-
tra», progreso ni ventaja alguna que aconsejen su adopción.— 209 — u
S.
FEE KOGTE
taba seis años, no manifestó ninguna influencia especial
sobre su desarrollo. En los años escolares y en los inme-
diatamente anteriores a la pubertad, fué conociendo pau-
latinamente los hechos de la vida sexual, acogiéndolos
con la mezcla normal de curiosidad y temerosa repulsa.
Todos estos datos parecen harto deficizntes y no puedo
garantizar que sean completos. Quizá fuera más rica en
contenido la historia juvenil de la paciente, pero no me es
posible asegurarlo. Como antes indicamos, el análisis
hubo de ser interrumpido al poco tiempo, no proporcio-
nándonos así, más que una anamnesia tan poco garantiza-
ble como las demás conocidas de sujetos homosexua-
les, justificadamente discutidas. La muchacha no había
sido tampoco nunca neurótica, ni produjo síntoma histéri-
co alguno en el análisis, de manera que tampoco se pre-
sentó ocasión, en un principio, de investigar su historia in-
fantil.Teniendo trece o catorce años, mostró una cariñosa
preferencia, exageradamente intensa a juicio de todos sus
familiares, por un chiquillo de tres años escasos, al que
encontraba regularmente en paseo. Tanto cariño demos-
traba a aquel niño, que los padres del mismo acaba-
ron por trabar conocimiento con ella, iniciándose así una
larga relación amistosa. De este suceso, puede deducirse
que la sujeto se hallaba dominada en aquel período, por el
intenso deseo de ser, a su vez, madre y tener un hijo.
Pero poco tiempo después, se le hizo indiferente aquel
niño, y comenzó a mostrar un agudo interés por las
mujeres maduras, pero de aspecto aún juvenil, atrayén-
dose por vez primera un severo castigo por parte de su
padre.En el análisis, pudo comprobarse sin duda alguna, que
esta transformación coincidió temporalmente con un suce-
so familiar, del cual debemos esperar, por lo tanto, su ex-
plicación. La sujeto, cuya libido aparecía orientada hacia— 210 —
S.
ENZAYOs.iYos-sgzsd
la maternidad, queda convertida, a partir de esta fecha,
en una homosexual, enamorada de las mujeres maduras,
continuando asi hasta mi intervenciôn. El tal suceso deci-
sivo para nuestra comprensiôn del caso, fué un nuevo em-
barazo de la madre y el nacimiento de un tercer hermano,
cuando ella frisaba ya en los diez y seis años.La relacién cuyo descubrimiento expongo a continua-
cion no es un producto de mis facultades imaginativas:
me ha sido revelada por un material analitico tan fide-
digno, que puedo garantizar su absoluta exactitud obje-
tiva. Su descubrimiento dependiö principalmente de una
serie de sueños enlazados entre si y fåcilmente interpre-
tables.El andlisis revelaba inequivocamente, que la dama ob-
jeto de su amor era un sucedåneo de la madre. No era,
ciertamente, a su vez, madre, pero tampoco era el primer
amor de la muchacha. Los primeros objetos de su inclina-
ción a partir del nacimiento del último hermano, fueron,
realmente, madres, mujeres entre treinta y treinta y cinco
años, a las que conoció con sus hijos durante las vacacio-
nes veraniegas o en su trato social dentro de la ciudad. El
requisito de la maternidad fué abandonado después, por
no ser perfectamente compatible con otro, más importante
cada vez. Su adhesión especialmente intensa a su última
amada, tenía aún otra causa, que la misma muchacha des-
cubrió, un día, sin esfuerzo. La esbelta figura, la severa
belleza y el duro carácter de aquella señora, recordaban a
la sujeto la personalidad de su hermano mayor. De este
modo, el objeto definitivamente escogido correspondía, no
sólo a su ideal femenino, sino también a su ideal masculi-
no, reuniendo así la satisfacción de sus deseos homose-
xuales con la de sus deseos heterosexuales. Como es
sabido, el análisis de homosexuales masculinos ha descu-
bierto, en muchos casos, esta misma coincidencia, advir-
tiéndosenos así, que no debemos representarnos la esenciaー 211 ~~
S.
FFOF-s-FDE»D
y la génesis de la inversiôn como algo sencillo, ni tampoco
perder de vista la bisexualidad general del hombre (1).¿Pero cómo explicamos que precisamente el naci-
miento tardío de un hermano, cuando la sujeto había al-
canzado ya su madurez sexual y abrigaba intensos deseos
propios, la impulsara a orientar hacia su propia madre, y
madre de aquel nuevo niño, su apasionada ternura, exte-
riorizándola en un subrogado de la personalidad materna?
Por todo lo que sabemos, hubiera debido suceder lo con-
trario. Las madres suelen avergonzarse en tales circuns-
tancias, ante sus hijas casaderas ya, y las hijas experimen-
tan hacia la madre un sentimiento mixto de compasión,
desprecio y envidia, que no contribuye, ciertamente, a in-
tensificar su cariño hacia ella. La muchacha de nuestro
caso tenía, en general, pocos motivos para abrigar un
gran cariño hacia su madre, la cual, juvenilmente bella
aún, veía en aquella hija, una molesta competidora, y en
consecuencia, la posponía a los hijos, limitaba en lo posi-
ble, su independencia y cuidaba celosamente de que per-
maneciese lejana al padre. Estaba, pues, justificado que la
muchacha experimentase desde un principio la necesidad
de una madre más amable; pero lo que no es comprensi-
ble es que esta necesidad surgiese precisamente en el
momento indicado y bajo la forma de una pasión devora-
dora.La explicación es como sigue: La muchacha se encon-
traba en la fase de la reviviscencia del complejo de Edipo
infantil en la pubertad, cuando sufrió su primera gran de-
cepción. El deseo de tener un hijo, y un hijo de sexo
masculino, se hizo en ella claramente consciente; lo que
no podía hallar acceso a su conciencia era que tal hijo
había de ser de su propio padre e imagen viva del mismo.(1) Cf. 1. Sadger: Jahresbericht über sexuelle Perversionen,
Jahrbuch der Psychoanalyse, VI, 1914.ー 219 —
S.
E«s«yos.1906-1FF·
Pero entonces, sucediô que no fué ella quien tuvo el niño,
sino su madre, compe:idora odiada en lo inconsciente. In-
dignada y amargada ante esta traición, la sujeto se apartó
del padre y en general del hombre. Después de este pri-
mer doloroso fracaso rechazó su feminidad y tendió a dar
a su libido otro destino.En todo esto, se condujo nuestra sujeto como muchos
hombres, que después de un primer desengaño, se apar-
tan duraderamente del sexo femenino infiel, haciéndose
misóginos. De una de las personalidades de sangre real
más atractivas y desgraciadas de nuestra época, se cuen-
ta que se hizo homosexual a consecuencia de una infideli-
dad de su prometida. No sé si es ésta la verdad histórica,
pero tal rumor entraña indudablemente un trozo de verdad
psicológica. Nuestra libido oscila normalmente toda la
vida entre el objeto masculino y el femenino; el soltero
abandona sus amistades masculinas al casarse y vuelve a
ellas cuando el matrimonio ha perdido para él todo atrac-
tivo. Claro es, que cuando la oscilación es tan fundamen-
tal y tan definitiva como en nuestro caso, hemos de sos-
pechar la existencia de un factor especial, que favorece
decisivamente uno de los dos sectores, y que quizá no ha
hecho más que esperar el momento oportuno para impo-
ner, a la elección de objeto, sus fines particulares.Nuestra muchacha había, pues, rechazado de sí, des-
pués de aquel desengaño, el deseo de un hijo, el amor al
hombre y en general, su feminidad. En este punto, podían
haber sucedido muchas cosas; lo que sucedió en realidad,
fué lo más extremo. Se transformó en hombre y tomó
como objeto erótico a la madre en lugar del padre (1). Su(1) No es tan rara la ruptura de una relación erótica, por iden-
tificación del sujeto con el objeto de la misma, lo que corresponde a
una especie de regresión al narcisismo. Una vez efectuada ésta, se
puede orientar la libido, en una nueva elección de objeto, hacia el
sexo contrario al elegido anteriormente.ー 218 —
S.
DPOP.6.P-E«D
relaciôn con la madre habia sido seguramente, desde un
principio, ambivalente, resultando fácil, para la sujeto, re-
avivar el amor anterior a su madre y compensar, con su
ayuda, su hostilidad contra ella. Mas como con la madre
real no era ciertamente asequible a su cariño, la trans-
mutación sentimental descrita la impulsó a buscar un
subrogado materno, al que poder consagrar su amor (1).A todo esto, vino a agregarse todavía, como «ventaja
de la enfermedad», un motivo práctico, nacido de sus rela-
ciones reales con la madre. Esta gustaba aún de ser cor-
tejada y admirada por los hombres. Así, pues, si la mucha-
cha se hacía homosexual, abandonaba los hombres a su
madre, y por decirlo así, la dejaba el campo libre y supri-
mía con ello algo que había provocado hasta entonces el
disfavor materno (2).(1) Los desplazamientos de la libido aquí descritos son, cierta-
mente, familiares a todo analítico, por la investigación de las anam-
nesias de sujetos neuróticos. Unicamente, que en estos últimos, tie-
nen efecto en temprana edad infantil, en la época del primer
florecimiento de la vida erótica, mientras que en nuestro caso de
una muchacha nada neurótica, se desarrollan en los primeros años
siguientes a la pubertad, aunque también por completo inconscien-
temente. ¿Habremos de esperar que esta época demuestre también
algún día una decisiva importancia?(@ No habiendo mencionado aún tales procesos de «evasión»
entre las causas de la homosexualida d ni en el mecanismo de la fija-
ción de la libido, expondremos aquí una interesante observación
analítica de este orden. Conocí en una ocasión, a dos hermanos ge-
melos, dotados ambos de intensos impulsos libidinosos. Uno de
ellos era muy afortunado con las mujeres y mantenía múltiples rela-
ciones amorosas. El otro siguió, al principio sus pasos, pero luego
le resultó desagradable rivalizar con su hermano y ser confundido
con él en circunstancias íntimas, a causa de su mutua semejanza
física, y resolvió esta situación haciéndose homosexual. De este
modo, abandonó las mujeres a su hermano, apartándose de su cami-
no. En otra ocesión, traté a un joven artista, de indudable disposi-
ción bisexual, en el que la homosexualidad se había presentado coin-
cidiendo con una imposibilidad de trabajar. Un solo impulso le apar-— 214 —
S.
E«-54yos.19q6-1924
La posición de la libido así establecida, quedó fortifi-
cada al observar la muchacha cuán desagradable era al
padre. Desde aquella primera reprimenda motivada por su
adhesión excesivamente cariñosa a una mujer, sabía ya la
sujeto un medio seguro para disgustarle y vengarse de él.
Permaneció, pues, homosexual, por vengarse de su padre.
No le causaba tampoco remordimiento alguno engañarle
y mentirle de continuo. Con la madre, no se mostraba más
disimulada de lo imprescindiblemente necesario para en-
gañar al padre. Parecía obrar conforme a la ley del Talión:
Tú me has engañado y ahora tienes que sufrir que yo te
engañe. Tampoco las singulares imprudencias cometidas
por una muchacha tan inteligente en general, pueden in-
terpretarse de otra manera. El padre tenía que averiguar
sus relaciones con la señora, pues de otro modo, no hu-
biera satisfecho la sujeto sus impulsos vengativos. De este
modo, cuidó muy bien de procurarse un encuentro con él,
mostrándose públicamente con su amiga, por las calles
cercanas a la oficina del padre. Ninguna de estas impru-
dencias puede considerarse inintencionada. Es además,taba de la mujer y de su obra. El análisis, que logró reintegrarle a
ambas, halló en su temor al padre, el motivo principal de las dos
perturbaciones. En su imaginación, todas las mujeres pertenecían
al padre, y el sujeto se refugiaba en los hombres, por respeto al
mismo y para eludir toda rivalidad con él. Esta motivación de la
elección homosexual de objeto debe ser frecuente. En los tiempos
prehistóricos de la humanidad debió suceder algo análogo: Todas
las mujeres pertenecían al padre y jefe de la horda primitiva. Entre
hermanos no gemelos, esta «evasión» desempeña un importante pa-
pel tembién en sectores distintos de la elección erótica. El hermano
mayor estudia, por ejemplo, música, y logra distinguirse. El menor,
de mayores dotes musicales, renunciará, no obstante, a su afición y
no volverá a tocar un instrumento. Es éste un ejemplo aislado de
un suceso muy frecuente, y la investigación de los motivos que con-
ducen a la «evasión» en vez de a la aceptación de la competencia,
descubre condiciones psíquicas muy complicadas.— 215 —
S.
PRO OBS OB: る MA DD
singular, que tanto el padre como la madre, se condujesen
como si comprendiesen la secreta psicologia de la hija. La
madre se mostraba tolerante, como si reconociese el favor
que le habia hecho la hija dejåndole el campo libre; el
padre ardia en cölera, como si se diese cuenta de las in-
tenciones vengativas orientadas contra su persona.La inversión de la muchacha, recibió por último, su
definitiva intensificación, al tropezar, en la señora indica-
da, con un objeto que satisfacia simultáneamente la parte
de su libido heterosexual adherida aún al hermano.111
La exposiciôn lineal es poco adecuada para la descrip-
ciôn de procesos psiquicos cuya trayectoria, harto compli-
cada, se desarrolla en diversos estratos animicos. Me veo,
pues, forzado a interrumpir la discusiôn del caso, para
ampliar algunos de los puntos ya expuestos y profundizar
el examen de otros.Hemos indicado, que en sus relaciones con su ültimo
objeto erótico, adoptó la muchacha el tipo masculino del
amor. Su humildad y su tierno desinterés, «che poco spe-
ra e nulla chiedes, su felicidad cuando le era permitido
acompañar a aquella señora y besar su mano al despedir-
se de ella, su alegría al oir encomiar la belleza de su ami-
ga, mientras que los elogios tributados a la suya propia
parecian serle indiferentes, sus peregrinaciones a los lu-
gares visitados alguna vez por su amada y la ausencia de
más amplios deseos sensuales; todos estos caracteres,
parecían corresponder más bien a la primera fogosa pa-
sión de un adolescente por una artista famosa, a la que
cree situada muy por encima de él, sin atreverse apenasー 216 —
S.
Ewszyos.1906-1524
a elevar hasta ella su mirada, Esta coincidencia de la con-
ducta amorosa de la sujeto con un «tipo de la elección
masculina de objeto» anteriormente descrito por mí y re-
ferido a una fijación erótica a la madre (1), llegaba hasta
los menores detalles. Podía parecer singular que la sujeto
no retrocediese ante la mala fama de su amada, aunque
sus propias observaciones habían de convencerla de la
veracidad de tales rumores, y a pesar de ser ella una mu-
chacha bien educada y casta, que había evitado toda
aventura sexual y que parecía sentir el aspecto antiestéti-
co de toda grosera satisfacción sexual. Pero ya sus prime-
ros caprichos amorosos habían tenido como objeto muje-
res a las que no se podía atribuir una moral muy severa.
La primera protesta del padre contra su elección amorosa
había sido provocada por la obstinación con que la mucha-
cha cultivaba el trato de una actriz de cinematógrafo, en
una estación veraniega. A todo esto, no se trataba nunca
de mujeres tachadas de homosexualidad, que hubieran
podido ofrecerla una satisfacción de este orden; por lo
contrario, pretendía, ilógicamente, a mujeres coquetas, en
el sentido corriente de esta palabra. Una muchacha de su
edad, francamente homosexual, que se puso gustosa a su
disposición, fué rechazada por ella sin vacilación alguna.
Pero la mala fama de su último amor había de constituir,
precisamente, un requisito erótico para ella. El aspecto
aparentemente enigmático de tal conducta desaparece al
recordar, que también en aquel tipo masculino de la elec-
ción de objeto, que derivamos de la fijación a la madre,
es necesario, como condición de amor, que la amada tenga
fama de liviana, pudiendo ser considerada, en último tér-
mino, como una cocota. Cuando, más tarde, averiguó
hasta qué punto merecía su amiga este calificativo, puesto(1) Véase el estudio titulado «Psicología de la vida erótica»,
incluído en el presente volumen.— 217 —
S.
DART ws EER ID
que vivía sencillamente de la venta de su cuerpo, su reac-
ción consistió en una gran compasión hacia ella y en el
desarrollo de fantasías y propósitos de redimir a la mujer
amada. Estas mismas tendencias redentoras atrajeron ya
nuestra atención en la conducta de los hombras del tipo
amoroso antes descrito, y ya intentamos exponer su deri-
vación analítica en el estudio que a este tema dedi-
camos.El análisis de la tentativa de suicidio, que hemos de
considerar absolutamente sincera, pero que en definitiva,
mejoró la posición de la sujeto, tanto con respecto a sus
padres como para con la mujer amada, nos lleva a regio-
nes muy distintas. La muchacha paseaba una tarde con su
amiga por un lugar y a una hora en los cuales no era difi-
cil tropezar con el padre en su regreso de la oficina. Asi
sucedió en efecto, y al cruzarse con ellas, las dirigió el
padre una mirada colérica. Momentos después, se arroja-
ba la muchacha al foso por el que circulaba el tranvía. Su
explicación de las causas inmediatas de su tentativa de
suicidio nos parece admisible. Había confesado a la dama,
que el caballero que las había mirado tan airadamente era
su padre, el cual no quería tolerar su amistad con ella. La
señora, altamente disgustada, la había ordenado que se
separase de ella en el acto y no volviera a buscarla ni a
dirigirle la palabra; aquello tenía que terminar alguna vez.
Desesperada ante la idea de haber perdido para siempre
a la mujer amada, intentó quitarse la vida. Pero el análisis
permitió descubrir, detrás de esta interpretación de la
sujeto, otra más profunda, confirmada por toda una serie
de sueños. La tentativa de suicidio tenía, como era de es-
perar, otros dos distintos aspectos, constituyendo un «au-
tocastigo» y la realización de un deseo. En este último
aspecto, significaba la realización de aquel deseo cuyo
incumplimiento la había impulsado a la homosexualidad, o
sea el de tener un hijo de su padre, pues ahora «iba aba-— 218 —
S.
EUIAPOF.7906-lksif
jo» o «paría» (sie kam nieder) por causa de su padre (1).
El hecho de que su amiga la hubiese hablado exactamente
como el padre, imponiéndola idéntica prohibicién, nos da
el punto de contacto de esta interpretacion mås profunda
con la interpretaciôn superficial y consciente de la mucha-
cha. Con su aspecto de «autocastigo», nos revela la ten-
tativa de suicidio, que la muchacha abrigaba, en su incons-
ciente, intensos deseos de muerte contra el padre, por
haberse opuesto a su amor, o más probablemente aún,
contra la madre, por haber dado al padre el hijo por ella
anhelado. La psicoanálisis nos ha descubierto, en efecto,
que quizá nadie encuentra la energía psíquica necesaria
para matarse, sino mata, simultáneamente, a un objeto
con el cual se ha identificado, volviendo, así, contra si
mismo, un deseo de muerte orientado hacia una distinta
persona. El descubrimiento regular de tales deseos de
muerte inconscientes, en los suicidas, no tiene por qué
extrañarnos ni tampoco por qué envanecernos como una
confirmación de nuestras hipótesis, pues el psiquismo in-
consciente de todo individuo, se halla colmado de tales
deseos de muerte, incluso contra las personas más queri-
das (2). La identificación de la sujeto con su madre, la
cual hubiera debido morir al dar a luz aquel hijo que ella
(la muchacha) deseaba tener de su padre, da también al
«autocastigo» la significación del cumplimiento de un
deseo. No podemos ciertamente, extrañar, que en la de-
terminación de un acto tan grave como el realizado por
nuestra sujeto, colaborasen fantos y tan enérgicos mo-
tivos.En la motivación expuesta por la muchacha, no inter-
(1) Esta interpretación de los medios elegidos para el suicidio
es ya familiar, hace mucho tiempo, a los analíticos. (Envenenarse
= quedar embarazada; ahogarse=parir; arrojarse desde una altura
=parir.)(2) Cf. Zeitgemässes über Krieg und Tod, Imago IV, 1915.
— 219 —
S.
P סל .0 SRS N E ODD
viene el padre ni se menciona siquiera el temor justifica-
do a su côlera. En la descubierta por el anålisis, le corres-
ponde, en cambio, el papel principal. También para el
curso y el desenlace del tratamiento, ס mejor dicho, de la
exploración analítica, presentó la relación de la sujeto con
su padre la misma importancia decisiva. Detrás de los ca-
riñosos sentimientos filiales que parecían transparentarse
en su declaración de que por amor a sus padres, apoyaría
honradamente la tentativa de transformación sexual, se
escondían tendencias hostiles y vengativas contrarias al
padre, que la mantenían encadenada a la homosexualidad.
Fortificada la resistencia en una tal posición, dejaba libre
a la investigación psicoanalítica un amplio sector. El aná-
lisis transcurrió casi sin indicios de resistencia, con una
viva colaboración intelectual de la analizada, pero también
sin despertar en ella emoción alguna. En una ocasión en
que hube de explicarla una parte importantísima de nues-
tra teoría, íntimamente relacionada con su caso, exclamó
con acento inimitable: ¡Qué interesante es todo eso!
—сото una señora de la buena sociedad, que visita un
museo y mira a través de sus impertinentes, una serie de
objetos que le tienen completamente sin cuidado. Su aná-
lisis hacia una impresión análoga a la de un tratamiento
hipnótico, en el cual la resistencia se retira igualmente
hasta un cierto límite, donde luego se demuestra invenci-
ble. Esta misma táctica—rusa, pudiéramos decir—es se-
guida muy frecuentemente por la resistencia en algunos
casos de neurosis obsesiva; los cuales procuran así, du-
rante algún tiempo, clarísimos resultados y permiten una
profunda visión de la causación de los síntomas. Pero en
estos casos, comenzamos a extrañar que tan importantes
progresos de la investigación analítica no traigan consigo
la más pequeña modificación de las obsesiones e inhibi-
ciones de los enfermos, hasta que, por fin, observamos
que todo lo conseguido adolece de un vicio de nulidad: laー 290 —
S.
ENsdyos,lIc--TYFH
reserva mental del sujeto, detrås de la cual se siente com-
pletamente segura la neurosis, como deträs de un parape-
to inexpugnable. «Todo esto estaria muy bien—se dice el
enfermo, a veces también conscientemente—si yo creyese
lo que este sefior me dice; pero no le creo una palabra, y
mientras así sea, no tengo por qué modificarme en nada».
Cuando luego nos acercamos a la motivacion de esta
duda, es cuando se inicia seriamente nuestra lucha con la
resistencia.En nuestra muchacha, no era la duda, sino el factor
afectivo constituido por sus deseos de venganza contra el
padre, el que determinaba su fria reserva y el que dividiô
claramente, en dos fases, el análisis e hizo que los resul-
tados de la primera fase fuesen tan visibles y completos.
Parecía también, como si en ningún momento hubiera sur-
gido en ella nada análogo a una transferencia afectiva
sobre la persona del médico. Pero esto es, naturalmente,
un contrasentido. El analizado tiene que adoptar, inevita-
blemente, alguna actitud afectiva con respecto al médico,
y por lo general, repite en ella una relación infantil. En
realidad, la sujeto transfirió sobre mí la total repulsa del
hombre, que la dominaba desde su desengaño por la trai-
ción del padre. La hostilidad contra el hombre encuentra,
por lo general, grandes facilidades para satisfacerse en la
persona del médico, pues no necesita provocar emociones
tempestuosas y le basta con exteriorizarse simplemente
en una oposición a todos sus esfuerzos terapéuticos y en
la conservación de la enfermedad. Sé, por experiencia,
cuán difícil es llevar a los analizados a la comprensión de
esta sintomatología muda y hacer consciente esta hostili-
dad latente, a veces extraordinariamente intensa, sin po-
ner en peligro el curso ulterior del tratamiento. Asf, pues,
interrumpi el análisis en cuanto reconocí la actitud hostil |
de la muchacha contra su padre y aconsejé, que si se tenía
algún interés en proseguir la tentativa terapéutica analítica,Ser
S.
PPO,.·I.FFEUD
se encomendase su continuaciôn a una doctora. La mu-
chacha habia prometido, entre tanto, a su padre, renun-
ciar, por lo menos, a todo trato con aquella sefiora y no
sé si mi consejo, cuya motivación es evidente, habrá sido
seguido.Una única vez, sucedió, en este análisis, algo que
puede ser considerado como una transferencia positiva y
como una reviviscencia extraordinariamente debilitada del
apasionado amor primitivo al padre. Tampoco esta mani-
festación aparecía libre de otros motivos diferentes, pero
la menciono porque plantea un problema muy interesante,
relativo a la técnica analítica. En un cierto período no muy
alejado del principio del tratamiento, produjo la muchacha
una serie de sueños, normalmente deformados y expresa-
dos en correcto lenguaje onírico, pero fáciles de interpre-
tar. Sin embargo, una vez interpretado su contenido, re-
sultaban harto singulares. Anticipaban la curación de la
inversión por el tratamiento analítico, expresaban la ale-
gría de la sujeto por los horizontes que se abrían ante
ella, confesaban un deseo de lograr el amor de un hom-
bre y tener hijos y podían, por lo tanto, ser considerados
como una satisfactoria preparación a la transformación
deseada. Pero todo esto aparecía en manifiesta contradic-
ción con las declaraciones de la sujeto en estado de vigi-
lia. No me ocultaba que pensaba casarse, pero sólo para
escapar a la tiranía del padre y vivir ampliamente sus ver-
daderas inclinaciones. Despreciativamente, decía que ya
sabría arreglårselas ella con el marido, y que, en último
caso, como lo demostraba el ejemplo de su amiga, no era
imposible mantener simultáneamente relaciones sexua-
les con un hombre y con una mujer. Guiado por algún
pequeño indicio, la comuniqué un día, que no prestaba
ninguna fe a tales sueños, los cuales eran mentirosos o
disimulados, persiguiendo tan sólo la intención de enga-
fiarme, como ella solía engañar a su padre. Los hechos me— = —
S.
s«F«Yo.5.-qu-1924
dieron la razön, pues a partir de este momento, no volvie-
ron a presentarse tales suefios. Creo, sin embargo, que a
mas de este propösito de engafiarme, integraban también
estos suefios, el de ganar mi estimaciôn, constituyendo
una tentativa de conquistar mi interés y mi buena opinión,
quizá tan sólo para defraudarme más fundamentalmente
luego.Me figuro que la afirmación de la existencia de tales
sueños engañosos despertará en algunos individuos, que
se dan a sí mismos el nombre de analíticos, una tempes-
tuosa indignación: «De manera que también lo incons-
ciente puede mentir; lo inconsciente, el verdadero nódulo
de nuestra vida anímica, mucho más cercano a lo divino
que nuestra pobre conciencia. ¿Cómo podremos entonces
edificar sobre las interpretaciones del análisis y la seguri-
dad de nuestros conocimientos?» Contra esto, habremos
de decir, que el reconocimiento de tales sueños mentiro-
sos no constituye ninguna novedad revolucionaria. Sé
muy bien, que la humana necesidad de misticismo, es in-
agotable y provoca incesantes tentativas de reconquistar
el dominio que le ha sido arrebatado por nuestra «inter-
pretación de los sueños»; pero en el caso que nos ocupa,
hallamos en seguida una explicación satisfactoria. El suefio
no es lo «inconsciente», es la forma en la cual pudo ser
fundida, merced a las condiciones favorables del estado
de reposo, una idea procedente de lo preconsciente o re-
sidual de la conciencia del estado de vigilia. En el estado
de reposo, encuentra tal idea el apoyo de impulsos opta-
tivos inconscientes y experimenta con ello la deformación
que le impone la «elaboración onírica», regida por los me-
canismos imperantes en lo inconsciente. En nuestra suje-
to, la intención de engafiarme como solía engafiar a su
padre, procedía, seguramente, de lo preconsciente, si es
que no era consciente por completo. Tal intención podía
lograrse enlazando a mi persona el deseo inconsciente deー sas —
S.
PO ERE m |
agradar al padre (0 a un subrogado suyo), y creó asi un
sueño mentiroso. Ambas intenciones, la de engañar al
padre y la de agradarle, proceden del mismo complejo; la
primera nace de la represión de la segunda, y 6518 es re-
ferida a aquélla por la elaboración onírica. No puede,
pues, hablarse de una degradación de lo inconsciente, ni
de una disminución de la confianza en los resultados de
nuestro análisis.No quiero dejar pasar la ocasión de manifestar mi
asombro ante el hecho de que los hombres puedan vivir
fragmentos tan amplios y significativos de su vida erótica
sin advertir gran cosa de ellos e incluso sin sospecharlos
10 más mínimo, o se equivoquen tan fundamentalmente al
enjuiciarlos cuando emergen en su conciencia. Esto no su-
cede solamente bajo las condiciones de la neurosis, en la
cual nos es ya familiar este fenómeno, sino que parece
muy corriente también en individuos normales. En nues-
tro caso, hallamos una muchacha que desarrolla un apa-
sionado amor a otras mujeres, el cual despierta, desde
luego, el disgusto de sus padres, pero no es apenas toma-
do en serio, por ellos, en un principio. Ella misma sabe,
probablemente, cuán dominada se halla por tal pasión,
pero no advierte sino muy débilmente las sensaciones co-
rrespondientes a un intenso enamoramiento, hasta que
una determinada prohibición provoca una reacción excesi-
va, que revela, a todas las partes interesadas, la existen-
cia de una devoradora pasión de energía elemental. Tam-
poco ha advertido núnca, la muchacha, ninguna de las
premisas necesarias para la explosión de una tal tormenta
anímica. Otras veces, hallamos muchachas o mujeres
aquejadas de graves depresiones, que a nuestra interro-
gación sobre la causa posible de su estado, responden ha-
ber sentido un cierto interés por una determinada perso-
na, pero que tal inclinación no se había hecho muy pro-
funda en ellas, habiendo desaparecido rápidamente, alー 224 —
S.
E«s-t)-0«5.19475--924
verse obligadas a renunciar a ella. Y, sin embargo, aque-
Ма renuncia, tan fåcilmente soportada en apariencia, ha
constituido la causa de la grave perturbación que les
aqueja. O tropezamos con hombres que han roto fåcilmen-
te unas relaciones amorosas superficiales, con mujeres a
las que no creían amar, y que sólo por los fenómenos
consecutivos a la ruptura, se dan cuenta de que las ama-
ban apasionadamente. Por último, también nos han causa-
do asombro los efectos insospechados que pueden ema-
nar de la provocación de un aborto, al cual se había deci-
dido la sujeto sin remordimiento ni vacilación algunos.
Nos vemos, así, forzados a dar la razón a los poetas, que
nos describen, preferentemente, personas que aman sin
saberlo, no saben si aman o creen odiar a quien en reali-
dad adoran. Parece como si las noticias que nuestra con-
ciencia recibe de nuestra vida erótica fueran especialmente
susceptibles de ser mutiladas o falseadas. En los desarro-
llos que preceden, no he omitido, naturalmente, descontar
la parte de un olvido ulterior.IV
Volvamos ahora a la discusiôn del caso, antes inte-
rrumpida. Nos hemos procurado una visión general de
las energías que apartaron la libido de la muchacha de
la disposición normal correspondiente al complejo de E:
po y la condujeron a la homosexualidad. Hemos exami-
nado, asimismo, los caminos psíquicos seguidos en este
proceso. A la cabeza de tales fuerzas impulsoras, apa-
recia la impresión producida en la sujeto, por el naci-
miento del menor de sus hermanos, siéndonos ав! posibleー 225 ~~ 15
S.
6 400 ₪1. בש , ИВО ВУ
clasificar este caso como una inversión tardíamente ad-
quirida.Ahora bien; en este punto, atrae nuestra atenciôn una
circunstancia con la que tropezamos también en otros mu-
chos casos de explicaciôn psicoanalitica de un proceso
animico. En tanto que perseguimos regresivamente la
evoluciôn, partiendo de su resultado final, vamos estable-
ciendo un encadenamiento ininterrumpido y consideramos
totalmente satisfactorio 6 incluso completo el conocimien-
to adquirido. Pero si emprendemos el camino inverso,
partiendo de las premisas descubiertas por el andlisis, e
intentamos perseguir su trayectoria hasta el resultado,
desaparece nuestra impresión de una concatenación nece-
saria e imposible de establecer en otra forma. Adverti
mos, en seguida, que el resultado podía haber sido distin-
to y que también hubiéramos podido llegar igualmente a
comprenderlo y explicarlo. Así, pues, la síntesis no es tan
satisfactoria como el análisis, o dicho de otro modo: el co-
nocimiento de las premisas no nos permite predecir la na-
turaleza del resultado.No es difícil hallar las causas de esta singularidad des-
concertante. Aunque conozcamos por completo los facto-
res etiológicos determinantes de un cierto resultado, no
conocemos más que su peculiaridad cualitativa y no su
energía relativa. Algunos de ellos habrán de ser sojuzga-
dos por otros, más fuertes, y no participarán en el resul-
tado final. Pero no sabemos nunca, de antemano, cuáles
de los factores determinantes resultarán ser los más fuer-
tes y cuáles los más débiles. Sólo al final podemos decir
que los que se han impuesto eran los más fuertes. Así,
pues, analiticamente, puede descubrirse siempre, con toda
seguridad, la causación, siendo, en cambio, imposible, toda
predicción sintética. De este modo, no habremos de afir-
mar que toda muchacha, cuyos deseos amorosos emana-
dos de la disposición correspondiente al complejo de Edipo— 9%
S.
Ewsgyos,19-s-7924
en los afios de la pubertad, queden defraudados, se refu-
gie en la homosexualidad. Por lo contrario, creemos mucho
mås frecuentes otras distintas reacciones a este trauma.
Pero entonces habremos de suponer, que en el resultado
de nuestro caso han intervenido decisivamente otros fac-
tores especiales, ajenos al trauma, y probablemente de
naturaleza más interna. No es tampoco dificil señalar
cuáles.Como es sabido, también el individuo normal precisa
un cierto tiempo para decidir definitivamente el sexo sobre
el cual ha de recaer su elección de objeto. En ambos
sexos, son muy frecuentes, durante los primeros años
siguientes a la pubertad, ciertas inclinaciones homosexua-
les, que se exteriorizan en amistades excesivamente in-
tensas, de un cierto matiz sensual. Así sucedió también
en nuestra muchacha, pero tales tendencias mostraron en
ella, una energía y una persistencia poco corrientes. Ade-
más, estos primeros brotes de su ulterior homosexualidad
emergieron siempre en su vida consciente, mientras que la
disposición emanada del complejo de Edipo hubo de per-
manecer inconsciente, exteriorizándose tan sólo en indicios
tales como su cariño al niño encontrado en paseo. Duran-
te sus años escolares, estuvo enamorada de una profesora
muy rigurosa y totalmente inasequible, o sea de un claro
subrogado materno. Ya mucho antes del nacimiento de su
hermano menor, y por lo tanto también de las primeras
reprimendas paternas, había mostrado un vivo interés por
algunas mujeres. Su libido seguía, pues, desde época muy
temprana, dos distintos cursos, de los cuales, el más su-
perficial puede ser considerado, desde luego, homosexual,
contituyendo, quizá, la continuación directa e invariada de
una fijación infantil a la madre. Nuestro análisis se ha li-
mitado a descubrir, probablemente, el proceso que en una
ocasión favorable condujo la corriente libidinosa hetero-
sexual a una confluencia con la homosexual manifiesta.ම
S.
DEoF.s.F-IE»D
El análisis descubrió también que la muchacha integra-
ba, desde sus años infantiles, un «complejo de masculini-
dad» enérgicamente acentuado. Animada, traviesa, com-
bativa y nada dispuesta a dejarse superar por su hermano
inmediatamente menor, desarrolló, desde la fecha de su
primera visión de los genitales del hermano, una intensa
«envidia del pene», cuyas ramificaciones llenaban aún su
pensamiento. Era una apasionada defensora de los dere-
chos femeninos, encontraba injusto que las muchachas no
gozasen de las mismas libertades que los muchachos y se
rebelaba en general contra el destino de la mujer. En la
época del análisis, las ideas del embarazo y del parto le
eran especialmente desagradables, en gran parte, a mi
juicio, por la deformación física concomitante a tales esta-
dos. Su narcisismo juvenil, que no se exteriorizaba ya
como orgullo por su belleza, se manifestaba aún en esta
defensa. Diversos indicios hacían suponer en ella una
tendencia al placer sexual visual y al exhibicionismo, muy
intensa en épocas anteriores. Aquellos que no quieran
ver restringidos los derechos de la adquisición en la etio-
logía, harán observar, que esta conducta de la mucha-
cha era precisamente la que había de ser determinada
por la acción conjunta del disfavor materno y de la com-
paración de sus genitales con los del hermano, dada
una intensa fijación a la madre. También existe aquí una
posibilidad de reducir al efecto de una influencia exte-
rior, tempranamente eficaz, algo que nos hubiésemos
inclinado a considerar como una peculiaridad constitu-
cional. Pero también una parte de esta adquisición—si
es que realmente tuvo lugar—habrá de ser atribuida a la
constitución congénita. Así se mezcla y se funde cons-
tantemente en la práctica, aquello que en teoría quisiéra-
mos separar como antitético, o sea la herencia y la adqui-
sición.Una conclusión anterior y provisional del análisis nos
ー 998 —
S.
ENsAkos.lgos-1924
habia llevado a afirmar que se trataba de un caso de ad-
quisicién tardia de la homosexualidad. Pero nuestro nuevo
examen del material, nos conduce más bien a la conclu-
sión de la existencia de una homosexualidad congénita,
que habría seguido la trayectoria habitual, no fijándose ni
exteriorizándose de un modo inconfundible, hasta des-
pués de la pubertad. Cada una de estas clasificaciones no
responde sino a una parte de lo descubierto por la obser-
vación, desatendiendo la otra parte. Lo exacto será no
conceder gran valor a esta cuestión.La literatura de la homosexualidad acostumbra a no
separar los problemas de la elección de objeto, de los co-
rrespondientes a los caracteres sexuales somáticos y psi-
quicos, como si la solución dada a uno de estos puntos
trajese necesariamente consigo la de los restantes. Pero
la experiencia nos enseña todo lo contrario: un hombre en
el que predominen las cualidades masculinas y cuya vida
erótica siga también el tipo masculino, puede, sin embar-
go, ser invertido en lo que respecta al objeto, y amar
únicamente a los hombres y no a las mujeres. En cambio,
un hombre en cuyo carácter predominan las cualidades
femeninas y que se conduzca en el amor como una mujer,
debía ser impulsado, por esta disposición femenina, a
hacer recaer sobre los hombres su elección de objeto, y
sin embargo puede ser, muy bien, heterosexual, y no
mostrar, con respecto al objeto, un grado de inversión
mayor que el corrientemente normal. Lo mismo puede de-
cirse de las mujeres; tampoco en ellas aparecen estrecha
mente relacionados el carácter sexual y la elección de
objeto. Así, pues, el enigma de la homosexualidad no es
tan sencillo como suele afirmarse, tendenciosamente, en
explicaciones como la que sigue: Un alma femenina, y
que por lo tanto ha de amar al hombre, ha sido infundida,.
para su desgracia, en un cuerpo masculino, o inversa-
mente, un alma masculina, irresistiblemente atraída por la— 999 —
S.
PFoF.-5.FPE»D
mujer, se halla desdichadamente ligada a un cuerpo fe-
menino. Tråtase más bien de tres series de caracteresCaracteres sexuales somáticos — Carácter sexual psíquico
(Hermafroditismo físico) actina | masculina
emeninaTipo de la elección de objeto
que varían con cierta independencia unos de otros y apare-
cen en todo individuo diversamente combinados. La litera-
tura tendenciosa ha dificultado la visión de estas relaciones
presentando en primer término, por motivos prácticos, la
elección de objeto, singular tan sólo para el profano, y es-
tableciendo una relación demasiado estrecha entre tal
elección y los caracteres sexuales somáticos. Pero, ade-
más, se cierra el camino que conduce a un más profundo
conocimiento de aquello a lo que se da uniformemente el
nombre de homosexualidad, al rebelarse contra dos he-
chos fundamentales descubiertos por la investigación psi-
coanalitica. En primer lugar, el de que los hombres ho-
mosexuales han pasado por una fijación especialmente
intensa a la madre; y en segundo, el de que todos los
normales dejan reconocer, al lado de su heterosexualidad
manifiesta, una considerable magnitud de homosexualidad
latente o inconsciente. Teniendo en cuenta estos descu-
brimientos, desaparece, claro está, la posibilidad de admi-
tir un «tercer sexo» creado por la naturaleza en un mo-
mento de capricho.La psicoanálisis no está precisamente llamada a resol-
ver el problema de la homosexualidad. Tiene que conten-
tarse con descubrir los mecanismos psíquicos que han de-
terminado la decisión de la elección de objeto y perseguir
los caminos que enlazan tales mecanismos con las dispo-
siciones instintivas. En este punto, abandona el terreno a
la investigación biológica, a la cual han aportado ahora los
experimentos de Steinach, tan importantes conclusiones12 Qui ー
S.
Exszyos.igOF-19Kd
sobre el influjo ejercido por la primera serie de caracteres
antes establecida, sobre las otras dos. La psicoanålisis se
alza sobre el mismo terreno que la biologia, al aceptar,
como premisa, una bisexualidad original del individuo hu-
mano (о animal). Pero no puede explicar la esencia de
aquello que en sentido convencional o biológico lama-
mos masculino y femenino; acoge ambos conceptos y los
sitåa en la base de sus trabajos. Al intentar una mayor
reducciôn, la masculinidad se le convierte en actividad y
la feminidad en pasividad, y esto es muy poco. Anterior-
mente, he intentado exponer hasta qué punto podemos
esperar que la labor analitica pueda procurarnos un medio
de modificar la inversión. Si comparamos el influjo anali-
tico a las magnas transformaciones logradas por Steinach
en sus operaciones, habremos de reconocer su insignifi
cancia. Sin embargo, sería prematuro o exagerado conce-
bir ya la esperanza de una terapia generalmente aplicable
de la inversión. Los casos de homosexualidad masculina
tratados con éxito por Steinach cumplían la condición, no
siempre dada, de presentar un marcado hermafroditismo
somático. Por otro lado, no se ve aún claramente, la posi-
bilidad de una terapia análoga de la homosexualidad feme-
nina. Si hubiera de consistir en la ablación de los ovarios
probablemente hermafroditas y el injerto de otros de su-
puesta unisexualidad, no podría esperarse de ella, cierta-
mente, grandes aplicaciones prácticas. Un individuo feme-
nino que se ha sentido masculino y ha amado en forma
masculina, no se dejará imponer el papel femenino, si ha
de pagar esta transformación, no siempre ventajosa, con
la renuncia a la maternidad.っ abs
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